Derechita en pie de guerra (cultural)- 2ºparte

Derechita en pie de guerra (cultural)- 2ºparte

Accede a la primera parte del ensayo…
Arengas neocones

Para alborozo de los liberal-conservadores españoles en los años 1990, el auge del liberalismo y de la “revolución conservadora” anglosajona supuso un desagravio histórico, la confirmación de que siempre habían tenido razón, un Sagasta y Cánovas reloaded. Finiquitado el comunismo solo quedaba situarse en la estela del vencedor. Los Think Tanks del Imperio ya suministrarían munición para las batallas culturales. 

Pero muchos no advirtieron que lo que en la angloesfera estaba de moda no era liberalismo y conservadurismo stricto sensu, sino neoliberalismoneoconservadurismo; lo que no es exactamente lo mismo.    

¿Minucias académicas? ¿Nominalismos absurdos? Tal vez para quienes piensen que “lo que no son cuentas son cuentos”. O para quienes piensen que las ideas son solo racionalizaciones a posteriori de lo que acontece. Pero para quienes crean que las ideas tienen consecuencias y moldean las conductas, distinciones como la de arriba tienen su importancia.

Comencemos por los neo-conservadores. Organizados desde los años 1960 por los discípulos del filósofo judeo-norteamericano Leo Strauss, los “neocones” son los voceros de una visión mesiánica de Norteamérica como nación sólo unida por un credo (“propositional nation”, “creedal nation” en el lenguaje de Fukuyama) susceptible de extenderse a toda la humanidad. En la teoría neocon, los Estados Unidos son una “nación universal” que tiene en los “derechos del hombre” su eje de política exterior, de la misma forma en la que los soviéticos tenían por eje al marxismo-leninismo.[1]La América ilustrada deviene así el epicentro expansivo de la democracia liberal. 

Pocas nociones más ajenas para los neocones (lo hemos visto en Fukuyama) que la idea de las precondiciones étnicas o culturales para la creación de los órdenes políticos. Nada que ver por tanto con el conservadurismo de Burke o con la idea de “constitución histórica” de Cánovas. Para los neocones la democracia liberal puede construirse en cualquier parte del mundo, con la ayuda – si es preciso– de los cazabombarderos norteamericanos. Cualquier rechazo de los principios ilustrados – ya sea en nombre de la voluntad, costumbres o soberanía de los pueblos –será considerado “tribalismo” (o nazismo, o estalinismo, etcétera). El lobby armamentista sonríe complacido y también la red Soros de “revoluciones de color”.

Ni que decir tiene, tras incendiar Oriente Medio en un desastre geopolítico sin precedentes, el prestigio de los neocones decayó considerablemente. Sus sucursales en España se quedaron con el pie cambiado, aunque para entonces – tras los trágicos acontecimientos de marzo 2004 –sus fantasías de barras y estrellas ya habían terminado. 

Apartados por Trump de la primera fila política, los neocones hicieron su peculiar travesía del desierto. En la era Biden es de suponer que vuelvan a surcar los cielos en forma de bombardeos “Woke”.[2]

Tiros en el pie

Neoconservadores y neoliberales no son lo mismo, aunque a veces parezca lo contrario. Hay entre ellos serias discrepancias en materia de Estado de bienestar, gasto público y política exterior. Pero en la práctica se acompasan como sístole y diástole. Ambos funcionan como arietes del imperio americano, de un imperio posmoderno que, como proyecto mundialista, hoy adopta la fórmula del “gran reseteo”. Los neocones lo impulsan a lo bruto a través de bombardeos democratizadores y desguace de naciones refractarias. Los neoliberales a través de la promoción de un “individuo start-up”, precarizado y culturalmente homogéneo, embrutecido por la ideología-basura de las Big Tech y los campus americanos. El liberalismo ya no es lo que era, hoy se llama neoliberalismo. Aunque algunos puristas del término prefieran no darse por enterados.

