Hablando de creación literaria, alguien tuvo alguna vez la idea de que el discurso ético es de superior índole y debe prevalecer sobre lo estético, que la bondad rousseauniana es más importante que la belleza clásica y que la belleza generalmente considerada; también dijo alguien de flaco seso que cualquier consideración sobre el deber de lo bello en los individuos contemporáneos es pérdida de tiempo; e igualmente se extendió el dogma de que la realidad sólo puede contemplarse desde la perspectiva que discrimina entre poseedores y desposeídos, explotadores y explotados, buenos y malos, visión que de inmediato determina la interpretación moral de los conflictos sociales y el enunciado político del “compromiso” del autor. La literatura dejó de ser territorio de paradigmas humanos para convertirse en alegato y lamento constante sobre las incurias del presente que asolaban a las masas, siempre comparadas en modo ideal con la indulgencia de un mundo que sólo existía en las cabezas de los poetas y en el tintero de los novelistas. A esa tendencia arrolladora se la llamó, no se sabe por qué, realismo. La poesía se llenó de alegatos igualitarios, “bellos como un desfile proletario” (Pablo Neruda dixit) y la novela se pobló de personajes desventurados, lisiados, presidiarios, tísicos, amantes abandonadas en el arroyo y militares crueles que enviaban por miles a sus soldados a la muerte. Acabó la era de los héroes, los pícaros, los libertinos y los santos y empezó la era de las víctimas, en la que todavía nos encontramos. El realismo literario aún admitió una vuelta de tuerca, prorrogándose a sí mismo en el culmen del “realismo socialista”, redundancia que tiene la virtud de expresar palmariamente la única posibilidad del socialismo para ser una cosa medio realista: el territorio del arte y las idealizaciones.
“Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que lavándose las manos se desentienden y evaden”, escribía Gabriel Celaya en 1955 (Cantos Iberos); “Maldigo la poesía de quien no toma partido, partido hasta mancharse”, concluye. Hasta hoy. Blas de Otero también clamaba: “¿Dónde está Blas de Otero? ¡Con el estudiante y con el obrero!”. Naturalmente ambos buenazos no podían sospechar que décadas más tarde iba a ponerse de moda un invento conocido como internet y un horror orwelliano denominado redes sociales, donde clamorosamente triunfarían poetas de pelaje realista como ellos aunque no tan leídos ni la mitad de vividos; una gente que les harían recapacitar y pensar en los monstruos creados por su sueño de la razón realista, de la que toma partido hasta mancharse. Gente de tanto compromiso y tan dispuesta a mancharse con la realidad que es capaz de perpetrar versos como los que siguen:
Yo trabajo como una mula
Las mulas son cruces
entre caballos y burras y son
estériles
Quizás trabajar como una mula viene de
que toda tu vida es trabajo ya que
no puedes parir no puedes criar
no puedes crear,
relincha come
tira del arado espanta las moscas
vuelve al corral.
Espanto anterior que no tendría mayor importancia si no fuese porque un jurado de expertos (expertos en realismo, supongo) consideró el poemario al que pertenece (Los trabajos de Hércules) como merecedor de un prestigioso premio de poesía, pagado por la diputación provincial de Valencia y publicado por la no menos prestigiosa editorial Hiperión. En fin, tampoco hay que romperse la cabeza para comprender el asunto: si lo ético debe anteceder y predominar sobre lo estético, si el realismo es valor supremo en el discurso creativo, cualquier cosa con fondo moral, aunque el fondo sea detestable, es mejor y preferible a la expresión artística. De nuevo el axioma Goyesco: el sueño de la razón engendra monstruos.
Estas y otras consideraciones me venían al santiscario hace unos días, mientras me dedicaba a la lectura del último poemario de mi amigo Pedro López Ávila, titulado La negra del prostíbulo. Como Pedro es amigo y he escrito algún que otro artículo en celebración de nuestras confidencias vitales y otras aventuras compartidas (por ejemplo, aquí), no voy a hacer ningún ditirambo de su obra. Sólo un par de consideraciones urgentes pero no apresuradas. Quien conozca al autor sabe que es persona con cosas que decir y sensibilidad para decirlas. Quien lo conozca mejor, sabe que no tiene ninguna necesidad de exponerlas más allá de su círculo de afectos aunque, naturalmente, huye del elitismo como del realismo, lo que en el fondo es una actitud de disrupción cultural de primer orden porque se da la circunstancia de que hoy, en España y en occidente, las élites vierten su discurso desde el hiperrealismo esmerado o el realismo sentimental de trazo grueso, como de aceras mojadas bajo la lluvia y chicas desengañadas de la vida que esperan un autobús que nunca llega. Pedro López nunca cometería la grosería de meterse en vidas ajenas de diario, pero eso sí: irrumpe con toda el alma para desnudar el latido de la vida en torno a una prostituta, negra a más señas, desembarcada de una patera y reducida a la esclavitud sexual. El lector medio habitual de poesía pensará quizás: descarnado asunto realista habemus. Nada más lejos. Como al filósofo, como a Heidegger, al autor le interesa el ser, no el accidente. La negra del prostíbulo intenta por principio establecer la única verdad posible, la estética, algo cierto y sensorial e intelectualmente tangible y que, además, es una verdad en sí misma. Indiscutida. Y no, la verdad realista no es verdad en sí misma: siempre resulta opinable, matizable, interpretable. No se debe confundir la belleza como ideal con la belleza de las ideas porque las últimas quedan muy mal en la comparación.
Resulta confortador encontrar de vez en cuando, muy de vez en cuando, dedicaciones literarias que tengan claras estas cuestiones. Para hablar de lo triste que es la vida ya dijeron lo que tenían que decir Flaubert y su señora Bovary y don Benito Pérez Galdós y sus jacintas. Para hablar del abismo ante el ser y el temblor de existir desde la mirada infinita y el vértigo, están poetas como Pedro López. No lo digo por decir, lo digo porque él lo dice: el misterio y la verdad están “más allá de lo que parece ser”. Nunca un título tuvo tanto filo y tanta seda. Porque ya saben, todo será o no, parecerá o no, pero al final de este juego y este sueño todas las piezas van a la misma caja. Con perdón por mi optimismo bien informado.