Los héroes olvidados y la decadencia de una nación

Los héroes olvidados y la decadencia de una nación. Erik Norling

Este pasado mes de agosto, el grupo parlamentario de Vox en el Congreso de los diputados presentó una Proposición No de Ley (PNL) para honrar la memoria de los combatientes españoles enterrados en el extranjero y que se llevase a cabo un catálogo de dichos lugares para su conservación y mantenimiento. Muy parecida a aquella moción del Partido Popular en febrero de 2022 en el Senado, dónde fue rechazada por la entonces mayoría izquierdista de la Cámara alta, que no dudó en acusarles de querer homenajear a la División Azul. Aún no sabemos el recorrido final que tendrá este nuevo intento presentado en la Comisión de Defensa de la Cámara baja, que apenas ha merecido la atención de los medios, pero es de imaginar que poco en esta legislatura, en vista de la ideología dominante entre los partidos políticos que sustentan al Gobierno. Una digna iniciativa ésta la de Vox (que el PP secundó y resultó aprobada el 19 de septiembre), que pretende acabar con el anacronismo de ser España el único país de nuestro entorno que carece de un apoyo institucional a la memoria de sus caídos en campañas exteriores.

Cualquiera que haya viajado ha podido comprobar el estado en que se encuentran los cementerios españoles fuera de España, militares o civiles, en un absoluto abandono, como sucede con el militar de Tetuán (hoy algo restaurado y mantenido gracias a la ingente e inestimable labor de la Fundación Indortes, creada en 2015 con este fin) o el civil de Larache. Lo mismo cabe decir de otros camposantos donde yacen miles de combatientes españoles, bien sea en las plazas norteafricanas, Cuba, Puerto Rico o Filipinas, incluso en tierras lejanas como Vietnam. No podemos olvidar tampoco las loables iniciativas, como la del arqueólogo Javier Navarro y la Asociación Cultural Regreso con Honor, apoyada por el Ejecutivo de Rodríguez Zapatero en su día que financió trabajos en Cuba, y la Fundación División Azul o la Asociación de desaparecidos en Rusia, para inventariar los lugares de enterramiento, colocar placas, hacer informes sobre las necesidades de aquellos lugares, e incluso repatriar los restos. Un proyecto que se negoció en 2005 con Cuba y, entre 2003-2017, con la Federación de Rusia por parte del Ministerio de Defensa, independiente del signo del Gobierno en cada momento. Por desgracia, hoy en día casi todas inactivas ante la falta de apoyo oficial, constituyendo un ejemplo más de la deriva sectaria del sanchismo.

Cuando esto ocurre aquí, otros países cuidan sus cementerios con mimo y un derroche de medios que nos hacer llenarnos de envidia, incluso si yacen allí soldados españoles (caso de los campos militares en Rusia o en el resto de Europa). Baste viajar por las playas del desembarco de Normandía, un lugar de atracción de miles de turistas cada año, para comprobar el magnífico estado en que se encuentran los lugares donde reposan combatientes alemanes, estadounidenses, británicos, etc. Hasta el más pequeño detalle, con centros de atención a los visitantes para honrar a sus héroes, monumentos y capillas para ceremonias. En una visita a Italia, los países del Este, incluso Rusia, lo primero que sorprende es el respeto absoluto por aquellos lugares. Una de las primeras instituciones oficiales en este sentido fue la creada en 1923 bajo el nombre de American Battle Monuments Commission, cuyos miembros designa cada Presidente entrante como muestra del respeto que se le dedica a los caídos de ultramar. Mantiene centenares de cementerios, memoriales y lugares históricos distribuidos por el mundo. También la Volksbund Deutsche Kriegsgräberfürsorge, una de las más reconocidas en Alemania entre la opinión pública, que protege los más de 800 memoriales donde reposan soldados alemanes o que sirvieron su uniforme (muchos españoles), cuya base de datos es imprescindible para los familiares e historiadores. Tampoco le va a la zaga Francia, cuyo Ministerio de Defensa protege el millar de lugares donde hay más de 230.000 franceses caídos en el extranjero, o la Commonwealth War Graves Commission para las fuerzas británicas y sus países aliados. Incluso la República italiana dedica grandes esfuerzos a través del Comisariado General para Honrar a los Caídos, dependiente del Gobierno.