Lo cierto es que decirse “liberal” acarrea hoy gran confusión semántica. “El liberalismo – escribe el politólogo norteamericano Paul E. Gottfried – ha perdido cualquier conexión relevante con lo que alguna vez significó. No se le ha permitido mantener un significado fijo y estable (…) se trata de un término cada vez más a la deriva”.[3] El liberalismo– señala por su parte el politólogo británico John Gray –alberga en su seno ideales de tolerancia y filosofías incompatibles entre sí. Por eso los intentos de definir una tradición de “liberalismo verdadero” o “clásico” están abocados al fracaso.[4] Agrupados en escuelas tan sectarias como supuestamente científicas (en lo cual se parecen al marxismo) los economistas liberales se remiten a paradigmas de mercado y a modelos ideales que nunca podrán materializarse, porque de lo contrario la sociedad explotaría. Pero es preciso juzgar al liberalismo por su despliegue en la vida real y no por las teorías de sofá de sus defensores. El liberalismo es un hecho social total (Marcel Mauss) que parte de una visión del hombre. De una antropología, en suma. Aquí es donde entra el (neo) liberalismo.

Nunca antes en la historia – ni en la peor pesadilla orwelliana – los Estados habían tenido tanto poder sobre sus ciudadanos. Lo cual coincide con la máxima expansión de la ideología liberal. En realidad, la historia del liberalismo coincide con la del despliegue del Estado-gestor (managerial state). “El individualismo y el estatismo siempre han avanzado juntos – escribe el politólogo norteamericano Patrick J. Deneen –  siempre a expensas de las relaciones vividas y vitales que se interponen entre la aspereza de la autonomía individual y la abstracción de nuestra pertenencia al Estado“.[5]El neoliberalismo aparece hoy como un sistema homogeneizador e intrusivo, como una ingeniería social implementada por managers estatales en alianza con las corporaciones transnacionales y un aparato cultural a sueldo (intelectuales, medios de comunicación, show business, etcétera). La novedad del neoliberalismo estriba en el reconocimiento de que el orden del mercado no es natural ni espontáneo, sino que necesita de una fuerte intervención del Estado para imponerse. Con un objetivo: extender el orden del mercado a todas las dimensiones de la vida, para lo cual es preciso derribar todas las barreras – culturales, familiares, nacionales, religiosas – que se le opongan. Las “guerras culturales” de la izquierda posmoderna están al servicio de esa concepción neoliberal de la libertad: la libertad como el derecho individual a tener cada vez más “derechos”. 

La burguesía liberal es la mayor fuerza revolucionaria de la historia, señalaba ya Marx en el Manifiesto Comunista. Hace años escribía John Gray sobre los efectos destructivos que la revolución thatcheriana tuvo sobre las familias, los valores, las instituciones y la sociedad británica.[6]Aquí estriba la gran contradicción de las derechas occidentales. Como escribe Patrick J. Deneen– “los defensores del liberalismo clásico – los que hoy se denominan conservadores – defienden de boquilla los llamados “valores tradicionales”, mientras que su clase dirigente apoya de forma unánime el principal instrumento de individualismo práctico de la modernidad: el “mercado libre”.[7]Esa es la mercancía averiada que cierta derecha sigue comprando hoy al proclamarse “liberal”. Tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias, que decía Vázquez de Mella. 

Los nostálgicos de las Cortes de Cádiz (1812) y demás hitos decimonónicos harían bien en enterarse de que el liberalismo es hoy a la libertad lo que el progresismo es al progreso. Aparte de ser un ejercicio melancólico (el intento de conciliar lo inconciliable) el “liberalismo conservador” tiene algo de masoquista: el empeño en pegarse tiros en el pie.

