De París a Berlín
Marx terminó pensando que una victoria de Francia hubiese sido mucho más perjudicial que la victoria de Alemania, pues al trasladarse el centro de gravedad de la hegemonía continental de París a Berlín eso beneficiaba al proletariado internacional, pues el proletariado alemán -pensaba el economista y filósofo de Tréveris- estaba mejor organizado para beneficiar al proletariado internacional una vez establecida la nación política alemana, la cual superaba el régimen de particularismos dinásticos. Bismarck -que llevó a cabo lo que los liberales de 1848 deseaban- sin saberlo y sin quererlo estaba, según Marx, apoyando la causa del proletariado instalándolo en una fortaleza, pues de pasada había derribado al régimen del bonapartismo que era un auténtico lastre para los intereses supuestamente universales del proletariado internacional. La unificación de Alemania llevada a cabo por Bismarck no dejó de ser interpretada, pese a todo, de modo positivo, como si se tratase de una revolución «desde arriba», pues un gran Estado alemán fortalecía al proletariado alemán para una unificación de cara a la revolución, por lo tanto no se lamentaba de que los pequeños Estados alemanes fuesen pisoteados por su derecho a la mal llamada «autodeterminación», aunque un recién creado Estado alemán estuviese bajo la dirección de un reaccionario como Bismarck (que bien podríamos diagnosticar como una especie de proto-derecha socialista, como ya hemos visto en Posmodernia: https://posmodernia.com/el-estado-del-bienestar-de-bismarck/).
Ante este relevo de la antorcha revolucionaria de París a Berlín, Bakunin objetó desde las páginas de La Liberté de Bruselas el 5 de octubre de 1872 que en esa tesis se encontraban «todas las ideas, toda la esperanza, toda la ambición de los marxianos. Éstos creen realmente que la victoria política y militar que los alemanes obtuvieron hace poco sobre Francia marca el inicio de una gran época histórica, en la cual Alemania está llamada a desempeñar en todos los sentidos el principal papel en todo el mundo, sin duda por el bien mismo de este mundo. Francia y todos los países latinos han sido; los eslavos todavía no son, además de ser demasiado bárbaros para llegar a ser algo por sí solos, sin la ayuda de Alemania; tan sólo Alemania es hoy… Lo que el señor Bismarck hizo por el mundo político y burgués, el señor Marx pretende hacerlo hoy por el mundo socialista en el seno del proletariado europeo: sustituir la iniciativa francesa por la iniciativa de la dominación alemana. Y puesto que según él y sus discípulos no hay idea alemana más progresista que la suya, han creído llegado el momento de catapultarla a la victoria teórica y práctica en la Internacional. Éste fue el único objetivo de la Conferencia que en septiembre de 1871 convocó en Londres» (citado por Hans Magnus Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, Traducción de Michael Faber-Kaiser, Anagrama, Barcelona 1999, págs. 338-339).
Por otra parte, la derrota de Francia sirvió para que concluyese la unificación de Italia, pues los franceses no estaban en condiciones de defender el territorio papal de Roma, que se anexionó al Reino de Italia y se convirtió en capital del mismo, recluyéndose Pío IX en el Vaticano.
También era un lastre el Imperio Ruso, tan odiado por Marx. Si Prusia siempre había dependido de Rusia, a partir de la unificación alemana era más bien Rusia la que dependía de Prusia, es decir, en la situación geopolítica planteada en 1871 era Prusia (ya Alemania, el Imperio Alemán o Segundo Reich) la que llevaba la iniciativa frente a Rusia (como se demostró en la Primera Guerra Mundial).
Como apuntó Engels en 1888 en El papel de la violencia en la historia, a Bismarck jamás le abandonó su fuerza de voluntad, «sino que se traduce más bien en franca brutalidad. Y en ello reside, en primer término, el secreto de sus éxitos. Todas las clases dominantes de Alemania, los junkers, lo mismo que los burgueses, habían perdido hasta tal punto sus últimos restos de energía, en la Alemania “culta” era tan común el no tener voluntad, que el único hombre que efectivamente aún la poseía se hizo por eso el más grande de todos, se erigió en tirano que reinaba sobre todos, ante el cual todos “saltaban la varita”, como decían ellos mismos, a despecho del sentido común y la honestidad elementales. En todo caso, en la Alemania “inculta” no se ha ido todavía tan lejos: el pueblo trabajador ha mostrado que tiene voluntad con la que no puede ni siquiera la fuerte voluntad de Bismarck» (FriedrichEngels, El papel de la violencia en la historia, Editorial Progreso, Moscú 1981, pág.415).
Y como escribió un gran revolucionario en 1915, en plena Primera Guerra Mundial, «Durante la guerra franco-prusiana, Alemania expolió a Francia, pero ello no altera la significación histórica fundamental de esta guerra, que liberó a decenas de millones de alemanes del desmembramiento feudal y de la opresión de dos déspotas: el zar ruso y Napoleón III… La guerra de 1870-1871 fue, por parte de Alemania, una guerra históricamente progresista hasta la derrota de Napoleón III, pues él, de acuerdo con el zar, había oprimido a Alemania durante largos años, manteniendo en ella el fraccionamiento feudal. Pero en cuanto la guerra se trasformó en un saqueo de Francia (con la anexión de Alsacia-Lorena), Marx y Engels condenaron resueltamente a los alemanes. E incluso al comienzo mismo de la guerra, Marx y Engels aprobaron la negativa de Bebel y Liebknecht a votar los créditos y aconsejaron a los socialdemócratas no mezclarse con la burguesía, sino defender los intereses independientes, de clase, del proletariado» (Vladimir Ilich Lenin, El socialismo y la guerra, Ediciones en Lengua Extranjera, http://www.marx2mao.com/M2M%28SP%29/Lenin%28SP%29/SW15s.html, Pekín 1976). Tras 1871 Alemania se fortaleció «tres o cuatro veces más rápidamente que Inglaterra y Francia» (Lenin, V.I., «Las consignas de los Estados Unidos de Europa», Biblioteca de Textos Marxistas, Marxists Internet Archive, http://www.marx2mao.com/M2M%28SP%29/Lenin%28SP%29/USE15s.html, 1 de enero de 2001). Asimismo, Alemania se encumbró entre los países industriales a causa de sus logros científicos y de aplicación tecnológica.
Y sin embargo el proletariado alemán no llevaría a cabo la revolución porque el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) renunció a la misma firmando los créditos de guerra de la Primera Guerra Mundial el 4 de agosto de 1914, lo que supuso -como dijo Lenin- «la bancarrota de la Segunda Internacional». Y esta firma impidió la serie de guerras civiles en los respectivos países entre los proletarios contra la burguesía y la aristocracia, tal y como esperaban los comunistas, y lo que sí sucedió fue una guerra entre naciones en la que los proletarios franceses y alemanes lucharon en pos de sus respectivas patrias. Luego no hubo una serie de conflictos de dialéctica de clases en las barricadas, sino una guerra atroz en la dialéctica de Estados en las trincheras. Una guerra, eso sí, que hizo posible la revolución rusa y ésta, a su vez, la revolución comunista en octubre/noviembre de 1917. Porque la guerra es la partera de la revolución y la revolución de la guerra, como volvería a verse en la Segunda Guerra Mundial.
Final.