Fernando Pessoa, la Gnosis y el regreso de los dioses paganos

Fernando Pessoa, la Gnosis y el regreso de los dioses paganos. Guillermo Mas

Si hay un propósito tras estas líneas es el de tratar de dar cuenta de las que consideramos ideas fundamentales que componen la cosmovisión pagana de Fernando Pessoa (1888-1935), un ideario político, ético, estético, antropológico y metafísico en el que, bajo el nombre del heterónimo más filosófico de todos, Antonio Mora, el escritor portugués pretende reformar el paganismo para propiciar así el anhelado «regreso de los dioses», una suerte de «religión del futuro» (rescatando el acertado término al Padre Seraphim Rose), que constituyó una de tantas obsesiones que caracterizaron su vida y aún perviven latentes en la inmortalidad de su obra.

Acerca de las ideas políticas de Pessoa, un hombre nada unívoco en sus opiniones dada la variedad de heterónimos de los que se nutría, cabe destacar su pertenencia al así llamado «sebastianismo», una corriente de pensamiento en cierto sentido gibelina que nace de la mitificación del reino portugués en la segunda mitad del siglo XVI, tras el trágico fallecimiento del rey Sebastián I de Portugal en la batalla de Alcazarquivir. Dicho movimiento, de clara impronta teológico-política, pugnaba por el retorno del rey y las órdenes de caballería asociadas a él para dirigir un Quinto Imperio portugués. El influjo del ambiente sebastianista en Pessoa se hace perceptible sobre todo en su Mensaje (1934), única obra publicada en vida del autor donde aparece el renacer de la nación portuguesa, y en O regressos dos deuses (1966), obra póstuma en la que sus editores recogieron sus textos más relevantes en torno a la cuestión pagana.

El ideario político de Fernando Pessoa, que, como se ha dicho, resulta indisociable de su ideario ético, estético, antropológico y metafísico, es de clara impronta neopagana y librepensadora, y se encuentra sintetizado en este breve texto publicado el 30 de mayo de 1935, a escasos meses de su muerte: «Tened siempre en la memoria a Jacques de Molay, Gran Maestre de los Templarios, y combatid, siempre y en todas partes, a sus tres asesinos: la Ignorancia, el Fanatismo y la Tiranía». Siguiendo estas líneas podemos concluir que es una pena que la Nueva Derecha francesa encabezada por nombres como los de Pierre Vial o Dominique Venner no se fijara en Pessoa como un referente a la hora de traer de vuelta el paganismo a Europa. Porque lo cierto es que todavía hoy lo sigue siendo.

En palabras del propio Pessoa, «La religión llamada pagana es la más natural de todas». Esto coincide en buena medida con lo que añadirá Alain de Benoist unas décadas después: «El paganismo, lejos de caracterizarse por una repulsa de la espiritualidad o un rechazo de lo sagrado, consiste al contrario en la elección de otra espiritualidad, de otra forma de concebir lo sagrado. Lejos de confundirse con el ateísmo o con el agnosticismo, pone entre el hombre y el Universo, una relación fundamentalmente religiosa y de una espiritualidad que nos aparece como mucho más intensa, más grave, más fuerte que la del monoteísmo judeocristiano». Como señala su más insigne traductor al español, Ángel Crespo, «Pessoa era un ocultista convencido».

Prueba de esto último es la actividad como practicante de la escritura automática y entusiasta de la parapsicología, relacionado con la célebre Quinta da Regaleira que hoy todavía se conserva en la localidad de Sintra, en las afueras de Lisboa, y que además de todo se carteó con el mago más peligroso del siglo XX, Aleister Crowley, con quien jugó una partida de ajedrez durante su viaje por Portugal en 1930. En su célebre “En el túmulo de Christian Rosenkreutz”, en el que algunos han querido ver una alusión velada al pozo iniciático de Sintra, Pessoa escribe: «Dios es el Hombre de otro Dios más grande / Adán Supremo, también tuvo una Caída; / También, como nuestro Creador». Una alusión directa a los misterios de la Gnosis, tan importantes en el esoterismo de Pessoa, a los que pronto nos referiremos aquí.