Te lo juro por Hayek

El neoliberalismo es culturalmente de izquierdas. En su frenesí individualista el neoliberalismo alberga una promesa de autonomía total y de auto-engendramiento. Ahí se inscriben las políticas identitarias de la izquierda posmoderna: ideología de género, LGTBIQ, transhumanismo, wokismo, etcétera. Dimensiones enteras de la naturaleza humana han de ser reconfiguradas para adaptarse a las necesidades del mercado, manu militarisi es preciso.  “El liberalismo – escribe Patrick J. Deneen es hoy un régimen autoritario(…) El lenguaje de la diversidad es un ideal avanzado por el liberalismo para minar las diferencias culturales y religiosas reales, un mantra para los liberales modernos”.[8]La izquierda es culturalmente orgánica al liberalismo, por eso desde el liberalismo la derecha jamás podrá ganarle la batalla cultural.

El liberalismo es elitista y pisotea la soberanía popular. Para ello se vale, entre otros medios, del derecho y los jueces. “En una sociedad liberal y pluralista – escribe el filósofo liberal Ronald Dworking – los “derechos” deben prevalecer sobre la política, y aunque las asambleas populares puedan legislar hasta cierto punto, deben estar siempre sometidas a los jueces, que son quienes definen y mantienen los derechos humanos”.[9]La extensión del dominio de los “derechos humanos” sustrae cada vez más cuestiones a la soberanía popular (las políticas migratorias están ya en el objetivo), de forma que la expansión de lo jurídico (el Lawfare) redunda en la contracción de lo político. Conviene aquí recordar que, antes que la ideología del Mercado, el liberalismo es la ideología del Contrato.  “La política neoliberal – escribe el filósofo francés Grégoire Chamayou – en la medida en que practica la desregulación, especialmente de la legislación laboral, refuerza el poder de los patronos en la relación contractual, precariza y debilita a los trabajadores (…) y redunda en un fortalecimiento de los autoritarismos privados”.[10]  La democracia se ve atrapada así en una pinza, la del mercado y el derecho. No era otra la intuición de Carl Schmitt, cuando señalaba que liberalismo y democracia no sólo no son equivalentes, sino que son a la larga contradictorios. Con el paso del tiempo la “democracia liberal” deviene un oxímoron, mientras que el “liberalismo autoritario” deviene un pleonasmo.  

¿Cómo definir el liberalismo autoritario? Se trata de un liberalismo socialmente asimétrico: fuerte con los débiles, débil con los fuertes (Hermann Heller). Se trata de un liberalismo que, a la limitación de la política por la economía (componente liberal), se asocia la precarización de los subalternos a través de las decisiones políticas (componente autoritario).[11]Se trata sobre todo de un liberalismo que busca eximirse de la voluntad popular. Escribía Hayek “no tenemos interés en hacer de la democracia un fetiche. La democracia es esencialmente un medio, un instrumento utilitario para salvaguardar la paz interna y las libertades individuales”. Con el mismo vigor rechazaba Hayek la idea de soberanía, en la cual no veía más que una “superstición constructivista”. Al igual que rechazaba la idea de “bien común” o utilidad colectiva. Al igual que rechazaba toda política de redistribución. Al igual que criticaba la regla de la mayoría, en la cual sólo veía un principio arbitrario y antagonista de la libertad individual. 

¿Debería acaso sorprendernos el hecho de vivir bajo la tiranía de las “minorías”, envueltas en el manto de la libertad individual y los “derechos humanos”? Corrección política, leyes de memoria histórica, expansión de la censura, proliferación de delitos de odio (la “erótica de lo penal” de la que hablaba Philippe Muray). Al colocar al juez por encima del elector, el liberalismo autoritario aspira a suprimir a todos sus oponentes. 

¿Cómo reconocer a un centroderechista culturalmente batallador e ideológicamente ilustrado? Indefectiblemente asegurará tener en su mesilla de noche un libro de Hayek. Hay razones para pensar que quien eso diga no solo no ha leído a Hayek, sino que probablemente no ha abierto un libro en su vida. 

Anticomunismo anacrónico

A cierta derecha cultural le cuesta emprender la guerra contra quienes deberían ser sus principales enemigos: el (neo) liberalismo y el mundialismo. Y prefiere emprenderla a palos contra un viejo conocido: ¡el comunismo! 

