El anarquismo de Bakunin (IV)

El anarquismo de Bakunin (IV). Daniel López Rodríguez

Contra la dictadura del proletariado  

En cuanto al fin u ocaso del Estado, comunistas y anarquistas tienen grandes diferencias: pues si los primeros, una vez llevada a cabo la revolución proletaria contra el Estado burgués e implantar la dictadura del proletariado, tratarían de «extinguir» el Estado proletario; los segundos, en cambio, renunciarían a la dictadura del proletariado y de cualquier forma de Estado (por proletario que fuese), y por tanto «quieren suprimir el Estado de hoy a mañana» (Friedrich Engels, Anti-Dühring. La subversión de la ciencia por el señor Eugen Dühring, Traducción de Manuel Sacristán Luzón, Editorial Grijalbo, México D. F. 1968, pág. 278). El anarquismo hablaba de una abolición inmediata del Estado, pero el comunismo, a raíz de lo acontecido en la Comuna de París, se posicionaba en la tesitura de una abolición mediata del Estado, es decir, una extinción paulatina del mismo una vez derrotada desde el poder que dan las infraestructuras y superestructuras del Estado la resistencia contrarrevolucionaria de la reacción; y así, se suponía, quedaba agotada la historia de la lucha de clases al extinguirse también las mismas clases y por consiguiente el Estado.

Bakunin critica a la dictadura del proletariado que postulaba Marx al entender dicho régimen como un «Estado pseudo-popular» y como un gobierno que funciona «de arriba a abajo por intermedio de la minoría intelectual, es decir de la más privilegiada, de quien se pretende que comprende y percibe mejor los intereses reales del pueblo que el pueblo mismo» (Mijaíl Bakunin, Estatismo y anarquía, Utopía Libertaria, Buenos Aires, 2004, pág. 31). Los marxistas «se consuelan con el pensamiento que esa dictadura será provisoria y corta. Dicen que su sola preocupación y su solo objetivo será educar y elevar al pueblo, tanto desde el punto de vista económico como del político, a un nivel tal que todo gobierno se vuelva pronto superfluo, y el Estado, perdiendo todo su carácter político, es decir, de dominación, se transformará en una organización absolutamente libre de los intereses económicos de las comunas» (Estatismo y anarquía, pág. 211).

La diferencia entre estatismo y dictadura del proletariado la comprende como meramente apariencial, y afirma que son igual de reaccionarias, pues tanto la organización estatal como la dictadura revolucionaria (que entendía como «pseudorrevolucionaria») coinciden en la administración de la mayoría por la minoría «en nombre de la estupidez de la primera y de la pretendida inteligencia de la última» (Estatismo y anarquía, pág. 162). Los partidarios de la dictadura del proletariado son, a juicio de Bakunin, los defensores más ardientes del Estado. Los seguidores de Marx son «revolucionarios doctrinarios» que «apoyan en todas partes al estatismo y a los estatistas contra la revolución del pueblo» (Estatismo y anarquía, pág. 163). «Dicen que tal dictadura-yugo estatista es un medio transitorio inevitable para poder alcanzar la emancipación integral del pueblo: anarquía o libertad, es el objetivo; Estado o dictadura, es el medio. Así, pues, con el fin de emancipar las masas laboriosas es preciso ante todo subyugarlas» (Estatismo y anarquía, pág. 211).

Según una carta que en 1870 le envió a Albert Richard, que sería su delegado un año después en la Comuna parisina, que se recoge en las Obras completas de Guillaume (1907), Bakunin admitía: «Mientras ruge la tempestad popular sacaremos adelante la anarquía como pilotos invisibles de la Revolución, evitando cargar con el peso del poder explícito pero haciendo valer la dictadura colectiva de nuestros aliados. Esa es la única dictadura que aceptaré» (citado por Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio II, Espasa, Barcelona 2017, pág. 330).

Para Bakunin la libertad sin socialismo es un privilegio para unos pocos y por ello una injusticia, y el socialismo sin libertad es esclavitud y brutalidad. Y este socialismo sin libertad vendría a ser la dictadura del proletariado, que era la dictadura del partido comunista. Bakunin estaba en otra cosa porque pensaba que «la libertad en el Estado es una mentira» (Estatismo y anarquía, pág. 59). 

