China en el Ártico

China en el Ártico. Daniel López Rodríguez

En 2017 China introdujo en sus al parecer imparables planes y programas la Ruta de la Seda Ártica o Ruta de la Seda Polar, apoyándose en Rusia a través de la iniciativa de la Franja y la Ruta (en inglés: Belt and Road Initiative, BRI). En 2018 se publicó en China un libro blanco oficial titulado Política ártica de China, donde se comentaban los proyectos que tiene el país en la región. Es en ese libro donde se define a China como «Estado cercano al Ártico».

Ya en 1981 se fundó la Administración China del Ártico y la Antártida, una agencia de la Administración Oceánica Estatal de la República Popular China que tiene su sede en Pekín y que gestiona el programa científico para el Ártico y la Antártida, proporcionando apoyo logístico para expediciones a ambas regiones.  

La Ruta de la Seda Ártica está consentida por Rusia, pues el oso controla el 45% y su mayor franja costera, nacionalizando sus aguas profundas. Esto preocupa mucho a Estados Unidos, que de momento parece estar perdiendo la batalla por el control del Ártico, pues Rusia dispone de una flota única de rompehielos, así como del grupo naval más potente de la región, que impide a Estados Unidos guerrear en el Ártico. Mientras Rusia cuenta con 40 rompehielos (incluyendo nucleares), Estados Unidos dispone de 2 (aunque cada vez es más barata la tecnología necesaria para construirlos). 

Y de esto obviamente se aprovecha China (que también procura tener buenas relaciones con Groenlandia e Islandia). El Ártico puede hacer que las relaciones entre China y Rusia aún sean mejores (cosa que consiguió la imprudencia de Estados Unidos, fundamentalmente la Administración Obama, aunque también Trump). 

China dispone de capital, precisamente lo que Rusia necesita para afianzar su infraestructura. Esta solidaridad consolidaría a las dos superpotencias en el océano cada vez menos glacial Ártico. Pero si sumamos las fuerzas de la OTAN en el Ártico, Rusia estaría en inferioridad, aunque se le sumase China (no obstante, ahora la alianza anti China parece que va a ser el AUKUS y no la OTAN, aunque el futuro de la Alianza Atlántica estaría por ver). 

China está actuando mucho en el Lejano Oriente ruso. En Siberia hay mucha inmigración china, dado el extenso territorio en el que apenas hay gente. La inmigración china, muchas veces ilegal, está siendo considerable, de ahí que China esté empezando a actuar en la zona como una extensión de su esfera de influencia, y por ello tiene sentido que se considere dueño de la costa ártica y se considere un país «casi ártico» (no se trata de una petición gratuita).   

Con Obama Estados Unidos se durmió en el Ártico y ello le ha dado una ventaja enorme en la zona a China, y desde luego a Rusia. No obstante, con Trump -podía leerse en el Financial Times– «Estados Unidos despertó de su letargo en el Ártico y anunció una inversión de 746 millones de dólares para su primer rompehielos en más de dos décadas, que estará listo en 2024» (citado por Alfredo Jalife-Rahme, Guerra multidimensional entre Estados Unidos y China, Grupo Editor Orfila Valentini, Ciudad de México 2020, pág. 199).

La entrada de China en el Ártico y el renovado interés de Estados Unidos por la zona (tal vez haya empujado a ello la acción del Imperio del Centro) ha cambiado considerablemente el escenario de la región, pues se está convirtiendo en parte importante de la trama geopolítica. Aunque la causa ha sido el deshielo que está descubriendo las riquezas que posee la zona.

La Ruta de la Seda Polar que China y Rusia están imponiendo en el Ártico también perjudica al Reino Unido. Putin lo supo ver desde el principio, los chinos se han subido a su rompehielos y los anglosajones se lamentan por su desprecio geopolítico a ese mar helado y ahora en deshielo, abriéndose nuevas rutas de transportes. 

