El anarquismo de Bakunin (II)

El anarquismo de Bakunin (II). Daniel López Rodríguez

La destrucción del Estado es creadora de la fraternidad de la Humanidad

Ya desde su primer escrito en 1842 la destrucción era vista por Bakunin como una inconmensurable fuente de vida, pues la destrucción trae al mismo tiempo y enseguida la creación. La premisa básica del anarquismo es la destrucción de cualquier forma de poder político, es decir, la destrucción del Estado: «Nosotros, anarquistas revolucionarios -declaró Bakunin-, somos enemigos de todas las formas de estado y organización estatal… pensamos que todo gobierno estatal, al estar colocado por su propia naturaleza fuera de la masa del pueblo, ha de procurar necesariamente someterlo a costumbres y propósitos que le son enteramente extraños. Por lo tanto, nos declaramos enemigos… de todas las organizaciones estatales y creemos que el pueblo sólo podrá ser libre y feliz cuando, organizado desde abajo por medio de sus propias asociaciones autónomas y completamente libres, sin la supervisión de ningún guardián, cree su propia vida»(citado por Isaiah Berlin,Karl Marx: su vida y su entorno, Alianza Editorial, Traducción de Roberto Bixio, Madrid 2009, pág. 193). 

La existencia del Estado, «aún el llamado popular», ofrece al pueblo una «miseria incalculable» (Mijaíl Bakunin, Estatismo y anarquía, Utopía Libertaria, Buenos Aires, 2004, pág. 92). A juicio de Bakunin, hasta los déspotas más tontos reconocen «que las formas llamadas constitucionales o representativas no son de ningún modo un obstáculo al despotismo estatista, militar, político y financiero; al contrario, legalizan el despotismo y, dándole el aspecto de administración por el pueblo, pueden acrecentar considerablemente su fuerza y potencia interior» (Estatismo y anarquía, pág. 136). 

Sólo de la destrucción, «una destrucción saludable y fecunda», nacen mundos nuevos. Y al estar construida sobre el culto fanático y divino de la propiedad privada, tal destrucción «es incompatible con la conciencia burguesa» (Estatismo y anarquía, pág. 36). 

Así pues, según Bakunin, la destrucción es creadora; la pasión destructiva es al mismo tiempo pasión creativa. Pero, como él mismo reconocería en 1871, en su posición ante el movimiento revolucionario en Europa en 1848 se procuró «muchísimo más del lado negativo que del lado positivo de esa revolución. En efecto, me había interesado más por la subversión de lo existente que por la construcción y la organización de lo que habría que seguir» (citado por Hans Magnus Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, Traducción de Michael Faber-Kaiser, Anagrama, Barcelona 1999, pág. 84). 

El anarquismo de Bakunin contrapone el hombre (en tanto individuo) al Estado. La existencia del Estado es vista como una realidad indeseable, una aberración perversa y la gran vergüenza de la Humanidad, es decir, una «prisión secular» (Estatismo y anarquía, pág. 191). «Donde existe el Estado existe inevitablemente la dominación, por consiguiente la esclavitud; el Estado sin la esclavitud -abierta o enmascarada- es imposible: es la razón por la cual somos enemigos del Estado» (Ibid., pág. 209).

Según Bakunin, el poder político es capaz de corromper a las personas más inteligentes y abnegadas. El Estado es visto como algo superpuesto y accidental; es decir, no esencial a lo que debería ser el ser humano, y por ello es contemplado como una aberración. El Estado -pensaba Bakunin- esclaviza al hombre, y mientras exista seguirán disputándose las guerras. Aunque debería haber añadido que también la paz, pues toda paz es política y militarmente implantada de un Estado o unos Estados contra un Estado y otros Estados; esto es, se trata de la imposición de la paz de los vencedores, y no de una paz ética o evangélica y ni mucho menos universal y perpetua. 

