- Según el positivismo jurídico, lo justo es sólo la ley. Por ejemplo: «Vengo a devolver el libro con tres días de retraso», dice usted. El bibliotecario se ajusta las gafas y replica: «Según la ley cada día de retraso es un año a pan y agua». Y llama a la policía si usted se resiste. Faltaría más.
- «Calígula, matar es de ignorantes», le reprochó un socrático; «y rompe el equilibrio cósmico», añadió un estoico; «no es natural ni necesario», sentenció un epicúreo; «no es útil a nadie», apostilló un utilitarista; «va contra la ley natural», declaró un tomista; «¡NO DEBES!», gritó un kantiano. Y Calígula se reía. Menos mal que vino Casio y lo mató.
- Dos hermanos heredan una granja. El mayor quiere continuar el negocio y el menor convertirla en gimnasio. «¡Trinchavacas!», grita el menor; «¡Musculoca!», grita el mayor, y, al quitarse las llaves uno a otro, llegan a las manos. Y así es como empieza una guerra civil.
- Dice el tremendista: «Nuestro país vende armas. ¡Somos culpables de muchas guerras!». Pero no se lo cree ni él: duerme la mar de tranquilo todas las noches.
- «Estar dispuesto a morir me da derecho a matar», dijo el guerrero. «Pues nada», dijeron sus enemigos, «matémoslo, no sea que se nos adelante».
- La tortura solo debería estar permitida cuando sabemos que el sospechoso es el que en efecto ha puesto la bomba y se pitorrea diciéndonos que no nos va a decir dónde está, hala, pero que si le pegamos un poco nos lo dice. O sea, nunca.