El revival anticomunista de cierta derecha es un rasgo anacrónico que refleja fielmente un anacronismo gemelo: el “antifascismo” de izquierdas. Sorprendentemente, en España casi todas las derechas se encuentran en este punto. ¿A qué obedece eso? Seguramente a un conjunto de factores. En primer lugar, la inercia; un reflejo pavloviano heredado de la guerra fría. En segundo lugar, a la pereza intelectual. Siempre es más socorrido (y reconfortante) recurrir a categorías familiares que tratar de descifrar una realidad compleja. En tercer lugar, a un cálculo estratégico-político: cuanto más simple el mensaje, más aplausos cosechará. En cuarto lugar, al interés de publicistas y comunicadores que han encontrado su nicho de mercado. En quinto lugar, a un serio error de percepción. Este punto merece aclararse.

Es indudable que muchos actores culturales, políticos e intelectuales de izquierda se creen sinceramente (o al menos se proclaman) comunistas. Es más, el uso y abuso de referencias comunistas no es infrecuente entre la izquierda posmoderna y/o liberasta (o eso que Gustavo Bueno llamaba izquierdas “indefinidas” y “divagantes”). Pero conviene aquí mantener una visión de conjunto. Lo importante es distinguir entre las percepciones subjetivas de los actores – que muchas veces no pasan de ser meras devociones privadas– y las dinámicas históricas a las que, con sus acciones, éstos favorecen. Algunos ejemplos:

En 1789 la aristocracia y el clero franceses se negaron a pagar más impuestos y exigieron a Luis XVI la convocatoria de Estados Generales. Fue la llamada “revuelta de los privilegiados”. Sus protagonistas sinceramente pensaban que, al erosionar la autoridad del Rey, estaban reforzando sus propios intereses. Lo que al final resultó fue… la revolución francesa. 

Otra forma de verlo consiste en preguntarse ¿a quién beneficia todo esto? Por ejemplo: aunque en la revolución de 1968 había jóvenes comunistas, la función histórica de los estudiantes parisinos era la de acelerar el tránsito hacia los valores hedonistas del nuevo capitalismo. Es decir, eran un factor autorregulador de la nueva sociedad post-industrial. Otro ejemplo: ¿a quién favorece el filósofo Toni Negri cuando en su obra “Imperio” (biblia del altermundialismo de izquierdas) designa a la “multitud” globalizada como nuevo sujeto revolucionario? Pues a la globalización, obviamente… Otro ejemplo: ¿A quién favorece el “sinfronterismo” oenegero? Pues a los patrones que alquilan mano de obra barata… y al capitalismo salvaje, obviamente…

Una forma más pedestre de verlo consiste en preguntarse ¿quién paga todo esto? ¿Debemos deducir, por ejemplo, que la Open Society Foundation es comunista? ¿O la UNESCO? ¿O el Banco de Santander? Resulta curioso ver cómo los anticomunistas viscerales hacen contorsiones para meter en el saco de la conspiración comunista a la izquierda radical, a Soros, a Xi Jinping, a la Agenda 2030, a Cuba, a Lula Da Silva, a Black Lives Matter, a Antonio Guterres y hasta al Papa Francisco. Pero por mucho que se empeñen ni “Podemos” es comunista ni el foro de Sao Paulo es la Komintern. Lo cual no impide que sus respectivas agendas – por otros motivos y razones – puedan ser nocivas o incluso conducir al desastre.[12]

¿Cuál es el problema del anticomunismo anacrónico? Pues que interpone un filtro deformante sobre la realidad. Una “batalla cultural” sostenida sobre tales presupuestos pierde, a la larga, toda credibilidad. No parece que, al menos en un futuro próximo, Pionyang o La Habana vayan a tener el poder de irradiación que tenía Moscú en 1945. Pero los Cold War Warriors pueden seguir a lo suyo, como soldados japoneses perdidos en la jungla; la segunda guerra mundial había terminado y ellos seguían sin enterarse.  

