Destiempo

Destiempo. José Vicente Pascual

La batalla cultural llegó tarde, a destiempo. Mientras la izquierda balanguera hilaba, hilaba y tendía sus hebras pegajosas por la última esquina del ideario contemporáneo, la derecha financiera, política y dominical se dedicaba a cuadrar balances, vigilar las cifras del paro y el incremento del IPC. Y a sus negocios, como es natural, fuesen legítimos o por el método Santa Lucía, robando de noche y vendiendo de día. A derecha aburrida y trincona, izquierda ingeniosa y gastosa. En España utilizaron las benéficas cajas de ahorros para sufragar todos los caprichos grandes y pequeños del neo-igualitarismo, con los sindicatos a la cabeza, pues aún eran tiempos de sindicaleo de clase y otros mitos. Aparte de foulares y comegambas, cualquiera que tuviese algo de qué quejarse tuvo ventanilla en aquel reparto a la valenciana, sin escatimar y sin mirar a quién. Cuando se acabaron los fondos y llegó el crujir de dientes, la izquierda imaginaria reaccionó e inventó como siempre: la culpa era de los bancos, del “rescate a los bancos”; de las cajas de ahorros, que fueron el 90% del agujero, no se acordó nadie. La derecha, mientras, seguía a lo suyo, sus negocios y sus números, hasta el guantazo de 2018. Y de aquellas aberraciones estas novedades.

“Tras la guerra llegó la paz, la paz trajo el bienestar, el bienestar el ocio, el ocio el vicio y el vicio de nuevo la guerra”, decía Quevedo. Cómo llevarle la contraria. Tenemos ejemplo lejano e instructivo en Chile, país en lo remoto que desde las aventuras de Allende y el golpe de Pinochet ha servido de referencia a curiosos y estudiosos. En 2019 Chile era un país próspero y en paz, “el único país vivible de la América hispana” según Antonio Escohotado. La gobernanza de centro derecha se dedicaba a lo de siempre, gestionar las contradicciones del mercado, recaudar impuestos en medida razonable y conservar las instituciones. Todo en orden hasta que alguien tuvo la idea de subir el precio del billete de metro. Aquella medida tan leve fue insospechado origen del formidable estallido social, protagonizado por masas juveniles caprichosas y bien alimentadas, que hundió el presente del país y apostó su futuro al rojo de Sao Paulo y el negro de Caracas. No hubo batalla cultural previa, simplemente se produjo lo inevitable: la toma de posesión del ideario woke-neoprogre, incontestado durante lustros y que mantiene en el poder a Boric y su Frente Amplio desde hace años. Se verá hasta cuándo. Lo interesante de este proceso es comprobar cómo a la izquierda reinventada no le importan en absoluto la marcha de la economía, los niveles reales de bienestar social, la justicia distributiva, la deuda externa o que la inflación suba o baje. No van al detalle porque lo quieren todo y ahora. En el fondo bien en el fondo, para esta gente tampoco existen ya la lucha de clases ni el combate de las ideas: todo el pescado está vendido, todo está dicho y nada está hecho. A las barricadas, o mejor dicho: al poder sin pudor.

Volviendo a esta orilla, mucha gente se asombra de que en España continúe en el poder, tranquilamente, un sátrapa demagogo que contamina de corrupción y violencia cualquier entorno próximo. No se ha entendido, creo, el espíritu de los tiempos. Para la izquierda —esta izquierda que nos toca sufrir—, la guerra ideológica terminó hace mucho, todo queda establecido, la verdad definida y los objetivos marcados; quien esté en contra no es que sea enemigo suyo: es enemigo de la humanidad, seguramente de la ciencia, la razón y la justicia. Se acabó el debate. Y como el debate está zanjado para ellos, les importa muy poco —nada—, que nuestro presidente sea un dechado de corrupciones, que la nación española esté siendo vendida a trozos a las mafias autonómicas, que las instituciones hayan sido parasitadas por bandas de esbirros y delincuentes. Lo dicho: todo el pescado está vendido. Ahora lo que toca es resistir y esperar nuevas convocatorias electorales. Si pueden, darán pucherazo como en las de 2023. Si no ganan, movilizarán las calles hasta incendiarlas. La democracia es el último reducto de los canallas y la igualdad el último argumento de los criminales y los violentos. Sólo hay que fijarse dos minutos en las reacciones de la izquierda y sus voceros mediáticos tras la agresión sufrida en Pamplona, la semana pasada, por el periodista José Ismael Martínez: la culpa es de Vito Quiles y antifascismo a tope. ¿Quién dijo trinchera cultural? Reformulo: quienes construyen ahora la trinchera cultural, tarde llegan. Duele decirlo pero es debido: se acabaron los argumentos porque se impusieron las adhesiones, cada uno en su bando, subido en su montón y hablando de los demás, desautorizando al de enfrente. Quienes lamentan “la polarización”, “la crispación”, no saben en qué mundo viven. La polarización y la crispación fueron líneas de trabajo, muy concienzudo, de la izquierda en tiempos de Zapatero. Ahora ya no necesitan polarizar porque todo está ya polarizado y crispado. Ahora toca mantenerse en el poder.

Ahora es momento de ejercer la hegemonía. Lo demás pasó a la historia.

Con todo descaro, con absoluta desfachatez, desafiantes como el presidente ante la comisión investigadora del Senado, no necesitan convencer a nadie porque su ejército está ya convencido y muchos de sus votos pagados y rentabilizados gracias al gasto público. Lo demás son discursos en unos tiempos en que los discursos parecen cada vez más vacíos porque, en efecto, están vacíos; porque no hacen falta para nada: hegemonía y punto.

Dice Elon Musk que la guerra civil en el Reino Unido es inevitable. Estoy de acuerdo, aunque no me encuentro capacitado para imaginar en qué manera y con qué medios se librará una guerra que, también inevitablemente, alcanzará a todo occidente. A todos. ¿Les parece exagerado, alarmista, apocalíptico? Miren, óiganme porque es fácil de adivinar: han levantado su muro, a un lado está el bien y en el otro quedamos los demás, los discordes, o sea: el mal propiamente dicho; y el bien y el mal nunca resolvieron sus conflictos en las urnas ni por métodos democráticos. Ni urnas ni libertades ni derechos, lo dije antes: hegemonía. También antes lo dije: el pescado está vendido y ya de nada vale pregonarlo barato. Esperemos que, por lo menos, esa guerra civil predicha por Musk no sea a puro plomo y que el campo de batalla no sean nuestras calles. Ya veremos. Eso sí: guerra civil o incivil, virtual o presencial, con armas o con tecnología, con balas o con virus, tendremos. Al tiempo.

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