Del mismo modo que el género (cuanto eufemismo victoriano de sexo) es un filosofema propio de la posmodernidad, el concepto de raza como categoría social emergió en la modernidad, en el ámbito de la expansión colonial y la formación de los Estados-nación, todo ello bajo el paradigma del positivismo científico¹. El cuerpo teórico del constructo social de la raza nació de la mano de Linnaeus y Blumenbach². El elemento troncal de la idea de raza reside en la clasificación jerárquica de los seres humanos con base en diferencias fenotípicas, a las que se les atribuyeron valores morales e intelectuales³. Naturalmente, y a diferencia de la fluidez performativa de la identidad de género, la noción de raza se funda en categorías fijas, como corresponde a toda esencia biológica, por lo que la idea de autodeterminación racial es de suyo absurda.
El racialismo nunca ha dejado de estar presente en el discurso político, especialmente en las sociedades de base anglosajona. Prueba de ello es el impacto público que tuvo (y tiene) la publicación hace treinta años del libro de Richard Herrnstein y Charles Murray The Bell Curve⁴, cuyo subtítulo era “Inteligencia y estructura de clases en la vida estadounidense”.
A pesar de que Herrnstein y Murray nunca presentaron evidencias sólidas que sustentaran la influencia genética en las diferencias de coeficiente intelectual entre grupos étnicos y clases sociales, su obra ha servido como pretexto para justificar desigualdades políticas, económicas y sociales por su presunto origen biológico⁵. La noción hereditaria de la inteligencia, central en el enfoque de los autores, ha sido consistentemente refutada desde la publicación de la obra, poniéndose en tela de juicio que la genética pueda explicar de manera significativa las variaciones en el coeficiente intelectual⁶. En contraposición, factores como el entorno y las condiciones socioeconómicas —cuya diversidad y complejidad no permiten modelar la inteligencia mediante distribuciones gaussianas— demuestran un impacto más determinante⁷. Una crítica crucial a las tesis de Herrnstein y Murray se basa en que los tests de coeficiente intelectual al uso reflejan sesgos culturales específicos, por lo que no constituyen indicadores universales de inteligencia⁸.
Todo ello no ha sido óbice para que un relativamente obscuro académico norteamericano de origen judío, Nathan Cofnas, haya ganado cierta notoriedad recientemente postulándose como adalid del hereditarismo frente a las nociones de autores como Kevin McDonald (denostadas de plano también por otros psicólogos judíos como el mismo Richard Herrnstein, Steven Pinker o Alan Dershowitz)⁹, profesor emérito de psicología en la Universidad de California, cuyo marco teórico analiza los conflictos étnicos desde una perspectiva socioevolutiva, para argumentar que las corrientes migratorias judías han sido estratégicas y flexibles a lo largo de la historia, adaptándose a las circunstancias imperantes a la sazón para promover sus intereses grupales¹⁰.
Nathan Cofnas rechaza la hipótesis del judaísmo como estrategia evolutiva de grupo, proponiendo en cambio que la representación desproporcionada de los judíos en campos mediáticos, políticos y financieros se debe a un coeficiente intelectual promedio más alto, modulado por algunos factores culturales¹¹. Es decir, Cofnas adopta tácitamente las premisas del racialismo de los antes mencionados Linnaeus y Blumenbach¹². Es, sin embargo, dudoso que esto no sea una estratagema deliberada para desviar la atención de la influencia determinante que el colectivo judío tiene en amplios sectores del poder, particularmente en EE. UU. Esta potencial cura en salud sería comprensible, habida cuenta del largo historial de progromos y expulsiones de comunidades judías¹³ en numerosos países huéspedes.
La sospecha de que éste pueda ser el caso se ve reforzada ante la apariencia de que Cofnas parece buscar simpatía para sus postulados en ciertos segmentos racistas norteamericanos, al proporcionarles argumentos para respaldar, y en definitiva legitimar, sus puntos de vista supremacistas en relación a la población afroamericana e hispana. Podríamos decir, con animus jocandi, que a los supremacistas blancos (que a menudo tienden a identificarse como sionistas cristianos) no parece importarles ser inferiores al pueblo elegido siempre que puedan ser superiores a los negros.
Más allá de ironías, las tesis de Cofnas no solo carecen de rigor científico, sino que sus propuestas conllevan implicaciones éticas y morales problemáticas. En última instancia, estas ideas podrían derivar en una forma de eugenesia sociocultural, al atribuir las desigualdades estructurales a factores genéticos. Cofnas ha afirmado que, sin políticas de discriminación positiva, la presencia de académicos negros en las universidades sería anecdótica. Esta postura se basa en su interpretación de datos sobre diferencias grupales en el coeficiente intelectual y su presunción de una base genética para tales diferencias. Según Cofnas, las políticas de acción afirmativa distorsionan lo que él denomina un orden natural —que él denomina “realismo racial”— fundamentado en diferencias genéticas en la inteligencia.
