Los días 5 y 6 de este mes de julio se ha celebrado en Barcelona el X Congreso de Catalanidad Hispánica, con apreciable asistencia de invitados y la participación de destacados ponentes sobre los diversos asuntos que en la ocasión se abordaron. Como han sido ya varios los artículos aparecidos en Posmodernia a propósito de este congreso y, todo hay que decirlo, tengo la manía de escribir siempre en búsqueda de distintos puntos de vista, a ser posible aún no recorridos en esta publicación ni en ninguna otra, voy a hablarles de don Josep Pla durante un rato. No mucho rato, no teman. En un par de párrafos se agota la novedad.
Josep Pla, fineza obliga, mantenía una teoría muy interesante sobre las raíces democráticas de la sociedad civil catalana, su independencia respecto a los poderes del Estado y su radical voluntad civilizadora, su estilo de ser por así decirlo. Según él, en Cataluña nunca hubo una nobleza local —regional—, siendo además las aristocracias de las coronas de Aragón y no digamos Castilla, y no digamos España, muy poco influyentes en la zona; por otra parte, la iglesia siempre tuvo un papel muy ceñido a la fe cotidiana del pueblo y al mantenimiento administrativo de las parroquias —censos, bautizos, casamientos, decesos—, sin llegar nunca a establecerse como un poder paralelo o interseccional a los poderes públicos. Por estas razones históricas, unidas a la fragmentación provechosa de la riqueza, la sociedad catalana se organizaba desde su base en torno a los gremios locales, tanto agroganaderos como industriales, mercantiles y de los oficios del mar, con muy poca ascendencia del Estado, contornadas sus funciones, prácticamente, a la actividad recaudatoria. Y afirmaba: “Por eso Cataluña siempre fue un país tan democrático y por eso los catalanes somos tan groseros” —entrevista A fondo, Joaquín Soler Serrano, 1976—. Esta “grosería” de la que habla —nadie se ofenda—, describe sin duda la realidad igualitaria del panorama económico y cultural de Cataluña desde tiempos inmemoriales, y si de ancestralismos hablamos, Pla, en El cuaderno gris, clarificaba la actividad política de su padre en el Círculo Republicano Tradicionalista de Figueras: “Ser republicano era la manera de guardar la tradición, de conservar lo propio ante socialistas y anarquistas”.
Sólo se me ocurre una reflexión, casi involuntaria, tras las certezas de Pla; la incógnita: cómo es posible que una sociedad tan afianzada en su independencia respecto a los discursos y políticas oficialistas, tan —en el buen sentido— identitaria y en vínculo generador con el trabajo y el progreso, ilustrada y consciente del valor civilizador de la tradición, haya sido colonizada en pocas décadas por un ideario supuestamente vernaculista y tan torpe, apresurado, sectario y —ahora sí— tan grosero, argumentado a conveniencia exculpatoria de los latrocinios del clan Pujol y de la antigua mafia conocida como CiU. Por poner una comparación simple y hasta simplona: es como ir a un banco para cambiar papel del Monopoly por dólares y salir con la cartera rebosando billetes con la cara de Benjamin Franklin.
Seguramente la respuesta a cuestión tan sencilla en apariencia y tan paradójica en el fondo es complicada, un turbión de circunstancias históricas muy adversas a la razón, la lógica, la verdad y la decencia que condenaron a la sociedad catalana a los delirios de 2017, la imperdonable escisión convivencial, la desautorización y el escarnio mediático de la disidencia respecto a la ideología oficial secesionista y, el presidente Sánchez y su amnistía mediantes, a la quiebra del Estado de derecho en España, la aniquilación del principio de igualdad entre los españoles y el borrado ignominioso de la separación de poderes. Hoy, “el problema catalán” ha transcendido con mucho el ámbito de Cataluña, empapando y encanallando al conjunto de la sociedad española, a la cual se obliga, en función de las alianzas parlamentarias de la dirigencia socialista, a reconocer el cese de la legalidad constitucional, sustituida por una especie de “legalidad de autor”, coyuntural, apresurada y bananera, que prefigura un futuro detestable a la maltrecha democracia española. Lo de democracia es por decir algo.
Los amigos de Somatemps, en su congreso recién celebrado, con más motivos que nunca y con más oportunidad que nunca han reafirmado los tres ejes fundamentales sobre los que se constituyeron en 2014 como asociación, un colectivo para la defensa de la identidad hispana de Cataluña:
**Debate frente a las falsificaciones y mentiras históricas del nacionalismo catalán.
**Contestación en el terreno político al hegemonismo dictatorial del nacionalismo.
**Consolidación y avance organizativo de una entidad como Somatemps, capaz de responder en cada terreno a la “hoja de ruta” secesionista, aglutinar a personas de todo origen y condición opuestas al atropello histórico que padecen los catalanes y, ahora, todos los españoles merced a la toxicidad ideológica expansiva del nacionalismo delincuente.
Sobre esos tres puntos ha versado el X congreso de Somatemps. De su contenido concreto, sesiones, aportes, conferencias y mesas redondas… Miren ustedes, por una vez el vídeo va a informarles mejor que un par de páginas. Les dejo el reportaje sobre la historia de Somatemps estrenado el sábado 6 de julio, en la sesión matinal del congreso. Junto al mismo encontrarán todos los resúmenes y también intervenciones completas. Si alguno de quienes visiten este material sintiera íntima sugerencia de colaborar con estos valientes, ya sabe: cuando decida su ayuda, sea cuando sea, habrá llegado a tiempo.