Argentina: el parapente y el vuelo al ras

Argentina: el parapente y el vuelo al ras. Diego Chiaramoni

Decía Don Manuel Alcántara que la poesía nos llega cuando ella quiere, pero el artículo en cambio, nos tiene que salir. En rigor de verdad, el presente artículo ha surgido solito, nos ha subido desde las entrañas, como sube el reflujo ácido de una vuelta de whisky a destiempo, de esos whiskys baratos con aroma a penas calladas y a naipes húmedos.

Los procesos eleccionarios en la Argentina suelen ocasionarnos a quienes no conciliamos el sueño por su presente y su destino, un umbral muy por debajo del pH 7. ¿Y por qué sucede esto? Porque nuestra Patria sigue siendo una semicolonia, por la codicia de los de allá y la necedad invencible de los de acá.

El triunfo del oficialismo en las elecciones del pasado 22 de octubre, ha sido tildado por los medios nacionales e internacionales como una “sorpresa”. Cuando en la víspera de aquella jornada me consultaron sobre los posibles resultados de los comicios, mi argumentación no fue discursiva sino pictórica: a la gente le seduce el parapente hasta que la llevas al filo del acantilado, inmediatamente prefiere el vuelo al ras.

No existe tal “sorpresa”, excepto para quienes no conocen la realidad nacional o para aquellos que padecen síndrome de country. Aunque Milei intente sacar chapa con que esta ha sido una gesta histórica del Liberalismo y su performance más alta en un siglo, no hace falta agudizar demasiado la vista para comprender que peca una vez más de hermetismo ideológico o de adolescencia política. Al candidato de La Libertad Avanza no lo han votado por liberal, ni por sus sueños húmedos con Milton Friedman. No lo han votado por su idolatría al “máximo prócer de las ideas de la libertad”, Benegas Lynch (h), ni por Diego de la Vega, el Zorro, personaje con el cual se ha comparado. La ecuación es más simple: lo han votado por levantar la bandera pública de un hartazgo, por gritar ante los excesos de la clase política. Sucede que después del grito, la voz se apaga y el silencio impera.

La progresía boba, tilda al espacio libertario como “extrema derecha”, son etiquetas que se ponen cuando uno renuncia a pensar. ¿Quién es la extrema derecha? ¿Un adolescente tardío, soberbio y verborrágico que acumula latas de atún para combatir la inflación? ¿Una cosplay disfrazada de Wonder Woman? ¿Un cantante de cumbia villera devenido en analista político? ¿Un especialista en tick tock que come hamburguesas veganas y viaja en monopatín eléctrico por las calles de Palermo? ¿Quién es la extrema derecha? ¿Un espacio que es profundamente globalista y mira a su propia Patria de soslayo con desdén? ¿Sus exóticos seguidores que le pusieron color al bunker de Milei, disfrazados de X-Men, del Rey León y del Hombre Motosierra? Desde luego que no, esas son categorías acuñadas por anémicos intelectuales que representan a la vereda opuesta de este liberalismo sui generis.

¿Y ahora? Se preguntará usted, ¿qué cabe esperar para el desempate del 19 de noviembre? Todo muy claro: Massa hablará de la unidad nacional, de la contemplación dialogal con el que piensa distinto, hablará hasta de la familia y del Papa en los que se ha cagado apoyando el aborto y siendo peón fiel de la agenda ideológica internacional. ¿Y Milei? Todo muy básico: le pedirá la chata a quien trató de montonera tira bombas en los 70, volverá a cargar sobre la necesaria erradicación del kirchnerismo (tema agotadísimo y hasta funcional a sus rivales), dirá que no dijo lo que dijo y que hay omitir el pasado, en síntesis: seguirá errando el vizcachazo -como dicen los criollos- al no hacer política, mitad porque no le sale, mitad porque ya es demasiado tarde.

Pero… ¿y entonces? se preguntarán otros, y con razón: ¿El yate de Insaurralde, la pomposa modelo y las carteras Louis Vuitton no tienen ningún peso? La ecuación vuelve a ser simple: cuando las necesidades básicas están satisfechas, la corrupción es materia de análisis y de quejas, cuando se carece de cosas básicas, la especulación sobre la corrupción puede esperar y, entre la asistencia y el discurso benefactor o la tijera y la verborragia gendarme, la mayoría elige la primera opción: Maquiavelo sigue siendo el gran padre de la política moderna.

Me preguntaron en la víspera de las elecciones, que pensaba, y respondí: a la gente le seduce el parapente hasta que la llevas al filo del acantilad e inmediatamente prefiere el vuelo al ras. El problema es más hondo, porque entre el parapente colorido y el vuelo rastrero, la verdadera Patria sigue pendiente.

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