Cabe destacar que Pessoa no era nada complaciente con otras visiones del paganismo tremendamente influyentes en su época. Entre otros, critica al miembro de la Aurora Dorada William Butler Yeats y al filósofo Friedrich Nietzsche, a Oscar Wilde y su “maestro” Walter Pater… Puesto que, siguiendo el criterio del portugués, todos ellos ignoran la substancia del paganismo, lo confunden con un mero esteticismo. La Naturaleza, como la realidad, es plural; y por eso toda religión natural es variada y una sociedad disciplinada será aquella que más se parezca a la Naturaleza en su funcionamiento cohesionado. El paganismo, por lo tanto, ha sido históricamente malinterpretado: se opone falsamente al cristianismo. Tampoco todos los politeísmos son iguales: el grecorromano es superior a los demás, incluyendo al de la India, tal y como ya señalara Heródoto en su momento. Pessoa afirma que budismo y «cristismo» son inhumanos por igual, puesto que se abstraen de la Naturaleza y la realidad.

El epítome del humanismo, en ese sentido, sería Grecia, tal y como supo ver el Renacimiento varios siglos después. Para Pessoa el catolicismo es la forma más abyecta del cristianismo, debido a la tiranía que, según él, ejerce la Iglesia Católica, tendente a la unidad antes que a la pluralidad. En cambio, el politeísmo grecorromano no buscaría extender sus creencias al resto del obre, como sí busca hacer el universalismo cristiano. Aquí se recalca el aspecto librepensador de Pessoa, ya que, para él, existen dos formas esenciales de libertad en el pensamiento: la interior y la exterior. En el primer caso se trata la libertad de pensar libremente en el plano interior del sujeto. De la misma forma, pensar exteriormente supone hacerlo sin que haya intromisión alguna por parte del Estado o la Iglesia. Esto se debe a que el paganismo es vago respecto del origen, sus dioses no son creadores, sino transformadores de lo que ya hay.

La religión supone un conjunto de certezas morales y metafísicas a partir de las cuales el sujeto particular progresa. En cambio, la religión cristiana es dogmática y propone la renuncia a la vida en vez de su abrazo. Sin embargo, recalca Pessoa, lo moral no es igual a lo crístico, ni mucho menos, ya que el cristianismo no ejerce la hegemonía sobre la moralidad. Aceptar eso, nos dice Pessoa, supondría reconocer que todo no-cristiano es, de por sí, inmoral. En términos morales el paganismo equivale a la disciplina que perfecciona y orienta a lo humano en ausencia de una trascendencia, frente al cristianismo que alienta la flaqueza. El papel del paganismo como religión es el de armonizar todas las habilidades humanas en vez de reprimirlas. Al subordinar las capacidades menores del hombre a las mayores coordina esa multiplicidad que, a imagen de la Naturaleza, es cada ser humano.

El politeísmo griego consta, para Pessoa, de tres adjetivos, es: estático, humano y sincretista. El monoteísmo, en cambio, es fruto de la decadencia y la degradación. El «cristismo», para Pessoa igual que antes para Edward Gibbon, es la decadencia de Roma: «El cristismo es la inversión de los valores humanos» y «nació en la época de la decadencia romana». Por lo tanto, inversión y decadencia de un paganismo subyacente: el grecorromano. Los dioses paganos son carnales, mientras que Cristo es sustancialmente simbólico. Cristianismo y budismo son antihumanos, postulan la abstracción en lugar de la carnalidad, y en ese sentido también atentan contra las divinas leyes de la Naturaleza. Recordemos que algunos importantes amigos y admirados poetas de Pessoa cometieron suicidio: Mário De Sá-Carneiro o Florbela Espanca.

Pessoa tiene una concepción determinista de la acción humana, según la cual la libertad está guiada por fuerzas mayores de la Naturaleza que la cultura quintaesencia en la noción de Destino, que es superior incluso a la propia fuerza de los dioses. La religión tiende a la unidad en el pensamiento, mientras que la metafísica aúna dualismo en su punto de partida y monismo en su punto de llegada, ambas visiones confluyendo en una misma cosmovisión. Escribe Pessoa: «Yo soy uno; el mundo es muchos: he aquí la forma fundamental del pensamiento». Las relaciones entre sujeto y objeto, que se despeñan en el cristismo y su clara impronta subjetivista, encuentran un equilibrio casi perfecto en el paganismo defendido por Pessoa.

El propio nombre de Pessoa, que en castellano significa «persona», unido a su poética póstuma de los heterónimos, viene a marcar esa relación conflictiva, tan propia de su forma de entender el pensamiento y la poética, entre el uno y la multiplicidad, entre el sujeto y el objeto, entre la variedad del mundo y las limitaciones de la percepción subjetiva, que a su vez amplia a la relación entre el hombre y la Naturaleza. Al escribir, Pessoa encarna su propio pensamiento acerca de la Naturaleza, a su vez ampliable a una visión de la antropología y la política. Si Dios está contenido en la Naturaleza puesto que la Naturaleza es la obra maestra del Creador, el hombre debe imitar a la Naturaleza y su inconmensurable variedad para acercarse a lo divino.

