El Manifiesto Comunista

El manifiesto comunista. Daniel López Rodríguez

Nada más acabar el mitin que se dio en homenaje a los polacos alzados en 1846, con motivo del aniversario, se celebró en el mismo local de la sala de reuniones de la Asociación Comunista de la Cultura Obrera (que fue fundada en 1840 por Karl Schapper, Heinrich Bauer y Joseph Moll) el congreso convocado por la Liga Comunista para aprobar los estatutos y discutir el nuevo programa.

Tras diez días de debates se acordó que Marx y Engels (que habían atravesado juntos el canal de la Mancha el 27 de noviembre de 1847 para asistir al congreso) resumiesen en un manifiesto los principales puntos del comunismo. A mediados de diciembre Marx volvió a Bruselas y Engels a París, no sin pasar antes por Bruselas.

El 24 de noviembre, antes de reunirse en el segundo congreso, le escribió Engels a Marx: «Medita un poco la profesión de fe. Creo que lo mejor sería prescindir de la forma de catecismo y darle el título de Manifiesto comunista. Como no habrá más remedio que hacer en él algo de historia, no podremos conservar la forma actual. Llevaré el que yo he hecho aquí, en estilo sencillo de relato, aunque muy mal redactado, con una prisa atroz» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 158).

Parece que ambos se tomaron con calma la redacción del Manifiesto y por ello la junta directiva de Londres les dio un toque de atención el 24 de enero de 1848 a los directivos de Bruselas para que advirtiesen a Marx de que sería amonestado en caso de no entregar el encargo. No sería hasta febrero cuando se publicó el celebérrimo Manifiesto del partido comunista, texto que venía a ser el programa de la Liga de los Comunistas (ya en octubre de 1847 Engels redactó para la sección de París sus Principios del comunismo, texto que fue conocido en Francia como el «catecismo comunista»).

El Manifiesto se redactó entre diciembre de 1847 y enero de 1848, y su manuscrito lo mandó Marx a Londres a finales de enero y al finales de febrero se imprimió en una pequeña imprenta de Bishopsgate, del 46 de la calle Liverpool; finalmente se publicó el 21 de febrero.

El Manifiesto fue un encargo del segundo congreso de la Liga de los Justos a Marx y Engels en noviembre de 1847, y se escribió tras el giro que dio la «Liga de los Comunistas» al dejar de ser una sociedad secreta de conspiradores, dotando así al grupo de un programa público, es decir, de implantación política antignóstica; pues, como se dice al final del propio Manifiesto, «Los comunistas consideran indigno ocultar sus puntos de vista e intenciones» (Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto del partido comunista, Gredos, Traducción de Jacobo Muñoz Veiga, Madrid 2012, pág. 621). Estas palabras están explícitamente pensadas contra el modo de organización de las sociedades secretas. (Que lo sepan los conspiranoicos que señalan a Marx como masón, illuminati o cosas por el estilo; como si Marx llevase puesto un ridículo delantal).

Esta especie de evangelio o «catecismo de los proletarios», como con desprecio lo denominó Karl Vogt, fue enviado a París antes de la revolución proletaria de 1848, que se desarrolló durante el 24 y el 26 de junio; revolución que fue diagnosticada por Engels en 1888 como la «primera gran batalla entre burguesía y proletariado» (Friedrich Engels, «Prólogo a la edición inglesa de 1888» del Manifiesto comunista, Traducción de Jacobo Muñoz, Gredos, Madrid 2012, pág. 633).

Los revolucionarios, como veremos en los próximos números, fueron implacablemente reprimidos por el ministro de la guerra Louis-Eugène Cavaignac. Finalmente, como también veremos, la Liga fue disuelta en noviembre de 1852. «En cuanto al Manifiesto, a partir de ese momento pareció estar condenado al olvido» (Engels, «Prólogo a la edición inglesa de 1888», pág. 634).

