El anarquismo de Bakunin (V)

El anarquismo de Bakunin (V). Daniel López Rodríguez

Marx y Bakunin: amigos y enemigos   

Marx consideraba a Bakunin una nulidad teórica y a su programa un refrito de elementos tomados sin orden ni concierto. Pensaba que un sujeto como Bakunin era mitad charlatán mitad loco, y sus opiniones le parecían absurdas y bárbaras, y lo retrataba como un místico incoherente de la violencia. Bakunin era un «Mahoma sin Corán» (así como para el prominente demócrata ruso Aleksandr Herzen era como «Colón sin América y sin barco».  

En la década que va de 1860 a 1870 Bakunin y Proudhon eran muchos más famosos que Marx y Engels en los ambientes del movimiento obrero. Como inspirador de la Comuna de París y de los cantonalistas españoles de 1873, Bakunin se ganó el aprecio de sus compatriotas rusos como gran figura revolucionaria.

La posición dictatorial de Marx dentro de la Internacional hizo que Bakunin se separase de la AIT en 1870 (aunque más exacto sería decir que fue expulsado por una pequeña mayoría). Marx y Bakunin habían sido amigos con sus más y sus menos en la década de 1840 y habían estado en el mismo bando durante la revolución de 1848. En la década de 1860, tras fugarse Bakunin de su exilio en Siberia, reanudaron su problemática amistad. Cuando Bakunin marchó a Italia Marx pensó que sería un buen aliado frente a las ideas del anticomunista Giuseppe Mazzini en las filas italianas de la Internacional.

Se podría decir que la relación que mantuvieron Marx y Bakunin a lo largo de más de tres décadas fue de amor y odio, aunque definitivamente terminaría siendo de odio recíproco y sin posible reconciliación. Marx y Bakunin incluso tenían caracteres irreconciliables. Si para Bakunin Marx era un «autoritario de la cabeza a los pies» y su socialismo «científico» estaba destinado a entregar el poder a «una aristocracia numéricamente pequeña de científicos genuinos o falsos», para Marx Bakunin era un «monstruo totalmente estúpido, aspirante a dictador de los obreros europeos» (ambos citados por David Priestland, Bandera roja. Historia política y cultural del comunismo, Traducción de Juanmari Madariaga, Crítica, Barcelona 2010, pág. 60).

En 1871 Bakunin se refería a Marx, cuando lo conoció en 1844 en París en la redacción del Vorwärts, como un hombre «incomparablemente más erudito que yo… Nos encontramos en numerosas ocasiones, pues yo le admiraba mucho a causa de su ciencia y su entrega seria y apasionada a la causa del proletariado, aunque ésta estuviera entremezclada siempre con vanidad personal. Y yo buscaba ansiosamente las conversaciones con él, siempre instructivas e ingeniosas, cuando no las animaba un odio mezquino, cosa que por desgracia ocurría con harta frecuencia. Ahora bien, nunca existió entre nosotros una franca intimidad. Nuestros temperamentos no se avenían. Él me llamaba idealista sentimental, y tenía razón. Yo le llamaba hombre presumido, pérfido y astuto, y también tenía razón» (citado por Hans Magnus Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, Traducción de Michael Faber-Kaiser, Anagrama, Barcelona 1999, pág. 42).

En 1873 Bakunin reconoció que en 1844 y 1845 «el propagandista principal del socialismo en Alemania, clandestinamente primero y públicamente después, fue Karl Marx». Además confirma que desempeñó «y desempeña aún un papel demasiado importante en el movimiento socialista del proletariado alemán, para que se pueda pasar por alto esa individualidad notable sin tratar de describirla por algunos rasgos Característicos» (Mijaíl Bakunin, Estatismo y anarquía, Utopía Libertaria, Buenos Aires, 2004, pág. 167). 

