La adopción de la Agenda 2030 guarda cierta similitud con la fábula del genovés Olivier Clerc[1], que narra las tribulaciones de una rana que se encuentra nadando en una cazo de agua fría. En un momento dado se prende un fogón bajo el cazo, pero con muy poca intensidad, de tal manera que la temperatura del agua vaya subiendo tan lentamente que la rana sigue nadando en el agua tibia con cierto placer, hasta que la temperatura empieza a dejar de ser placentera, aunque sin llegar a ser lo suficientemente desagradable para provocar que la rana -para entonces ya debilitada y aturdida por el calor-, reaccione y salte fuera de olla. Al poco, el batracio rana está tan exhausto y pasmado que es ya incapaz de hacer nada, de manera que acaba cociéndose viva, noles volens.
Al igual que en el caso del proverbial anfibio, la intensidad de los objetivos de la hoja de ruta para un Gobierno global apodada Agenda 2030 ha ido aumentando paulatinamente, desde las primeras declaraciones de intenciones producidas por el informe del Club de Roma “Los límites de crecimiento”[2]en 1972 y “Informe Kissinger”[3]de 1974 a la puesta de largo de la “Declaración del Milenio” del año 2000 en la ONU, que recogía precisamente el guante lanzado por los mencionados informes de los años 70 -cuyos fines últimos revisaremos más adelante-*catholic.net según la estrategia mundialista acordada en la “Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo” celebrada en El Cairo en 1994. La solución de continuidad al actual estado de cosas vino de la mano de Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, aprobada en 2015 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, que aceleró el bullir del cazo hasta que la crisis sanitaria primero, y la enmienda rusa a la totalidad del proyecto del nuevo orden mundial después, enfriaron las expectativas de éxito de la agenda global, justo cuando le faltaba un hervor para cruzar lo que crían iba a ser el punto de no retorno.
Con todo, los planes para un Gobierno de alcance global continúan, aunque al baño María, alentados por personajes como el presidente del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, que intentó hacer de la necesidad virtud proponiendo desde Davos experimientos de aceleracionismo biopolítico[4]que se hacen eco de una manera un tanto esperpéntica del “Memorándum Rockefeller”[5]de 2010, una narrativa distópica esta con ínfulas proféticas que especulaba sobre a una pandemia que llevaría a la ciudadanía a ceder su soberanía a un gobierno más autoritario, ultraglobalista e hipercapitalista, legitimado así para controlaría las vidas bajo el pretexto de la bioseguridad. Por su parte, el libro de Schwab y Malleret, “El Gran Reinicio”, abunda en estas ideas, y las expande introduciendo la idea de hacer tabula rasadel mundo actual, proponiendo aprovechar que «la pandemia representa una ventana de oportunidad rara pero estrecha para reflexionar, reimaginar y restablecer nuestro mundo»* para desplegar una suerte de capitalismo terapéutico, una extensión sociopolítica del concepto que el crítico cultural estadounidense Philip Rieff desarrolló en su libro de 1966 “El triunfo de lo terepéutico”[6]. En esencia, la tesis de Rieff sostenía la ascensión del “Hombre Psicológico”, un heredero del nihilismo nietzscheano que aborda la vida no como un viajero con destino, sino como turista del carpe diem cuyo único propósito vital es acumular esos sucedáneos de la felicidad que se encuentran, ora en la diversión compulsiva, ora en manuales de autoayuda, pero siempre desde la premisa de que el bien mayor es no poner trabas para que cada quien y cada cual tenga plena libertad para realizarse como persona, autodeterminándose como individuo, y enzarzándose en la futilidad de acelerar el ritmo de la existencia para solapar el mayor número posible de experiencias personales en el espacio temporal de una vida[7], para crear la ilusión de se vive más, tal y como sostuvo Zygmunt Bauman.
Tal tendencia a la liquidez vital en un ámbito de atomismo social, lejos de ser subproductos consecuentes a la globalización, son consustanciales a la misma, por cuanto un orden con vocación universal tiene más probabilidades de éxito propagándose como metaideología que amalgama, de manera sincrética y relativista, el marco discursivo del subjetivismo autológico del credo individualista, en “un vertedero ideológico saturado de psicologismos que reducen el Mundo Interpretado a su gremial interpretación del Mundo”[8].
Este estado de cosas no supone la inexistencia de una mamposteria ideológica cuya argamasa sutil, ingrávida y gentil, brinda al sistema la coherencia necesaria para abarcar sus diversas partes. Antes al contrario, estas tendencias ideológicas derivan de una cierta manera de entender los nuevos modos y ciclos de producción, y su imposición desde arriba es necesaria para aglutinar sus diversas partes. Así, dichas tendencias ideológicas son consustanciales a una manera de entender el capitalismo especulativo -que ha dejado de ser burgués para devenir un fin en sí mismo- por una clase dominante de cuyos intereses y mentalidad de élite emana una gran parte de la nueva moralidad[9], que sirve de cimientos para la creación de tribus[10]de consumidores emocional y subjetivamente vinculados en torno a una marca comercial, abanderados por empresarios que abanderan las causas domesticadas, los propósitos corporativos, y los principios abstractos recogidos en la Agenda 2030, que, bajo esta óptica, no dejan de ser mercaderías consecuentes con el liberalismo, que ambiciona hacer las veces de una religión universal -entendida esta tanto como religacióncomo sumisión a un absoluto- secularista, antropocéntrica, y de inclinación paganista, al situar al naturalismo en el centro de sus inquietudes, que van de la mano del voluntarismo radical propio del nominalismo primero, y del pelagianismo después, que sirve de cimiento para la tesis de la autosuficiencia humana que hace de hilo conductor en el relato globalista.
