Ya hay más expertos que personas normales. Y cuantos más expertos se presentan como tal, más descontrolada se muestra la amenaza de la que dicen ser expertos. No encontrarás expertos en algodón de azúcar o expertos en berberechos; pero expertos de cosas nefastas (expertos en pandemias, en desastres climáticos, en volcanes…) de esos encontrarás al menos veinte tras levantar cualquier piedra.
Experto proviene de la voz latina experitus, experimentado, el que tiene experiencia. Aunque estamos acostumbrados a escuchar a expertos sentando cátedra sin tener experiencia alguna (por ejemplo, los expertos contra la droga que se ponen a hablar del tema sacando pecho de no haberla experimentado nunca), la esperteza en un asunto como el suicidio se pone en entredicho por si sola. ¿Quién puede aportar experiencia en suicidarse? Pues nadie. A lo sumo, experiencia en tentativas. Es decir, que el mayor experto en suicidios tendrá que presentarse como reconocido fracasado e inepto práctico en la materia. El resto del comité lo conforma el séquito de psicólogos, psiquiatras y funcionarios de observatorios que no pueden hacer otra cosa que observar, y de fundaciones para la prevención que, a los datos me remito, parecen sólo fomentarlo. Paradojas posmodernas: cuantos más recursos se dedican a la lucha contra la droga, más droga se consume; cuanto más se legisla contra la violencia machista, más mujeres mueren asesinadas. Y por supuesto, con la proliferación del chiringuito de moda (el de la salud mental y el suicidio), vendrá un consecuente aumento de casos de suicidio. ¿Más si cabe que ahora? Más. Mucho más.
Lo que a mí me repatea hasta encender la ira es ese paternal sentimentalismo y cierto tufo a superioridad moral con el que tratan el suicidio por parte de esos medios y asociaciones, con videos en tonos pastel, mensajes con eslóganes más propios de anuncios de tampones, melodías emotivas de piano de fondo, explotación de primeros planos de los pobres familiares. Siempre tratan a los suicidas como tarados que no supieron superar su enfermedad mental ni comunicar lo que estaba ocurriendo con ellos antes de tomar aquella terrible decisión. Nausea. En este momento del video suena algo de Erik Satie. Después divagan en sus causas y diversos factores determinantes, que si el desempleo, que si la depresión, que si el alcohol… La misma bisutería sentimental y el eterno bucle victimista que veíamos en las asociaciones contra la droga en los años noventa, lo vemos ahora con este asunto, espoleados ambos por la agenda globalista que, a fin de cuentas, es quien siempre paga el cotarro cuando se trata de muerte. ¿Alguien duda de que el sistema no vaya a hacer un lucrativo negocio con el suicidio como ya lo hizo tiempo atrás con la droga, el aborto o la eutanasia? ¡Pues claro! Ya están montando el tinglado. Y sus expertos ya están justificando su asalariada y subvencionada existencia asegurando buscar la causa del suicidio.
Eso es fácil y os la encuentro yo aquí gratis: la gente se suicida porque todo esto es insoportable, incluido que existan esos buitres alrededor del suicida. Las personas se suicidarán cada vez más porque están insertadas en un sistema que les trata como basura. Los suicidios irán en aumento porque en aumento va el montón de mierda que hemos agolpado como lugar inhabitable para vivir. Que alguien quiera quitarse la vida no se debe a un trastorno mental, la depresión o al alcoholismo; se debe a una reacción natural y saludable ante un entorno que es una odiosa colonia penitenciaria sin previsión de amnistía. El infierno de 2021 va mucho más allá de lo tolerable del cristiano valle de lágrimas o el samsara budista. Aborrecerlo es signo de lucidez, sensatez y consciencia. Los motivos para suicidarse son muchísimo más numerosos y de peso que los que se te ofrecen para aguantar todo este indigno calvario que estamos sufriendo, y (aunque los expertos del observatorio no lo digan), en un suicida cualquiera hay muchísima más vida, salud y valor, que en cualquier sonriente triunfador apegado a lo mundano como una garrapata que se agarra al cuerpo que parasita.
Los motivos que encuentra un suicida para matarse son casi todos los existentes, y he aquí el único y determinante punto que me diferencia del suicida: ese casi. Los motivos para desear la muerte son casi todos, y nosotros humanos (o al menos yo) estamos aquí por y para la excepción. Si son casi todos, habrá que buscar (o en su defecto inventar) ese excepcional motivo para seguir viviendo. Basta un motivo para vivir, si se vive de verdad, para seguir viviendo hacia más verdad. Descubrir la misteriosa fuente personal de vida en gerundio no tiene que ver necesariamente con Dios, religión o espiritualidad. Se puede querer seguir viviendo también por cabezonería, curiosidad o ganarle una apuesta a un amigo. Se puede querer seguir viviendo por grandes palabros en mayúscula como Amor, Belleza o Libertad, pero también por las bragas tendidas de la vecina, la ermita de mi pueblo o el humus del mercadona. Se puede querer seguir viviendo en este mundo porque sigue habiendo música en él, libros, arte, también plantas y hongos enteógenos, instrumentos musicales, vaginas fragantes, talleres de lutier, colecciones numismáticas, bailarinas sugerentes, temazcales, gatos, açaí, acarajé, hogueras de solsticio… en fin, te hablo de lo que a mí me sirve. Tienes también la conversación con un semejante, la amistad, mi amistad, la que aquí te brindo. En última instancia, buscar el motivo para vivir también puede ser un motivo para vivir.
Una lectora me escribió un correo explicándome su intención de suicidarse. Querida amiga, no tienes que darme explicaciones. Te entiendo. ¿Cómo no entenderte? Entiéndeme a mí si te digo que prefiero este mundo contigo en él. Contigo y con mucha gente como tú. Porque si tú te vas, se quedan Risto Mejide, Christine Lagarde y Miguel Ángel Revilla. ¡Esos siempre se quedan! ¡Pues no me hagas la putada de dejarme a solas con esos! Te dedico este artículo si me haces este favor, aunque sea a modo de último pedido: ¡Espera un poquito más! Aguanta lo que tú puedas aguantar, unos meses, un año, un lustro… Espérate un rato más antes de irte. ¿Quién sabe? Quizás algo que no entendemos ni esperamos nos sorprenda.