Sin embargo, como reconoce un poco más adelante Engels, «La historia del Manifiesto refleja, pues, en buena medida la historia del movimiento obrero moderno; hoy es [Engels escribe esto en 1888, o sea, cuarenta años después de la publicación del Manifiesto], sin lugar a dudas, la obra más ampliamente difundida y más internacional de toda la literatura socialista, un programa conjunto que es reconocido por millones de obreros, de Siberia a California» (Engels, «Prólogo a la edición inglesa de 1888», págs. 636-637).

Aunque el Manifiesto sólo fue leído en 1848 por un selecto círculo de comunistas, la revolución que estalló aquel año por toda Europa hizo que sus tesis se reforzasen (aunque no inspiró los levantamientos, o los inspiró en muy escasa medida).

Siete años después de lo comentado por Engels, en 1895, un gran revolucionario ruso escribió sobre el Manifiesto: «Este librito vale por tomos enteros: inspira y anima, aún hoy, a todo el proletariado organizado y combatiente del mundo civilizado» (Vladimir Ilich Lenin, Federico Engels, V. I. Lenin, Marx Engels Marxismo, http://www.marx2mao.com/M2M(SP)/Lenin(SP)/FE95s.html, Pekín 1980, pág. 57).

Stalin se refirió a él como el «cantar de los canteares» del comunismo. Y -como se ha dicho- el Manifiesto ha sido al mismo tiempo el panfleto político más célebre y más criticado.

En el Manifiesto comunista se halla contenido el más elevado elogio de un sistema político-económico del que se creía que tenía sus días contados, y además «se critican y, si se prefiere, “hace burla” de todas las utopías críticas y socialistas», desechándose todos los sistemas y «suplantándolos con la comprensión crítica de las condiciones, el desarrollo y los resultados generales del legítimo movimiento social» (Karl Marx, Herr Vogt, Traducción de Gabriela Moner, Editorial Lautaro, Buenos Aires 1947, pág. 119).

El Manifiesto apareció en un momento en el que en el movimiento obrero predominaba el socialismo utópico y apolítico (owenismo, fourierismo, «socialismo verdadero») y «emprendió de inmediato la lucha contra el socialismo apolítico» (Vladimir Ilich Lenin, Obras completas, Tomo IV, Versión de Editorial Progreso, Akal Editor, Madrid 1974, pág. 177). Y finalmente se sostiene que «los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra el estado social y político de cosas existente», y por ello trabajan «en todas partes a favor de la vinculación y del entendimiento de los partidos democráticos de todos los países» (Marx y Engels, Manifiesto comunista, pág. 620). El Manifiesto comunista fue la gota que colmó el vaso para que Moses Hess rompiese definitivamente con Marx y Engels.

Como se ha dicho, el Manifiesto aparece «como un vigoroso condensado de la “Ideología alemana”, una prolongación de la “Miseria de la filosofía” y una síntesis de las anteriores críticas acerca de las formas utópicas del socialismo. Es pues, algo así como el resumen de este período comenzado en 1845, en el cual tanto Marx como Engels ponen las bases de una ciencia de la historia» (Jean Guichard, El marxismo. Teoría y práctica de la revolución, Traducción de José María Llanos, Editorial Española Desclée de Brouwer, Bilbao 1975, pág. 265).

Aunque, a nuestro juicio, más que una ciencia viene a ser una filosofía de la historia de tintes escatológicos al estar instalada en una tradición judeocristiana tras la culminación del proceso de inversión teológica y la secularización del Reino de la Gracia en el Reino de la Cultura en el sistema hegeliano. «El movimiento obrero de Alemania es el heredero de la filosofía clásica alemana» (Friedrich Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, Editorial progreso, Moscú 1981, pág. 395).

La primera traducción al francés del Manifiesto se publicó en París poco antes de la insurrección proletaria de junio de 1848. La primera edición en inglés apareció en 1850 a través del Red Republican. La traducción corrió a cargo de Helen Macfarlane. En 1871 se hicieron tres traducciones diferentes en Estados Unidos. En 1872 se haría otra traducción francesa que se publicaría en Le Socialiste de Nueva York.

