Discursos para idiotas

Discursos para idiotas. Pedro López Ávila

La mentira se ha acomodado tanto a nuestra sociedad, que hemos llegado a aceptar lo ilógico de su esencia de forma permanente y de una manera insultante. A tal punto hemos llegado, que la evidencia científica o la peligrosa manía de pensar, prácticamente, han desaparecido de la moral social, de nuestras universidades y, en última instancia, de nuestras instituciones.

Sólo van quedando toscos charlatanes que, mediante las emociones, han hecho un buen negocio con la política.

Por tanto, creer hoy día en el democratismo me parece a mí que es una majadería o, quizá una fantasía; cuando observamos que para la clase política, en general, y para el gobierno, en particular, los embustes se convierten en una necesidad, es evidente que el Estado subsiste a duras penas; y cuando el régimen democrático entra de lleno en la corrupción y en la degradación, el sistema está moribundo.

Las democracias se conquistan, se ensanchan y se engrandecen cuando la ley tiene un sentido referencial y un valor normativo, pero cuando se tiene que vivir a la defensiva, las leyes se atascan, se atrofian y mueren fulminadas con el propio sistema. Nadie debe olvidar y todos deberían saber que la historia nos muestra cómo desapareció la más pura de todas las democracias: la polis ateniense.

El pueblo español ha sido un pueblo tentado siempre de una manera enfermiza por la idea del caudillaje. Ha vivido casi exclusivamente con una conducta encaminada al afán de poder. Aquí se ha defendido siempre el dogma, la autoridad y el cuartel frente a la libertad, el conocimiento y el comercio; las élites populares españolas son una casta de oradores trepas  y de perversos leguleyos que jamás ponen en práctica lo que dicen o exigen a la ciudadanía. Además, ese sentimiento  de dominio que han ejercido y ejercen sus dirigentes,  siempre ha ido más allá:  nunca se han conformado con ordenar sobre los cuerpos, sino que también han pretendido conformar convenientemente las almas.

En estos momentos de nuestra historia, el pueblo español “por no hacer mudanza en su costumbre” está siendo mangoneado por los cultivadores del despotismo y el nepotismo, languidece y se va desmembrando, de forma tal, que ser español es una impertinencia y hablar castellano es poco menos, en algunas regiones, que ser un fascista; la cultura está instrumentalizada como arma de dominación y es utilizada con fines extraintelectuales de manera perseverante, los planes de estudio se confeccionan a partir de la falsificación de la historia y con groseros criterios; las universidades son fábricas de expedir títulos en su mayoría para la causa; la nueva política de los nuevos políticos, actúa con procedimientos nuevos para ideales viejos y viene cargada de preocupaciones que ya no existen, pero es igual, si hay que inventarlas, se inventan; las televisiones se han convertido en el medio de propaganda más eficaz en difundir discursos para idiotas, pronunciados por  oradores de rostros inexpresivos y de un énfasis barato, que denotan la limitación intelectual de esta nueva clase de mandamases, los cuales, por cierto, no encuentran un suelo más bajo en el que pueda caer la indignidad de sus negociaciones con los que tradicionalmente han sido enemigos de la democracia de nuestro pueblo.

Mientras, el pensamiento libre de la prensa —no sujeto a las normas del amado líder— es considerado fake, arbitrariedad con la que intentan controlar y reprimir a través de normativas y procedimientos administrativo-jurídicos.

Y es así, con este descaro y desahogo, como se erigen desde el poder en portadores y portavoces de la verdad, rechazando toda crítica no favorable a su cínica gestión. Pero, no hay problema, ya lo sabemos, el fin justifica los medios. A esta fauna presuntuosa y cursi no le interesa saber  que la mejor manera de luchar contra las fakeses con argumentos o, en su defecto, a través de los tribunales de justicia; pero que le vamos a hacer…

España tiende a la pereza y sus intelectuales no están a la altura de las circunstancias, como tampoco los ciudadanos están en llevar la acción a la vida diaria. No obstante, unos y otros, todos, deberíamos tener aprendido muy bien que la  existencia es una lucha permanente hasta en el respirar.  Lo que sucede es que se da por hecho que la lucha o la acción pertenecen a la izquierda, para que no se incendien las calles y así, cómodamente, conseguir la paz social. Ahora bien, cuando del huevo de codorniz salga el dinosaurio, ya será tarde y nos habremos convertido, de la noche a la mañana, en seres insignificantes para la mediocridad de nuestros dirigentes. Entonces tendremos que soportar una y otra vez, sine die, discursos para idiotas.

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