El anarquismo de Bakunin (VI)

El anarquismo de Bakunin (VI). Daniel López Rodríguez

El odio de Bakunin a los judíos

Si Marx tenía una mala opinión de Bakunin y lo acusaba de usar la Internacional para ser instrumento de sus intereses personales, éste la tenía quizá peor de Marx; y si el primero fue un tanto rusofóbico (rusofobia que al final de su vida corrigió), el segundo era antialemán (cosa de la que nunca se retractó) y tenía un ramalazo de antisemitismo (más bien de antijazarismo, ya que los judíos alemanes son asquenazíes y por tanto no son semitas sino jázaros), llegando a acusar a Marx de liderar una conspiración judía internacional. Como decía Bakunin, «Como alemán y como judío, [Marx] es de pies a cabeza autoritario» (Hans Magnus Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, Traducción de Michael Faber-Kaiser, Anagrama, Barcelona 1999, pág. 311, corchetes míos).

No procuramos, como suele hacerse muchas veces, llevar a cabo una reductio ad Hitlerum (dicho sea con la acertada expresión del filósofo político judío alemán Leo Strauss), pues Bakunin más bien se inspiraba en el antijudaísmo ruso, con el que se llevaron a cabo muchos progromos. Otra cosa es que los nazis se inspirasen de algún modo en los progromos rusos, pero redefinieron el antijudaísmo a través del mito de la raza aria y la teoría conspiranoica del complot judío para dominar el mundo accediendo los judíos a puestos claves en todos los países (como creían que era el caso de lo que pasaba en Rusia con los «judeo-bolcheviques», con tesis tan extravagantes, rebuscadas e incluso ridículas como la abuela judía de Lenin). A diferencia de Bakunin, un nazi jamás se referiría a Marx «como alemán y como judío», pues el judío no era considerado alemán y más bien se contemplaba como la antítesis del mismo.

Pues bien, una vez hecha esta aclaración veamos las perlas que les dedicaba a los judíos en 1873, prácticamente al final de su vida:

Para Bakunin los judíos son como una «secta explotadora formada por sanguijuelas, especie de parásito destructivo que no solo trasciende las fronteras estatales sino las de la opinión, pues la mayor parte del mundo está ahora a merced de Marx por una parte y de Rothschild por otra» (citado por Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio II, Espasa, Barcelona 2017, pág. 331). «Los obreros, en fin, están desorientados por sus jefes políticos, literarios o judíos» (Mijaíl Bakunin, Estatismo y anarquía, Utopía Libertaria, Buenos Aires, 2004, pág. 227). 

«El señor Marx es judío de origen. Reúne en sí todas las cualidades y todos los defectos de esa raza capaz. Nervioso hasta la poltronería, según algunos, es excesivamente ambicioso y vanidoso, pendenciero, intolerante y absoluto como Jehová, el dios de sus antepasados, y, como él, vindicativo hasta la demencia. No hay mentira ni calumnia que no sea capaz de inventar y de difundir contra el que ha tenido la desgracia de suscitar en él la envidia o, lo que viene a ser lo mismo, el odio. Y no hay intriga innoble ante la cual pueda detenerse si, en su opinión, por lo demás casi siempre errónea, esa intriga puede servir para reforzar su posición, su influencia o para la difusión de su fuerza. En este sentido, es un político consumado.

»Tales son sus cualidades negativas. Pero tiene sus cualidades positivas. Es muy inteligente y excesivamente sabio. Doctor en Filosofía, era ya en Colonia hacia el año 1840 el alma y el centro de un número de círculos notables de hegelianos avanzados con los cuales había comenzado a publicar un periódico de oposición, clausurado luego por orden ministerial. A ese círculo pertenecían también los hermanos Bruno y Edgardo Bauer, Max Stirner y después en Berlín el primer círculo de nihilistas alemanes que por su lógica cínica sobrepasaron con mucho a los nihilistas más violentos de Rusia.

»En 1843 ó 1844 Marx se estableció en París. Fue aquí donde entró por primera vez en contacto con la sociedad de los comunistas franceses y alemanes y con su compatriota el judío alemán M. Hess, que había sido, antes de él, sabio economista y socialista y que tuvo entonces una influencia considerable sobre el desenvolvimiento científico del señor Marx» (Estatismo y anarquía, págs. 167-168).

Y también decía: «Pues bien, todo ese mundo judío, que forma una secta explotadora, un pueblo de sanguijuelas, un único y enorme parásito y devorador, en estrecha e íntima relación no sólo por encima de las fronteras estatales, sino también por encima de todas las diferencias de las opiniones políticas, todo ese mundo se encuentra hoy en día al servicio de Marx por una parte, y de Rothschild por otra. Estoy convencido de que los Rothschild aprecian los méritos de Marx, y de que Marx siente una atracción instintiva y un enorme respeto por los Rothschild… Esto puede parecer extraño. ¿Qué puede haber en común entre el socialismo y un banco líder? El punto es que el socialismo autoritario, el comunismo marxista, exige una fuerte centralización del Estado. Y donde hay una centralización del Estado, necesariamente debe haber un banco central, y donde tal banco existe, se encontrará la nación judía parasitaria, especulando con el trabajo del pueblo» (citado por Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, págs. 280-281).

Si bien ya hemos advertido sobre las diferencias, es cierto que esto que acabamos de citar parecen palabras sacadas de un panfleto nacionalsocialista contra los judíos banqueros y comunistas. Tesis (o más bien teoría conspiranoica) que no cayó en desuso tras la caída del Tercer Reich, pues la reavivó el economista e historiador británico Anthony Sutton en 1974 con la publicación del libro Wall Street y los Bolcheviques (aunque dos años después publicaría Wall Street y el ascenso de Hitler). Ya antes, el compositor alemán Richard Wagner, muy admirado por Hitler, llegó a decir que Bakunin era un «revolucionario fantasioso, satisfecho con la conspiración» (citado por Escohotado, Los enemigos del comercio II, pág. 330). Pero Bakunin estaba a mil millas de ser un protonazi o algo que se le pareciese.   

Sobre Ferdinand Lasalle decía: «Era vanidoso como correspondía a un judío, pero al mismo tiempo estaba dotado de cualidades tan notables que habría podido sin muchas dificultades satisfacer las exigencias de la vanidad más refinada. Era inteligente, erudito, rico, hábil y extremadamente audaz; tenía, en el más alto grado, el don de la dialéctica, el del talento oratorio, de la claridad de comprensión y de exposición. En oposición a su maestro Marx, que es fuerte en teoría, en intriga secreta y clandestina y pierde, al contrario, la fuerza y la significación en la arena pública, Lassalle estaba creado, se habría dicho que expresamente, para la lucha abierta en el terreno político. La sutilidad dialéctica y la fuerza de la lógica, estimuladas por el amor propio caldeado en la lucha, reemplazaban en él la fuerza de las convicciones apasionadas. Obraba con una fuerza enorme sobre el proletariado pero estaba lejos de ser un hombre del pueblo» (Estatismo y anarquía, págs. 208-209).

Continúa… 

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