Contra el MAES

Contra el MAES. Daniel López Rodríguez

Quisiera aprovechar las páginas de Posmodernia para denunciar la existencia de un máster cuyo trámite es un requisito burocrático necesario para poder opositar a profesor de secundaria. Me refiero al Máster de Enseñanza Secundaria, conocido en Andalucía bajo las siglas de MAES. Pues bien, este máster no debería existir; tiene que ser abolido, suprimido, eliminado. En otras comunidades autónomas tiene otro nombre, pero la materia es igual de indeseable.

En los últimos años está teniendo mucho auge la pedagogía, que se presenta en forma de carrera con el solemne y pretencioso título de «Ciencias de la Educación». Estas ciencias a su vez se clasifican como «ciencias humanas» cuyos estatutos gnoseológicos son problemáticos, a diferencia de lo que pasa con las ciencias duras (las ciencias positivas: matemáticas, física, química, y también geología y biología). Y ello es así porque -al menos desde la teoría del cierre categorial de Gustavo Bueno- los sujetos operatorios y su teleología inherente no se pueden neutralizar (abstraer, separar), y por ello dichas operaciones contribuyen a la realización misma de las teorías y éstas no pueden existir independientemente de los fenómenos y las operaciones de las que proceden y por ello no pueden alcanzar el estado de plenitud científica, de ahí que digamos que su estatuto gnoseológico sea problemático al no elevarse a un nivel esencial (como sí pasa con las ciencias duras) sino simplemente se quedan en un marco fenomenal.

Es decir, el sujeto forma parte de la misma ciencia, como es el caso de la pedagogía donde los alumnos (sujetos operatorios) son partes integrantes de la misma. Por eso las denominadas Ciencias de la Educación son ciencias «practico-prácticas», que decían los escolásticos, ya que el sujeto gneseológico determina el campo que se estudia al formar parte del mismo. Por lo tanto el profesor no puede ser un «ingeniero escolar» porque no se puede objetivizar a los sujetos (los alumnos). De modo que los alumnos no pueden ser manipulados mediante técnicas psicológicas (como quería Skinner) o como un artefacto guiado por el «ingenio educativo» que pretende «enseñar a aprender».

La pedagogía es, en consecuencia, una praxiología que tiene más que ver con la prudencia política y la actividad jurídica que con la ciencia positiva. Luego, al menos desde la filosofía de la ciencia en la que apagógicamente nos posicionamos, las ciencias de la educación son tan científicas como las ciencias políticas (y la política tiene más de aventura que de ciencia).

La casta pedagógica quiere imponernos sus métodos para enseñar filosofía, o Valores Éticos o Ciudadanía (asignaturas que, al menos en Andalucía, puede dar un licenciado o graduado en filosofía).

Pero ¿quiénes se han creído que son estos pedagogos pedantes, con sus rollos infumables, para decirnos cómo tenemos que dar clases de ética, de ontología o de gnoseología a nuestros alumnos? El profesor no es profesor por su máster del profesorado ni por habilidad psicológica y pedagógica para con el alumno, sino porque dispone de la preparación que le ha dado su carrera (de filosofía, o de historia, matemáticas o lo que sea).

Por tanto no hace falta para nada, ¡absolutamente para nada!, hacer un Máster de Enseñanza Secundaria (MAES), porque lo único para que sirve es para perder un tiempo precioso y un buen dinerillo.

El máster que he dado en la Universidad de Sevilla en el curso 2021/2022 ha sido un auténtico bodrio. Lo digo con todas las letras. Que yo sepa, todos mis compañeros piensan exactamente lo mismo, y seguro que también lo creen así los profesores (y me consta que algunos así lo piensan). Es una vergüenza. Lo único que se salva y tiene algo de sentido son las prácticas en los institutos, pero nada más. Habría que movilizarse y hacer que erradiquen el MAES o que lo restrinjan a las prácticas. Nadie debería pasar por este absurdo trámite meramente burocrático, que además es un fraude. Pero como el sistema educativo está cada vez peor no me extrañaría nada que se ampliase y se ahondase más en este absurdo. Porque da la sensación, en estos tiempos que corren, que el absurdo es lo que más florece.

Ni mucho menos tratamos aquí de condenar a las Ciencias de la Educación o pedagogía. Más bien tratamos de ponerlas en su justo lugar y denunciar a la mafia pedagógica sus abusos disfrazados de cientificidad. Por ello lo que procuramos es denunciar ciertos componentes ideológicos que pensamos que son del todo inconvenientes para el desarrollo intelectual de los alumnos, para la educación de los mismos. Y semejantes contenidos nos hacen pensar que los más acérrimos enemigos de la pedagogía son los pedagogos (y en consecuencia de los estudiantes, aunque también de los profesores).

