La filosofía de Averroes
A nivel de lo que podríamos llamar la ontología general de Averroes (1126-1198) podríamos decir que ésta se configura como una escala metafísica que oscila entre la potencialidad pura de la materia y la actualidad pura del espíritu divino, esto es, de Dios como Primer Motor inmóvil (inmaterial). Dicho de otro modo: Averroes, siguiendo en esto a Aristóteles, habla de una realidad que oscila entre lo ínfimo, que casi es no-ser, esto es, la materia prima sin forma, y lo más alto y elevado, es decir, Dios como inteligencia pura que se conoce a sí misma sin necesidad de conocer nada más, siendo Dios no ya causa eficiente, lo cual sería situarse en la posición defendida por Avicena, sino causa final.
Entre lo más ínfimo (la materia prima) y lo más elevado (Dios) están los objetos compuestos de potencia y acto (de materia y forma, la Natura naturata), pero también hay una serie de inteligencias que desembocan en el Entendimiento Agente, entendimiento que surge de la esfera lunar y en el cual, según el filósofo cordobés, están unificados todos los pensamientos humanos, imposibilitándose así la inmortalidad del alma individual (personal). Lo que es inmortal para Averroes no es el entendimiento personal de cada cual, sino el Entendimiento Agente que es común a todos los mortales. Así pues, Averroes filosóficamente niega la inmortalidad individual. El Entendimiento Paciente, mediante el cual conocemos conceptos y principios universales, no puede ser individual: luego es imposible que sea forma del cuerpo, pues de ser así no sería posible que conociese las formas inteligibles de carácter universal. Por eso dice Averroes: «Al igual que la luz hace que el color en potencia llegue al acto, de modo que pueda mover el sentido de la vista, de la misma manera el intelecto agente hace que los conceptos inteligibles en potencia pasen al acto, con objeto de que los reciba el intelecto material».
Para Averroes las diferencias entre el Entendimiento Agente y el Entendimiento Paciente quedan absolutamente borradas; los dos son el mismo intelecto. Por lo tanto, los hombres no piensan; es el entendimiento único el que piensa en ellos (tesis que se nos presenta como de lo más extravagante). Este entendimiento único, sin embargo, forma parte de la esfera ínfima de las «inteligencias»: es ni más ni menos que «la esfera de las almas humanas». Avicena, en cambio, sostenía que el intelecto es una de las esferas en la serie de las inteligencias: la décima esfera que «da [imprime] las Formas». Pero hete aquí que hay una diferencia fundamental entre la visión averroísta y la aviceniana. Para Averroes hay un solo entendimiento trascendente a las almas, con la consecuencia de que éstas no pueden ser inmortales: sólo el entendimiento único es inmortal. De ahí la reacción de Santo Tomás y otros autores al gran filósofo islámico y su repercusión en el averroísmo latino. Para Avicena, sin embargo, el entendimiento único es sólo el activo, de modo que la inmortalidad de las almas está garantizada.
Así pues, si el intelecto paciente no forma parte del alma humana, sino que se halla unido a ella sólo de un modo efímero y no eterno, la inmortalidad no es cosa del hombre individual sino de esa realidad supraindividual que es el Entendimiento Agente. Dante, que encumbraba a Averroes como aquél que «hizo el gran comentario» a Aristóteles, le condena como perteneciente a las filas de aquellos que «matan el alma junto con el cuerpo». Si la muerte supone la disolución de lo personal y si, en definitiva, el hombre no es responsable de su actividad espiritual, dado que está sometido a una inteligencia supraindividual, entonces cualquier discurso que se narre en torno a la muerte y sus postrimerías pierde su fuerza y se convierte en mera mitología oscurantista y confusionaria. Luego estamos ante los primeros atisbos de una visión del mundo materialista o por lo menos naturalista de la vida y del hombre, cosa muy peligrosa para la ortodoxia islámica (y desde luego cristiana). En la materia cada cosa cambia continuamente, todo se transforma y se mueve eternamente, nace en otro lugar y en otro tiempo, en un ciclo indefinido, con respecto al cual el individuo no es más que una aparición fugaz. Así podríamos decir que los intelectos pasivos de los hombres son como cáscaras vacías del Entendimiento Agente, existiendo realmente sólo este último.
Visto esto podemos observar que Averroes incurría en dos graves herejías para la mentalidad de la religión islámica. La primera herejía está en afirmar la eternidad de la materia; dicho de otra forma, nuestro autor afirmaba la eternidad del mundo, luego éste no es creado por Dios, pues el papel de Dios como inteligencia suprema es garantizar la unidad del universo al aplicar las formas mediante la materia, siendo el proceso algo eterno y necesario. La segunda herejía está en afirmar que el alma individual no es inmortal, y por tanto para ésta no habrá un castigo o una recompensa eterna por lo cual deba preocuparse.
