Del bronce histórico al etnológico

Del bronce histórico al etnológico. Iván Vélez

Las recientes demoliciones, decapitaciones y vandalizaciones de estatuas y monumentos públicos ocurridas últimamente en el continente americano, ofrecen un magnífico material de análisis en relación tanto a las motivaciones que han llevado a tales actos como a las diferencias formales entre lo abatido y lo que, en muchos casos, se pretende erigir.

Si hemos de buscar un punto de partida para la furia iconoclasta de trasfondo negrolegendario, a la que nos referimos, debemos remontarnos a los tiempos de gobierno de Hugo Chávez Frías cuando, en el contexto de su autoproclamación como «indio alzado», la estatua de Cristóbal Colón fue juzgada, condenada, derribada, arrastrada y, finalmente, escondida y desaparecida de la escena pública caraqueña. La violencia contra el bronce colombino, ocurrida en 2004, dio continuidad al decreto que Chávez había firmado dos años antes, por el cual el tradicional Día de la Raza, cuyas resonancias chirriaban respecto al discurso chavoindigenista, pasó a denominarse Día de la Resistencia Indígena. Aunque existían precedentes de ataques a esos fastos e, incluso, a las estatuas dedicadas al almirante, las medidas adoptadas por Chávez, sirvieron de modelo para las naciones adscritas a esa nebulosa denominada «socialismo del siglo XXI», que localiza muchas de sus ensoñaciones en el tiempo prehispánico. Declarado culpable, el almirante fue desalojado de su pedestal y sustituido por una musculosa estatua del caudillo indígena Guaicaipuro el 12 de octubre de 2015.

La mentada eliminación de la efigie colombina, que no fue la única, fue la antesala de la remodelación del programa iconográfico histórico de Venezuela. El siguiente paso que se dio fue la indigenización del rostro de Simón Bolívar, operación pictórico-facial que buscaba un mejor encaje con la nueva idea que se quería ofrecer del comúnmente llamado Libertador. Y ello, a pesar de que en 2014 se expuso en Lima el que se considera el retrato más fiel de Bolívar, salido de los pinceles del pintor peruano José Gil Castro. Un cuadro cuya fidelidad fue reconocida en su día por el propio Bolívar, en el cual, el prócer venezolano mostraba los rasgos afilados que lució en vida.

A la corriente iconoclasta bolivariana se unió en 2017 la decisión del Ayuntamiento de Los Ángeles de sustituir el Día de Colón por el de los Pueblos Indígenas. La justificación del cambio se debió a la presión de diversos grupos indigenistas que identifican al marino, en su día exaltado por la comunidad italoamericana, con un genocida, acusación que ya le había lanzado el muy antiyanqui Chávez. Pese a ser producto de dos modelos de imperio muy diferentes -el generador hispano y el depredador británico- tanto en Venezuela como en los Estados Unidos, la idea de que el esclavista Colón abrió la puerta al genocidio perpetrado por España, sigue vigente.

Entre tan común motivación destructiva, las diferencias entre las estatuas derribadas y las levantadas es, no obstante, notable. Como es sabido, casi todas las que ahora se pretenden eliminar son deudoras de la corriente artística historiográfica que arrancó en el siglo XIX. Un estilo que prestaba especial atención, y así era valorado en los muchos concursos académicos convocados en aquel tiempo, al rigor con el que se llevaban a cabo las representaciones del pasado histórico. El anacronismo era, pues, sancionado, ya que lo que se buscaba era la confección de obras idiográficas, es decir, representaciones que señalaran a personajes concretos y singulares, identificables, sin que ello evitara la concurrencia de numerosos arquetipos con los que debían cargar aquellos hombres de cuya vida poco se sabía. 

Abatidos estos bronces que cabe llamar históricos, sus sustitutos comienzan a tener perfiles más difusos. En nuestros días es común asistir a la inauguración de esculturas dedicadas a la mujer indígena o a sus pares masculinos. Por decirlo de otro modo, las estatuas idiográficas se comienzan a sustituir por otras de carácter nomotético, cuyas fuentes documentales no son históricas sino etnológicas. O lo que es lo mismo, y bien sabemos a cuántos contradecimos, fuentes conectadas con la barbarie, condición que viene aparejada a la idea clásica de «indio», concepto elaborado por un cuño negativo, pues «indio», vocablo que remite a un continente diferente, era todo aquel que no fuera español. Tan vaga como extraviada definición permite, cinco siglos más tarde, fantasear con un mundo idílico alterado, cual piedra arrojada a un calmo estanque, por un conjunto de codiciosos y violentos barbudos.

Top