La política internacional de Bismarck consistía en evitar la cauchemar des coalitions («pesadilla de coalición»), como la denominaba en francés, y por tanto hacía todo lo posible para que las grandes potencias -con la salvedad de Francia, que era irreconciliable- colaborasen con Alemania y no se solidarizasen contra ella.
El 6 de mayo de 1873 se firmó el acuerdo de los «Tres Emperadores»: el de Alemania, el de Austria y el de Rusia. Se acordó una ayuda mutua de 200.000 soldados, en el caso de que algunas de estas potencias fuesen atacadas por una tercera. El tratado de los Tres Emperadores unía a las tres potencias más conservadoras de Europa (lo que suponía una alianza no muy diferente de la Santa Alianza que se forjó en 1815). Todo ello con tal de aislar a Francia, como se proponía con empeño Bismarck. Pero las tensiones entre el Imperio Austro-Húngaro y el Imperio Ruso en los Balcanes hicieron que la alianza se fuese al traste. Bismarck tuvo que reinventar otro sistema de alianzas.
Y así, el 7 de octubre de 1879 Alemania y Austria firmaron un tratado secreto, la Dúplice Alianza, que era decididamente antirrusa. El Káiser Guillermo II estaba de acuerdo. Pero, ante el temor de Rusia de permanecer aislada, se acordó el 18 de junio de 1881 un nueva alianza de los Tres Emperadores con el tratado austro-germano-ruso, ya que Bismarck sabía muy bien que Rusia volvería a ser aliada de Alemania tan pronto como esta se aliase con Austria. Aunque más que una alianza fue un simple acuerdo que acabó en desacuerdo. En caso de que Alemania y Francia se enfrentasen en un conflicto, aun siendo el agresor Alemania, Rusia permanecería neutral, y en caso de conflicto anglo-ruso (y estamos en pleno período del «gran juego») Alemania permanecería neutral.
Y en este contexto, en 1882 Bismarck organizó la Triple Alianza compuesta por Alemania, Austria e Italia frente a la Alianza Dual de Francia y Rusia. Y así Bismarck incorporó a Italia a la Dúplice Alianza, cosa harto complicada dada la rivalidad histórica entre Italia y Austria. Pero el acercamiento fue posible por la política imperial de Francia en el norte de África al chocar con Italia por la cuestión de Túnez. Además, ante el avance dentro de Italia del anarquismo y del socialismo, el gobierno tenía la necesidad imperiosa de buscar un aliado fuerte conservador y autoritario como era la Alemania de Bismarck.
También había un problema con el Papado, el cual no aceptaba la anexión al Reino de Italia de los Estados Pontificios y un acercamiento a Austria-Hungría, cuyo emperador Francisco José I era un católico militante, evitaría que el gobierno de Viena apoyase al Papa por la «cuestión romana», y a cambio Italia prestaría apoyo a Austria en caso del conflicto con Rusia y no reclamaría las zonas del Imperio Austro-Húngaro de habla italiana. La Triple Alianza se firmó siendo un pacto secreto, por cinco años. Alemania se convertiría en el árbitro de las disputas o posibles disputas entre Rusia, Italia y Austria-Hungría.
El sistema de Bismarck también procuró tener buenas relaciones con Gran Bretaña, no entrometiéndose en sus dominios de ultramar, y esto hacía inviable una alianza franco-británica. Bismarck desaconsejó la expansión colonial y priorizó los intereses de Alemania como potencia hegemónica en el continente europeo. Pero Guillermo II desaconsejó los prudentes consejos del Canciller de Hierro y su nueva política embarcó a Alemania a una empresa colonial que a la larga terminaría constándole al Reich dos derrotas en dos guerras mundiales.
Guillermo II exigía para Alemania «un lugar al Sol» en la repartición imperialista del mundo, y su lema era «política mundial como meta, poder naval como instrumento», y por ello fue apoyado por la Asociación Pangermánica.
En 1887 se renovó la Triple Alianza por otros cinco años, prolongación que acercó a Italia al Mediterráneo, pactando con Inglaterra en contra de Francia tal y como quería Bismarck, a fin de poner en dificultades a Francia por la cuestión de Egipto que, desde 1882, era dominado por el Imperio Británico con permiso del Imperio Otomano. Bismarck supervisó en todo momento las relaciones anglo-italianas.
La finalidad de tal acercamiento era la perseverancia del statu quo en el Mediterráneo, lo cual iba en detrimento de Francia: Italia apoyaría a Gran Bretaña en Egipto y Gran Bretaña apoyaría a Italia en la Tripolitana y en la Cirenaica, en caso de que Francia la invadiese. En marzo de 1887 Austria-Hungría se incorporó a este tratado. En mayo España se comprometió a reforzar el statu quo del Mediterráneo a no prestar ayuda a Francia. Pero en tal entramado cortical había una pieza suelta: Rusia.