No es el momento de detenernos en las causas de esta desgana, reflejo de una enfermedad congénita del Ser patrio, que provoca un olvido que se somete en España esta parte de la historia. Pero sí de sus consecuencias inmediatas. Se trata de una muestra más de la decadencia de una nación como la española, cuyas gestas curiosamente llenan cientos de miles de volúmenes de las bibliotecas de las más prestigiosas universidades por todo el Orbe (la existencia de hispanistas lo acredita), al tiempo que aquí en nuestra antaño piel de toro se impone una cortina de humo para que todos olviden. La condena al ostracismo, la damnatio memoriae romana que pocos saben lo que es pero a todos nos persigue, se ceba sobre nuestros héroes. No evidencia más que un signo de profunda debilidad, de falta de valores para vertebrar un camino futuro, que permite aventurar que España se halla condenada a su desaparición, en una senda decadente sin freno hacia el abismo. Una Patria sin pasado heroico no permite que las nuevas generaciones abracen un ideal unificador, algo que saben aquellos que pretenden que así sea. No lo niegan, lo promueven sin tapujos, lo que es lo peor. ¿O lo peor es que sabiéndolo no intentemos oponernos? Con la mal llamada Ley de Memoria Histórica (rebautizada como Democrática) se dictó la primera línea de lo que será la esquela mortuoria que conducirá a remover de la memoria colectiva del pueblo español de las proezas militares del siglo XX. Una ley cuyas consecuencias están aún por ver. Todo aquello sospechoso de patriotismo es tildado de “perteneciente a la dictadura franquista”, de “ensalzamiento” de los “golpistas” de 1936. Ello unido a la manipulación permanente del pasado bélico, en una intencionada búsqueda que reescriba la Historia desde una visión llamada “anticolonialista” y “progresista”. Que se trata de un craso error no hace falta señalarlo y podemos hacer nuestra la cita de Winston Churchill cuando recordó que «la nación que no honra a sus héroes, pronto no tendrá héroes para honrar”.

¿Seremos capaces de revertir este proceso decadente? Para ello es imprescindible volver a ensalzar a los Héroes, en mayúscula. Lo que ya entrevió el hijo de españoles José Martí, padre espiritual de la revolución cubana, cuando en 1890 escribió que «honrar a los que cumplieron con su deber es el modo más eficaz que se conoce hasta hoy de estimular a los demás a que lo cumplan”. No era una novedad esta llamada. Era algo que siempre había caracterizado la civilización occidental desde las epopeyas griegas, el mito de Troya y Aquiles de la Odisea homérica forjó la base de la creación palingenésica del pueblo griego, como los fueron los mitos de Roma, esa ciudad nacida de Rómulo y Remo, con la Eneida y el héroe Eneas. Al que le seguirían el Panteón de dioses héroes y la exaltación por los historiadores romanos de figuras legendarias con Julio César al frente de los próceres de una civilización cuya memoria colectiva ha llegado hasta nuestros días.

Es triste contemplarlo, pero la extinción del héroe como elemento patriótico, cohesionador, conlleva la inevitable asunción de la derrota de España como nación, que ha abandonado el culto a esta figura para proferir de manera lastimosa que la víctima (el exilio republicano es un ejemplo de ello), trasladado a las generaciones grises y faltas de brío que ahora imperan, tienen mayor valor que aquellos que enarbolaron la bandera nacional y sacrificaron todo en el frente de batalla. No se rememora la épica del pasado, de los que se enfrentaron a los oscuros enemigos de su pueblo, aun sabiendo que podían ser derrotados, negándose a cualquier compromiso con el invasor. Hemos dejado atrás la edad de los héroes para, en los libros de historia de los colegios e institutos, dedicar más tiempo a aquellos que nunca merecieron antes siquiera una línea en estos textos. Optan por crear falsos ídolos en nombre de la sacrosanta Democracia, convirtiendo el pasado heroico en algo abyecto. Se prefiere por los idiotizados jóvenes de los smartphones al antihéroe (el Lazarillo de Tormes o Sancho Panza) frente al hidalgo viejo, el Quijote o el Cid.

Pero no es nuevo este fenómeno, ni España es singular. Ni en eso somos diferentes a otros europeos. Afecta a todo Occidente, aunque a algunos países más que a otros. Ya se entrevió por la generación de autores de la Revolución Conservadora alemana, que a inicios del siglo XX alertaron de la decadencia de Occidente (Spengler, del que se cumple ahora el centenario del libro del mismo nombre), de la derrota del héroe guerrero, sustituido por un ser amorfo, la clase burguesa a la que todos aspiran, con la desaparición de la virilidad y la feminización de la sociedad, como en el modo en que lo describió Ernst Jünger, aquel que se negaba a plegarse ante el decadente burgués, en su variada obra de entreguerras. También lo advirtió el italiano Julius Evola cuando en Metafísica de la guerra (1941) escribía que con ello «se crea una concepción anti-aristocrática y natural de la patria y el guerrero da paso al soldado y al ciudadano que […] (están) guiados por razones o primacías de orden económico e industrial».

Por todo lo anterior, es de vital importancia la propuesta de Vox, mucho más relevante de lo que podemos incluso imaginar, aunque pueda parecer intrascendente y condenada al fracaso al modo de un brindis al sol.

Lo esencial es mantenerse erguidos y firmes, dispuestos a aguantar las tempestades de acero en el vocabulario jungüeriano, frente a lo políticamente correcto. Ya lo reclamó con vehemencia, sabedor de su soledad, el filósofo romano, el inmortal Evola, cuando en 1953 nos conmovía en el manifiesto dirigido a las nuevas generaciones y que tituló Los hombres y las ruinas. Había sido escrito en una posguerra mundial donde se vislumbraba la decadencia europea y en el que sentenció magistralmente que la única alternativa a los que nos negábamos a rendirnos era simple: «Dejemos al hombre moderno con sus “verdades» y preocupémonos solamente de una cosa: de mantenernos de pie en medio de un mundo en ruinas». Que así sea.

Top