El gran reseteo

Entramos en una época – “el gran reseteo”, algunos la llaman – que va a reconfigurar todos los órdenes de la vida. Un cambio de civilización que desborda los límites estrictos de la política y que afecta a todos los aspectos de la vida cotidiana. Hoy más que nunca lo personal también es político. Las “guerras culturales” han llegado para quedarse.  A falta de algo mejor, seguiremos parasitando el lenguaje de épocas anteriores – “izquierdas” y “derechas”, “conservadores” y “progresistas”, “comunistas” y “fascistas”–. Pero esa situación no durará siempre. En esta tesitura ¿qué rutas se abren para la “guerra cultural” de eso que todavía llamamos “derecha”?

Con la aparición de las fuerzas llamadas “iliberales”, “populistas” o “identitarias” la derecha cierra un ciclo y se reencuentra con sus orígenes (una de esas “repeticiones” o “recurrencias” de las que hablaba Koselleck). La derecha surgió históricamente para luchar contra las ideas liberales. “Lo mejor de la derecha –escribe Alain de Benoist– era un sistema de pensamiento anti-individualista y anti-utilitarista, fortalecido por una ética del honor heredada del antiguo régimen. Con lo cual se oponía a la ideología de la ilustración que tenía por motor al individualismo, al racionalismo, a la axiomática del interés y la creencia en el progreso”.[13]Sin embargo, la evolución histórica de la derecha la llevó a “aliarse cada vez más al sistema del dinero, cuando la primera misión que hubiera debido de darse es combatirlo”.[14]Exactamente lo mismo que le sucedió a la izquierda. La primera se hizo cada vez más liberal, la segunda cada vez menos marxista. Izquierda y derecha coincidieron en el liberalismo y en eso seguimos. 

La línea divisoria se sitúa ya en la posición a tomar frente a esa hegemonía liberal. “Vamos hacia una época – escribe el politólogo católico Patrick J. Deneen – en la que la división política ya no será entre un liberalismo de derecha y un liberalismo de izquierda, sino entre una forma expansiva de liberalismo contra todos sus adversarios, a los que calificará de populistas cuando no de fascistas (…) La posibilidad de un régimen autoritario (liberal) existe realmente…”[15]

En un libro titulado “Contra la Democracia”, el profesor de Georgetown Jason Brennan afirmaba en 2017 que la democracia es el reino de los ignorantes y de los irracionales, y que debería ser sustituida por el gobierno de “los más competentes”.[16]Todo conduce a pensar que, en la medida en que el pueblo se empeñe en “votar mal”, nos iremos deslizando a formas inéditas de democracia adulterada. De hecho, la sombra de la sospecha planea ya sobre las elecciones en la “primera democracia del mundo”. Un episodio – las presidenciales americanas en 2021– en el que la “alianza informal entre la izquierda y los titanes de los negocios” (revista Time) fue escenificada sin complejos. Un hito que sin duda marcará tendencia.[17]

La pandemia del covid – con sus prácticas de control social y experimentos biopolíticos – inaugura ya una nueva fase del liberalismo autoritario.  ¿El gran reseteo?

Las confluencias malditas

La transversalidad es el único medio de sortear el impasse de las “guerras culturales”. No se trata de caer en el eclecticismo sino de pensar más allá de etiquetas. Ninguna guerra se gana sin aliados, y desde el sectarismo no hay forma de encontrarlos. Cuando se repiten los gastados tópicos (el anticomunismo, el antifascismo) o cuando sólo se aspira a reunir a una familia política (“unir a la derecha”, “la casa común de la izquierda”) ya se está pensando de forma antigua. Más que por “casas” políticas los jóvenes del futuro se movilizarán por “causas” transversales.[18]Ahí es donde se abre el frente común contra el mundialismo. 

