El liderazgo de Marx
El presidente del Consejo Central era un zapatero llamado George Odger, que era director de los sindicatos ingleses. El secretario general era William Rnadell, fundador del sindicato de carpinteros y ebanistas ingleses. Tanto el presidente como el secretario general se inclinaban más bien por un reformismo pequeñoburgués que tanto detestaba Marx.
A su vez, Marx fue nombrado por los artesanos alemanes residentes en Londres su representante en el Comité Ejecutivo sin que le reportase ningún beneficio económico, pese a que se pasaba día y noche trabajando (aunque, bien por enfermedad o bien porque no fue avisado, Marx no participó en las primeras sesiones de la Internacional).
Marx era toda una autoridad en el Consejo de la Internacional y redactaba toda la correspondencia de la misma. Aunque, a decir verdad, nuestro filósofo casi nunca asistía a las reuniones del Congreso de la Internacional, pues prefería quedarse en Londres y asistir a las reuniones del Consejo de la ciudad, mandando delegados en su nombre, casi todos ellos alemanes, a las reuniones de los diferentes Congresos (en Ginebra, Lausana, Bruselas, Basilea, la Haya y, finalmente, en la estadounidense Filadelfia).
Sin embargo, el papel de Marx en la Internacional era modesto, siendo uno de los 20 o 25 miembros del Consejo General y el secretario para Alemania, y además rechazó la presidencia del Consejo General en 1866 porque pensaba que dicho cargo debía desempeñarlo un obrero. Aunque dicho cargo propuso que se aboliese, cosa que consiguió.
Con todo, pese a ejercer su influencia «detrás del telón», Marx estaba realmente al frente de dicho proyecto y era el auténtico líder de la Internacional y sólo un dirigente obrero como Ferdinand Lassalle (hijo de un próspero comerciante judío) le podía hacer sombra, pero éste murió el mismo año de 1864.
No obstante, el programa de la AIT tenía que distanciarse de las críticas a los demás partidos de la clase obrera que se postuló en el Manifiesto comunista, pues su finalidad consistía -como decía Engels a la altura de 1890- en «fundir en un solo cuerpo de ejército a todo el proletariado combatiente de Europa y América. De ahí que no pudiera partir de los principios sentados en el Manifiesto. Tenía que tener un programa que no cerrara las puertas a las trade unions inglesas, a los proudhonistas francesas, belgas, italianos y españoles, así como a los lassalleanos alemanes. Este programa -los considerados de los estatutos de la Internacional- fue redactado por Marx con una maestría reconocida por el propio Bakunin y los anarquistas. En cuanto a la victoria definitiva de los principios formulados en el Manifiesto, Marx confió única y exclusivamente en la evolución intelectual de la clase obrera, tal como debía surgir necesariamente de la acción unificada y de la discusión» (Friedrich Engels, «Prólogo a la edición alemana de 1890» del Manifiesto comunista, Traducción de Jacobo Muñoz, Gredos, Madrid 2012, pág. 642-643).
Como narraría en 1898 Friedrich Lessner, miembro del Consejo General, Marx se esforzó para que las discusiones que se llevasen a cabo en la Internacional incluyesen «todas las cuestiones políticas de envergadura, con el fin de capacitar a los trabajadores para “penetrar en los misterios de la política internacional y vigilar las tretas diplomáticas de los gobiernos”» (citado por Hans Magnus Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, Traducción de Michael Faber-Kaiser, Anagrama, Barcelona 1999, pág. 230).
El 26 de noviembre de 1871 escribió Josef Schneider a los internacionales: «todo el poder legislativo se encuentra en una sola mano. En la representación alemana, Karl Marx es la cabeza, el cuerpo y la cola. Él es el único gobernante; designa a los funcionarios, tal como el zar designa a su Gortchakov, el Papa a su Antonelli, y el rey de Prusia a su Bismarck. Y todo aquel que no está de acuerdo con Marx, que no se doblega a su voluntad, es destruido sin compasión. Sólo Marx es el brillante sol, todos los demás no son más que satélites» (citado por Enzensberger, pág. 302).
Y el 2 de diciembre de 1871, Josef Weber afirmaba que «el Consejo General de la Internacional sólo es explotado por su Papa Marx para sus fines personales. Del mismo modo que a principios de los años cincuenta Marx desprestigió en la Asociación Central de Londres al bueno de Schapper y al coronel Willich, cabecilla del levantamiento del Palatinado, a consecuencia de lo cual fue expulsado el mismo Marx, así sigue actuando todavía hoy, y las diferencias personales no llegan nunca a su fin» (citado por Enzensberger, pág. 294).