96 segundos. Eso duró el aplauso más largo que se haya dado en el Congreso de los Diputados desde que Pedro Sánchez llegó al poder. El aplauso más largo de los últimos siete años.
Fue en febrero de 2020 y toda la bancada de la izquierda, desde el PSOE hasta Podemos, pasando por los separatistas, se puso en pie para ovacionar al que podría ser perfectamente un personaje de una película de la saga Torrente, pero que en esta España distópica era, nada más y nada menos, que la mano derecha del presidente del gobierno: Jose Luis Ábalos Meco, que por aquel entonces ostentaba el cargo de ministro de transportes. A él se rendía la tribuna roja con sentida admiración.
En aquellos días, este mequetrefe impresentable se paseaba por el aeropuerto de Barajas de la mano de una delincuente internacional con prohibición de entrada en territorio Schengen: Delcy Rodríguez, una de las capas del régimen criminal de Maduro en Venezuela. Coaccionando a vigilantes de seguridad y utilizando a mandos policiales del más alto nivel para su treta, se fue al Congreso a dar explicaciones y acabó siendo ovacionado por, supuestamente, evitar una crisis internacional. Hasta el ministro del interior: Fernando Grande-Marlaska, aplaudía en pie como una foca, a pesar de ser el máximo encargado de la seguridad en nuestros aeropuertos y de perseguir criminales.
Luego llegaría el clásico de denuncia archivada porque quien hace la ley, hace la trampa; y ellos hacen las leyes. Así que el tribunal conviene en que la criminal venezolana sí entró en España, porque desde el mismo momento que penetra en nuestro espacio aéreo, ya está de facto en nuestro país, pero redirige la queja al Parlamento Europeo, por ser una norma comunitaria la vulnerada, y no tener nuestros tribunales competencias.
¿En qué quedó aquello? En nada, como siempre. Al fin y al cabo, en Madrid gobierna el PSOE y en Bruselas el PP, primos hermanos como gallegos y asturianos. Bueno sí, también quedó en el ascenso del mando que aquel día se acercó al aeropuerto para dar cobertura a Ábalos, y en un mes de empleo y sueldo para mí por denunciarlo como presidente de Una Policía para el S.XXI. Siempre hubo clases y, con el socialismo, clases y cortijos, además de caciques a patadas.
Pero la foto fija de aquella atronadora ovación define una época de inmoralidad y una forma de hacer política sin escrúpulos. Ya lo advertía la senadora Padmé Amidala: “y así es como muere la libertad, con un estruendoso aplauso”. Define también un momento histórico de adoración al golfo, al cuatrero, al que roba sin escrúpulos de la caja de todos, incluso en los peores momentos, cuando la angustia generalizada paraliza y el miedo es utilizado por los tiranos para incrementar su poder. Al tipo que hace leyes para encerrarte en casa y así salvarte la vida, mientras él se encierra en una habitación de Parador que pagamos todos con lumis y coñac y, a poco que haya seguido la tradición socialista, también farlopa.
Pero estas cosas las hacen porque pueden, porque han logrado que medio país viva dentro de una secta donde se pueden perpetrar las mayores barbaridades, que siempre serán justificadas por los sectarios, a los que has comido la cabeza desde el cole hasta la universidad, pasando por todos los platós de televisión.
Es una ovación a la barbarie, a la ausencia absoluta de principios y valores para conducirse en la vida, al saber, a ciencia cierta, que puedes no ponerte límites porque eres impune, nadie te pide explicaciones, y si alguien lo hace, siempre puedes llamarle fascista para zanjar la discusión.
Ábalos, Puente, Montero, Ione, Errejón… si haces una entrevista de trabajo para reflotar tu empresa, allí donde te juegas los cuartos, estos tipos serían los últimos en ser escogidos; casi sería mejor cerrar. Nadie querría gente de esta calaña a su alrededor, y les hemos permitido gobernar nuestro país.
La aclamación al tipo sin escrúpulos que se ríe de todos nos deja negro sobre blanco un mensaje: no hay nada que negociar con estas hienas, sólo podemos enfrentarnos a ellas. No aceptan las reglas del juego, las cambian a su antojo. No creen en la democracia, la pervierten convirtiendo todos los cargos de estado en puestos del partido. No tienen miedo a conducirse de manera violenta porque han educado a los suyos en que la violencia es aceptable cuando se dirige contra los que no piensan como ellos, sólo hay que ver cómo se desenvuelven sus cachorros en las universidades.
Pueden soltar violadores, gastarse el dinero de los parados en clubs de noche y polvo blanco, hacer negocio político del negocio económico del tráfico de seres humanos, negociar con prófugos para seguir en el poder, amnistiar a golpistas, indultar a corruptos, colocar a todos sus familiares y amigos, utilizar empresas públicas para contratar amantes con sueldo y sin obligación de asistir al trabajo… pueden hacer lo que quieran, no tienen límites porque tienen a los mejores votantes del mundo: esclavos orgullosos de serlo.