Las guerras culturales se libran en muchos ámbitos, desde el nivel trash de los memes e insultos tuiteros hasta el institucional de la escuela y las universidades. El ámbito de la metapolítica es el menos aparente, pero es a la larga el decisivo. Su evolución muestra la creciente obsolescencia de la división izquierda/derecha. El euroescepticismo ¿es de izquierda o de derecha? ¿Y el soberanismo? ¿Y la crítica a las G.A.F.A.M? ¿Y el rechazo a la tiranía de los algoritmos? 

El hartazgo frente a la corrección política no es algo exclusivo de la derecha. De hecho, los análisis más demoledores contra la izquierda “progre” proceden de autores de izquierda, como Pier Paolo Pasolini, Christopher Lasch, Michel Clouscard, Jean Baudrillard, Regis Débray, Jean-Claude Michéa, Christophe Guilluy, Dany-Robert Dufour, Constanzo Preve, Michel Onfray y muchos otros. Culturalmente proactiva, la izquierda ha desarrollado en los últimos años lecturas inteligentes de autores considerados “de derecha” como Carl Schmitt, Ernst Jünger o Heidegger. El llamado “populismo de izquierdas” – o algunas formas de pensamiento ecologista– se han beneficiado de ellas. Un punto este último (el cambio climático) en el que la derecha “iliberal” haría bien en superar el estadio de negación empecinada, sin caer por ello en la “religión del clima” de determinada izquierda.[19]

Las cosas han evolucionado también en la otra orilla. Desde su aparición hace décadas, la llamada “Nueva derecha” francesa ha sido la gran precursora de debates tabú y confluencias malditas. Su vocación: pensar de forma simultánea lo que había sido pensado de forma contradictoria. En ese sentido, podría decirse que ya ha ganado “su” batalla cultural. Sus análisis han permeado en no pocos partidos “populistas” y formas de resistencia al mundialismo, en Europa y fuera de ella.[20]Valores de derecha más ideas de izquierda, la fórmula para un posible futuro post-liberal. Todo ello en un momento en que, frente a una izquierda elitista, las clases trabajadoras cambian el sentido de su voto y la “lucha de clases” pasa a la derecha. 

¿Cuál es la situación en España? La división maniquea entre la izquierda y la derecha parece tan viva como siempre, estimulada por el recuerdo empachoso de la guerra civil. No obstante, también se aprecian signos novedosos. Por ejemplo, la recuperación del discurso nacional español desde cierta izquierda jacobina, o las críticas a la izquierda posmoderna desde posiciones marxistas. También desde el catolicismo tradicional arrecian las críticas contra la idolatría del Mercado. La evolución sociológica del voto, por su parte, apunta hacia una superación de estereotipos. La izquierda liberasta se consolida como opción de burgueses-bohemios y clases medias-altas, mientras los trabajadores emprenden el éxodo hacia las opciones malditas.[21]¿Fenómenos aislados o cambio de tendencia? 

El mundo de Davos

Lo esencial en política, decía Carl Schmitt, es designar al enemigo principal. ¿A qué nos enfrentamos?

Recordemos a Fukuyama y su ideal neocón: un planeta unido en los valores americanos, con las culturas reducidas a aditamentos folklóricos. Recordemos el fervor popperiano del centro-derecha español: una sociedad abierta y post-identitaria, sin más lazo de unión que la voluntad contractual de sus miembros. El universo desarraigado de las “partículas elementales”. ¿Es ese el mundo al que nos encaminamos? 

