Del sistema de Metternich al sistema de Bismarck

Del sistema de Metternich al sistema de Bismarck. Daniel López Rodríguez

Antes de la unificación «Alemania» era una voz que sólo respondía a un conjunto de pueblos y principados de lengua alemana y a territorios en los que esos pueblos se asentaron (incluyendo Austria). Ya en 1840 empezaba a gestarse una tendencia unitaria frente a los particularismos regionales (o división feudal).

En 1859 se fundó la Asociación Nacional Alemana, que al poco tiempo contaba con unos 25.000 miembros entre los que destacaban príncipes nobles, profesores y hombres de negocios. Los objetivos de tal asociación eran liberales y nacionales y la formación de una Alemania con gobierno parlamentario que girase en torno a Prusia, y no en torno a Austria. «Pero la Asociación Nacional se encontraba en una posición difícil ante la contradicción entre su liberalismo y la realidad política prusiana, evidentemente alejada del régimen parlamentario. Los liberales alemanes esperaban salir de esta contradicción con un proceso simultáneo de unificación y liberación. Sin embargo, el nacionalismo alemán, a lo largo de los años sesenta, evolucionará desde el idealismo al realismo y colocará la unidad nacional por encima del liberalismo en un proceso paralelo al de la burguesía» (Rosario de la Torre del Río, «De la guerra de liberación al II Reich», en Así nació Alemania, Cuadernos historia 16, Madrid 1985, pág. 19).

Antes de la llegada de Bismarck a la cancillería de Prusia se daba por hecho que la unificación de Alemania sería mediante la combinación de nacionalismo y liberalismo, pero tal unificación fue realizada por el Canciller de Hierro combinando nacionalismo con conservadurismo.

Bismarck contemplaba la política exterior exclusivamente al servicio de los intereses de su patria, y para ello se apoyaría en el vigor nacionalista del pueblo alemán. Para Bismarck no había nada más alemán que los intereses de Prusia bien entendidos. Bismarck tenía muy claro que «la única base saludable para las políticas de una gran potencia es el egoísmo» (citado por Pedro Baños, Así se domina el mundo, Ariel, Barcelona 2017, pág. 441).

Bismarck es situado entre los realistas políticos, por ello era muy consciente de que la seguridad y la eutaxia sólo podía consolidarse a través de una exacta interpretación de los componentes del poder: «La política sentimental no es recíproca. […] Todos los otros gobiernos deciden el criterio de sus acciones basándose pura y exclusivamente en sus intereses, aunque puedan disfrazarlos con consideraciones legales. […] Por el amor de Dios, nada de alianzas sentimentales en las que la conciencia de haber realizado una buena acción sea la única recompensa para nuestro sacrificio. […] La única base saludable para las políticas de una gran potencia […] es el egoísmo, no el romanticismo. […] La gratitud y la confianza no pondrán a un solo hombre de nuestro lado; solo el miedo lo hará, si lo usamos con habilidad y cautela. […] La política es el arte de lo posible, la ciencia de lo relativo» (citado por Henry Kissinger, Orden mundial, Traducción de Teresa Arijón, Debate, Barcelona 2016, pág. 84).

Bismarck sabía muy bien, y los hechos le dieron la razón, que los problemas de la época no se resolvían a fuerza de charlatanería en los discursos y con decisiones tomadas por la mayoría, sino con el hierro y la sangre: realismo político frente a demagogia. Y así consiguió su principal objetivo: la unificación de Alemania bajo la hegemonía de Prusia y la exclusión de Austria. Y con la unificación Alemania conseguiría la hegemonía en Europa (que, como muy bien sabía Bismarck, sólo era un concepto geográfico).

Bismarck fue el gran protagonista de la evolución alemana del idealismo al realismo político (Realpolitik). Para éste no había nada más alemán que los intereses de Prusia y ya en 1859 afirmó que el pueblo alemán era el mejor aliado de Prusia. La unificación de los Estados alemanes bajo la hegemonía de Prusia no fue fruto de la voluntad popular sino de un trato diplomático entre los soberanos alemanes; es decir, no fue un logro conseguido desde el vector ascendente a través de la revolución (como se intentó en 1848 y 1849) sino más bien por órdenes del vector descendente de los respectivos gobiernos de los diversos Estados a través del encontronazo corticalpoder militar mediante- contra Dinamarca, Austria y Francia. Y si estos Estados estaban liderados por Prusia eso significaba que la unidad de la nación alemana no se fundó en el mal llamado principio de autodeterminación. Luego la unificación de Alemania no se alcanzó a través del diálogo, sino -como bien sabía Bismarck- a «sangre y hierro», pasando por encima de la Cámara de los Diputados. Por eso -como decimos- más que por el poder diplomático, la cuestión alemana se resolvió por el poder militar, y esto fue posible a través del rasgo más destacado del nacionalismo prusiano: el militarismo.