Para Bakunin todo gobierno, incluso si es votado por sufragio universal, termina siendo despótico. Así, para los anarquistas la sociedad política es una mera superestructura de la sociedad civil, y la clase política es interpretada como una clase parasitaria y belicosa, porque todo Estado requiere guerras para perseverar en el ser o defenderse de otros Estados. El Estado moderno «es necesariamente, por su esencia y su objetivo, un Estado militar; por su parte, el Estado militar se convierte también, necesariamente, en un Estado conquistador; porque si no conquista él, será conquistado, por la simple razón que donde reina la fuerza no puede pasarse sin que esa fuerza obre y se muestre. Por consiguiente, el Estado moderno debe ser absolutamente un Estado enorme y poderoso: es la condición fundamental de su existencia» (Estatismo y anarquía, pág. 19). La violencia estatista es el «último refugio de los intereses burgueses» (Estatismo y anarquía, pág. 31).

Para el revolucionario ruso son las razas de conquistadores los que construyen un Estado «en detrimento de los pueblos subyugados» (Estatismo y anarquía, pág. 48). Todo Estado es, pues, un Estado invasor si es verdaderamente independiente.

Para Bakunin el estatismo es necesariamente antipopular, pues su fin es explotar a la masa de trabajadores en provecho del capital concentrado en pocas manos; «así, pues, es el triunfo del reino de la alta finanza, de la bancocracia bajo la protección poderosa del poder fiscal, burocrático y policial que se apoya sobre todo en la fuerza militar y es, por consiguiente, esencialmente despótico aun enmascarándose bajo el juego parlamentario del pseudoconstitucionalismo» (Estatismo y anarquía, pág. 18). Todo poder estatista tiene como fin subordinar al pueblo a una organización y a unos fines que le son extraños, lo cual impide la felicidad del pueblo, que sólo puede sentirse tal organizándose de modo ascendente (de abajo arriba) mediante asociaciones independientes y absolutamente libres de toda tutela oficial, porque el estatismo es comprendido como el antagonista de la libertad. 

Junto a la eliminación del Estado también desaparecerían las demás instituciones: políticas, burocráticas, jurídicas, académicas, financieras, económicas y ni que decir tiene la policía y el ejército; luego tras semejante eliminación llegaría la paz perpetua y universal. Sin embargo Bakunin sabía muy bien que en el fondo los Estados «se odian unos a otros»y que son «eternamente irreconciliables»(Estatismo y anarquía, pág. 7). Como veía entre los Imperios panruso y pangermánico, donde veía que la guerra entre ambos era inevitable «si la revolución social no les lleva antes la paz» (Ibid., pág. 125). Y Bakunin era muy consciente de que «el Estado es guiado por los intereses y no por los sentimientos» (Ibid., pág. 114).  

Emancipado de las instituciones que componen y configuran el Estado que, según Bakunin y sus seguidores, lo esclavizan, el individuo alcanzaría la autonomía absoluta, y a su vez las federaciones de trabajadores y cada pueblo podrían ser lo que quisiesen en plena libertad. Es decir, el anarquismo de Bakunin era un pensamiento utópico, o si se prefiere aureolar, que aspiraba a la libertad de cada uno y a la fraternidad universal, porque de lo que se trataba era de alcanzar la negación radical de cualquier sistema o poder político. 

De modo que el anarquismo, como el comunismo aunque por otros medios, tiene como finalidad la abolición del Estado. Bakunin es el antiestatista por antonomasia. El yugo estatista era su demonio. No era precisamente un hombre de Estado, como tampoco lo era de fe. Bakunin no protesta porque le llamen «anarquista», ya que se siente orgulloso de ser enemigo de toda autoridad, pues está convencido de que «el poder corrompe tanto a los que están investidos de él como a los que están obligados a sometérsele. Bajo su influencia nefasta, los unos se convierten en tiranos vanidosos y codiciosos, en explotadores de la sociedad en provecho de sus propias personas o de su clase, los otros en esclavos» (Estatismo y anarquía, pág. 161).

El lema bakuniano reza: «Abolición de todos los Estados, destrucción de la civilización burguesa, libre organización de abajo a arriba por medio de las asociaciones libres, organización del lumpenproletariado,de toda la humanidad liberada, creación de un nuevo mundo humano» (Estatismo y anarquía, pág. 231). Como si dijese: anarquismo o barbarie.

Bakunin tiene muy claro que la revolución social debe ser tan despiadada, sin detenerse «ante ningún obstáculo», como la reacción militar, y pone como ejemplo el escarmiento del ministro de la Guerra francés Louis-Eugène Cavaignac en la represión de los días de junio de 1848. Pero lo normal que se despacha en tales circunstancias es «todo el peso de la odiosidad» tras «una insurrección fracasada y torpemente urdida» (Friedrich Engels, «Los bakunistas en acción», https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1873-bakun.htm, 2000). 

