El materialismo filosófico rechaza la Idea de Humanidad, tal y como fue interpretada por el comunismo internacional («el Género Humano es la Internacional», se canta en el himno de la Internacional) y tal y como es interpretada por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, y postula que la llamada Humanidad no es el sujeto de la historia, sino son más bien las diferentes sociedades políticas distribuidas por el planeta en desigual crecimiento y desarrollo y en continua disputa por recursos y materias primas las que llevan a cabo el desarrollo histórico. Por eso, para el materialismo filosófico la historia no es la historia de la Humanidad ni la historia de la lucha de clases, sino más bien la historia de los grandes Imperios, es decir, la historia de la dialéctica de Estados en continua codeterminación con la dialéctica de clases. De modo que el materialismo filosófico no excluye la dialéctica de clases sino que más bien la incorpora a la dialéctica de Estados y muy especialmente de los Estados imperiales. De hecho, es a través de la dialéctica de Estados donde la dialéctica de clases alcanza un significado histórico y no meramente sociológico. Ni el Género Humano es la Internacional ni la Internacional es el Género Humano ni tampoco la Humanidad se reveló en la Asamblea de la ONU en 1948 (entre otras cosas porque no se trataba de una declaración universal, pues ni la URSS ni China ni los países islámicos la suscribieron).
En cambio, para Marx la historia de todas las sociedades ha sido la historia de la lucha de clases, y sin antagonismo de clases entonces no hay progreso. «Es la ley que la civilización ha seguido hasta nuestros días. Hasta el presente, las fuerzas productivas se han desarrollado gracias a este régimen del antagonismo de clases» (Marx, 2004a: 135). Pero -como hemos dicho- la realidad histórica no sólo consiste en la lucha de clases (dialéctica de clases) sino también, y sobre todo, en la lucha de Estados (dialéctica de Estados). Dicho de otro modo: no se trata aquí de negar la dialéctica de clases, sino de afirmar que ésta está continuamente involucrada con la dialéctica de Estados. «No hay una disyuntiva entre la lucha de clases (y subordinada a ella la de los Estados) y la lucha de Estados (y subordinada a ella la de clases): lo que hay es una codeterminación de ambos momentos, en una dialéctica única» (Bueno, 2001: 88). Es decir, desde el primero momento la dialéctica de clases está vinculada a la dialéctica de Estados en una dialéctica más general. Es decir, dialéctica de clases y dialéctica de Estados son dos realidades intrincadas en las que se desarrolla un principio de acción recíproca.
La disputa por el control del Estado de los diversos partidos políticos es la máxima expresión política de la dialéctica de clases. La dialéctica de clases sólo es posible a través de la dialéctica de Estados, y -como decimos- sin los Estados semejante lucha no alcanzaría un estatus histórico sino meramente sociológico o antropológico. De modo que la división de la sociedad en clases no es lógicamente anterior al Estado sino posterior. «El Estado es el que constituye las clases sociales y no dos sino varias, que luego se alían unas con otras. Entonces resulta que estas clases dentro de una sociedad cerrada como pueda ser el Estado son homólogas a las de otro, esa homología es homología de isología decimos: todos los países están unidos porque no están unidos, esa es la cuestión, las clases no son sujetos de la historia, los sujetos de la historia son los Estados. Entonces las clases son estructuras que atraviesan esos Estados, pero la dialéctica de las clases está en función de los Estados» (Bueno, 2005d: 395).
Pero esto parece que no lo tiene en cuenta la progresía de hoy día, para la cual -a pesar de vivir en el contexto del fenómeno de la mal llamada «globalización»- parece que la geopolítica no existe, y siguen afirmando que la historia es la lucha de clases, como si la guerra franco-prusiana (que, por cierto, no pronosticaron Marx ni Engels), la Primera Guerra Mundial (que supuso «la bancarrota de la Segunda Internacional» como afirmó Lenin y trajo consigo el fascismo en tanto socialismo nacional), la Segunda Guerra Mundial (que puso a la URSS como segunda potencia mundial), el conflicto chino-soviético (que supuso un conflicto entre los dos grandes Imperios comunistas), la Guerra Fría (que acabó con la URSS y por tanto con el comunismo realmente existente) y también las más recientes guerras de Afganistán e Irak no hubiesen pasado por la historia y dejase la doctrina de la lucha de clases del marxismo-leninismo intacta. Por tanto, «no cabe hablar de una “clase universal” (interestatal, internacional) de desposeídos, en un sentido atributivo, ni tampoco de una clase interestatal de propietarios, sin perjuicio de las eventuales alianzas, y sin olvidar que estas alianzas tienen lugar contra terceros países (con sus “expropiados” incluidos)… sólo desde la plataforma de un Estado, de una sociedad política constituida, es posible una “acción de clase” que no sea utópica» (Bueno, 2000: 89). Y además no cabe la armonía, ya que un Estado es un punto de fricción frente a otros Estados con los que compite comercialmente e incluso guerrea cuando los conflictos en la capa cortical sólo se pueden solucionar mediante el poder militar, que -como se ha dicho- vendría ser la continuación de la política por otros medios, es decir, la continuación del poder federativo y el poder diplomático por los medios del poder militar.
De modo que las nociones de dialéctica de clases y dialéctica de Estados está pensada contra la concepción marxista de la lucha de clases como el «motor de la historia» o, ya que la verdadera historia según Marx empieza tras la abolición de las clases, el motor de la «prehistoria».
Tanto en la dialéctica de clases como en la dialéctica de Estados se comprende la lucha económica, la lucha política y la lucha ideológica; porque es imposible luchar por el pan (lucha económica) sin luchar por la paz (lucha política, es decir, la paz política y militarmente implantada de los vencedores contra los vencidos) y sin defender la libertad (lucha ideológica de una clases frente a otras o la soberanía de la nación frente a otras potencias que podría someterla incluso esclavizarla). Si la dialéctica de clases supone una lucha por intereses de clase entre las clases, la dialéctica de Estados consiste en la lucha por el territorio entre territorios (y es el territorio, la capa basal, de donde salen las riquezas, que no caen precisamente del cielo).
Podríamos poner en correspondencia la dialéctica de clases y la dialéctica de Estados con los conceptos hegelianos de «derecho político interno» y «derecho político externo» respectivamente.