China también dispone desde el 2018 de un rompehielos nuclear, de 30.000 toneladas: el Xuelong 2. Pero la penetración china en el Ártico, que la hace aparecer como una superpotencia naval emergente, se contradice con la pretensión rusa de hacer del Ártico un lago ruso, como lo es el Atlántico Norte para Estados Unidos liderando la OTAN (ahora en entredicho con la aparición del AUKUS, una alianza anglosajona contra China enfocada en una región un tanto lejana al Ártico: Asia-Pacífico).   

Según dijo Mike Pompeo, China ha invertido «alrededor de 90 mil millones de dólares en el Ártico desde 2012» y «estaba desarrollando carriles de transporte en el océano Ártico» con el objeto de «establecer una permanente presencia de seguridad china» (citado Jalife-Rahme, Guerra multidimensional entre Estados Unidos y China, pág. 202). 

De modo que en el Pentágono se han puesto las pilas y se disponen a poner en marcha tres estrategias: 1) Edificar una alerta en el Ártico. 2) Mejorar las operaciones en dicho océano. 3) Fortalecer el orden basado en reglas en el Ártico. Aunque el principal objetivo estadounidense es romper la alianza estratégica de China y Rusia en el Ártico, lo que es tanto como reconocer que Estados Unidos no es ya la potencia unipolar que fue de 1991 a 2008, pues el globalismo ha dilapidado un irrepetible tiempo ventajoso para Estados Unidos como Imperio y su imprudencia ha permitido la resurrección militar de Rusia y el auge económico y tecnológico de China, así como el acercamiento de estas dos superpotencias contra Estados Unidos. Parece que los ideólogos de la Globalización oficial, el globalismo aureolar, no tuvieron muy en cuenta una parte importante del globo: el Polo Norte. 

En el acercamiento de China y Rusia -como hemos dicho- el colofón lo puso la Administración Obama, cosa que pese a los intentos de la Administración Trump de acercarse a Rusia, a costa de poner las cosas  más tensas contra China, no pudo remediar, arruinándose así la herencia de un Imperio con pretensiones globales (globalistas) como nunca en la Historia Universal se ha visto. Ahora la Administración Biden procura, no sin cierta torpeza, continuar la política pro-rusa de Trump, que era la de Kissinger (frente a la del polaco rusófobo asesor de Obama Zbigniew Brzezinski, que era más partidario de apoyarse en China frente a Rusia). 

En 2019 el Pentágono pronunció su proyecto de expandir y mejorar las pistas de aterrizaje y las instalaciones del aeródromo de Keflavík en Islandia, con objeto de aumentar la presencia estadounidense en el Ártico, tras la alarma encendida por la OTAN por las actividades rusas y chinas que se estaban llevando a cabo en la zona. Aunque Islandia fue miembro fundador de la OTAN (que es su único ejército), siempre ha mantenido buenas relaciones con Rusia, con una importante colaboración en el sector pesquero. 

Sin embargo, en 2014 Islandia se unió a Estados Unidos y la Unión Europea para sancionar a Rusia por su anexión de Crimea, de ahí que su dependencia de la OTAN pesase más que su comercio pesquero con Rusia. Al fin y al cabo las autoridades islandesas parecen estar imbuidas en la agenda globalista: derechos humanos, ideología de género y cuestiones LGTBQ+; y hasta tal punto es así que ocuparía el puesto vacante de Estados Unidos en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en 2018. 

Y mientras que en esa cosa llamada lisológicamente Occidente se está en el limbo del veganismo de la Alianza de las Civilizaciones, de la ideología de género y de la emergencia de la escatología climática, China -que con sus 1.400 millones de habitantes naturalmente contamina más que nadie- se mantiene imparable como superpotencia y ya incluso se atreve asomar su coleta no sólo más allá de los Urales sino en el mismísimo y cada vez menos congeladísimo Océano Glacial Ártico. 

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