La secta pedagógica, con su pretenciosidad científica, ha destruido la pedagogía, que por supuesto consideramos una praxis necesaria.

Como con razón se ha criticado, muchos pedagogos tratan de imponer una pansofía: «un saber absoluto y poliédrico del que las demás ciencias serían auxiliares» (Joaquín Robles, «La impostura pedagógica», El Catoblepas, https://nodulo.org/ec/2012/n130p01.htm, Diciembre 2012).

Éstos son aquellos que prefieren hablar de «Pedagogía científica» más que de «Ciencias de la Educación», porque esta expresión al referirse a «ciencias» en plural recoge diferentes disciplinas, diversas ciencias, lo que da juego para la «interdisciplinaridad». Esta interdisciplinaridad es propia de un pluralismo armónico que en el fondo es un monismo porque todo está conectado o relacionado con todo, sin que se tenga en cuenta las rupturas y discontinuidades, como si la realidad no fuese dialéctica y por consiguiente polémica.

Pero la «Pedagogía científica» trata de subordinar al resto de disciplinas, como si fuese capaz de envolver a todas las ciencias humanas y de la cultura, como si éstas sólo fuesen «ancilla pedagogie». Como si la pedagogía fuese la reina de las ciencias. Se trata, pues, de un imperialismo pedagógico que precisamente trata de usurparle el terreno a la filosofía, como en la Edad Antigua procuró la sofística (que procura el éxito social al enseñar las virtudes) y en la Edad Media la teología (cuya misión era ni más ni menos que salvar el alma humana comprendida como inmortal).

«De este modo -escribe Joaquín Robles- creemos ver un hilo conductor que en el curso de esta pansofía une al sofista, al sacerdote y al pedagogo; en cuanto esta pansofía o saber total con justificaciones prácticas, de carácter moral, se presenta como la contrafigura de los conocimientos filosóficos, de la dialéctica en la misma medida en que se organizan históricamente como saberes nematológicos -y soteriológicos- enfrentados a la filosofía crítica».

Sofistas, clérigos y pedagogos han tratado sucesivamente en el tiempo histórico de transmitir una pansofía enfrentada a la filosofía (a «las» filosofías que están en disputa entre sí). Ya Platón se enfrentó a los sofistas precisamente a través de la concepción de la kalokagathía (bello y bueno) y la paideía (educación o transmisión de valores y saberes técnicos).

Los pedagogos presentan su disciplina como el auténtico saber que consigue que los seres humanos tengan un futuro mejor, una vida más saludable, a tener un mejor carácter y una socialización completa que garantiza el estado de felicidad.

El tratamiento global que de la educación quieren hacer los llamados científicos de la educación no puede ser científico sino precisamente filosófico (aunque el de tales pedagogos fundamentalistas es más bien ideológico, es decir, con conciencia falsa). Hablar de metodologías pedagógicas globales como algo «científicamente fundado» es pura propaganda gremial, con la cual engañan a los poderes públicos, a las familias y a sus principales víctimas: los alumnos. Eso sí, con sus atropellos ideológicos se llenan los bolsillos con un buen sueldo. Se trata de una pedagogía sinónimo de lucro.

Sostiene Robles: «Las relaciones entre las diferentes disciplinas englobadas bajo el rótulo Ciencias de la Educación, si las hay, son estrictamente filosóficas porque incorporan una constelación de Ideas que desbordan cada uno de sus campos respectivos (Hombre, Naturaleza, Cultura, Valores, &c.). De este modo el cientismo pedagógico es una nueva forma de justificar ideológicamente los principios de la sofística. Las Ciencias de la Educación son así un gigantesco engendro ideológico utilizado, bajo diferentes sistemas doctrinales, como medio nematológico para sostenerse, para mantenerse en la existencia».

Y como la verdad es el resultado, que decía Hegel, el auge de la pedagogía ideológica de estos años ha sido nefasto, porque dichos resultados son el ínfimo nivel que sufren los estudiantes de secundaria (por lo que he podido comprobar personalmente en el IES Bellavista de la ciudad de Sevilla durante las prácticas del MAES y por lo que me han contado fuentes fiables que llevan ya muchos años dando clases).

El nivel es tan ínfimo, tan ridículo, porque incluso los alumnos pasan de curso suspendiendo varias asignaturas. Y por si fuera poco los profesores son presionados para que aprueben sin ningún mérito académico a sus alumnos. Es todo delirante.

Como ha dicho Gabriel Albiac, «un profesorado universitario semianalfabeto exige un estudiantado analfabeto del todo, para que no se note mucho su ridículo» (Albiac: 2018). Y este estudiantado analfabeto no puede venir de otros lugares que no sean los institutos (aunque también hay acceso a la universidad para mayores de 25 años).