En 1860 Bakunin tradujo al ruso el Manifiesto y lo publicó en el Kolokol (La Campana), revista revolucionaria rusa que era editada bajo el motto de «Vivos voco» (¡Invoco a los vivos!), órgano de Aleksandr Herzen y Nikolai Platonowitsch Ogarjow, y que se publicaba primero en Londres de 1857 a 1864 y después en Ginebra de 1865 a 1867. Kolokol cumplió un papel de relativa importancia para el crecimiento del movimiento obrero en Rusia.

Por entonces -escribían Marx y Engels en 1882 en el prólogo a la edición rusa de 1882 (que tradujo Vera Sasulich)- «el Occidente sólo podía ver en ella (en la edición rusa del Manifiesto) un curiosum literario. Tal concepción resultaría hoy imposible» (Karl Marx y Friedrich Engels, «Prólogo a la edición rusa de 1882» del Manifiesto comunista, Traducción de Jacobo Muñoz, Editorial Gredos, Madrid 2012, pág. 629).

La primera traducción española la hizo José Mesa y se publicó en Madrid entre noviembre y diciembre de 1872 en el seminario La emancipación. El capítulo dedicado al «socialismo alemán» o «verdadero» fue omitido por el traductor dado el escaso interés del tema para los trabajadores españoles. En 1882 se reprodujo en El Obrero, de Barcelona, la traducción de Mesa y en 1886 se publicarían en el seminario El Socialista. Al mismo tiempo se publicó en forma de folleto en Madrid con una extensión de 32 páginas.

En el «Prólogo a la edición alemana de 1872», fechado el 24 de junio de 1872, Marx y Engels afirmaban que en la Comuna de París «el proletariado detentó por vez primera, el poder político durante dos meses», y añadían que en algunos puntos el Manifiesto se había quedado anticuado: «La Comuna, sobre todo, ha demostrado que “la clase obrera no puede tomar simplemente posesión de la máquina estatal funcionante y ponerla en movimiento al servicio de sus fines”. (Véase La guerra civil en Francia. Mensaje del Consejo General de la Asociación Internacional de Trabajadores, edición alemana, pág. 19, donde este punto se desarrolla más a fondo.) Resulta, además, evidente que la crítica de la literatura socialista está, desde una perspectiva actual, incompleta, ya que sólo llega hasta 1847; también que por mucho que en sus líneas generales las observaciones sobre la posición de los comunistas frente a los diversos partidos opositores (apartado IV) sigan siendo hoy todavía válidas, en su desarrollo están anticuadas, dado que la situación política se ha transformado totalmente y la evolución histórica ha hecho desparecer de la faz del mundo la mayor parte de los partidos que ahí se enumeran. El Manifiesto es, no obstante, un documento histórico respecto del que no podemos ya arrogarnos el derecho de modificarlo a nuestra voluntad» (Marx y Engels, Manifiesto comunista, «Prólogo a la edición alemana de 1872», Traducción de Jacobo Muñoz, Editorial Gredos, Madrid 2012, pág. 626).

Aunque no se trate de un documento «inconmovible en sus verdades fundamentales» -como pensaba en 1918 el espartaquista Franz Mehring- sí es cierto que el Manifiesto comunista es «un documento incorporado a la historia universal, a través de la cual resuena, potente, el grito de guerra con que sella su página final: ¡Proletario de todos los países, uníos!». Grito de guerra que, frente a Mehring y tanto otros, nosotros diagnosticamos como inconmovible falsedad e imposibilidad; aunque venía a sustituir a un lema aún mucho más pánfilo y directamente estúpido: «Todos los hombres son hermanos».

No obstante, hay que señalar que el imperativo «¡Proletario de todas las naciones, uníos!» no fue invención de Marx o de Engels sino de Karl Schapper: jefe del Comité de Correspondencia Comunista y organizador de la publicación del Manifiesto.

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