El peligro de las ideas es que a veces se convierten en dogmas. Las sociedades no tienen por qué ser forzosamente homogéneas, si no desean serlo. El problema se plantea cuando, en virtud de un dogma, se les impone no serlo. “La época de los Estados étnicamente homogéneos ha terminado en Europa”, declaraba el general americano Wesley Clark en 1999, durante el bombardeo de Serbia.[22]En el verano 2012, en una comparecencia ante la cámara de los lores británica, el irlandés Peter Sutherland – antiguo administrador del Foro de Davos, Vicepresidente de Goldman Sachs y padre espiritual del Pacto de Migraciones de la ONU– anunciaba que el objetivo de la Unión Europea debe ser “minar la homogeneidad interna de las naciones europeas (sic) y abrirlas a la inmigración en masa, para cambiar la estructura de su población y generar más crecimiento económico”. Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda deben ser – según Sutherland– el modelo universal. Las Naciones Unidas recomendaban a la Unión Europa admitir 1,3 mil millones de inmigrantes hasta el 2050.[23]En sus predicciones de cara a la agenda 2030, el foro de Davos en 2020 predice hasta mil millones de desplazados para los próximos años. 

Ante este escenario ¿qué Europa tenemos? “Una Unión Europea – escribía hace años el filósofo francés Pierre Manent –  que es la vanguardia de la humanidad en vías de unificación definitiva (…)  Una Europa de los “valores” que se resumen en uno sólo: la apertura al Otro. La particularidad europea reside entonces en una apertura particularmente generosa a la generalidad, a la universalidad humana. Un universalismo sin fronteras. Una Europa que sólo se menciona a sí misma para anularse (…) No tenemos existencia propia, no queremos de ninguna forma – que tendría que ser necesariamente particular –tener un ser propio”.[24]Europa como “triunfo de la vacuidad sustancial”, según el filósofo alemán Ulrich Beck.[25]

¿Qué dicen a este respecto los guerreros culturales de la derecha mainstream? Entregadas al “vértigo de la desidentificación” (Alain Finkielkraut), las derechitas europeas colaboran en el lavado de la identidad de los pueblos europeos, hasta la descoloración completa. Su auténtica batalla cultural no se dirige contra la izquierda per se, sino contra los enemigos del mundialismo.

Imagine un mundo homogéneo – no borders, no countries cantaba John Lennon –poblado de favelas habitadas por una población de parias precarizados. Como en cualquier sociedad del tercer mundo, esa población es capaz de mantener a unas oligarquías de sociópatas fabulosamente ricos que predican “diversidad” a los súbditos de su plantación global: todos esos que nada poseen, pero que son (según el foro de Davos) felices. Con sus políticas de destrucción de los vínculos comunitarios, con su desnacionalización de las derechas europeas, con su promoción del sujeto neoliberal, políticos como Margaret Thatcher, Valéry Gircard d´Estaing, Jacques Chirac, Silvio Berlusconi, Nicolás Sarkozy, José María Aznar, Durao Barroso, Angela Merkel, Enmanuel Macron y muchos otros fueron poniendo sus adoquines en ese camino al fin de la historia. Puede que nos fastidiaran bien, pero al menos no eran comunistas.


[1]Nicolas Kessler, “Néoconservatisme”, en el volumen colectivo Le Dictionnaire du Conservatisme, dirigido por Fréderic Rouvillois, Oliver Dard y Christophe Boutin. Les Éditions du Cerf 2017, pp. 654-659. 

[2]Para una crítica de los neocones desde una posición “paleoconservadora”: Paul Edward Gottfried, Leo Strauss and the Conservative Movement in America. A critical Appraisal. Cambridge University Press 2012. Para una crítica conservadora y cristiana: Grant N. Havers, Leo Strauss and Anglo-American Democracy. A Conservative Critique. Northern Illinois University Press 2013. 

[3]Paul Edward Gottfried, After Liberalism. Mass Democracy in the Managerial State. Princeton University Press 2001. Introducción y pp. 3-5. 

[4]John Gray, Las dos caras del liberalismo. Una nueva interpretación de la tolerancia liberal. Paidós 2001. 

[5]Patrick J. Deneen, Why Liberalism failed.Yale University Press 2018, p. 46. 

[6]John Gray, Falso Amanecer. Los engaños del capitalismo global. Editorial Paidós, 2000.

[7]Patrick J. Deneen, Why Liberalism failed. Yale University Press 2018, p. 53.