Los resultados se ven muy bien en las altas tasas de fracaso y abandono escolar, que disminuyen considerablemente el número de alumnos que terminan presentándose en las pruebas de selectividad y en consecuencia son cada vez menos los alumnos que llegan a la universidad; y, salvo excepciones, como el nivel que tienen no es el apropiado para estudiar una carrera muchos abandonan sus estudios al primer o segundo curso (otra cuestión es que el nivel universitario también se esté mermando preocupantemente).

En nombre de la cientificidad, los pedagogos justifican sus atropellos ideológicos y hacen pasar por conciencia verdadera lo que sólo es conciencia falsa, o conciencia interesada en hacer memos a los alumnos (y así los políticos podrán dominar mejor al ganado).

Y unas veces presentan su disciplina como una ciencia descriptiva que simplemente plasma lo que es, otras veces como normativa enfocándose hacia lo que debe ser y también como una ciencia práctica enfocada a lo que se hace; aunque los hay que comprenden como una ciencia de lo que es, de lo que debe ser y de lo que se hace.

Suscribimos al cien por cien las siguientes palabras de Robles, que se escribieron hace 10 años pero que lamentablemente siguen estando de plena actualidad: «La funcionarización inherente a la constitución de los departamentos de orientación en los centros de enseñanza, la cantidad ingente de nuevos licenciados en Ciencias de la Educación, que se suman a cifras sorprendentemente elevadas de éstos -muchos de ellos en el paro- desde los años 80, la exigencia -mafiosa- de pasar por el aro de los cursillos pedagógicos como requisito para poder acceder a la función pública como profesor de cualesquiera materias, la importancia creciente de los conocimientos pedagógicos en los mismos exámenes de oposición, las exigencias de introducir la jerga cientificista pedagógica en las programaciones, diseños curriculares, &c., y, en suma, la potencia de institución, no ha disminuido, ni es previsible que lo haga a corto o medio plazo -salvo que la crisis económica otorgue este beneficio colateral- por la acción de estudios como el que presentamos o de otros, de gran difusión en donde se cuestionan, bajo otros enfoques la utilidad y pertinencia de las diferentes disciplinas englobadas en el pomposo rótulo de Ciencias de la Educación».

¿Y dónde está el mayor peligro del sectarismo cientificista (que no científico, sino más bien anticientífico) de los pedagogos? El mayor peligro no está en la enseñanza secundaria sino en la primaria.

Cuando estaba en la sala de profesores del IES Bellavista un profesor lo dijo con meridiana claridad: «¡Los niños vienen aquí agilipollados! Que si solidaridad, que si igualdad, que si tocar las palmas, ¡qué está muy bien! Pero, hombre, un poquito de matemáticas, de química, de lengua…».

Se está llegando al absurdo de enseñar Historia sin cronología (e incluso en algunos centros se hace en inglés, donde los alumnos ni aprenden historia y ni mucho menos inglés). Mientras que en la enseñanza primaria se siga adoctrinando a los niños, muy poco hay que hacer, o mucho más difícil lo tendremos para que los muchachos dejen de estar «agilipollados».

La desidia imperante hace que la presente generación de jóvenes estudiantes sea la más conformista de la historia; esto es, la menos revolucionaria, carente de un mínimo de sentido de subversión, que hemos conocido. Los políticos de la ideología dominante se frotan las manos porque podrán hacer de ellos casi lo que quieran. Con una juventud así les será fácil mantener el statu quo (el estado de profunda corrupción en múltiples sentidos que amenaza el ser mismo de la nación política española). Con una sumisión tan vergonzante, los políticos (más bien polituchos que ni llegan a politicastros) están encantados, a costa de la pérdida de eutaxia del Estado para mayor gloria de potencias extranjeras que sí que están por la labor de perseverar y prosperar.

Y ello es así porque estos jóvenes han sido víctimas de una educación acrítica y exenta de entrar en profundidades, en conformidad con los postulados del sistema político vigente (se les enseña los valores de lo «políticamente correcto») o, en todo caso, muestran una aparente rebeldía («disidencia controlada») o directamente su rebeldía es la del botellón y el nihilismo o pasotismo más perezoso (aunque, desde luego, peor sería el fanatismo militante).

Parece que la disciplina ha abandonado las aulas y ya no es la costumbre de los alumnos, que han caído ante la desidia (obviamente no de todos los alumnos, se entiende). La desidia aniquila la disciplina y es un veneno que mata la pasión por los estudios (y -como dijo Hegel- nada grande se ha hecho sin pasión).

