¿España nación de naciones y prisión de naciones?

¿España nación de naciones y prisión de naciones?. Daniel López Rodríguez

El sintagma «nación de naciones» al menos ha ido ganando protagonismo en la vida política española desde los tiempos de Zapatero, aunque es cierto que en los tiempos del sanchismo no se ha pronunciado tanto y más bien la expresión más de actualidad, fundamentalmente por boca de podemitas, es «plurinacionalidad» o «Estado plurinacional», como ya lo manifestaban en sus primeros años (véase https://www.elmundo.es/espana/2016/06/21/5768538fca4741440a8b4578.html).

Los que han empleado el término «nación de naciones», aplicándolo no con buenas intenciones o intenciones dañinas para la nación española, sencillamente no saben lo que dicen, porque dicho sintagma o es contradictorio o es redundante.

Es contradictorio si entendemos «nación» como nación política y «naciones» como naciones políticas, es decir, si se está diciendo «nación política de naciones políticas». Pero en España, como en cualquier otra nación soberana (con mayor o menor potencia), por lógica no cabe más que sostener que es imposible una nación política de naciones políticas, porque la soberanía de la nación política pide la unicidad, esto es, la nación política es una e indivisible y no caben ni pueden caber otras naciones políticas en su seno. El Estado es uno, y está rodeado por otros Estados en la dialéctica de Estados, y la pluralidad habida en el interior de ese Estado más bien vendría a corresponderse con la dialéctica de clases: el enfrentamiento de diferentes partes de una sociedad política por el poder, lo que supone además las complejidades de la política menuda de cada día y a su vez la política a largo plazo dentro de unos planes y programas determinados.

Para demostrar que España es una nación política y Cataluña no, ya que simplemente es una parte formal de la nación política española, habría que sostener que los separatistas catalanes piden un Estado propio, que es lo mismo que una nación política. Pero no se trataría de una nación canónica sino fraccionaria, como parte putrefacta del todo de la nación canónica de la que una vez formó parte.

Dicho de otro modo: al solicitar la «independencia» los separatistas ya están reconociendo a España, y no cabe separarse de lo que no existe. Luego de no reconocer a España los separatistas no pedirían la mal llamada independencia. Así que la expresión «nación de naciones» es tan contradictoria como la expresión «Estado de Estados» o «Imperio de Imperios».

A su vez, es redundante porque si por «nación» se da a entender nación política y por «naciones» naciones étnicas entonces España, como cualquier nación política, es una nación de naciones, porque puede decirse que no hay nación política que contenga en su interior una sola nación étnica, pues siempre hay varias naciones étnicas; aunque es cierto que en algunos países hay más variedad y en otros menos. Pero sea como fuere, es imposible una nación política con una sola etnia (así como es imposible un Estado con una sola cultura, de ahí que el Estado sea multicultural de suyo, y -si se quiere- ya por la pluralidad misma de la política real y de la realidad en general).

Cabría preguntarse cuáles son estas naciones étnicas que conviven no sin polémica, como las diferentes culturas, en el seno de la nación política española. Porque esa es la cuestión.  Podríamos decir que esas etnias son las siguientes: los payos, los gitanos, los judíos, los marroquíes, los chinos, los rumanos, los ecuatorianos, los venezolanos, etc., etc. Y habría que añadir también a los cientos de «sin papeles» que van llegando mes a mes a nuestras costas y que, en nombre de la ética y de los Derechos Humanos, hay que dar alimento y acogida; pero las normas políticas o morales obligan a limitar el número de inmigrantes que pudieran beneficiarse de los recursos y del Estado del Bienestar, pues la continua acogida de inmigrantes haría colapsar dicho Estado. Y gobernar se gobierna con la política y no con la ética, con la que puede entrar en contradicción, aunque no siempre. (Ya en Posmodernia hemos escrito algo al respecto: https://posmodernia.com/diferencias-entre-etica-y-moral/).

Si se diese el desastroso caso de que Cataluña se separase de España y se formase como nación fraccionaria entonces el nuevo Estado catalán también sería una «nación de naciones», es decir, sería plurinacional en el sentido de que sería una nación política (fraccionaria) con diversas naciones étnicas, con muchos marroquíes y afganos adeptos al islam y, en comparación con Madrid, con menos inmigración hispanoamericana (política que llevó a cabo Jordi Pujol porque los que llegaban de América ya sabían hablar español, y con eso les bastaba para integrarse, y lo que quería el imprudente Molt Honorable o más bien el Absolutamente Nada Honorable era que los nuevos inmigrantes hablasen catalán para integrarse en el catalanismo).

En el hipotético caso de que Cataluña se separase de España no sería un Estado independiente o una nueva nación política sino una apariencia de Estado y de nación política. Cataluña sería, en todo caso, una administración de terceras potencias o tal vez un gigantesco paraíso fiscal para multinacionales, como lo sería también el País Vasco, que llegaría a ser -como decía Indalecio Prieto- un «Gibraltar vaticanista».

Y como ya hemos advertido muy de pasada, tampoco sería exacto decir que ha realizado la independencia, porque tanto Cataluña como Vascongadas nunca han sido colonias de un Imperio colonial español; porque el Imperio Español, en tanto Imperio generador, replicaba la estructura de la metrópolis en las provincias y por tanto no había la asimetría del imperialismo depredador que se escindía entre la metrópolis y las colonias. Y asimismo Cataluña siempre estuvo en la metrópolis y no en «ultramar». De hecho, nunca fue conquistada o anexionada por el Imperio Español, siempre fue parte del mismo, ya que era parte del Reino de Aragón que se unió al Reino de Castilla. Por tanto, y a ver si les queda por fin claro a estos lumbreras, Cataluña nunca fue una colonia y siempre fue parte formal de España, es decir, no es un producto de una conquista o una anexión a una España previa como Estado engullidor y opresor.