La unidad de Alemania se fundó entonces «desde arriba» mediante las bayonetas prusianas, es decir, «por la sangre y por el hierro», gracias a la «misión» de los Hohenzonllern y al «genio» de Bismarck. «En la terminología de la época, el planteamiento del problema central de la revolución democrática se formulaba así: “unidad por la libertad” o “unidad antes de la libertad”. O, con referencia al problema concreto más importante de la revolución, el de la posición que en el futuro habría de ocupar Prusia dentro de Alemania: “absorción de Prusia en el seno de Alemania” o “prusianización de Alemania”. La derrota de la revolución de 1848 hizo que ambos problemas se resolvieran en el segundo sentido» (Gyorgy Lukács, El asalto a la razón, Traducción de Wenceslao Roces, Grijalbo, Barcelona 1976, pág. 45).

La unificación de Alemania sólo fue posible tras las sucesivas guerras de 1864 a 1870. De modo que Alemania alcanzó su unidad nacional no mediante una revolución burguesa sino a través de la prusianización de Alemania, de ahí que Marx en 1875, en la Crítica al programa de Gotha, definiese a la Alemania nacionalmente unificada como un régimen de despotismo militar que mezclaba las formas parlamentarias con dosis de feudalismo.

El 29 de junio de 1942 llegaría a decir un tal Adolf Hitler: «Si Baviera, Württemberg, el país de Baden y los demás estados alemanes fueron unidos a Prusia para formar el Reich de Bismarck, esto no se debió a la grandeza y sentido político de los príncipes, sino pura y simplemente a la superioridad del fusil de aguja de los prusianos» (Adolf Hitler, Las conversaciones privadas de Hitler, Traducción de Alfredo Nieto, Alberto Vilá, Renato Lavergne y Alberto Clavería, Crítica, Barcelona 2008, pág. 432).

A diferencia de Inglaterra y de Francia, la aristocracia sería la primera clase política y la burguesía la primera clase económica. Desde noviembre de 1870, el canciller Bismarck discute con los representantes de los Estados alemanes del sur la configuración de la unidad de Alemania cuya estructura sería federal y en la que los viejos Estados mantendrían su idiosincrasia, sus príncipes y sus reyes, ya que Bismarck era consciente de que la excesiva prusianización de Alemania no sería prudente para la eutaxia del Reich. Se formaría un órgano legislativo de representación popular o Parlamento (Reichstag) con sufragio universal masculino y una Cámara federal (Bundesrat) compuesta por delegados de los diferentes Estados en proporción a su tamaño. La prudente diplomacia de Bismarck y su política prusiana de expansión no hubiese sido posible sin hacer ciertas concesiones a las masas.

La guerra franco-prusiana «no se trataba sólo de una guerra por el Rin, sino de una guerra por su existencia nacional. Por vez primera desde 1813, los reservistas y la Landwehr afluyeron en masa, llenos de entusiasmo y de espíritu combativo, para ponerse bajo las banderas. No importaba cómo se había producido todo eso, no importaba qué parte de la herencia nacional de dos milenios Bismarck había o no había prometido por su propia iniciativa a Luis Napoleón, tratábase de dar a entender al extranjero de una vez y para siempre que no debía inmiscuirse en los asuntos interiores alemanes y que Alemania no tenía la misión de apuntalar el vacilante trono de Luis Napoleón con concesiones de territorio alemán. Y frente a tal entusiasmo nacional desaparecieron todas las diferencias de clase, se disiparon todos los antojos de las cortes de Alemania del Sur acerca de la Confederación del Rin y todos los pujos de restauración de los príncipes expulsados» (Friedirch Engels, El papel de la violencia en la historia, Editorial Progreso, Moscú 1981, pág. 427).

Cuando se alcanzó la unificación Alemania era un nuevo poderoso Estado con 550.000 km2 y una población en torno a los 42 millones de habitantes (incluyendo a 5 millones de no alemanes: polacos, alsaciano-loreneses, daneses). Prusia, con 24,5 millones de habitantes, era la región más poblada, seguida por Baviera con 5 millones, Sajonia con dos y el resto con un número menor de habitantes.

Bismarck no implantó un Estado centralizado sino que a través de pactos y acuerdos construyó una federación de Estados que limitara en la menor medida posible la soberanía de cada uno de ellos, de modo que el Segundo Reich no era otra cosa que una ampliación territorial de la Confederación Alemana del Norte.

Así entonces, el Imperio Alemán venía a ser un Estado de carácter federal (es decir, que unió aquello que estaba separado) que designaba al rey de Prusia como jefe del Estado con el título imperial y como presidente o primus inter pares de los monarcas de Baviera, Wurtemberg, Sajonia, el Gran Ducado de Baden y el de Hesse (también se federaron las ciudades libres de Hamburgo, Lübeck y Bremen).

Se trataba, entonces, de un Imperio federal compuesto por 25 Estados bajo al tutela de Prusia (cuatro reinos, seis grandes ducados, cinco ducados, siete principados y tres ciudades libres). Cada uno de estos Estados tenía su propia constitución pero delegaban en el Reich el poder militar, el poder federativo, el correo, la moneda y los impuestos indirectos.

