¿Caballero del alto plumero…

¿Caballero del alto plumero... Fernando Sánchez Dragó

¿Caballero del alto plumero…

…dónde camina, tan pinturero?

Ese popular estribillo de la zarzuela Luisa Fernanda debieron de tararear para sus adentros los estupefactos asistentes al acto de homenaje a la escritora Almudena Grandes que se celebró hace unos días en el Ateneo de Madrid. Lo presidía nada menos que quien también preside el Gobierno, la polvorienta Internacional Socialdemócrata ‒que a Socialista no llega, porque el socialismo ha muerto, aunque sus exequias se prolonguen‒ y en un cercano futuro, si la sensatez no lo impide y el autócrata Zelenski, ángel exterminador de su país, no ha dado ya la puntilla a la Unión Europa, presidirá también ese edificio en ruinas. ¿A do fue la ley de incompatibilidades? ¿Acaso no son públicos los tres organismos citados?

La estupefacción a la que aludo surgió, es de suponer, pues yo no estaba allí, cuando al pinturero Pedro Sánchez, cuya principal virtud entre las muchas que según él atesora es la modestia, se le vio el plumero, se le fue la pinza, se le disparó la vanidad, se le desbocó el narcisismo y anunció, rayando ya en la psicopatología, que pasaría a la historia debido a su frenética actividad de profanador de tumbas y exhumador de cadáveres ‒Francisco Franco, Queipo de Llano, José Antonio Primo de Rivera‒ que, por cierto, y mal que le pese, sí que han pasado a ella, ya sea por sus méritos, ya por sus deméritos.

Autobombo resbaladizo el suyo, señor Presidente, que podría salirle por la culata, pues ambiguo, equívoco y hasta contradictorio es el significado de la expresión a la que ha recurrido. Se pasa a la historia, atendiendo a los cánones del román paladino, de dos maneras: o bien porque el protagonista del augurio merece, por sus obras, ocupar un marmóreo pedestal en ella, o bien porque, debido a sus pompas, el sumidero de la misma se lo traga y lo anega en el olvido. Pasar a la historia significa también hacer definitivo mutis.

Eso, señor Presidente, por una parte. Por otra, como ya he dicho, también cabe okupar un nicho en ella por razones negativas. A la historia pasaron Nerón y Calígula, como ya le ha recordado en sede parlamentaria Santi Abascal, y también lo hicieron  ‒a Galdós, Valle-Inclán y Baroja me remito‒ gentes de reputación no por áulica menos dudosa como el Rey Felón y la Reina Castiza.

Propinar a moros muertos gran lanzada, por muy dictadores y fachas que los mismos sean, no es, en todo caso, hazaña épica ni ética que conduzca a figurar en una orla. Dijo Cela, mucho antes de morir, que su rostro, cien años después de su óbito, estaría en los sellos de Correos y que nada ni nadie. en cambio, recordaría el nombre de los ministros de Cultura socialistas que durante tantos años impidieron que recibiera el Cervantes. En todo caso, y sea como fuere, sospecho que el suyo, señor Presidente de uno de los peores gobiernos, si no el peor, que ha tenido España, no tendrá más Memoria Democrática que la Damnatio y pasará, sí, al acervo de lo que Borges ‒¿le suena?‒ llamó Historia universal de la infamia.

En el acto del Ateneo sólo faltó, para salir redondo, que usted dedicase a la escritora homenajeada aquello, tan pegadizo, de «Señorita que riega la albahaca, ¿cuántas hojitas tiene la mata?».

Le aseguro que, de ser así, la ovación habría sido de aúpa y la anécdota, indisolublemente unida a usted por los siglos de los siglos, habría entrado en la historia.

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