Cualquier problema requiere un planteamiento adecuado y una caracterización precisa antes de formular soluciones y al menos intentarlas. Por esa razón es necesario justamente caracterizar con más detenimiento lo que está sucediendo en los ámbitos de lo político y el discurso ideológico oficial desde hace unos años, concretamente desde que el presidente Sánchez llegó al poder en 2018.
El historiador Giuseppe Carlo Marino (Palermo, 1939 – Pisa, 2024), en su obra Historia de la Mafia, establece el término “mafiosidad” para describir el fenómeno de ósmosis efectiva, tanto en dimensión ética como práctica, entre los intereses del crimen organizado y el desarrollo de la vida cotidiana en la sociedad civil. Explica la concreción de esa posibilidad —una realidad palmaria en su Sicilia natal—, por la alianza estratégica entre “bandidos” y “gatopardos”, es decir, los delincuentes a pie de calle y la aristocracia siciliana insurrecta ante el poder central del Estado que estorba sus privilegios de casta. “Al pueblo se le hacen regalos, no se le mata”, dice el aserto mafioso. Si el pueblo acepta esos “regalos” y asume la situación como cosa natural e inevitable, y con la que se puede convivir tranquilamente e incluso prosperar discretamente, la ecuación se cierra y todos satisfechos.
Con los sucesivos gobiernos del mafioso Sánchez ocurre prácticamente lo mismo. Da igual —y a él y sus partidarios les da igual— que lo califiquemos de de sátrapa, dictador, sociópata, traidor o delincuente que tarde o temprano acabará sentándose en el banquillo de los acusados… La gravedad del suceso Sánchez no es Sánchez propiamente sino la capacidad que hasta ahora ha tenido para inocular su discurso en las masas pastueñas de votantes automáticos que lo mantienen en el poder. Dicha anomalía democrática ha sido y está siendo posible en virtud de dos recursos decisivos: la usurpación de las siglas históricas del partido socialista, con todo lo que ello supone, y la instrumentalización de los medios de comunicación en favor de la difusa doctrina “progresista” que el gran jefe y sus comparsas son capaces de transmitir a la población.
El partido socialista, en sentido sistemático-histórico estricto, ya no existe. En pocas décadas han pasado del “Hay que ser socialista antes que marxistas” de Felipe González en 1979, al “Hay que ser socialista antes que demócrata” actual; o a su versión más dura, más pura y más sana para sus intereses: “Hay que apoyar al jefe antes que acatar la legalidad”. Los votantes de ese partido, cada vez más dependientes del Estado porque en su mayoría son pensionistas o funcionarios, aceptan sin dificultad la ausencia de un verdadera cuerpo doctrinal-teórico vinculado a la tradición de la izquierda europea y española, y acatan cambalache y trueque por un discurso enfermizo y versátil al mismo tiempo, con el “progresismo” como base ideológica fundamental del ingenio.
Respecto al abuso de los medios de comunicación subsidiados con el dinero común del Estado, vale de ejemplo suficiente la colonización de RTVE, convertida en empresa ideológica con trazas de secta dedicada al adoctrinamiento del pueblo llano.
Pese a todo, hemos de tomar la perspectiva proporcionada sobre el sentido de todos estos movimientos de ocupación de las instituciones por parte de la banda sanchista.
Sinceramente creo que, según el manual de Sánchez, no se trata tanto de “tomar” las instituciones como de, en el estilo mafioso tradicional, establecer estructuras de poder paralelas al Estado que le sirvan de contrapeso y lo sustituyan bajo la apariencia legal de institucionalidad. Los mafiosos compran policías, jueces, fiscales, guardias aduaneros, políticos… Sánchez y los suyos también los compran aunque la moneda de cambio no sea el dinero particular del crimen organizado sino las prebendas del Estado. Por eso tienden a desmarcarse de los casos de corrupción “privada” más clamorosos, porque no entienden que personas relevantes de su partido —“el tito Berni”, Ábalos, etc—, hagan negocios fuera de las estructuras y el cobijo del Estado. Porque para ellos el Estado es al mismo tiempo la excusa y la recompensa pero no es un fin en sí mismo. Por esa razón no les importa desbaratar integridad jurídica de la nación, la seguridad en la ley y la confianza en los tribunales: en la medida en que el Estado parece más débil y más cuestionado, más fuerza adquiere ese engendro pseudo legal y pseudo político que llevan edificando desde 2018 y que se denomina sanchismo. En palabras sicilianas: “Donde no llega el Estado llega la Cosa Nostra”, sustituto perfecto para hacer regalos al pueblo y, por tanto, ganarse la afección de los votantes.
Por esa razón igualmente, porque hacer negocios por lo privado y al margen del Estado queda mal visto en las actuales filas socialistas, gente como Ábalos y Aldama son defenestrados de inmediato, execrados como “presuntos delincuentes sin credibilidad” y toda la sarta de descalificaciones —bien ganadas por otra parte— que merezcan. Sin embargo, delincuentes sentenciados como Chaves y Griñán son recibidos con todos los honores en el congreso federal del partido, porque saquearon tal como indica el libro de estilo de rapiñas: sin lucrarse. Naturalmente que no se lucraron a título personal; unos políticos con visión correcta del momento histórico en que viven —Chaves y Griñán lo eran—, no desfalcan entre mil millones de euros entre unos conceptos y otros para meter un pellizco en su cuenta corriente; lo hacen para construir hegemonía perpetua; para ser dueños, en este caso, de una comunidad autónoma grande como Portugal y con casi nueve millones de habitantes. Esa era la recompensa, no los euros de más o de menos que pasaran por sus manos.
La lucha es cultural, desde luego. La llamada batalla cultural es importante, mucho. Pero la lucha también es judicial, policial, institucional, jurisprudencial, generacional… El delito nunca sucede por causas únicas, siempre tiene distintos componentes, todos igual de decisivos. Es necesario atenderlos a todos con el mismo esmero porque, en caso contrario, la alerta se mantiene máxima pero el delito crece sin parar.
La lucha es cultural y es en todos los terrenos. Y no podemos permitirnos tregua porque ellos nunca paran y nunca van a detenerse.