Para ejercer una disciplina que enderece al alumnado se requiere silencio y autoridad, «los cimientos institucionales imprescindibles que posibiliten la instrucción de contenidos. Así, la atención requiere silencio, pero éste no puede salir del alumno (ni tampoco ser “sacado” por el profesor) sino que debe imponerse previa actividad formativa. En otras palabras, la atención no debería ser el resultado de las técnicas pedagógicas docentes, sino el principio impuesto toda vez que el alumno entienda, y perciba, que el profesor no tiene por qué adaptarse a él. O toda vez que el alumno en cuestión dé por supuesto que no podrá pasar de curso si suspende asignaturas. Y esto solo puede darse por entendido si son las leyes (y no el maestro) quien lo impone. Cuando dicho poder no hace acto de presencia es cuando el profesor se ve obligado, cual vendedor de coches, a buscar técnicas de tipo psicológico (emocionales o afectivas) que capten o despierten lo que el alumno se supone que tiene dormido: la atención, el respeto y el goce» (Paloma Pájaro, «La instrucción de la enseñanza»,https://www.youtube.com/watch?v=HZy8dZ_12-U&ab_channel=FortunatayJacinta).

En 1990, con la Ley Orgánica General del Sistema Educativo (LOGSE), empezó la alarmante decadencia de la enseñanza en España (putrefacción que se prolonga de la guardería a las oposiciones). Las sucesivas leyes que han seguido a la LOGSE (LOMCE, LOMLOE…) parece que han ido ahondando más en los defectos de las leyes anteriores. Los resultados hablan por sí solos. Como decía Baruch de Espinosa, «Las ideas inadecuadas y confusas se siguen unas de otras con la misma necesidad que las ideas adecuadas, es decir, claras y distintas». Aunque no parece algo que ocurra exclusivamente dentro de la piel del toro, sino que afecta a todo eso que llaman «Occidente» (algo que tampoco es una sustancia homogénea).

Por nuestra parte proponemos que no se adoctrine a los alumnos en el sueño dogmático de una sociedad ideal incorrupta, perfectamente democrática y cuasi paradisíaca, donde siempre se cumplen los derechos humanos y donde no hay contradicciones entre ética y política. Se trata, en definitiva, de que de algún modo sean conscientes de lo difícil que son las cuestiones sociales, políticas y geopolíticas en el mundo real, aquél en el que tienen que vivir, a ser posible con los pies en la tierra. Y que no se dejen engañar por cantos de sirena demagógicos o encantadores de serpientes como los políticos y que aprendan muy bien que una cosa es lo que se predica y otra la que se practica.

Visto el terrible panorama es completamente necesario implantar una nueva asignatura en donde se estudien los fundamentos de la filosofía política (o lo básico en política), lo cual serviría como contrapeso para liberar a los adolescentes de un eticismo poco realista y demasiado ingenuo, y por ende peligroso. Se trata de hacer pasar a los alumnos de un mundo de fantasías a la realidad misma, para que sepan a qué atenerse, porque les va a tocar vivir en un mundo más duro y mucho más complicado que el que han vivido sus padres. Decimos esto por cómo pinta la actual situación internacional, que ni mucho menos es halagüeña, y porque la dialéctica de Estados no se rige ni puede regirse a través del moralismo o eticismo voluntarista.

Estamos en una década, la de los años 20, en la que vivimos peligrosamente. A veces da la sensación de que nos movemos al borde de un precipicio, en un cambio de era que a saber a dónde nos puede llevar. Nuestro mundo parece que geopolíticamente va a complicarse mucho, por eso no está bien, o no sería lo más prudente (ni lo más honesto), adoctrinar a los chicos con la carta a los Reyes Magos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Ni con la paz perpetua y demás ingenuidades del eticismo más burdo y filisteo.

La paz perpetua y mundial es un proyecto irrealizable, y por ello se trata de una teoría sin posibilidad de práctica, lo que la convierte en una pseudo-teoría, y directamente en una impostura. Es difícil mantener en orden una clase de secundaria, imagínense ordenar ni más ni menos que al mundo entero en un sistema pacífico universal.

El mundo multipolar en el que ya estamos -una vez que Estados Unidos ha dejado de ser la única superpotencia tras el auge de China como superpotencia económica y tecnológica (y como siga así financiera y militar) y la resurrección militar de Rusia (aunque estamos expectantes a los acontecimientos que desde el 24 de febrero de 2022, o en rigor desde 2014, están ocurriendo en Ucrania)- no es armonioso ni hay equilibrio entre las superpotencias y potencias medianas o menores sino inestabilidad y continua dialéctica con mayor o menor intensidad en el comercio internacional, en la diplomacia y en el poder militar.

En 1780 un cura llamado González Dávila decía: «Sacerdote soy, confieso que somos más de los que son menester». Pues bien, lo mismo pueden decir los pedagogos de nuestro tiempo. Sobran pedagogos demagogos. Delenda est pedagogie.

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