Crítica a la concepción del Estado y de las clases sociales en el marxismo clásico (XII)

Crítica a la concepción del Estado y de las clases sociales en el marxismo clásico (XII). Daniel López Rodríguez

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La paz política y militarmente implantada

La paz es, pues, un asunto de la política, y el pacifismo fundamentalista es un asunto de la utopía (o, si ni siquiera se tienen en cuenta las dificultades, del pensamiento Alicia).

El pacifismo es, visto así, una ideología (una conciencia falsa) sobre la paz. La paz de los vencedores, política y militarmente implantada, hace referencia a la eutaxia del Estado, siendo por tanto atributo de un orden político (aunque el orden no implique siempre la paz, pues en ocasiones implica la guerra).

Aunque esta paz no viene a traer el bienestar universal como pueda pensarse desde el mito tenebroso de la felicidad o la plena ausencia de la violencia, porque «para el equilibrio eutáxico de una sociedad política es necesaria la incorporación de un código penal y la aplicación de este código no es posible sin violencia (sin cárceles, sin multas, sin penas, que sólo mediante la violencia pueden en general tener efectividad)» (Gustavo Bueno, La vuelta a la caverna. Terrorismo, guerra y globalización, Ediciones B, Edición de bolsillo, Barcelona 2005b 421).

Por eso, la felicidad de los victoriosos se alimenta de la infelicidad de los vencidos. Pero el objetivo de la paz de la victoria no significa el exterminio físico del enemigo, sino el exterminio de su potencia política. Si los vencedores llevasen a cabo un exterminio biológico entonces más que de guerra lo que cabría hablar es de cacería.

La guerra no es una salvajada o una barbaridad, en sentido antropológico, pues se trata de una institución que aparece en todo su apogeo en la civilización. De hecho -como señala Engels- el arte de la guerra se convirtió en una de las ramas de la gran industria: barcos acorazados, artillería rayada, cañones de tiro rápido y repetición, fusiles de repetición, balas revestidas de acero, pólvora sin humo, etc. «Claro es que la guerra hubo de convencer a la humanidad de que no estaba, ni mucho menos, degenerada, como tanto clamara lamentándose la anémica filosofía, sino por el contrario pletórica de vida, de fuerzas, de ánimos y de espíritu emprendedor. Y la guerra sirvió también para evidenciar a la humanidad, con una potencia jamás conocida, su enorme poderío técnico» (Lev Davídovich Trotsky, Historia de la revolución rusa, Traducción de Andreu Nin, Veintisieteletras, Mirador de la Reina (Madrid) 2007, pág. 637).

«Quien crea que el conceder a las guerras la condición de posibles episodios del “proceso racional” de la civilización equivale a una “apología de la guerra” es porque cree que la racionalidad sólo puede respirar en el reino de los pensamientos o de los discursos. Es porque mantiene una concepción idealista o espiritualista, no materialista, de la racionalidad» (Gustavo Bueno, ¿Qué es la filosofía?, Pentalfa, Oviedo 1999, págs. 57-58).

Por lo tanto, en ningún momento estamos haciendo aquí apología de la guerra, como si la guerra fuese deseable o buena por sí misma (o en todo caso por nuestro sadismo). Lo que tratamos de decir es que hay que tenerla presente y en caso de que se dé afrontarla frente a los mandatos éticos; porque la ética puede ser peligrosa en un conflicto bélico, pues contra el enemigo de la nación política no hay que dudar (como tampoco cabe el diálogo pánfilo). En tiempos de guerra (de guerra total) contra el enemigo no caben contemplaciones éticas y humanitarias. Si se afronta el conflicto desde la ética y el humanismo la distaxia de la nación política está asegurada, y con ello la ruina de buena parte de la población que no supo o no pudo defender ese Estado-nación. «Por ello, apoyarse en el bien ético como única plataforma para pedir la paz es casi siempre causa de mayores males» (Bueno, La vuelta a la caverna, pág. 438).

La guerra tiene una dimensión ética, que es el horror a los muertos y a la destrucción que deja a su paso; pero a su vez tiene una dimensión político-moral que es la defensa de los intereses del Estado o sociedad política. Tanto vale esto para la guerra como, mutatis mutandis, para la revolución (que al fin y al cabo es una guerra o, en rigor, una guerra civil que puede internacionalizarse como ocurrió en la guerra civil rusa).

La guerra es una institución política. El general prusiano Karl von Clausewitz se refería a ella como «la continuación de la política por otro medios» (su libro De la guerra fue de cabecera para grandes revolucionarios como Lenin, Stalin y Mao). La política es un comercio gigante en el que la guerra se desarrolla como el feto en el vientre de la madre.

La guerra es, pues, un verdadero instrumento político, una función constitutiva de la sociedad política, y es la constitución de la capa cortical para el apoderamiento de la capa basal. La guerra es, pues, la prolongación de la política por otros medios; a lo que añade Lenin: «a saber, por la violencia» (Vladimir Ilich Lenin, El socialismo y la guerra, Ediciones en Lengua Extranjera, http://www.marx2mao.com/M2M%28SP%29/Lenin%28SP%29/SW15s.html,  Pekín 1976).

De modo que si a finales del siglo XIX y principios del siglo XX se llevó a cabo una política imperialista, la guerra que se desencadenó fue una guerra imperialista.