Con esto Averroes no tuvo más remedio que determinar las relaciones entre la filosofía y la religión. Para nuestro filósofo, el Corán es la verdad absoluta, puesto que su impresión fue un milagro de Alá; pero como va destinado a la totalidad de los hombres, debe contener algo que satisfaga y convenza a todos los espíritus. Pero Averroes distingue tres categorías de espíritus: 1) los hombres de demostración, que reclaman en los estudios pruebas rigurosas y desean alcanzar la ciencia yendo de lo necesario a lo necesario; 2) los hombres dialécticos, que se satisfacen con argumentos probables y, 3) los hombres de exhortación, a los que bastan los argumentos oratorios que apelan a la imaginación y a las pasiones. El Corán -y esto Averroes lo utiliza como prueba de su carácter milagroso- se dirige al mismo tiempo a esas tres clases de espíritus, y lleva en sí un sentido exterior y simbólico para los ignorantes y un sentido interior y oculto para los sabios. Según Averroes, cada espíritu tiene el derecho y el deber de comprender y de interpretar el Corán de la manera más perfecta que sea capaz. El que sea capaz de comprender el sentido filosófico del texto sagrado debe hacer todo lo posible por interpretarlo filosóficamente, porque es el sentido más elevado y sublime, el sentido más claro y distinto, el verdadero sentido de la revelación. Pero cada vez que surge un conflicto entre el texto del Corán y las conclusiones demostrativas debe establecerse su acuerdo interpretando filosóficamente el susodicho. Por tanto, conviene restablecer en todo su vigor la distinción de los tres órdenes de interpretación y de enseñanza: en primer lugar, la filosofía, que garantiza el conocimiento, la ciencia y la verdad absoluta; en segundo lugar, la teología, dominio de la interpretación dialéctica y de la verosimilitud; y por último la religión y la fe, las cuales se reservan para aquellos que no son capaces de pensar filosóficamente. Así se yuxtaponen y se clasifican tres grados de intelección de una sola y única verdad.
¿Pero qué pasa cuando sobre una determinada cosa la filosofía enseña una cosa y la fe coránica la contraria? Averroes piensa que es preferible dejar hablar al filósofo como filósofo, y al simple fiel hablar como creyente. Esta respuesta ha hecho que los adversarios de nuestro filósofo le atribuyeran la teoría de «la doble verdad»; según dicha doctrina, dos conclusiones contradictorias podían ser verdaderas simultáneamente: una para la razón y la filosofía, la otra para la fe y la religión. Pero al parecer Averroes nunca habló de «doble verdad» ni algo por el estilo (que recuerda al «doblepensamiento» de la orwelliana novela 1984). El gran comentador sostuvo que una determinada conclusión se impone de manera necesaria a la razón; pero en caso de conflicto, se atiene a la enseñanza de la fe. ¿Era sincero? La respuesta se la llevó a la tumba.
El libro del Yihad
Averroes no sólo escribió cuestiones filosóficas o teológicas. Estuvo también involucrado en cuestiones jurídicas, como el Bidaya (1168), que incluye como capítulo número diez El libro del Alchihed o Guerra Santa,traducido como El libro del Yihad, un libro que hay que decir que hace pocos años estaba de profunda actualidad (ahora no tanto con la crisis del COVID-19, aunque otra vez el yihadismo ha vuelto a azotar Europa y en Francia se está convirtiendo en un auténtico problemón).
Ha sido el profesor Manuel Enrique Prado Cueva, estudioso del legado de Carlos Vicente Quirós y Rodríguez (1884-1960), sacerdote, arabista y militar que tradujo las obras de Averroes en la primera mitad del siglo XX, el que ha preparado la edición del susodicho libro, siendo la Fundación Gustavo Bueno la que publicó esta obra a través de su Biblioteca Filosofía en Español en 2009.
Carlos Quirós, se consagró a los estudios arabistas no ya por vocación, y menos aún por devoción, sino por obligación. Nuestro traductor se llevó treinta años en Marruecos como militar, y abordó la cuestión de la yihad no como un curioso pasatiempo filosófico, sino como algo absolutamente necesario para conocer las prácticas y los modos de combatir a los objetivos de las cavilas rifeñas a las que se enfrentaban los españoles a principios del siglo XX. Siendo así la cosa, Quirós dio conferencias a los militares españoles destinados a Marruecos sobre el Yihad de Averroes.
El libro del Yihad trata sobre dos asuntos fundamentales: la obligación de la guerra santa de todo musulmán contra los «politeístas» (los cristianos trinitarios) y la legitimidad de poseer el botín capturado tras haber realizado la yihad. En el primer asunto, en el que se estudian los «Elementos integrantes de la guerra», Averroes sostiene que «El hecho de haberse decidido la generalidad por considerar tal precepto como una obligación débese a las palabras del Corán: “se os ha prescrito el combatir aunque lo aborrezcáis”. El ser obligatorio para la comunidad, es decir, que cuando unos se encargan de su cumplimiento los demás quedan exentos, débese a este versículo del Corán: “No deben los creyentes en su totalidad rechazar [al enemigo]”, y a aquel otro: “Y a ambos prometió Dios la gloria”. Por su parte, el Profeta de Dios no salió nunca a guerrear sin que dejase algunos hombres. Si, pues, se consideran en conjunto todas estas razones, nos llevan a la conclusión de que “esta carga es obligatoria para la comunidad”».