Y, por ello, al resultar imposible una alianza entre Rusia y Austria por el tema de los Balcanes, Bismarck procuró firmar un tratado secreto con Rusia sin romper con Austria, y así lo hizo el 18 de junio de 1887 cuando ambas potencias firmaron el Tratado de Reaseguro. Con esto Bismarck había conseguido los objetivos que se propuso en su prudente política internacional: aislar a Francia y neutralizar a Rusia.
Y así el Tratado de Reaseguro garantizaba la neutralidad de Rusia en caso de un nuevo conflicto franco-germánico y la neutralidad de Alemania en caso de que Austria atacase a Rusia o Rusia atacase a Austria. Es decir, el principal objetivo del Tratado de Reaseguro era impedir a toda costa un acercamiento ruso-francés. Pero la entronización de Fernando de Sajonia-Coburgo en Bulgaria no fue del agrado del zar y forzó el primer desencuentro entre Alemania y Rusia. Alemania se negó a otorgarle a Rusia recursos financieros, por lo que ésta tuvo que buscarlos en Francia.
En 1890, con la salida de Bismarck de la cancillería, las relaciones germano-rusas estaban prácticamente muertas. Guillermo II rompió con Bismarck por «divergencias en materia de sensibilidad social», y temía la política anti-socialista del Canciller de Hierro «ensombreciese» su reinado con derramamiento de sangre. Bismarck veía a Guillermo II rendido a los palmeros, y éste veía en aquél un agorero viejo y aburrido. En 1891 el propio Guillermo II sacó adelante la Ley de Protección del Trabajador. Y, en dialéctica de Estados, Leo von Caprivi, el canciller que por decisión de Guillermo II sucedió a Bismarck, decidió no renovar el Tratado de Reaseguro, y definitivamente se rompieron las relaciones en el poder diplomático entre Alemania y Rusia.
El nuevo canciller pensaba que este tratado era incompatible con la alianza con Austria, justo lo contrario de lo que pensaba Bismarck, para el cual el Tratado de Reaseguro con Rusia hacía útil la alianza con Austria. Caprivi fue asesorado por la facción del ministro de Asuntos Exteriores que lideraba Friedrich von Holstein, aunque tuvo el apoyo de Guillermo II. El Káiser le ofreció ayuda militar a Austria-Hungría en caso de que Alemania fuese atacada por Rusia.
Al dimitir Bismarck el 18 de marzo de 1890 se ponía fin a la historia de esta etapa de las relaciones corticales de esa biocenosis llamada Europa, y la alianza franco-rusa que el Canciller de Hierro tanto temía se hizo realidad en 1893 con el acuerdo franco-ruso, tras superar el zar la repugnancia que sentía al republicanismo francés. La caída de Bismarck llevó a que se forjasen alianzas antigermánicas entre las grandes potencias europeas y las consecuencias fueron ni más ni menos que dos guerras mundiales con dos derrotas de Alemania.
El Segundo Reich centró su atención en el equilibrio del continente europeo mientras las otras potencias europeas orientaron sus planes y programas a la conquista de sus respectivos Imperios coloniales, lo que llevó a la época del imperialismo depredador.
Alemania se incorporó tarde al reparto colonial, precisamente porque Bismarck no veía prudente meter a la nueva nación política en una aventura dada su debilidad naval, a lo que sí estaba dispuesto el imprudente Guillermo II, y por tal motivo se desentendió de Bismarck. El Canciller de Hierro y genio geopolítico advirtió que una aventura colonial rompería la amistad con Gran Bretaña, la cual era esencial para que perseverase el sistema diplomático continental que él mismo diseñó para que lo liderase Alemania. Como decimos, el tiempo la política colonial alemana traería dos guerras mundiales. Todo ello por no hacerle caso al Canciller de Hierro.
Alemania emprendió una carrera ultramarina, a la que siempre se negó Bismarck, que chocaría con el Imperio Británico aproximando a éste a Francia. Esto fue el acabose definitivo de los sistemas bismarckianos y el principio de la «paz armada» que acabaría concluyendo en una Gran Guerra: la Primera Guerra Mundial, que se prolongó tras el «período de entreguerras» con la aún más grande Segunda Guerra Mundial. Dicho de otro modo: todo esto desencadenó en Europa la Segunda Guerra de los Treinta Años que decía Churchill.
Ante el espectacular crecimiento de Alemania, en 1904 Gran Bretaña se unió a esta alianza superando su secular hostilidad con Francia y así se formó la Triple Entente o «Entente Cordial», desde la que firmaron convenios en los que respetaban sus respectivas colonias y se asistirían en caso de guerra.
Y en 1907 la alianza -que finalmente se enfrentaría en 1914 a las Potencias Centrales- entre Gran Bretaña, Francia y Rusia, a la que se uniría Japón en 1911 y, a su vez, Italia, que formalmente estaba integrada en la Triple Alianza con Alemania y Austria, había firmado en 1900 y 1902 dos acuerdos secretos con Francia, potencia que tenía ánimos de revancha contra Alemania por la guerra de 1870-1871 que anexionó al Reich Alsacia y Lorena; y, por su parte, a Rusia le interesaba una guerra exterior para apaciguar la intensa dialéctica de clases que se estaba incubando en el seno del Imperio (aunque sería dicha guerra exterior, la Primera Guerra Mundial, la que finalmente traería la revolución).