La naturaleza simbiótica del conjunto de relatos que dan forma a la Agenda 2030 permite que engarce sin costuras en sociedades cuya razón de ser es tener capacidad de influir universalmente en las cosas humanas en el secretismo, como es el caso de la masonería, al punto que un número sustancial de logias masónicas han asumido, en este caso abiertamente, los objetivos de la Agenda 2030, como se puede constatar en los materiales publicados por asociaciones como la española Logia Masónica Acacia 85 GLSE[11], en los que se detalla como “trabajar y desarrollar la agenda 2030 en la Logia”, a partir de su convicción en que “integrar e implementar la Agenda 2030 y sus objetivos como herramienta clave es el camino para trasladar las ideas de progreso que son el alma en la sociedad que queremos construir.”.
Erraríamos no obstante el tiro si tildásemos este apoyo de la masonería a la agenda globalista como mera añagaza oportunista. Antes bien, si ponemos las cosas en perspectiva, basta un repaso somero al precedente de la imbricación de la expansión del Imperio Británico con la extensión mundial de la masoneria[12], para inferir una casuística entre ambos fenómenos fácilmente extrapolable a los esfuerzos globalizadores de la era actual. En efecto, la red mundial de logias en todos los dominios británicos, desde Calcuta a Gibraltar, sirvió para extender el poder británico -a la sazón el orden mundial prevalente- creando redes de contactos internacionales entre los miembros de la fraternidad, ya para entonces una institución explícitamente ligada a la monarquía británica, y que actuabaurbi et orbi como correa de transmisión del cosmopolitismo masónico y de los intereses del capitalismo de base colonial que propició la revolución industrial[13].
En lo sustancial, y a pesar de los alegatos de hermandad en la gran familia humana, los Grandes Maestres siguieron siendo predominantemente varones británicos, blancos y protestantes, aún cuando las logias contaron con la membresía, nominalmente inclusiva, de élites nativas parsis, chinas, birmanas, hindúes, ceilanesas, punjabis, mahometanas, sijs, armenias, bengalíes, judías, aracaneses, madrassis, que facilitaron la ósmosis de los valores del Imperio Británico en las colonias, y más tarde en la Commonwealth, buscando, según sostuvo Eduardo Haro-Tecglen, que “el colonizado asuma o trate de asumir las costumbres y actitudes del colonizador, hasta convertirse en su satélite”[14]
Esta influencia transcendió las lindes del Imperio Británico, pudiendo encontrar ejemplos del ascendiente de la masonería en los antiguos territorios españoles de ultramar, donde personajes notables como Francisco de Miranda y el propio Simón Bolivar ejercieron la militancia anglófila desde las filas de la masonería, con resultados que es ocioso recordar aquí. Recuperando el enfoque en nuestros tiempos, cabe señalar que el order mundial surgido la Segunda Guerra Mundial propició un proceso internacional de descolonización que llevó a Gran Bretaña a ceder el testigo de la hegemonía global a los Estado Unidos de América, quedando Inglaterra en un papel cultural parecido al que jugó la Antigua Grecia en relación la Roma Clásica, en tal y como había apuntado en su día el premier británico Harold Macmillan[15].
Pocos hechos pueden mostrar esta herencia cultural en toda su luz mejor que la conocida membresía de un tercio de los presidentes estadounidenses a la masonería, y haberse dotado de un texto constitucional de corte teista inglés que deriva de la corriente masónica regular anglosajona basada en las «Constituciones de Anderson», que usa los “Ritos de Emulación”, “York” y “Arco Real”. No puede extrañarnos pues que el providencialismo liberal sea un componente esencial de la política exterior de Estados Unidos, aquella pulsión que el autor tradicionalista Plinio Corrêa de Olivera[16]explicó como el objetivo de instaurar una república universal utópica, en la que todas las legítimas diferencias entre los pueblos, familias y clases sociales se disuelvan en una encendida fusión, igualitaria y babélica.
Naturalmente, la masonería ha renovado cosméticamente las formas con las que se presenta al mundo, remozando sus rituales más arcaicos, su eticismo obsoleto y su simbolismo trasnochado, a fuer de necesidad. No obstante, en verdad los elementos sustantivos del ideal de la masonería especulativa se han hecho convencionales, rayando la categórica de pensamiento único, como lo demuestra la correlación que encontramos entre los objetivos de la agenda globalista y los elementos clave del programa masónico, como la ideología del progresismo, el lamarquismo moral, los derechos humanos, el cientifismo reduccionista, el laicismo de Estado y la hipostatización de la sociedad civil, esto es, se ha transformado en una metaideología que sirve por extensión como índice de creencias correctas para cancelar convicciones incompatibles con las mismas.
