Las rutas de la seda

Las rutas de la seda. Daniel López Rodríguez

La Ruta de la Seda se remonta al siglo I a. C., cuando empezó a extenderse una red de rutas comerciales por todo el continente asiático conectando China con Mongolia, la India, Persia, Arabia, Siria, Turquía e incluso África y Europa (llegaría a los reinos hispanos en el siglo XV). 

Estas rutas se construyeron a partir del negocio de la seda y fue una de las vías de comercio más importantes de la Antigüedad y de la Edad Media.

La seda era un producto cuya elaboración sólo era conocida por los chinos y se trataba del tejido más preciado, y desde que en el 53 a. C. Marco Licinio Craso cruzó el Eúfrates para enfrentarse con los partos y se maravilló con ese tejido suave y brillante las familias nobles romanas empezarían a vestirlo. La seda era un lujoso material para la ropa de las mujeres y acarreaba «gastos inmensos», como comentaba Plinio el Viejo en su Historia natural (77 d. C.).

Al poco tiempo de la conquista de Egipto por el Imperio Romano en el año 30 a. C. las comunicaciones entre China, el sudeste asiático, la India, Oriente Medio, África y Europa se ampliaron considerablemente.

En esta red comercial obviamente no sólo se negociaba con seda. Por dicha ruta China importaba oro, plata, piedras preciosas, marfil, cristal, perfumes y tintas; y a su vez exportaba fundamentalmente seda, pero también pieles, cerámica, porcelana, especias, jade, bronce, laca y hierro.

El budismo pudo expandirse por buena parte de Asia a través de la Ruta de la Seda. También recorrieron la ruta para predicar la Palabra misioneros cristianos nestorianos y los misioneros maniqueos por Oriente Medio. Esto recuerda a la Preparatio evangelica de Eusebio de Cesarea, cuando el obispo de Cesarea Marítima (en Palestina) sostenía que fueron las calzadas del Imperio Romano las que hicieron posible la predicación del evangelio. 

Con el tiempo las rutas de la seda dejaron de ser exclusivamente para comerciantes y militares y empezarían a ser transitadas cada vez más por sabios y monjes en busca de intercambios artísticos, lingüísticos y religiosos. De ahí que se intercambiasen las doctrinas de Buda, Confucio, Jesucristo y Mahoma. Podemos hablar de una ruta de la seda ideológica. 

El nombre es muy tardío y se debe al barón alemán Ferdinand von Richthofen, que en 1870, en tiempos de la guerra franco-prusiana, la llamó Seidenstrasse (Ruta de la Seda).  

Uno de los primeros europeos en recorrer la Ruta de la Seda hasta la misma China fue el explorador veneciano Marco Polo, como él mismo documentó en sus relatos titulados Los viajes de Marco Polo (1298), originalmente titulados Il Milione (El Millón), y también conocidos como Libro de las maravillas. Esto cambiaría la percepción que se tenía en Occidente del Lejano Oriente y particularmente de la China. 

Hay estudios que sostienen que la peste negra, que devastó Europa (La Cristiandad) a finales de la década de 1340, llegó a  través de la Ruta de la Seda (que por entonces eran las rutas comerciales del Imperio Mongol, el de Gengis Kan). Porque obviamente las enfermedades contagiosas se propagan más a medida que hay más comunicaciones; como ha pasado con la pandemia del coronavirus, que en tiempos de la globalización positiva se ha distribuido por todo el planeta (sea natural, sea artificial y accidentalmente escapado de un laboratorio de Wuhan o sea directamente lanzado apropósito en plan guerra bacteriológica).

El brote de peste estalló en la provincia sureña china de Yunnan hacia 1330, cuyo contagio pasaba de los roedores a las pulgas y de ésta a los seres humanos, fundamentalmente a través de los soldados mongoles que contagiaron a los marineros venecianos que al salir de la península de Crimea en 1348, sitiada por los mongoles, llevaron la peste a la Europa mediterránea, fundamentalmente por el comercio de pieles, que portaban pulgas.   

Al surgir la religión musulmana la Ruta de la Seda se vio interrumpida por su mitad occidental al imponerse elevados precios y altas tasas, pues los musulmanes hacían de intermediarios entre los chinos (a los que le compraban los productos a bajo precio) y los occidentales-cristianos (a los que les vendían los productos a un precio muy alto). Esto se convirtió en la base de la economía de los países islámicos. De ahí que los países europeos se pusiesen a buscar nuevas rutas marítimas, lo que dio pie a la Era de los Descubrimientos.    