Con la dictadura del proletariado Bakunin temía que se formase «la nueva casta privilegiada político-científica del Estado». Aunque para eso decía en tono jocoso que los alemanes discutían indefinidamente sobre la revolución. «¡Pero en cuanto a hacerla…!» (Estatismo y anarquía, pág. 213). Y desde luego había motivos para desesperarse ante la acción revolucionaria de la socialdemocracia alemana, pues el SPD tomaría una dirección y un quehacer parlamentario (no revolucionario), y el Partido Comunista Alemán que se escindió del SPD para hacer la revolución a principios de 1919 (hablamos de la Liga Espartaquista de Karl Liebknecht y Rosa Luxenburg) sería fulminado inmediatamente por las fuerzas del orden gobernadas por el mismo SPD que había tomado el poder tras la Gran Guerra en la Revolución de Noviembre de 1918. E incluso se sumaron al aplastamiento de la insurrección espartaquista fuerzas paramilitares de extrema derecha como los Freikorps (en donde muchos ven el germen del nazismo). La revolución en Alemania, en todo caso, llegó desde fuera y desde arriba, es decir, desde el poder militar del Estado (más bien Imperio) soviético en la resolución de la dialéctica de Estados en la Segunda Guerra Mundial, y sólo en la parte oriental del país (donde se formó la República Democrática Alemana). Y no por un conflicto dado en la dialéctica de clases tal y como creyeron Marx y Engels y después Liebknecht y Luxemburgo. Curiosamente escribía Bakunin: «Los alemanes mismos no creen en la revolución alemana. Sería preciso que otro pueblo la comience o que una fuerza exterior cualquiera pueda arrastrarlos o impulsarlos a ella; por sí mismos no irán nunca más allá del estadio de la argumentación» (Estatismo y anarquía, págs. 213-214). Por tanto, «no hay que esperar una revolución alemana, porque existe muy poco elemento revolucionario en el espíritu, el carácter y el temperamento del alemán. El alemán es capaz de razonar indefinidamente contra toda autoridad y aun contra el emperador; pero esa tendencia misma al razonamiento evapora, por decirlo así, sus fuerzas intelectuales y morales, no le da la posibilidad de concentrarse y lo libra, por consiguiente, del peligro de una explosión revolucionaria». Porque en el fondo todo alemán desea «ensanchar todo lo posible las fronteras del imperio alemán» (Estatismo y anarquía, pág. 228).

Finalmente la alianza con los radicales burgueses se basó «no en la absorción de la burguesía por el proletariado, sino, al contrario, sobre la subordinación de éste a aquélla» (Estatismo y anarquía, pág. 221). Por eso Bakunin hablaba de «revolución social» y no de «revolución política», porque pensaba que «todo movimiento político no puede ser más que un movimiento burgués» (Estatismo y anarquía, pág. 219). La huelga general se comprendía con la palanca que vendría a desencadenar la revolución social, pero para eso hacía falta una organización perfecta de la clase obrera, algo que ningún gobierno puede consentir si quiere perseverar en el ser.

Pero de la teoría al hecho hay un trecho, y como se vio en 1873 en España los bakunistas «en acción» no respetaron mucho sus doctrinas. «En cuanto se enfrentaron con una situación revolucionaria seria, los bakuninistas se vieron obligados a echar por la borda todo el programa que hasta entonces habían mantenido. En primer lugar, sacrificaron su dogma del abstencionismo político y, sobre todo, del abstencionismo electoral. Luego, le llegó el turno a la anarquía, a la abolición del Estado; en vez de abolir el Estado, lo que hicieron fue intentar erigir una serie de pequeños Estados nuevos. A continuación, abandonaron su principio de que los obreros no debían participar en ninguna revolución que no persiguiese la inmediata y completa emancipación del proletariado, y participaron en un movimiento cuyo carácter puramente burgués era evidente. Finalmente, pisotearon el principio que acababan de proclamar ellos mismos, principio según el cual la instauración de un gobierno revolucionario no es más que un nuevo engaño y una nueva traición a la clase obrera, instalándose cómodamente en las juntas gubernamentales de las distintas ciudades, y además casi siempre como una minoría impotente, neutralizada y políticamente explotada por los burgueses… En una palabra, los bakuninistas españoles nos han dado un ejemplo insuperable de cómo no debe hacerse una revolución» (Friedrich Engels, «Los bakunistas en acción», https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1873-bakun.htm, 2000).  

Continúa…. 

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