El grado cero de la verdad, si atendemos a la Naturaleza, se encuentra en el instinto de conservación. En ese sentido, el paganismo grecorromano es superior porque defiende tres puntos esenciales: «La pluralidad de los dioses como esencia de la mitología», «la adopción de la creación como ideal humano» y «la concepción del universo esencial como fenómeno esencialmente objetivo». Es por esa capacidad creadora que el pagano puede crear nuevos mitos que acabarán formando parte de la religión: «el pagano es creador consciente de sus dioses, mientras que el cristiano lo es inconscientemente». En el pugnaz estudio de la Naturaleza de Pessoa destaca su hondo conocimiento de la astrología: realizó un millar de horóscopos, según algunas fuentes.

El universalismo derivado del cristismo y el budismo, encuentra su origen, si aceptamos la tesis de Pessoa, en el onanismo artístico que se vuelve hacia el mundo interior, lo que el artista siente y nada más, frente a la superioridad ética, estética y metafísica del paganismo. Si el arte cristiano expresa los sentimientos del artista, el arte pagano imita a la Naturaleza. Para Pessoa el ejemplo más claro de esta concepción artística es Grecia, donde el artista perfecciona el mundo exterior, en vez de expresar sus emociones: «Sólo expresa aquellas emociones suyas que son de los demás». Lo que, por supuesto, encaja perfectamente con el empleo que hace Pessoa de los heterónimos: una persona escindida en multiplicidad de máscaras que dan cuenta de todos los sueños, sentimientos y emociones que alberga la Naturaleza.

La perfección artística se remite a la materia y a su contemplación, mientras que su aberración remite a la abstracción; y por eso la Modernidad, siguiendo al cristianismo, nace de la inadaptación al medio, es decir, de su abstracción pura de la realidad. Hemos perdido el contacto con la materia y aquello que late bajo ella: la substancia. Dice Pessoa: «Vivimos una vida que ya ha perdido del todo la noción de normalidad, y donde la salud vive gracias a una concesión de la enfermedad». La enfermedad, bajo la que subyace la inadaptación, se ha establecido como norma. ¿Cómo salir de la enfermedad? Haciéndonos más grandes que nuestra maltrecha perspectiva subjetiva. Por eso el poeta necesita ser un «fingidor», un mitólogo, un impostor.

El igualitarismo es parte de esa enfermedad: no hay dominio de élite, disciplina u orden social alguno. Sin élite para imponer orden o disciplina, tampoco hay religión que guíe moral y metafísicamente a la sociedad. Escribe Pessoa: «El concepto, en apariencia menor, de los dioses paganos semejantes a los hombres es, en verdad, superior al concepto platónico, y después cristiano, pero ya llegado antes de las civilizaciones inferiores y orientales, de que el Dios creador es una entidad abstracta. El politeísmo helénico es el reconocimiento de que los seres son semejantes a las obras de arte». En uno de sus más célebres poemas, Pessoa se pregunta, por medio de su heterónimo Alberto Caeiro: «¿Una flor tiene acaso belleza? / ¿Tiene acaso belleza una fruta? / No: tienen color y forma / y tan sólo existencia». Lo importante no es la flor, sino lo que late bajo la flor: una esencia divina que podríamos llamar: vacío.

La estética de Pessoa, puramente neopagana, dicta: el arte debe ser vida, en el sentido de que debe: «dar el objeto o el sentimiento tal cual fue sentido», «vitalizarlo para dar sensación de la realidad» y «coordinar las formas de vitalización empleadas». Esta poética se puede sintetizar en tres principios: «generalidad», «universalidad» y «limitación». El «cristismo» nace de la perversión de estos principios e, incluso, de su inversión abierta. De la misma forma, la Reforma protestante es la negación del Renacimiento: «el Renacimiento consigue su relativa grandeza apoyándose en los elementos paganos del catolicismo» y «la Reforma es una prolongación del Renacimiento y es su negación».