«La guerra es entonces la gran tarea común, el gran trabajo colectivo, necesario para ocupar las condiciones objetivas de la existencia vital o para proteger y eternizar la ocupación de las mismas. Por lo tanto, la comunidad compuesta de familias se organiza en primer término para la guerra -como organización militar y guerrera-, y ésta es una de las condiciones de su existencia como propietaria. La concentración de las viviendas en la ciudad es base de esta organización guerrera» (Marx, 1972a: 436-437). «Por eso es la guerra una de los trabajos más originarios de todas estas entidades comunitarias naturales, tanto para la afirmación de la propiedad como para la nueva adquisición de ésta» (Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (borrador) 1857-1858, Volumen 1, Traducción de Pedro Scaron, Siglo XXI, Madrid 1972, pág. 451).

Aunque, en rigor, como supo ver Hegel, la guerra es la principal forma de relación entre los Estados. «Contrariamente a los filósofos del siglo XVIII que esbozaron proyectos de paz perpetua y planes de organización jurídica de la humanidad, Hegel, que asiste a las guerras de la Revolución, desarrolla una filosofía de la historia en la cual la guerra desempeña un papel esencial. No se trata que la guerra sea para él resultado del odio de un pueblo hacia el otro. El individuo singular puede experimentar odio por otro individuo, pero no ocurre lo mismo con los pueblos y, por lo tanto, aquí está excluida toda la pasión de este tipo. La guerra que “pone en juego la vida del todo” es una condición de la “salud ética de la vida de los pueblos”. Sin la guerra, y sin la amenaza de la guerra pesando sobre él, un pueblo corre el riesgo de perder poco a poco el sentido de su libertad, se duerme en lo habitual y se hunde en su relación con la vida material. Por esta razón Hegel no vacila en decir que una larga paz puede perder a una nación. Así “la agitación producida por los vientos preserva a las aguas de los lagos de pudrirse”» (Jean Hippolite, Introducción a la filosofía de la historia de Hegel, Traducción de Alberto Drazul, Ediciones Calden, Buenos Aires 1970, págs. 92-93).

Además, como muy bien sabían Marx y Engels, los ejércitos fueron un factor muy importante para el desarrollo de la economía política, pues en el contexto de la guerra (de las diferentes guerras) fue donde los artesanos se organizaron en corporaciones y donde se aplicó la maquinaria a gran escala. También el valor especial de los metales y el papel moneda tienen una influencia bélica. La división del trabajo, a su vez, se introdujo por primera vez en el ejército. «La guerra se ha desarrollado antes que la paz: mostrar la manera en que ciertas relaciones económicas tales como el trabajo asalariado, el maquinismo, etc., han sido desarrolladas por la guerra y en los ejércitos antes que en el interior de la sociedad burguesa. Del mismo modo, la relación entre fuerzas productivas y relaciones de tráfico, particularmente visibles en el ejército» (Marx, 1972a: 30). De modo que en el ejército «encontramos sintetizada la historia entera del sistema burgués» (Boris Hessen, «Las raíces socioeconómicas de la mecánica de Newton», en el Apéndice 12 de La ciencia en la encrucijada de Pablo Huerga Melcón, Pentalfa Ediciones, Oviedo 1999, pág. 575).

Por otro parte, Lenin empleaba un vocabulario militar porque no veían a los partidos socialistas (en concreto al suyo) como simples clubes de discusión, sino como una plataforma por la que se organiza el proletariado de cara a la lucha revolucionaria (es decir, bélica). Para lo que el partido es una época revolucionaria (1905 ó 1917), para el ejército es tiempo de guerra.

La guerra es en muchas ocasiones la única salida al embrollo político y no cabe la paz perpetua y universal o la Alianza de la Humanidad o de las Civilizaciones porque sucede que no hay armonía cuando todos quieren lo mismo: la hegemonía. No cabe pensar, pues, en una paz perpetua sobreentendida como una Idea lisológica a priori (que más bien sería una paraidea) ligada a una Humanidad comprendida también de modo lisológico recurriendo a la ética y a los derechos humanos. No existe una paz lisológica universalmente implantada (en abstracto), interrumpida por nuevas guerras, sino diversas paces políticas concretas (idiográficas, morfológicas) que establecen unos Estados con otros en solidaridad frente a terceros y cuartos. (Sobre la paz perpetua ya escribí en Posmodernia: https://posmodernia.com/la-paz-perpetua-kantiana/).

Algunos teólogos e incluso filósofos de la historia han considerado «a las diversas guerras idiográficas como si fueran fases de una única guerra, y efectos de una misma causa. Causa identificada o bien con un pecado original de índole teológica, que rompió el orden divino y determinó la expulsión de Adán del Paraíso, o bien con un pecado original de índole antropológica, de tradición marxista, que recurre a la alienación del Género humano dividido, desde la comunidad primitiva, en clases antagónicas consideradas como el verdadero motor de la Historia, motor que seguirá funcionando hasta alcanzar el “estado final”» (Gustavo Bueno, «La idea fuerza de la paz», El Catoblepas. Revista crítica del presente, Nº 148, http://www.nodulo.org/ec/2014/n148p02.htm, Junio 2014).

Como se ha dicho, «Las alianzas pacíficas preparan las guerras y a su vez surgen de las guerras, condicionándose mutuamente, engendrando su sucesión de formas de lucha pacífica y no pacífica sobre una misma base de vínculos imperialistas y de relaciones recíprocas entre la economía y la política mundiales» (Vladimir Ilich Lenin, Imperialismo, fase superior del capitalismo, Traducción de Jesús Fomperosa Aparicio, Capitán Swing Libros, Madrid 2009, pág. 519).

De hecho fueron las alianzas de la llamada «paz armada» las que posibilitaron la gran guerra imperialista, así como el período de entreguerras desembocó irremediablemente en la segunda gran guerra imperialista.

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