Y también leemos: «La causa de esta diversidad de opiniones proviene de una oposición entre palabras y hechos. En efecto, consta que el Profeta, cuando mandaba a la guerra un escuadrón, decía al jefe: En cuando encontrares al enemigo politeísta, invítale a aceptar tres cosas buenas o tres cosas malas, en la inteligencia de que en el momento que atendiere cualquiera de esas tres indicaciones [buenas] debes conformarte con ello y dejarle en paz. Invita a los politeístas a aceptar el Islam y si te atendieren, dalo como bueno y aléjate de ellos. Invítalos después a trasladarse desde su residencia a la residencia de los refugiados, haciéndoles entender que si obran así, gozarán de todas las ventajas y obligaciones de los refugiados. Mas si se resistieren y prefirieren su propia residencia, hacedles saber que serán considerados como los árabes de los musulmanes quedando sujetos a los mismos preceptos divinos a que están sometidos los creyentes, no teniendo por tanto parte alguna en las presas y en el botín cuando no concurran a la guerra santa con los musulmanes. Y si rechazaren esta proposición, invitadles a pagar parias, y en cuanto te atendieren, confórmate y aléjate de ellos. Mas si se resistieren, pide ayuda a Dios y combátelos». Por otra parte, «es un hecho bien comprobado que el Profeta atacaba al enemigo por la noche y hacían correrías de madrugada».
Así pues, se ordenaba que todo aquel que fuese mahometano debía combatir a los politeístas (a los infieles) hasta que acepten la religión y las leyes coránicas o, en su excepción, pagasen tributo a los musulmanes (esto es, a los fieles). Por tanto, es obligatorio para todo musulmán coranizado el combate contra aquellos que no creen en Alá ni en su único profeta, Mahoma, que sentenció en el Corán: «Combatid a aquellos que, habiéndoseles dado el libro [inspirado por Alá], no creen en Dios ni en el día final, ni prohíben lo que han prohibido Dios y su Profeta, ni practican la religión verdadera, hasta que por su mano entreguen las parias humillándose».
Dicha posición está en sintonía con el postulado averroísta de la universalidad y unicidad del Entendimiento Agente, lo que posiciona de modo confrontativo la idea de yihad en un islam enfrentado por imperativo coránico al cristianismo, esto es, a los politeístas, a los infieles.
Con esto comprobamos que todos los hombres han de pensar siempre lo mismo, pues la verdad es una, lo que da paso al desprecio y a la destrucción de la morfología corpórea y por lo tanto a una potencial inmolación o acto de terrorismo suicida, muy de actualidad en el mundo musulmán pero que afecta y conmueve al mundo no musulmán.
Estas palabras de Averroes son clarificadoras al respecto: «Por la misma razón ocurre también que la idea del entendimiento que es causa eficiente del entendimiento agente, no es otra cosa que la idea de éste, ya que tanto el entendimiento productor como el producido son específicamente una misma cosa, sin otra diferencia que aquél existe de una manera más noble. Esto ocurre también [en relación a los otros principios]; de modo que el principio primero entiende el ser, de una manera más noble, desde todos los puntos de vista en que pueden excederse [unas a otras] las inteligencias libres de la materia, ya que, no distinguiéndose específicamente la idea del primer principio de las ideas del hombre, con mucha menos razón se diferenciará de las ideas de los demás seres separados; si bien, en cuanto a la nobleza, está muy por encima del entendimiento humano, siendo la cosa que más se acerca a él la inteligencia que le sigue, y así sucesiva y gradualmente, hasta llegar al entendimiento humano».
Respecto «De los bienes enemigos llegados a poder de los musulmanes» el filósofo musulmán sostiene que «El precepto fundamental es que la causa de que los bienes estén a merced de los demás es la infidelidad y que la causa de la garantía de los mismos es el Islam, en conformidad con aquellas palabras del Profeta: …Y en cuanto la hubieren pronunciado [se refiere a la fórmula de fe], obtendrán de mí la garantía de su sangre y de sus bienes». De modo que quien pretenda que en la presente cuestión, relativa a apropiarse de la persona del enemigo o de otras cosas [a él pertenecientes], es otra cosa distinta de la infidelidad la causa de que los bienes estén a merced de los demás, tiene la obligación de probarlo. Pero es el caso que no existe acerca del particular prueba alguna que se oponga a esa creencia. Y Dios es el que lo sabe todo».
Por tanto, según esto, los territorios que en antaño fueron mahomentanos, como al-Ándalus, son susceptibles de ser recuperados para los «fieles», convirtiendo a los «infieles» que son sus ilegítimos ocupantes a la fe coránica, siendo la conquista algo absolutamente asociado a la yihad con los peligros que esto supone para Occidente empezando por España, tan mal defendida por sus políticos e intelectuales, como se está viendo en la Crisis del Sahara con Marruecos.