Según Pessoa, el paganismo helénico procede de Egipto. Su vertiente exotérica se fundamenta en el mito, igual que su vertiente esotérica proviene del misterio. El cristianismo sería la inversión de ese paganismo esotérico, donde hasta el mito ha perdido su sentido, no digamos ya un misterio del todo anulado por el dogmatismo. En ese sentido, el Renacimiento y el Romanticismo destacan como dos formas de hacer resurgir el paganismo en las que al final el platonismo acabó frustrando el éxito de la operación. Donde Renacimiento y Romanticismo fracasaron, Pessoa cree que triunfará el ocultismo: «La liberación ocultista moderna ha servido, probablemente a los fines de traer al cristianismo a su punto sano: el paganismo esotérico». Sobre esto destaca muy especialmente lo que escribe acerca de los rosacruces: «Los Rosacruz son los transmisores de la vieja tradición aristocrática dentro del ocultismo».

En su paso por Portugal, lugar en el que llegó a fingir un suicidio, Crowley se instaló en Sintra, donde a buen seguro visitó la Quinta da Regaleira, cuya forma esculpida en piedra imita una Rosa sobre una Cruz templaria grabada en el suelo. Cabe reiterar, en ese sentido, que Pessoa fue un activo miembro Rosacruz, además de perteneciente a varias logias masónicas y a sendos grupos teosóficos. La vinculación entre el rosacrucismo, Sintra y Pessoa ha sido estudiado por el criminólogo José Manuel Morais Anes, que además fue Gran Maestro de la Gran Logia Regular de Portugal. Según esta aproximación, Pessoa fue un buscador de esa «Nada que lo es Todo» y de ese «mito» en cuya ficción pervive la «Verdad». Escribe el Gran Maestro: «Aunque Pessoa, poeta, mago y alquimista, no hubiera alcanzado la inmortalidad a través de su obra literaria, este simple vértigo iluminador le habría asegurado la inmortalidad espiritual, la realización de la Gran Obra, al igual que la serpiente que, al dejar la piel en todos los caminos, sigue ese camino que no existe, en el que se encuentra sola y con los dioses, que son ella misma, creando» (Pessoa Esotérico, José Manuel Anes, 2004).

En el origen de ese «paganismo esotérico» preservado por el ocultismo estaría la Gnosis nacida de la confluencia de la Cábala judaica y el neoplatonismo. Dice Pessoa: «La Gnosis es una herejía que no ha desaparecido nunca. Oprimida, aplastada exteriormente, esta secta de ocultistas se volvió secreta, desapareció de la evidencia histórica, pero no de la vida. No es imposible encontrar, aquí y allí, pruebas de su permanencia secreta». Según su particular cronología histórica del hermetismo en el Mundo Moderno, los Caballeros de Malta, la Orden de los Templarios, los Rosacruces y por último los Masones «son los descendientes remotos, según una tradición nunca interrumpida, de los esotéricos espíritus de que se componía la Gnosis. Las fórmulas y los ritos masónicos son nítidamente judaicos; el substrato oculto de estos ritos es claramente gnóstico. La Masonería procede de una corriente de los Rosacruces».

El regreso del rey que late en el sebastianismo de Pessoa es ante todo el regreso de lo sagrado, entendido como religión, a la vida social, a través de una élite capaz de imponer un nuevo orden metafísico. La Gnosis es esotérica porque el secreto y el misterio, entendidos como pilar necesario de la cosmovisión pagana, no pueden vulgarizarse. Se basan en un don que se tiene o no se tiene, la intuición, cuya comprensión va más allá de la inteligencia. Politeísmo y monoteísmo, como síntesis de la Rosa-Cruz, son verdaderos de forma simultánea: «Este misterio fundamental se encuentra figurado en el sello llamado de Salomón», como combinación del pentagrama y el hexagrama bajo la forma de una estrella de seis puntas trazada a través de la conjunción de dos triángulos.

En su apología de la Gnosis y del ocultismo, síntesis y esencia del pensamiento neopagano político y antropológico del autor del Libro del Desasosiego (Bernardo Soares, 1982), Pessoa llega a cantar las alabanzas de los caminos «nocturnos» y «de la mano izquierda» a la hora de acercarse a un sistema de Realidad distinto de la nuestra, que sintetiza bajo el concepto de «Otro Mundo». La revivificación europea parte, según su criterio, de esta nueva visión de la realidad que habilitará el regreso de los dioses: «los dioses son aquellos para quienes lo Real es Ilusorio. Son la humanidad superior; tienen una realidad divina superior a ellos». En ellos, esto es, también en nosotros, late una llama fértil capaz de reavivar el Misterio.

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