Alquilar lo imposible

Alquilar lo imposible. José Vicente Pascual

Vivir en casa de uno se está convirtiendo en deporte extremo, una aventura al filo de lo imposible cuya única salida parece situarse en la resignación, ya lo dijo quien lo dijo: nuestros padres compraban piso y nuestros hijos alquilarán una alcoba, la cual, seguramente, será compartida.

Con datos concretos, ciertos y documentados: el precio real de las hipotecas en España ha subido un 11% desde 2022, y el de los alquileres, así en conjunto, un espectacular 26%. El encarecimiento de las hipotecas tiene su explicación, como todo en la vida: el Banco Central Europeo no trabaja gratis y no emite dinero gratis; tras el festín de los Fondos Europeos lanzados desde la máquina de hacer billetes y de la consiguiente inflación —miren ustedes la cesta de la compra—, no quedaba otra que subir el precio del crédito, el famoso Euríbor, y a eso se han aplicado, de modo que quien hace un año pagaba 350 € por su hipoteca hoy paga 500, y es lo que hay. Los alquileres son otro cantar. Música, maestro.

El alquiler de inmuebles para habitación de humanos ha disparado su precio porque no hay oferta y el espacio está seco. Contradicciones del mercado —del capitalismo, dirían los de siempre—: en España hay cientos de miles de viviendas vacías pero no “salen” en oferta. ¿Por qué? Porque la propiedad de esas viviendas no se fía del mismísimo mercado: cargas impositivas, protección legal al impago y la ocupación, incertidumbre sobre la normativa administrativa que incluso afecta a la seguridad de la posesión —ecos remotos de “expropiaciones a los grandes tenedores” e ingenios parecidos—, y lo más determinante, el subidón del coste de la vida que apenas hace rentable a los particulares alquilar una vivienda en condiciones normales y a precio razonable. Hoy en día, para que una familia ponga en alquiler su segunda vivienda, la de inversión, se tienen que dar muchas circunstancias onerosas: que el inquilino sea cristalinamente solvente, que contrate un seguro de impagos —o sea, que pague por él y por los que se fuman el alquiler en cualquier rincón de la geografía patria—, que consiga un aval bancario desmesurado y costoso y que esté dispuesto a abonar una renta inverosímil, un dinero que, de media, ronda los 900-1000 €. Total, ante alquileres imposibles está el remedio de no alquilar, chapa a la vivienda, puerta antiocupa y a esperar mejores tiempos.

Los propietarios de inmuebles han encontrado un remedio bastante potable a sus problemas de rentabilidad: el alquiler de pisos turísticos, una actividad provechosa que necesita poca inversión. Servidor es frecuente usuario de ese mercado y, de verdad, queda muy arreglado tanto para el arrendador como para el arrendatario. Pero claro, los vecinos se quejan del trasiego de maletas, mire usted. Y peor aún: los políticos que nos gobiernan, mire usted otra vez, han encontrado a quien echar las culpas de su incompetencia y de todas las chapuzas legales y fiscales que han arruinado el sector. A ver si nos entendemos, el alquiler de viviendas no está caro porque exista el alquiler turístico sino que el misterio funciona al revés: como el alquiler de viviendas a particulares está imposible, la propiedad deriva y se decanta por el alquiler turístico. Pero bueno, ya sabemos que nuestros mandamases son expertos en echar la culpa de todo al mercado, es decir, a todo quisque menos a ellos. De tal manera, el relato quedaría ajustadito y conforme a la visión progre-unicornial de la vida y los procesos sociales: una minoría de propietarios de viviendas, egoístas, insolidarios y codiciosos, habría retirado del mercado muchísimos inmuebles para forrarse con el alquiler turístico, privando al pueblo llano y también al montañoso de su derecho a una vivienda diga y, sobre todo, asequible. Más grosero no se puede ser, aunque ellos, la élite desnortada y canalla que nos pastorea, sí puede. Si hay que criminalizar el alquiler turístico, se criminaliza. Y es que, encima, los turistas hacen ruido, échense las manos a la cabeza.

Ahí tienen al gran Collboni, digno sucesor de Ada Colau, prometiendo acabar con todos los alquileres turísticos de Barcelona antes de 2026. Con un par. Como si los agentes económicos fuesen lerdos y no hayan demostrado cien veces su capacidad para adaptar actividades lucrativas al marco legal establecido —y forzado, como en este caso—; como si los propietarios particulares de pisos lanzados al alquiler turístico fueran a “concienciarse” de la noche a la mañana, renunciando a jugosos ingresos y poniendo su propiedad al servicio de la causa, con alquileres a precios populares. Con esas cuentas ya pueden echarse a dormir, o mejor dicho, a soñar.

Las políticas de la izquierda han convertido e España, en cuarenta años de acelerado proceso, en un país de jubilados, funcionarios y camareros. La única inversión a la que todo el mundo se animaba —todo el mundo que podía, entendámonos—, era la compra de un piso. Esa tendencia, pasadas unas décadas, pasados unos cuantos decesos, adquiridas algunas herencias, sitúa a muchas familias en posesión de dos y a veces tres viviendas disponibles para su explotación en el mercado inmobiliario. Y ahora esos mismos que convirtieron a España en un país de rentistas, funcionarios y camareros, con el turismo como primera industria nacional, les dicen que alquilar sus viviendas a turistas es un horror, lo peor de lo peor, una actividad antisocial y profundamente mezquina- Y no sólo se lo dicen sino que están decididos a acabar con el negocio por la única vía que entienden estos picapedreros de la historia: la intervención y la imposición mediante la fuerza del Estado. En fin, teniendo en cuenta el éxito que suelen tener las ocurrencias de esta gente en el área de las actividades económicas —en cualquier área, seamos realistas—, podemos augurar prórroga extensa a la miseria en el sector, y mucha verdad al pronóstico de aquel que advertía sobre el alquiler de habitaciones por nuestros hijos. Aquí, el único alquiler que sale barato es el de la voluntad popular de quienes votan a sofistas, charlatanes y chamarileros; un contrato que se renueva sin problema cada cuatro años. Proponiéndolo en serio: ¿no se han dado cuenta de que los únicos que no sufren con la penosa realidad de nuestra economía son los políticos? En fin, sumando y siguiendo hasta que se acabe el bote, lo cual sí que es un imposible porque ese bote nunca se les va a terminar.

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