En 1453, al ser tomada Constantinopla por los turcos otomanos, la ruta de la seda marítima sería destruida al embargar los turcos el comercio chino con el oeste. El viaje de Colón por el Atlántico, que emprendió en 1492 por la gracia de la financiación de sus Católicas Majestades (especialmente por la reina Isabel), buscaba la ruta comercial alternativa hacia China; pero llegaron a un nuevo continente, un «Nuevo Mundo»que se llamaría América, y por tanto la ruta hasta China por el Atlántico no se retomó hasta que en 1519 Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano la reanudaron viajando desde el Atlántico hasta las islas de las especias, atravesando el continente americano por el sur y cruzando por primera vez el océano Pacífico, lo que concluyó en la primera vuelta al mundo (la primera globalización positiva). Años después Felipe II se planteó conquistar China, pero el proyecto se abandonó. 

Los venecianos pudieron reanudar la ruta de la seda marítima casi un siglo después de que los turcos la cerrasen al pactar no sin dificultades con las autoridades otomanas.     

En este trepidante siglo XXI China ya es el primer exportador del mundo y el segundo importador. El Imperio del Centro está por la labor de derrumbar la línea Maginot comercial de la Unión Europea. Angela Merkel llegaría a decir que el proyecto chino es «importante» y por tanto los «europeos desean jugar una parte activa que deba llevar a cierta reciprocidad». Aunque al mismo tiempo la canciller pretendía mantener su equipo acrobático con Estados Unidos y China (entre Estados Unidos, China y Alemania suman el 67,3% del PIB mundial).

Si con Hu Jintao (2003-2013) China se confirmaba como gran potencia, con Xi Jinping, el emperador geoeconómico,se consolida, y más aún tras la crisis del Covid-19. En 2013, año en el que subió al poder, el presidente Xi propagó la idea de la «Ruta de la Seda moderna», cuando hizo visitas de Estado a Kazajistán y a Indonesia. La estrategia de la Ruta de la Seda pretende hacer de China la primera potencia mundial para 2049 (cuando se celebre el centenario de la revolución). 

El gobierno chino ha invertido 40.000 millones de dólares en el Fondo de la Ruta de la Seda. También ha contribuido en grandes cantidades el Banco Asiático de Inmersión en Infraestructura (AIIB, por sus siglas en inglés). Se ponía en marcha la Iniciativa Nueva Ruta de la Seda, Belt and Road Initiative (BRI) y One Belt, One Road (OBOR), que pretende ser el cinturón económico de la ruta de la seda terrestre y marítima del siglo XXI, cuya misión es mejorar las conexiones de China con el sudeste y noroeste asiático, con China y con Europa. 

China no sólo pretende reducir la ruta de la seda al comercio y la inversión sino también procura alinear al continente eurasiático a los intereses de Pekín. Y esto da pavor a los anglosajones. Cuando todos los caminos conduzcan a Pekín China habrá construido un Imperio incomparable en Eurasia, y dominará lo que los anglosajones (Halford John Mckinder a principios del siglo XX y Zbigniew Brzezinski a finales del siglo) llaman «Heartland» (el corazón del mundo), el cual si es dominado por una potencia a su vez ésta dominará la «Isla Mundo» (Eurasia y África) y finalmente todo el mundo. 

China también expande su Ruta de la Seda en África, donde tiene muchas industrias distribuidas por dicho continente. 60 países de Asia, África, Oriente Próximo y Europa se han sumado a la iniciativa China y han firmado acuerdos bilaterales con el gigante asiático. Incluso la muy americanizada o globalistizada Unión Europea ha firmado un memorando de entendimiento llamado Plataforma de Conectividad UE-China, por el que se pretende coordinar el programa de infraestructura europea con la iniciativa «Silk Road» (Ruta de la Seda en inglés). En la City y en Wall Street (en Londres y en Nueva York) están escandalizados. 

Tal vez esto pueda explicar el AUKUS, una reciente especie de sucedáneo de la OTAN centrada en acabar con China desde Asia-Pacífico con la colaboración de Australia (y dejando fuera a la Unión Europea, con una Francia rasgándose las vestiduras). 

También China fue muy inteligente en el poder federativo, al entablar una alianza comercial con países del sureste asiático. Hablamos de la Asociación Regional Económica Integral (RCEP, en sus siglas en inglés), que se fundó el 15 de noviembre de 2020 en una reunión virtual que tuvo a Vietnam como país anfitrión. Esta Asociación está compuesta por 10 países del sudeste asiático (ASEAN), 3 potencias geoeconómicas de Asia como son China, Japón y Corea del Sur y 2 países de la angloesfera como son Nueva Zelanda y Australia (que también está en el AUKUS, lo cual hace  que todo esto sean un enorme embrollo). 