Sin embargo, en el fondo de la doctrina de Bakunin latía un pacifismo fundamentalista. Bakunin gritaba: «¡No más guerras de conquista, pero sí una última guerra para librarla hasta el fin, la lucha justa de la Revolución para la liberación de todos los pueblos! ¡Abajo las barreras artificiales que levantaron por la fuerza congresos de déspotas, por llamadas razones históricas, geográficas, comerciales y estratégicas! ¡No habrá más límites artificiales, sino los de la naturaleza, límites dados por la justicia y de manera democrática, límites trazados por la voluntad soberana de los pueblos mismos, sobre la base de sus características nacionales. Así clamaron los pueblos”» (citado por Friedrich Engels, «Papel del paneslavismo en la política rusa de anexión», en Los nacionalismos contra el proletariado, Edición de Emilio Madrid Expósito, Ediciones Espartaco Internacional, 2008, pág. 61).

De modo que tras la abolición violenta del Estado las relaciones sociales no serían coactivas, pues la violencia contra toda forma estatal vendría ser el fin de toda violencia. Los Estados nacionales -afirma Bakunin- deben ser suprimidos para ser sustituidos por federaciones de libres asociaciones agrícolas e industriales, donde había igualdad entre los hombres y las mujeres, se abolirían las leyes sociales, así como la herencia. A su vez estas federaciones tienen que coordinarse entre sí mediante confederaciones. El resultado sería el fin de los Estados y la fraternidad de la Humanidad. Bakunin llamaba a las masas, como hacía con los eslavos y los alemanes, «hacia la libertad común, hacia la fraternidad de toda la humanidad sobre las ruinas de todos los Estados existentes. Pero los Estados no se derrumban por sí mismos; no podrán ser destruidos más que por la revolución de todos los pueblos y de todas las razas, por la revolución social internacional» (Estatismo y anarquía, pág. 56). Es decir, la emancipación del proletariado de la explotación económica y del yugo estatista es visto como un problema de «interés mundial». Tal emancipación sólo es posible «por el apoyo solidario del proletariado de todos los países» (Ibid., pág. 61).

Según Bakunin, para comunistas y socialistas democráticos la clase campesina representa la reacción y todo Estado, hasta el de Bismarck, representa la revolución. Serían estatistas a todo precio que maldicen la revolución del pueblo, y más aún la de los campesinos. Y es cierto que comunistas y socialdemócratas fueron estatistas, pues la abolición del Estado no fue una tesis que defendiesen cuando unos y otros tocaron poder y tuvieron que rectificar la tesis de la abolición del Estado proletario (tras la destrucción, o más bien reestructuración, del Estado burgués) al encontrarse con la cruda realidad de la dialéctica de Estados y de Imperios en la que se acechaba sobre la URSS, como alertó Stalin, un «cerco capitalista».

El Partido Socialdemócrata de los Trabajadores Alemanes conduce al proletariado «bajo el yugo del Estado pangermánico» (Estatismo y anarquía, pág. 191).  Por eso para Bakunin la victoria alemana en la guerra franco-prusiana era la mayor desgracia para la libertad de los pueblos. Bakunin veía en la reacción del Imperio pangermánico algo más peligroso «que la reacción clerical». Y a Bismarck lo veía como «el jefe de la reacción europea» e incluso de la «reacción mundial» (Ibid., pág. 229). 

Bakunin concluye su libro sosteniendo que el único «Estado verdadero» era el Imperio pangermánico y que el resto «no es más que un virreinato del poderoso imperio alemán». El cual «ha declarado, por boca de su gran canciller, la guerra hasta el fin contra la revolución social» (Ibid. pág. 231).

Para los comunistas las insurrecciones anarquistas eran un ejemplo de cómo no había que hacer la revolución, de ahí que en 1873 Engels escribiese su artículo ya citado «Los bakunistas en acción», una memoria sobre el levantamiento en España en el verano de ese año, «para prevenir con este ejemplo el mundo contemporáneo».   

Continúa…

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