El punto de partida de la Entente identificaba a Alemania con Prusia y a ésta con una sociedad militar. Esta alianza aseguraría un bloqueo de Europa Central (de las «potencias centrales») en caso de guerra, como en efecto así fue. De hecho el bloqueo fue suficiente para vencer a Alemania y Austria sin que fuesen invadidas.
El escenario geopolítico de la Primera Guerra Mundial estaba listo para que se abriese el telón. De modo que la unificación de Alemania tuvo como consecuencia la «paz bismarquiana», y para mantener el statu quo el Canciller de Hierro, árbitro europeo de las relaciones internacionales entre 1871 y 1890, diseñó un sistema de equilibrio internacional que neutralizase a Francia y que ésta no se aliase con Rusia, porque semejante tenaza sería ruinosa para Alemania (como se pudo comprobar en las dos guerras mundiales).
Y, efectivamente, en su desarrollo la «paz armada» finalmente se resolvería en dos guerras mundiales que en buena parte acabaron con la obra de Bismarck, al quedar Alemania dividida en dos (aunque en 1990 se reunificó ya una vez en bancarrota el «socialismo real», esto es, el que estaba bajo el área de difusión soviética).
Concluimos con la reflexión de un importante diplomático de la política internacional, el incansable (ya por fin sí descansa) y centenario animal geopolítico Henry Kissinger: «Richelieu frustró a los Habsburgo y el Sacro Imperio romano-germánico quedó dividido entre más de trescientos soberanos, cada uno de los cuales seguía una política exterior independiente. Alemania no se convirtió en una nación-Estado; absorta en mezquinas querellas dinásticas, se centró en sí misma. En consecuencia, no desarrolló una cultura política nacional, y se anquilosó en un provincianismo del que no saldría hasta finales del siglo XIX, al ser unificada por Bismarck. Alemania se convirtió en el campo de batalla de casi todas las guerras europeas, muchas de las cuales fueron iniciadas por Francia, y pasó por alto la primera oleada de la colonización europea de ultramar. Cuando, por fin, se unificó, Alemania tenía tan poca experiencia en definir su interés nacional que originó muchas de las peores tragedias de este siglo» (Henry Kissinger, Diplomacia, Traducción de Mónica Utrilla, Ediciones B, Barcelona 1996, pág. 63).
«El temor de Richelieu a que una Alemania unida pudiese dominar Europa y abrumar a Francia ya había sido expresado por un observador inglés, que en 1609 escribió: “[…] en cuanto a Alemania, si estuviese por completo sometida a una monarquía, sería terrible para todos los demás”. A lo largo de la historia, Alemania siempre ha sido demasiado débil o demasiado fuerte para la paz de Europa» (pág. 80).
«En cuanto Alemania llegó a los límites que él consideraba vitales para su seguridad, Bismarck siguió una política exterior prudente y estabilizadora. Durante dos décadas, manipuló magistralmente los compromisos e intereses de Europa basándose en la Realpolitik y en beneficio de la paz de Europa [en rigor se trataba de la Realpolitik basada en el beneficio de la paz de Alemania]» (pág. 135).
Napoleón III no entendió que acabar con el sistema de Viena favorecería la unificación de Alemania, lo cual suponía el fin de las aspiraciones de dominio francés en el centro de Europa. Si los esfuerzos de Richelieu tuvieron como fruto la división de Europa central, los de Napoleón III tuvieron como fruto la unificación de Alemania, lo cual supuso directamente el fin del Segundo Imperio Francés y el principio del Segundo Imperio Alemán. Napoleón III no entendió que «el orden mundial de Viena era también la mejor garantía de seguridad para Francia» (pág. 109). Con el triunfo prusiano frente a Francia «el término alemán Realpolitik reemplazó al término francés raison d’état, aunque sin modificar su significado» (pág. 103).
«Estrictamente hablando, la Alemania de Bismarck no encarnaba, en absoluto, las aspiraciones de una nación-Estado porque él había excluido deliberadamente a los austro-alemanes. El Reich de Bismarck era un artificio, más que nada, una ampliación de Prusia cuyo principal propósito era aumentar su propio poder» (págs. 134-135).
Bismarck sabía muy bien que «la única base sana para la política de una gran potencia… es el egotismo y no el romanticismo, la política es el arte de lo posible, la ciencia de lo relativo» (Kissinger citado por Luis Palacios Bañuelos, «Las relaciones internacionales en la época de Bismarck», en Gran Historia Universal. Vol. XXII. Crisis del equilibrio mundial, Club Internacional del Libro, Madrid 1990, pág. 22).