En 1847, encontrándose en Bruselas, Bakunin echa pestes sobre Marx (y de paso sobre Engels) al escribirle al poeta alemán Georg Herwegth refiriéndose a la visita que le hizo a los dos en la capital belga: «La Alianza Democrática puede convertirse realmente en algo bueno. Los alemanes sin embargo, el obrero Bornstedt, Marx y Engels -pero sobre todo Marx-, continúan aquí causando sus acostumbrados daños. Presunción, rencor, comadreo, altivez teórica y humildad práctica; interés por la vida, los actos y la sencillez, así como total ausencia de vida, actividad y sencillez; obreros literarios y que discuten, así como desagradables coqueteos con ellos. “Feuerbach es un burgués”; y la palabra burgués convertida en un lema repetido hasta la saciedad. Pero todos ellos, de pies a cabeza y hasta la médula, no son más que burgueses provincianos. En una palabra: mentira y estupidez, estupidez y mentira. En esa compañía resulta absolutamente imposible respirar con libertad. Me mantengo lo más alejado posible de ellos y les he manifestado de forma tajante que no ingresaré en su asociación obrera comunista y que tampoco quiere tener relación alguna con ella» (citado por Enzensberger, pág. 66). 

El 28 de diciembre de 1847 al poco de llegar Bakunin a Bruselas tras ser expulsado de Francia por el Gobierno francés tras un discurso antizarista que dio en una fiesta conmemorativa del levantamiento polaco contra Rusia, que los polacos celebraron el 29 de noviembre en París, Bakunin le escribió a Pavel Ánnenkov que «Marx sigue practicando aquí como antes el mismo juego fatuo. Echa a perder a los obreros al querer convertirlos en razonadores. La misma locura teórica y esa insatisfacción insatisfecha consigo misma» (citado por Enzensberger, pág. 75). Y con mayor severidad contra Marx y Engels le escribía a Herwegh: «En una palabra, mentira y necedad, necedad y mentira. No hay manera de respirar en esta sociedad ni una sola bocanada de aire fresco. Me mantengo alejado de ellos y he declarado de manera terminante que no quiero entrar en sus manufacturas comunistas ni tener nada que ver con ellas» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 157).

«En el año 1848 -decía en 1871 Bakunin- ostentábamos opiniones diferentes, y debo confesar que el sentido común estaba mucho más de su parte que de la mía. Él había fundado una sección de comunistas alemanes, en París y Bruselas. Aliado con los comunistas franceses y algunos ingleses, y con el apoyo de su inseparable camarada Engels, había establecido en Londres una primera asociación internacional de comunistas de diferentes países. Allí redactó en compañía de Engels y en nombre de esa asociación un escrito realmente notable, conocido por el nombre de El Manifiesto Comunista… Pero había un punto en el cual yo tenía razón frente a él. En mi condición de eslavo, quería que la raza eslava quedara liberada del yugo de los alemanes mediante la revolución, esto es: mediante la destrucción de los imperios de Rusia, Austria, Prusia y Turquía, así como por la reorganización de los pueblos de abajo arriba por su propia libertad, sobre la base de una completa libertad social y económica; pero no mediante el poder de una autoridad, por muy revolucionaria que se titulara y por muy inteligente que fuera. Ya en aquella época comenzaba a manifestarse la diferencia de los sistemas que hoy de una forma mucho más meditada que por mi parte. Mis ideas y aspiraciones debieron desagradar en grado sumo a Marx. Ante todo, porque no eran las suyas, en segundo lugar porque eran contrarias a las convicciones de los comunistas autoritarios, y por último porque entonces, igual que hoy, como patriota alemán, no admitía el derecho de los eslavos a liberarse del yugo alemán. Hoy piensa, como entonces, que los alemanes están destinados a civilizarnos, esto es, a germanizarnos por las buenas o por la fuerza» (citado por Enzensberger, págs. 84-85).