Como es difícil determinar qué y quiénes son los catalanes (si son los nativos o los empadronados en Cataluña, o para complicarlo aún más habría que añadir qué pasaría con los nacidos en Cataluña que no viven allí) y dada la cantidad de andaluces, extremeños, murcianos, y de todas partes de España y de otros lugares del mundo que residen en dicha región, es problemático afirma que Cataluña sea una nación étnica, y reivindicar tal cosa destaparía el racismo que en sus orígenes mostraba sin tapujos el separatismo catalán. Por eso los ideólogos separatistas apelan al mito oscurantista y confusionario de la Cultura; que, entre otras cosas, tras la Segunda Guerra Mundial vino a encubrir el mito de la raza. Y se postula, aunque desconozcan el idealismo del filósofo alemán Juan Teófilo Fichte, que una cultura pide un «Estado de cultura», es decir, si una sociedad dispone de una determinada cultura debe disponer de un determinado Estado.

Aquí está funcionando a toda máquina el todopoderoso mito tenebroso de la Cultura, que tanto daño ha hecho y sigue haciendo. Este mito ha sido una de las claves para que los separatistas catalanes quieran construir una nación con la lengua, la sardana y la butifarra. Así como los separatistas vascos quieren hacer la suya con el euskera y el aurresku.

Asimismo, el mito de la Cultura, que ha justificado todos los tipos de atropellos y sandeces habidas y por haber, está bien arraigado en la denominada «izquierda española»; y de ahí que se solidaricen con los separatistas contra España, a la que ven como una «prisión de naciones», por eso claman por el «Estado plurinacional».

Los separatistas y sus cómplices izquierdistas (y también algunos derechistas, fundamentalmente los del partido de la gaviota), al creer que son portavoces y representantes de naciones genuinas, piensan que están luchando contra la opresión de esa cosa artificiosa, expoliadora, autoritaria, franquista, fascista, nacionalsocialista, ultraderechista y por ende hipermalvada llamada España.

Pero no queda claro si cuando dicen «prisión de naciones» quieren decir naciones políticas o naciones étnicas, cosa que al no disponer de Idea de nación ni de una taxonomía de este término tan complejo hace que lo confundan todo en un mejunje sin orden y concierto tomando de cada casa lo peor en un disparatado totum revolutum pronunciado con mucha bilis y excesiva ideología (conciencia falsa) y, por consiguiente, con mucho peligro para la unidad e identidad de España (a la que no amamos por mero simbolismo o por sus glorias pasadas sino por la garantía que supone tener un Estado fuerte, con buenos aliados, para la prosperidad de nuestras vidas y la de nuestros hijos).

Sencillamente no saben lo que dicen, pero la papilla ideológica es lo que se impone y suministra a todas horas, ya que es lo políticamente correcto aun siendo la mayor de las estulticias y, lo que es peor, la más elevada de las imprudencias.

Y la confusión es enorme porque el término «nación», o el «sustancializado» nacionalidad, es oscuro y confuso si no se especifican los géneros y especies de nación a los que se está haciendo referencia. (En Posmodernia hemos esbozado la Idea de nación que postula Gustavo Bueno pensando contra el youtuber El Despertar de Minerva, el cual, por cierto, contestó con un vídeo a dicho artículo. Aquí el artículo: https://posmodernia.com/la-idea-de-nacion-de-gustavo-bueno-y-la-pseudocritica-del-youtuber-el-despertar-de-minerva/, y aquí el vídeo, el cual se lo agradecemos: https://www.youtube.com/watch?v=JU3XPrcrDOI. Habrá contestación al mismo, pero dentro de un tiempo).

Además del mito de la Cultura, lo que también ha hecho mucho daño para que surjan ocurrencias como la de «prisión de naciones» ha sido la Leyenda Negra, que entre los principales creyentes se encuentran los propios españoles, siendo esto uno de los principales lastres para el devenir de nuestra nación y para la Hispanidad en general; es decir, no sólo es una imprudencia en lo que a la nación política se refiere sino también a nivel geopolítico. De hecho, los españoles negrolegendarios, que lastimosamente son legión, le tienen tanta inquina al diablo que ni siquiera lo llaman por su nombre, y prefieren hablar de «Estado» o de «Este país». Aunque también hablan de «Estado Español», como dando a entender que España no es una nación sino un Estado opresor, esto es, una prisión de naciones.

La expresión «Estado Español» era una terminología del régimen franquista, para que no se hablase ni de «República» ni de «Reino de España». Y el franquismo, tal y como lo han querido contar la progresía española y de parte del extranjero, es el último gran episodio de la Leyenda Negra, que por el memoriohistoricismo imperante ha bloqueado el entendimiento histórico de muchos españoles y también de muchos hispanos en todo el mundo a base de ridículas exageraciones y vergonzosas e imperdonables omisiones. Memoriohistoricismo (o memo-historicismo) es negrolegendarismo.

El memoriohistoricismo retroantifranquista negrolegendario -que no está dispuesto a entender sino simplemente a reír y a llorar, más bien a esto último- es una especie de boicot no sólo a la nación española sino a la Hispanidad en general, con todos los peligros que nacional e internacionalmente eso supone para el papel de España en el mundo. Y a su vez también supone un saqueo a la racionalidad y al rigor histórico.

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