Las pulseras del chino

Las pulseras del chino. José Vicente Pascual

El asunto de las pulseras telemáticas antimaltrato y cómo la chapuza ha afectado a mujeres víctimas de violencia de género sería casi cómico si no fuese siniestro. Es un ejemplo bastante escandaloso de la cochambre ideológica de la que se nutren nuestros gobernantes y también de su desvergüenza. Pues no me cabe duda, detrás todo este debate en torno a la ineficiencia de las famosas pulseras averiadas se esconde una verdad grande como el presupuesto del ministerio de igualdad: alguien se lo ha llevado crudo. La picaresca aliada con la histeria doctrinaria genera monstruos presupuestívoros, cosa sabida hasta en Pekín. La sustitución radical de las pulseras fabricadas con tecnología israelí por otras de la tienda del chino, el consiguiente «ahorro» en medios para la lucha contra la «violencia machista», ha puesto ricos de la noche a la mañana a tres o cuatro listillos y listillas. Ya llegará el preceptivo informe de la UCO para confirmarlo. De momento me quedo con la íntima convicción, que no suele fallarme.

«¿En qué cabeza cabe?», me pregunta mi vecina Angelita, aficionada a TikTok y socia del Espanyol CF, más de derechas que don Pelayo y más nacionalista que Silvia Orriols. Le respondo que cabe en la cabeza de las célebres feministas del ministerio igualitario, doña Irene, la gran Pam y otras empoderadas que decidieron un buen día hacer el bien y cancelar el mal; y en favor de los derechos humanos, de la libertad del pueblo palestino y la dignidad de todas las mujeres, acordaron que «les jodía mucho» proveerse de material israelí. Gastaron además una cantidad indecente de dinero en el volcado de datos de unas pulseras a otras, dinero del Estado que no sobra cuando la gente lo necesita de verdad pero que abunda extraordinariamente cuando a los mandamases se les mete una ocurrencia en la sesera. El resultado de todo ello: pulseras telemáticas que no funcionan, mujeres desprotegidas ante sus posibles —probables— agresores, órdenes de alejamiento que son papel mojado, sobreseimiento de decenas de causas por quebrantamiento de condena o incumplimiento de aquellas disposiciones de lejanía; si las pulseras no funcionan, no funcionan para nada y para nadie y no se puede acusar a un cristiano de habérsela quitado dos veces cuando otros se la ha quitado doce sin que el juez se entere.

El caso más sangrante hasta ahora es el de un condenado por violencia doméstica que galamente y por sus propios medios se libró de la pulsera, la dejó en casa y ha estado meses por ahí, por el mundo, amargando la vida a su víctima y sin que pudieran echarle el guante; y sin que la pulsera dijera ni pío, como es natural.

Dice el juez de este caso que las pulseras nuevas, las baratas de los chinos, no funcionan. También lo dice la policía. También lo dicen los abogados de las víctimas y las propias víctima. No funcionan, eso aseguran. Pero la actual ministra del ramo, inefable del todo porque ni sé cómo se llama ni quiero enterarme, dice que sí, que las nuevas pulseras funcionan. Claro está que los jueces, los policías, los abogados y las víctimas que critican al ministerio de igualdad deben de ser fascistas, criptofascistas en el mejor de los casos. Malas personas seguro, porque hace falta ser mala persona para denunciar esta situación. Además, sólo se han producido fallos en el 1% del material adquirido a los chinos. ¿Qué es un 1% comparado con la satisfacción moral de renunciar a un proveedor israelí? En este mundillo de la izquierda adolescente todo es cuestión de verdades emocionales y estadísticas a bulto, que son las mejores —si las cocina Tezanos, ya gloria bendita—. Las pulseras israelíes no fallaban nunca, es verdad, pero si ahorramos un dinerito al contribuyente, alguien mete otro dinerito en su buchaca con el negocio alíexprés y encima cancelamos a un malvado proveedor israelí, entonces un 1% de fallos es asumible, una víctima colateral que apenas causará variación en las estadísticas generales. Lo mismo que las denuncias falsas por maltrato y violencia de género: como son un 0’0001% y además siempre afectan a los mismos y esos mismos están localizados entre la cúpula de Podemos y la florinata de la prensa progre, pues no hay dilema: vamos allá con el 0’0001%, un mal asumible. Igual que con la ley aquella, tan glosada, del SíxSí: sólo sí y sólo el 8% de los condenados por agresiones sexuales salieron a la calle en libertad, y encima salieron porque los jueces son fachas y no supieron comprender ni aplicar la ley Irene/Pam en toda su grandeza feminista. Y que conste: según el devocionario de aquellas genias y sus seguidoras, charos y josemas y demás pierdemisas del gremio, la violencia de género, las agresiones sexuales y toda la criminalidad masculina en estos ámbitos es propia solamente de hombres blancos heteros, porque lo dicen las estadísticas. Que no se lleven cuentas de los delincuentes que no sean hombres blancos heteros no quiere decir nada, sólo faltaba fomentar la xenofobia y la homofobia por el método de fichar a jóvenes de Jovenlandia o a personas con distinta sensibilidad en materia tan delicada como el sexo de cada uno. Nada, nada: las estadísticas no mienten. Y según la científica verdad de las estadísticas, las pulseras del chino funcionan. Lo demás son ganas de complicar la vida al gobierno. También se sabe en el mismo Pekín y en toda China, porque la ministra lo ha dicho: las mujeres maltratadas les importan un 99%. El 1% que según sus cuentas queda a cielo raso, las que se quejan y temen y vuelven a quejarse, esas atorrantes, esas No Pasarán.

Top