A principios de septiembre de 1848 Marx se reunió con Bakunin en Viena donde se reconciliaron. Éste sería expulsado de Prusia en octubre, lo que motivó a Marx a defenderlo desde las páginas de la Nueva Gaceta Renana. Escribía Bakunin: «Unos amigos comunes nos obligaron a abrazarnos. Y luego, en el curso de una conversación medio en broma medio en serio, Marx me dijo: “¿Sabes que ahora me encuentro al frente de una sociedad comunista secreta tan bien disciplinada que si ahora dijera a uno de sus miembros: ¡Ve y mata a Bakunin!, te mataría realmente?”. Le contesté que si su sociedad secreta no tenía otra cosa que hacer que matar a las personas que no le caían bien, era solamente una sociedad de lacayos o de ridículos charlatanes… Después de esta conversación no nos volvimos a ver hasta 1864» (citado por Enzensberger, pág. 93). 

Bakunin llegó a decir de Marx que era «un agente policiaco delator y calumniador» (lo que sin duda era una calumnia de Bakunin), y Marx a su vez había acusado a Bakunin en la Nueva Gaceta Renana: Revista de Economía Política de ser «un agente del Zar», lo que en su vocabulario venía a ser el peor de los insultos (y para el entender de Bakunin la mayor de las ofensas). En 1848 Marx le hizo la misma acusación, como lo comenta Bakunin en 1871: «Esta acusación cayó sobre mí como una cornisa, precisamente cuando me encontraba en plena organización revolucionaria, y paralizó completamente durante algunas semanas todas mis actividades. Todos mis amigos alemanes y eslavos procuraban mantenerse apartados de mí. Por aquel entonces yo era el primer ruso que se interesaba activamente por la revolución, y no es necesario que os diga qué sentimientos de tradicional y acostumbrada desconfianza embargan primero a todo individuo occidental tan pronto oye hablar de un revolucionario ruso» (citado por Enzensberger, pág. 85). 

Cuando Marx se enteró a través de emigrados rusos que Bakunin estaba relacionado con Serguei Nachayev, líder de una sociedad secreta rusa que ordenó asesinar a un miembro de la organización para controlar sus bienes -suceso que relató Dostoievski en Los endemoniados– Marx se convenció del todo de la mala influencia de Bakunin.

En 1849 comentaría Engels sobre Bakunin con despiadado materialismo: «“Justicia”, “humanidad”, “libertad”, “igualdad”, “fraternidad”, “independencia”: hasta ahora no hemos encontrado en el manifiesto paneslavista otra cosa que estas categorías más o menos morales que suenan muy lindas, por cierto, pero no prueban absolutamente nada en cuestiones históricas y políticas (…) Nada se consigue hacer contra la férrea realidad a despecho de todos los deseos piadosos y los lindos sueños que se tengan» (citado por José Ramón Esquinas Algaba, La Idea de Materia en el Materialismo Dialéctico, Tesis Doctoral, Universidad de Oviedo, 2015, pág. 196).

El 22 de diciembre de 1868 le escribía Bakunin a Marx desde Ginebra: «Mi viejo amigo: Nunca he comprendido mejor que ahora cuánta razón tienes al abrazar la gran calzada de la revolución económica, invitándonos a seguirla y despreciando a cuantos se extravían por senderos nacionales o exclusivamente políticos. Yo hago ahora lo mismo que tú vienes haciendo desde hace más de veinte años. Desde aquella despedida pública y solemne con que me separé de los burgueses del Congreso de Berna, no conozco más sociedad ni otro mundo circundante que el mundo de los obreros. Mi patria es ahora la Internacional, entre cuyos más destacados fundadores te cuentas tú. Ya ves, pues, querido amigo, que soy discípulo tuyo, y me siento orgulloso de serlo. Y no te digo más de mi posición y de mis ideas personales» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 415).

Así pues, Bakunin reconocía que «Marx fue el principal inspirador de la fundación de la Internacional. Éstos son los servicios que ha prestado. Ahora bien, toda medalla tiene su reverso, toda luz su sombra, y toda persona sus faltas» (citado por Enzensberger, pág. 277).