[8]“Patrick Deneen, rencontre avec le Michéa américain”. Entrevista en Éléménts pour la civilisation européenne, nº 188, febrero-marzo 2021, pp. 6-9.  

[9]Paul Edward Gottfried, After Liberalism. Mass Democracy in the Managerial State. Princeton University Press 2001, p. 88.

[10]Gregoire Chamayou, “La societé ingouvernable: Une génealogie du libéralisme autoritaire”. La Fabrique éditions, 2018, (edición Kindle). 

[11]Gregoire Chamayou, “La societé ingouvernable: Une génealogie du libéralisme autoritaire”. La Fabrique éditions, 2018, (edición Kindle). 

[12]En el caso de Iberoamérica cabría preguntarse si, en vez de a la expansión del “comunismo”, no asistimos a una explosión de problemas endógenos tales como como las desigualdades estructurales, las dinastías cleptómanas y la tradición de caudillismos cipotudos. Una realidad tal vez más próxima al “Tirano Banderas” de Valle Inclán que a los “Grundrisse” de Marx o al “Materialismo y Empirocriticismo” de Lenin.  

[13]Alain de Benoist, C´est-à -dire. Entretiens-Témoignages–Explications.Volume I, AAAB 2006, p. 306.

[14]Rodrigo Agulló, Disidencia Perfecta. La Nueva derecha y la batalla de las ideas. Ediciones Áltera 2011, p. 50

[15]“Patrick Deneen, rencontre avec le Michéa américain”, entrevista en Éléménts pour la civilisation européenne, nº 188, febrero-marzo 2021, pp. 8.  

[16]Jason Brennan, Contra la democracia,Deusto 2018.

[17]“The Secret History of the Shadow campaign That Saved the 2020 Election”, revista Time, 4-febrero 2021.  

https://time.com/5936036/secret-2020-election-campaign/

[18]https://www.elconfidencial.com/empresas/2021-03-04/jovenes-politica-cambio-climatico-activismo-bra_2974644/

[19]Artículo de Francois Bousquet y Fabien Niezgoda “La droite est-elle condamnée au climatoescepticisme?”, aparecido en la revista francesa Éléments pour la Civilisation Européenne, nº 189, octubre-noviembre 2019, pp. 32-35. 

[20]“¿Ha ganado usted la guerra cultural?” le preguntaba a Alain de Benoist (pensador emblemático de la Nueva derecha) el sociólogo Razmig Keucheyan (entrevista para la Revue du Crieur, 2017). Llevando esta idea al delirio, el filósofo y político francés Raphael Glucksmann (hijo del célebre André Glucksmann) acusaba a Alain de Benoist de ser nada menos que “el padre espiritual del régimen de Putin”. Los intentos de romper la dicotomía izquierda/derecha son ritualmente calificados de “rojipardismo” por la izquierda hegemónica.   

https://www.cairn.info/revue-du-crieur-2017-1-page-128.htm

[21]Los resultados de las elecciones catalanas en febrero 2021 son significativos. Según el análisis de distribución de voto publicado por El Paísel 20-02-2021, los partidos de izquierda radical – la CUP y En Comú Podem – aglutinaron el voto de las clases medias-altas, y residualmente el de las clases trabajadoras. Estos datos corroboran análisis como los del demógrafo francés Christophe Guilluy sobre la “gentrificación” del voto de izquierda, así como los análisis de Jean-Claude Michéa sobre la complementariedad cultural de la extrema izquierda y el neoliberalismo. 

[22]Lo que luego no impediría a los kosovares proceder a una limpieza étnicade la población serbia en su territorio, con la complicidad americana y mientras occidente miraba hacia otro lado. 

[23]Hervé Juvin, La Grande Séparation. Pour une écologie des civilisations. Gallimard 2013, pp. 98-99. 

[24]Pierre Manent, La Raison des nations. Réflexions sur la démocratie en Europe.Gallimard 2006, pp. 92-93. 

[25]Alain Finkielkraut, L´Identité Malhereuse,Stock 2013, p.101. 

Top