Cuando se ponga en vigor sobre 2022 o 2023 (si es ratificado por todos los Estados miembros) el RCEP será el mayor bloque geoeconómico del mundo y el mayor tratado de libre comercio del planeta, que naturalmente sería liderado por China. Y poseería la tercera parte del PIB mundial, unos 26.2 millones de millones. Los 15 países disponen en total de unos 2.200 millones de habitantes. El RCEP puede acabar con el dominio de Estados Unidos en el Pacífico Occidental (es muy significativa y problemática la adhesión de dos naciones anglosajonas al dicho tratado, como son Australia y Nueva Zelanda). 

Pero la prioridad de China no está en el RCEP sino en la Ruta de la Seda: terrestre, marítima y polar (por el ártico), contando con el apoyo receloso de Putin frente a la hostilidad de Estados Unidos. Sin la protección del arsenal supersónico de Rusia (con el Avangard, que es capaz de atravesar cualquier escudo antimisiles) la Ruta de la Seda no sería posible. Las rutas de la seda pueden hacer girar el centro geopolítico de gravedad a Eurasia, aunque para eso China tiene que contar con el brazo y/o escudo nuclear de Rusia.

O más bien cabría decir que el RCEP es paralelo a las rutas de la seda, las cuales son parte fundamental de los planes y programas  de construir una «China esférica» sin que esté aislada del mundo por una muralla sino conectada al mismo como si se tratase de un campo gravitatorio que afecta a las demás sociedades políticas del planeta, de ahí que pretenda hacer honor a su nombre como Imperio del Centro (del mundo).

China trata de poner en marcha su proyecto centrípeto de globalización, si no es del todo problemático diagnosticarlo así, a través de las «Tres Rutas de la Seda» y su imponente innovación tecnológica autárquica Made in China 2025, que vendría a ser la Ruta de la Seda Digital, un megaproyecto inserto en la llamada «Cuarta revolución industrial» (IA, 5G telemedicina, tecnología blockchain, etc.), en el que el gigante asiático se embarcó hace más de una década y que trata de exportar a países en vías de desarrollo. Esto es la geopolítica de la tecnología. 

Con la Ruta de la Seda Digital todo se concentraría en torno a China y sus grandes compañías. ¿Supondría esto el fin del Imperio Estadounidense y su modelo de globalización centrífuga y la victoria del Imperio Chino y su modelo de globalización centrípeta en el que todos los caminos, incluidos el digital, van a Pekín? 

A China le interesa un mundo multipolar, es decir, no dominado por una única superpotencia (Estados Unidos), y un comercio global, es decir, aprovechando las ventajas que ofrece la globalización positiva con los medios de transporte y comunicación (como están haciendo con las diversas rutas de la seda). 

La Ruta de la Seda y el corredor económico con Pakistán harán posible que China explote las reservas de tierras raras cotizadas en 3 billones de dólares que hay en Afganistán, una vez fuera de allí las tropas de la OTAN. La CNBC, medio cercano al complejo militar-industrial, así lo afirmaba sólo dos días después de la caída de Kabul en manos de los talibanes, pues la alianza de éstos con China «ha dominado el mercado de tierras raras a escala global y amenazó con obstaculizar su abastecimiento a EEUU durante la guerra comercial de 2019» (https://mundo.sputniknews.com/20210821/detras-del-desastre-de-eeuu-en-afganistan-1115286299.html?fbclid=IwAR2gIiAgAwlfEiKeXOuT19K9Zk_uQ6w1EnpehYZxpw4lYU7rAiyLXzTcI4U). 

También Afganistán dispone de grandes cantidades de litio valoradas en 1 billón de dólares. De hecho un memorándum interno del Pentágono se refería a Afganistán como «la Arabia Saudí del Litio». Aunque como es bien sabido, Afganistán es también la tierra del opio, y -como dice el geopolítico mejicano Alfredo Jalife- Estados Unidos ha perdido la tercera guerra del opio y China ha resultado vencedora, y uno de los objetivos de la guerra de Afganistán era cercar a China, lo que ha sido un completo desastre geopolítico.  

La situación de guerra permanente de Afganistán (podríamos hablar de una guerra de cuarenta años) ha impedido las explotación de estas tierras raras. Ahora está por ver cómo China interviene en el país, y cómo Estados Unidos, que antes de irse ha instalado bases militares en los países vecinos, con 100.000 mercenarios y la alianza con el ejército turco, tratará de proteger a las empresas que penetren en el país, apoyando además a la resistencia antitalibana. Mientras tanto China tratará de reconstruir el país a cambio de la explotación de sus recursos, pero es algo que tiene pensado hacer sin enviar tropas al país que sigue siendo el cementerio de los Imperios.

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