A través de este prisma, podemos vislumbrar los objetivos de la agenda globalista abundantemente mencionada en este texto como una hoja de ruta en apariencia neutral, trufada de lemas e intenciones biensonantes y pretendidamente benevolentes que, casualmente, coinciden con el tenor los discursos de en boga en Estados Unidos desde 1968, especialmente en lo que se refiere al sexo recreativo y al control de la natalidad, tal y como recogía el antes mencionado “Informe Kissinger”, que, como delata su nombre completo («Memorandum del Estudio de Seguridad Nacional número 200»), concernía a cuestiones relativas al mantenimiento del status quoangloamericano frente a la emergencia de nuevas naciones cuyo desarrollo aumentaría su peso específico en la escena internacional, socavando el peso relativo del mundo anglosajón, con el hegemónestadounidense a la cabeza.
La parte mollar del informe trata pues sobre cómo abordar la cuestión de la sobrepoblación mundial como un problema de seguridad nacional de los Estados Unidos, que el propio informe propone combatir mediante campañas globales para controlar la natalidad, llegando a enunciar incluso los métodos a aplicar, poniendo el foco central en la mujer, coincidente con los discursos que se articulan que actualmente en la “Ideología de Género” promovida por la agenda globalista y la miríada de organizaciones subsidiarias en mayor o menor grado de las Naciones Unidas, por más que el uso y abuso de la fraseología propia de la corrección política evita llama las cosas por su nombre, y esconde que la motivación última es impedir que el desarrollo sostenido del tercer mundo encarezca el precio de las materias primas, lo que eliminaría una de las mayores ventajas competitivas de la economía estadounidense.
Desde esta perspectiva, la convergencia de los principios del ideal masón de la desaparición de la soberanía nacional para constituir un Gobierno global que acabe con la dialéctica de Estados, y los del interés angloamericano en poner fin a la Historia con el establecimiento de un orden mundial basado en el monismo liberal, hace innecesario que las obediencias masonas operen a oscuras por medio de conspiraciones universales, porque sus tesis son ya parte, a plena luz, de la metaideología pública que nutre los relatos centrales tanto de entidades globales como el Foro de Davos, como de organizaciones locales como la Fundación Ferrer i Guàrdia, las cuales hacen pinza, desde arriba los unos, y desde abajo los otros, instrumentalizando a las élites políticas y éstas a sus satélites clientelares para que las doctrinas mundialistas, que consolidan y amplían el poder internacional de quien ya lo detenta, se incorporen a las legislaciones nacionales, con el fin último de legitimar políticas de ingeniaría social consistentes con el credo de la masonería.
[1]La rana que no sabía que estaba hervida. Oliver Clerc, EMBOLSILLO, 2008
[2]https://www.clubderoma.org.ar/post/los-l%C3%ADmites-del-crecimiento
[3]http://www.elcorreo.eu.org/IMG/article_PDF/EE-UU-y-el-tercer-mundo-NSSM-200-El-Informe-Kissinger_a6420.pdf
[4]COVID-19: El Gran Reinicio. Schwab, Malleret. Forum Publishing, 2020.
[5]https://www.nommeraadio.ee/meedia/pdf/RRS/Rockefeller%20Foundation.pdf
[6]Triumph of the Therapeutic: Uses of Faith After Freud. P. Reiff, ISI Books; Anniversary edición, 2006.
[7]Vida Líquida. Zygmunt Bauman. Austral, 2013.
[8]Crítica de la razón literaria, Vol I. Jesús G. Maestro. Editorial Academia del Hispanismo, 2017.
[9]Globalización infeliz: Once tesis filosóficas sobre el devenir mundo del mercado. D. Fusaro. Marcial Pons, 2019
[10]Tribus, Seth Godin. Gestión 2000, 2009.
[11]http://acacia85.com/2020/07/30/agenda-2030-trabajo-en-logia/
[12]Builders of Empire: Freemasons and British Imperialism, 1717-1927. Jessica L. Harland-Jacobs. University of North Carolina Press, 2013.
[13]The industrial revolution and British imperialism. J. R. Ward, https://onlinelibrary.wiley.com/doi/abs/10.1111/j.1468-0289.1994.tb01366.x
[14]Malditos Libertadores: Historia del subdesarrollo latinoamericano. Augusto Zamora Rodríguez. Siglo XXI de España Editores, 2020.
[15]Harold Macmillan and the «Golden Days» of Anglo-American Relations Revisited. NIGEL J. ASHTON
Diplomatic History, Vol. 29, No. 4. 2005. Oxford University Press.
[16]Revolución y contra-revolución. Oliveira Plinio, Correa de. Editorial Fernando III El Santo, 1978.