Macarras interseculares

Título: “Macarras interseculares”

Autor: Iñaki Domínguez, Marina Cochet

Dum Dum siempre estuvo. Mi padre, asiduo del Campo del Gas, solía contar aquella velada tras la cual, Pacheco, rodeado de chicas, se adentró en la noche madrileña a bordo de un descapotable. Muchos años después leí Mear sangre. En sus páginas, el boxeador que se cubría con un chapiri desvelaba un pasado delictivo y carcelario. También una sorprendente admiración por Hernán Cortés, al que acompañaban Franco y Elvis Presley.

Mis primos maternos vivían en Aluche y renovaban su ropa todos los años. Con un par de temporadas de desfase, yo heredaba su vestimenta. En verano, mientras mi padre seguía en el andamio, mi madre nos llevaba una semana a Madrid. Unas vacaciones a la inversa. Días de piscina con olor a Nivea y evocaciones del Parque Sindical. Esteban pero, sobre todo, Jorge, siempre tuvieron pandilla, siempre tuvieron calle. Jorge, incluso, fue, para espanto de mi abuela Catalina, breakdancer.

La lectura de Macarras interseculares me ha devuelto a aquellos días y a viejas fotografías en las que aparecen los mismos coches que derrapaban en las películas de quinquis, los mismos descampados sobre las que emergían los bloques de pisos, algunos de ellos paralizados por la crisis del 73, convertidos en grisáceos esqueletos. También me ha recordado la cárcel de Carabanchel. Su cúpula negra que irradiaba galerías. En sus muros, Pacheco cuenta que iba con alguna novia a darse el lote para solaz de sus antiguos compañeros de celda.

En su Macarras interseculares (Ed. Astiberri, Bilbao 2025) Iñaki Domínguez ofrece esos y otros muchos fragmentos de vidas que a todos nos han pasado rozando. Ofrece, sobre todo, recuerdos, testimonios. Imágenes congeladas convertidas en viñetas gracias a Marina Cochet. Un formato ideal, el del cómic. Arte popular para rescatar a personajes surgidos de un pueblo. De localidades remotas que quedaron atrás para buscar una vida mejor en las grandes ciudades en las que se alternaban carteleras de Hollywood y desarraigo.

Si en el XIX España ofreció al mundo la figura del bandolero, cuyos perfiles fueron suavizados por la visión romántica, por los viajeros que buscaban exotismo nada más cruzar los Pirineos, un siglo después, los Estados Unidos acuñaron un nuevo canon edulcorado por la tecnología que ha acompañado al imperio con capital en Washington: el cine. De hecho, la banda a la que perteneció Dum Dum Pacheco, los Ojos Negros, se inspiró, como tantas otras, en el musical West Side History.

Macarras interseculares está atravesado por diferentes hilos. Al cinematográfico le acompaña el musical. Si los Ojos Negros protegieron al primer Camilo Sesto, una banda sonora compuesta por ecos rockabillys, mods, jevis o tecnos acompañan a la obra. Y a cada tiempo, a cada banda o tribu urbana, una forma de vestir, una de peinarse, una de hablar. Señas de identidad necesarias para cohesionar y distinguir al grupo. Hay también un estimulante para cada época, una droga para cada colectivo. Del alcohol de las barras americanas a la heroína, de la cocaína a las pastillas extáticas. La obra deja también un reguero de cadáveres a su paso. Mientras Dum Dum ha sobrevivido a todos los integrantes de los Ojos Negros, otros protagonistas yacen rígidos con una jeringuilla clavada en la vena.

Del mismo modo que don Quijote aparece en El Quijote contemplando su historia impresa en forma de libro que no osa tocar, Iñaki Domínguez también asiste, dentro del cómic, a la adaptación gráfica de Macarras interseculares. Su aparición en una de las últimas viñetas no debiera ser la última, pues otras bandas son las que ya campan por los barrios de las ciudades a la búsqueda de un autor que narre sus hazañas.

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