También se compuso una Constitución Federal que, en su mayor parte, era una adaptación de la constitución de la Conferencia de los Estados del Norte que redactó Bismarck. Había un Consejo Federal (Bundesrat) con competencias legislativas compuesto por 58 plenipotenciarios de los Estados federados, aunque Prusia contaba con la mayoría de los votos, luego más que un Estado federal Alemania se constituye como un Estado prusiano ampliado.

Asimismo estaba la Dieta (Reichstag), donde estaban representados los pueblos de los Estados alemanes, y había un diputado por cada 100.000 habitantes. Estos diputados eran elegidos por sufragio universal directo y secreto.

Al finalizar el siglo Alemania era el bastión económico y político de la Europa continental en detrimento de Francia. «A Francia y Alemania les ocurre como a los dioscuros: uno debe apagarse para que se encienda el otro» (Luis Carlos Martín Jiménez, «La implantación política de la filosofía alemana», El Basilisco, Nº 50, http://fgbueno.es/bas/bas50g.htm, Oviedo 2018, pág. 83).

Bismarck procuró que Alemania se involucrase con todas las grandes potencias y así mantener buenas relaciones con las mismas y evitar que éstas se uniesen contra Alemania, a la que el prudente canciller trataba de transformar en el eje central del sistema internacional de la biocenosis europea.

Así como desde 1815 hasta 1848 Europa estuvo organizada corticalmente bajo los esquemas del canciller austriaco Klemens von Metternich, desde 1871 hasta 1890 Europa estuvo bajo el sistema cortical que diseñó Bismarck. Se podría decir que si el sistema de Metternich representaba a la derecha primaria, el de Bismarck representaba a la derecha socialista (aunque también en dicho sistema había componentes de la derecha primaria, al tratarse de una alianza entre la aristocracia y el un sector del proletariado contra la burguesía).

«El sistema de Metternich responderá a los principios ilustrados del siglo XVIII: el universo venía a ser como un aparato de relojería donde cada pieza, en equilibrio, permite que funcionen las demás. Para Bismarck, por el contrario, el equilibrio lo era de fuerzas en movimiento. De alguna forma su filosofía se acerca a la darwinista de supervivencia de los más aptos. Bismarck supone en la historia de las relaciones internacionales el paso del concepto racionalista, según el patrón del siglo XVIII, al concepto empírico de la política, situando el principio de utilidad por encima del de legitimidad, buscando el éxito antes que la norma moral absoluta, valorando la habilidad más que la realización del compromiso. En definitiva, declarando la relatividad de todas las creencias» (Luis palacios Bañuelos, «Las relaciones internacionales en la época de Bismarck», en Gran Historia Universal. Vol. XXII. Crisis del equilibrio mundial, Club Internacional del Libro, Madrid 1990, pág. 23).

«¿Nos encontramos ante un revolucionario? Bamberger en 1862, cuando desterrado en París trataba de explicar la personalidad de Bismarck escribió “las personas nacen revolucionarias… el accidente de la vida decide si ha de ser un revolucionario rojo o un revolucionario blanco”. En este sentido podríamos decir que la revolución de Bismarck fue al menos rara, extraña. Fue una revolución disfrazada de conservadurismo. Pero su concepción fue grandiosa: rehízo el mapa europeo y replanteó las relaciones entre países» (Luis Palacios Bañuelos, «Las relaciones internacionales en la época de Bismarck», pág. 21).

«En los cuarenta años siguientes al acuerdo de Viena, el orden europeo amortiguó los conflictos. En los cuarenta años siguientes a la unificación de Alemania, el sistema agravó todas las disputas. Ninguno de los líderes anticipó el alcance de la catástrofe que se avecinaba y que su sistema de confrontación rutinaria respaldado por una maquinaria militar moderna produciría casi seguramente tarde o temprano» (Kissinger, Orden mundial, pág. 89). «Pobre del estadista cuyos argumentos para entrar en guerra no sean tan convenientes al final como lo eran al comienzo» (Kissinger, Orden mundial, pág. 91).

Benjamin Disraeli se refirió a la unificación alemana como «un acontecimiento político más grande que la Revolución francesa», y que por tanto «el equilibrio ha sido enteramente destruido» (citado por Kissinger, Orden mundial, pág. 85).

Por su parte, Engels era partidario de la unificación del Segundo Reich y el Imperio Austro-Húngaro, es decir, era partidario de la Gran Alemania, pero con Austria como Estado hegemónico al frente de la gran unificación.

La unificación de Alemania hizo que se desarrollase el movimiento obrero en Alemania, lo que con el tiempo llegó incluso a considerarse a Berlín como el epicentro de la revolución mundial, aventura que ni existió ni pudo existir.

La integración de los Estados alemanes realizada por Bismarck resultó ser tan fuerte que Alemania seguiría perseverando en su unidad tras la Primera Guerra Mundial, aunque sería dividida en dos tras la Segunda Guerra Mundial, pero volvería a alcanzar la unidad al final de la Guerra Fría.

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