Estando en Ginebra, el 28 de octubre de 1869 Bakunin le escribe a Alexander Herzen reconociéndole a Marx que, a pesar de todas las «atrocidades» que cometió contra los bakunistas, «no debemos ocultar -por lo menos yo- sus extraordinarios méritos en pro del socialismo, al que desde hace casi veinticinco años está sirviendo con inteligencia, energía y fidelidad [ilegible] y en lo que sin ningún género de dudas nos supera a todos nosotros. Fue uno de los primeros, podríamos decir el principal fundador de la Asociación Internacional. Y en mi opinión ello es un mérito inmensurable, que admitiré en todo momento, sea lo que cometiera contra nosotros». Y añadía: «Marx es sin lugar a dudas un hombre muy útil en el seno de las Asociación Internacional. Representa aquí uno de los soportes más seguros, influyentes e inteligentes del socialismo; uno de los más seguros diques contra la infiltración de cualquier tendencia o aspiración burguesa. Y jamás me perdonaría si, para satisfacer mi deseo de venganza, destruyera o disminuyera su influencia, indudablemente benefactora. Sin embargo, probablemente puede y podrá ocurrir que pronto me vea obligado a declararle la lucha abierta, no por un agravio personal, sino debido a una cuestión de principios, la del comunismo estatal, propagada fervorosamente por él y por el partido que él dirige, tanto el inglés como el alemán. Sin embargo, llegado el caso, la lucha no será a vida, sino a muerte. Pero todo a su tiempo; y ahora todavía no es el momento para ello» (citado por Enzensberger, págs. 264-265).

En 1873, en su obra Estatismo y anarquía, Bakunin toma partido por Marx frente a Proudhon: «El señor Marx ha leído naturalmente y releído a todos los socialistas franceses, desde Saint-Simon a Proudhon inclusive; como se sabe odia a este último y no hay ninguna duda que en la crítica despiadada dirigida por él contra Proudhon hay mucho de verdadero: Proudhon, a pesar de todos sus esfuerzos para colocarse en el terreno práctico, ha permanecido, sin embargo, idealista y metafísico. Su punto de partida es la idea abstracta del derecho; del derecho va al hecho económico, mientras que el señor Marx, en oposición a Proudhon, ha expresado y demostrado la verdad indudable, confirmada por la historia pasada y contemporánea de la sociedad humana, de los pueblos y de los Estados, que el factor económico ha precedido siempre y precede al derecho jurídico y político. En la exposición y la prueba de esa verdad consiste uno de los más importantes servicios científicos prestados por el señor Marx» (Estatismo y anarquía, págs. 168-169).  

La actitud frente a Marx no era por lo personal sino por razones políticas y de tácticas. Marx -decía Bakunin- «no puede verme y no quiere a nadie más que a sí mismo, y si acaso a los identificados con él. No puede negarse que Marx está actuando en la Internacional muy eficazmente; hasta el día de hoy, ha venido influyendo sabiamente en su Partido y es la más firme columna del socialismo, el más fuerte baluarte contra la intrusión en él de ideas y aspiraciones burguesas. Yo no me perdonaría nunca si intentase siquiera socavar ni debilitar tan sólo su benéfico influjo, llevado de la simpleza de vengarme de él. Sin embargo, podría ocurrir, y hasta es posible que no tardando, que hubiera de mantener con él una polémica, claro está que no para atacarle personalmente, sino por una cuestión de principios, en torno al comunismo de Estado de que él es fervoroso partidario, con los ingleses y los alemanes que le siguen. Sería una lucha a vida o muerte. Pero todo tiene su hora, y la de esta lucha aún no ha sonado» (citado por Mehring, Carlos Marx, pág. 436). Bakunin sabía que si se enfrentaba directamente a Marx tres cuartas parte de los afiliados de la Primera Internacional se volverían contra él. Por eso prefería atacar a aquellos que le rodeaban.

Sobre Engels Bakunin dijo que «el devoto amigo de Marx es tan inteligente como él, más pragmático y sin tanto disposición a la calumnia, la mentira y las intrigas políticas» (citado por Enzensberger, pág. 44). Aunque afirmaba que era menos erudito que Marx. A su vez, dada su enorme estura, Engels llamaba a Bakunin «el elefante». Para Bakunin Marx y Engels componían «el diunvirato investido del poder dictatorial» (Estatismo y anarquía, pág. 62).

Continúa….

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