De cultura y viceversa (II)

De cultura y viceversa (II). José Vicente Pascual

Sobre el supuesto «páramo cultural» del franquismo.

En 1947 Josep Pla publicó en catalán una de sus obras mayores de narrativa: Cadaqués. Álvaro Cunqueiro, en 1955, publicó en su idioma gallego Merlín e familia, y en 1956 As crónicas do Sochantre. El etcétera de autores que publicaron sus obras en catalán o gallego, en aquellos tiempos, es enorme. Cito los antedichos porque considero su maestría un elemento definitorio que subraya la literatura española del siglo XX. Para mí —es una opinión, no creo que aventurada—, son los dos grandes referentes de la narrativa hispánica hasta la aparición del portentoso realismo mágico, los autores suramericanos que comenzaron a triunfar sobre finales de la década de los 50. Alejo Carpentier publicó su El reino de este mundo en 1949, y es justamente en el prólogo de esa novela donde establece, por así decirlo, las bases teóricas de la estética mágico-realista, en el sentido de que resultaba imposible hacer narrativa realista en los ámbitos socioculturales americanos sin integrar los elementos mágicos culturales como parte inseparable de esa misma realidad. Claro que esta posición —ciertamente arriesgada, intuitiva y providencial—, ya estaba asumida en la literatura española desde, cuanto menos, Valle Inclán. Álvaro Cunqueiro, de generación posterior, tiene el mérito de trasladar a lo vecinal aquella intensidad estética de la Galicia heráldica valleinclanesca; Cunqueiro asume con elegancia extraordinaria el encuentro con lo maravilloso entre los silencios del discurso brotado de lo cotidiano. Y en fin, estas cosas sucedían cuando, según el discurso oficial de nuestro cultísimo y súper democrático gobierno, la cultura española era un secarral asolado por la censura, la intolerancia y la represión.

No voy a pintar de colores la etapa de la dictadura de Franco, ni en lo cultural ni en nada. Históricamente nos tocó aquello porque las alternativas eran peores: el soviet chekista ibérico o la invasión alemana a partir de 1940. Naturalmente que hubo censura previa en la posguerra —en todos los países europeos la hubo a partir de la guerra mundial y durante bastantes años, incluidos los primeros de posguerra—; en España fue muy aplicada hasta la Ley de Extinción de Responsabilidades de 1948; estuvo presente pero sólo ejerciente en casos muy extremos hasta 1966; nula a partir de esa fecha, con la publicación de la Ley de Prensa. Naturalmente que hubo denuncias, procesos, multas en todo ese período. No era el pan nuestro de cada día pero ahí estaba ese represión pequeña —comparada con la represión política—, lo que no impidió que en España, desde finales de los años 50, se pudieran comprar en cualquier librería las obras completas de Marx, Lenin y todos los autores habidos y por haber en aquellos regatos, incluido el voluntarioso Mao Tsé Tung, a excepción, no se sabe por qué, de su Libro Rojo. (1).

No lo vamos a negar, el panorama no era el idóneo para la libre expresión, lo que nunca cercenó la libre creación artística porque ese territorio pertenece al espíritu humano y ahí no hay dictadura que se imponga. Todo lo que se quiera, pero… ¿un páramo? ¿En serio alguien con luces y mínimo conocimiento de la historia y un poco de vergüenza puede definir aquella época en España como páramo cultural?

Tendremos entonces que negar la relevancia de Tiempo de silencio (1961), Últimas tardes con Teresa (1966), Historia del corazón (1954) o Cien años de soledad, publicada en España a finales de 1968. Por citar algunas obras destacadas, quiero decir: por poner un ejemplo.

Lo que se está discutiendo, me parece, no es la potencia generadora de arte, literatura, cultura de nivel —de la antropológica y de las costumbres también merecería la pena hablar—, durante el período franquista. Lo que reivindican los partidarios del «páramo» es la posición del Estado respecto a la cultura. Ahí tienen razón, por goleada: en tiempos de Franco la cultura estatal eran las subvenciones al cine y los coros y danzas de la sección femenina; hoy, con el Estado omnipresente, la cultura es un arma cargada de dinero para repartir entre todos los que, por devoción o gratitud, pregonen las virtudes del sistema; sean individuos, «colectivos» o empresas comprometidas, para todos hay. Para nuestros mandamases políticos y mandarines culturales, la cultura, el arte, el pensamiento, la creación, son una propuesta ideológica que el Estado facilita a los autores ya digerida y orientada para que ellos, libres y contentos, corran en brillante alborozo a compartir la buena nueva. Al mismo tiempo, como nadie regala nada gratis, los beneficiarios de la dádiva se encadenan a la religiosa obligación. Las cuentas son las cuentas y al final siempre cuadran.

Por supuesto, no han sentado bien en las comarcas progrelándicas las jornadas «En la huerta no hubo páramo», programadas para el 17 y 18 de este mes de noviembre en Valencia; ni las que tuvieron lugar en la universidad CEU San Pablo el 6 y 7: «La feracidad del páramo (1939-1960). Escritores inolvidables», donde se reivindicaron, entre otros, a José María Pemán y Agustín de Foxá. Tampoco ha caído bien el artículo de Andrés Amorós publicado en El Debate con fecha 13 de enero: El páramo cultural franquista, una moneda falsa, donde el veterano escritor da un repaso no exhaustivo pero muy completo a las creaciones más destacadas en los terrenos de lo literario, en aquellas épocas de las que hablamos. Claro que no caen bien estas iniciativas. Para los oligarcas políticos que nos pastorean y los esbirros que viven a su costa la cultura es un relato maniqueo, una historia de buenos y malos donde ellos han usurpado el papel de la virtud al mismo tiempo que escamoteaban, como siempre, la verdad y la razón para suplantarlas por un discurso demagógico, falso y torcido como todo lo que maquinan. Para esta peña, lo que no es ideológico y no coincide con la talla de sus calzones, ni es cultura ni es democrático. La suya es una cultura colectivizada en razón de lo que hay de cintura para abajo, aunque sirve para llenar bolsillos, generalmente de cintura para arriba. ¡Y hablan de páramo cultural en tiempos del franquismo! Si alguien tuviese curiosidad por ver de cerca un páramo cultural, no tiene más que acercarse a los cantantes que les cantan, los artistas que los elevan, los escritores que les cepillan el hombro, los periodistas que los encomian y los meteorólogos que les mantienen caliente el panorama. Si alguien quiere ver de cerca el espanto maoísta de un verdadero páramo cultural, que aproveche cualquier mañana ante el televisor, con TVE cara a cara y sin trankimazín a mano.


(1). Resultaba paradójico en tiempos de Franco, desde 1973 en que la editorial Fundamentos publicó las Obras Escogidas de Mao Tsé Tung, que estuviera totalmente prohibido el famoso Libro Rojo. Algo absurdo porque nadie entonces —ni ahora— era capaz de leer entera aquella obra y entender la décima parte de lo que exponía, pues todo son referencias a la particularísima situación en China, disensiones internas en el PCCh, etc. El libro, en realidad, se prohibió como objeto —pequeño, de tamaño petaca— sobre todo por el color rojo de la portada, una enseña emblemática más que libro. La mayoría de los ejemplares que entraron en España llegaron desde París, donde la embajada china los repartía por miles diariamente a tantísimos jóvenes de todas las nacionalidades que se acercaban para conseguir su libro-insignia. Curiosidades de otra época. Hoy, con la kufiya palestina ya se identifican y se van arreglando.

 

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