Vaya con estas palabras mi saludo cordial, afectuoso, a los amigos de Posmodernia en el comienzo de una singladura que presiento —y espero— llena de toda clase de éxitos. Asistí a la presentación de Posmodernia que tuvo lugar en Madrid el pasado mes de enero, y todo lo que allí se dijo y habló refleja, con matices, posturas similares a las mías en lo concerniente a los males que afligen hoy a la sociedad, en su conjunto, a la condición humana, en general, y a este país nuestro que navega sin rumbo hacia el naufragio.
Vivimos tiempos paradójicos, inquietantes, llenos de multitud de riesgos: desde las memeces infinitas de la dictadura de lo políticamente correcto hasta el asalto de las multitudes que llegan a Europa desde los más lejanos confines, pasando por esa otra invasión de multitudes —las turísticas— que asaltan los lugares más emblemáticos en que la belleza, tanto la de la naturaleza como la del arte, tienen sede. Y si ya hablamos del arte, ¿cómo no pensar también en que nuestra época es la única en toda la historia que tiene el inaudito atrevimiento de llamar bello a lo feo, y a la negación del arte, arte contemporáneo?
Y, sin embargo, nuestros tiempos no dejan de ser, al mismo tiempo, asombrosos por la potencialidad de los avances de la ciencia, corrompidos por los abusos de la tecnología y la informática. Eso que llaman la ‘Red’ y que yo prefiero llamar la ‘Araña’, se ha convertido en la más seria amenaza a la libertad, a la información, al buen gusto, a los valores morales y a los criterios de excelencia que ha conocido a la historia. De sobra sé que al decir esto navego contra corriente y hago rancho aparte incluso en lo relativo al ideario que Posmodernia nos propone. ¡Qué le vamos a hacer! También saben de sobra mis amigos posmodernos que soy, he sido y seré siempre un disidente y que jamás me he plegado ni me plegaré a la estupidez reinante -no lo digo por ellos- entre quienes, sin rebelarse, aceptan, complacidos, la servidumbre que los envilece y encadena.
O la aceptaban… Pues, a la luz de los acontecimientos sucedidos en los últimos meses y de los que cabe augurar en los venideros, parece claro que el panorama empieza a cambiar seriamente tanto en Europa como en América. En tales circunstancias no puede ser sino motivo de júbilo y satisfacción el que vea la luz en este país de nuestras desventuras una iniciativa como la que Posmodernia encabeza y representa, destinada a aglutinar desde diversos horizontes a todos aquellos cuyas tripas se revuelven ante la pérdida del sentido de vivir que caracteriza a unos tiempos hechos de materialismo, vulgaridad y necedad. Se trata, en definitiva, de algo tan sencillo como recuperar la sensatez. En ello nos va el futuro de la especie.
Os deseo lo mejor. Seguiré de cerca la estela de vuestra singladura, pero no me ataré a su timón, como lo hizo Ulises en muy distinta circunstancia. Soy un navegante solitario. El torero, que es el último héroe que nos queda, y lo digo aquí, en Córdoba, al sesgo de la celebración del centenario de Manolete, torea a solas. En mi refugio del alto llano numantino he pintarrajeado en una baldosín, allí colgado, la frase de Gil-Albert: «Solo, como don Quijote, pero no aislado, como Robinson».
Ése es mi lema. Y por eso apoyo con estas palabras la botadura de Posmodernia, pero me adjudico el derecho a disentir, llegado el caso, de ella.
¡Buen viaje, amigos!