Aunque el autor se esfuerza en darle una pátina científica a sus tesis, su metodología se caracteriza por omitir una parte sustancial de la literatura relevante y ofrece un resumen impreciso de la controversia académica en torno a las diferencias grupales en inteligencia. Un ejemplo ilustrativo de esta deficiencia es la importancia que Cofnas otorga a los estudios sobre gemelos y coeficiente intelectual como base para su argumentación sobre la heredabilidad de las diferencias cognitivas. Sin embargo, el psicólogo clínico estadounidense y autor académico Jay Joseph ha cuestionado la validez de estos estudios, señalando diversas limitaciones metodológicas, entre ellas el uso de muestras reducidas y la presencia de sesgos de confirmación¹⁴. En particular, los estudios de gemelos tienden a infravalorar la influencia del entorno compartido, lo que puede fácilmente llevar a una sobreestimación del impacto de los factores genéticos.
Esto se debe, en parte, a la presunción de igualdad de entornos, pese a que los gemelos monocigóticos suelen recibir un trato más similar que los dicigóticos, introduciendo así un sesgo que decanta los resultados. Tal y como ha señalado Eric Turkheimer, un destacado psicólogo en el campo de la genética del comportamiento, destaca la simplificación excesiva que Cofnas hace del concepto de heredabilidad. Según Turkheimer, la heredabilidad, una medida estadística que cuantifica la proporción de la variación de un rasgo atribuible a factores genéticos, no es una constante biológica universal, sino que varía según el entorno y la población estudiada¹⁵. Cofnas, en cambio, tiende a presentarla como estática.
Con todo, Turkheimer destaca que los genes y el ambiente no operan de forma independiente, sino que interactúan de manera compleja. Cofnas, según él, minimiza esta interacción, tratando los factores genéticos y ambientales como separables y aditivos, lo que distorsiona la comprensión de rasgos complejos como la inteligencia. Turkheimer ha demostrado, por ejemplo, que la heredabilidad de la inteligencia varía según el contexto socioeconómico: en entornos de pobreza, los factores ambientales tienen un impacto mayor que los genéticos¹⁶. Cofnas, sin embargo, acostumbra a ignorar estos matices, aplicando conclusiones sobre la heredabilidad de manera uniforme, sin tomar en consideración las diferencias contextuales.
Por otra parte, Cofnas tiende a seleccionar exclusivamente estudios que respaldan su postura, omitiendo investigaciones que evidencian beneficios significativos de los programas de apoyo al desarrollo infantil dirigidos a familias en riesgo de exclusión, los cuales propone eliminar para redirigir los fondos hacia niños provenientes de entornos con una mayor probabilidad de éxito social y económico. Su argumento se fundamenta en la premisa de que las diferencias en los resultados socioeconómicos están influenciadas por factores hereditarios y en la evidencia de que los programas de intervención temprana han mostrado efectos limitados a largo plazo en la reducción de estas desigualdades. De este modo, sostiene que, en lugar de intentar cerrar brechas entre grupos con diferencias sustanciales en predisposiciones sociales, sería más eficiente destinar los recursos a aquellos con un mayor potencial para aprovechar dichas oportunidades, ajustando las políticas públicas a las fortalezas, presuntamente inherentes, de los diversos grupos.
Independientemente del juicio de valor que nos pueda merecer el posicionamiento moral de Cofnas, su teoría científica se fundamenta en una premisa frágil: la supuesta superioridad del coeficiente intelectual promedio de los judíos asquenazíes sobre otras etnias. No obstante, un estudio de la Facultad de Medicina de la Universidad Emory de Atlanta, demostró que esta población presenta una mayor diversidad genética que la de ascendencia europea, lo que refuta la noción de su aislamiento genético¹⁷.
Este indica que los judíos asquenazíes se mezclaron con poblaciones europeas tras su asentamiento en el año 1000 d.C., con una contribución genética mayoritariamente paterna. Dado que en la tradición judía la religión se hereda por vía materna, este proceso de mezcla genética explica los altos niveles de heterocigosidad observados, es decir, la presencia de alelos distintos para un mismo gen, lo que sugiere una mayor incidencia de matrimonios mixtos a lo largo de la historia.
Si bien el subgrupo judío constituido por los asquenazíes es el mayoritario, los subgrupos sefardí y mizrajíes son también numerosos, y todos ellos presentan rasgos fenotípicos diferenciales que presumiblemente apuntan a una diversidad genética que casa mal con la idea de una superior inteligencia heredable por el conjunto de la población judía global, al punto de otorgarle una marcada ventaja intelectual sobre el resto de la humanidad.
Si, ateniéndonos a Ockham, de entre las hipótesis que pueden explicar satisfactoriamente el fenómeno de la sobrerepresentación judía entre las élites, preferimos aquella que introduce el menor número de suposiciones o entidades innecesarias, la balanza parece inclinarse en favor de la tesis estrategia evolutiva etnocéntrica de Kevin McDonald.
Parece evidente que la identificación de variantes genéticas asociadas con la inteligencia y el coeficiente intelectual presenta una relación causal marginal. En la mayoría de los casos, tales asociaciones reflejan correlaciones derivadas de factores ambientales, como la educación y el contexto socioeconómico, más que de efectos genéticos directos. Esta perspectiva otorga plausibilidad a la hipótesis de que, cuando los progenitores de un individuo poseen un alto nivel educativo, los genes asociados con una inteligencia elevada podrían correlacionarse con este rasgo en la descendencia, no tanto por una relación genética directa, sino por la influencia de un entorno familiar y social favorable. En este sentido, estudios rigurosos indican que el efecto directo de la heredabilidad de la inteligencia representa apenas el 15% de los factores que determinan el coeficiente intelectual¹⁸. Esto carga de razones a la sabiduría popular contenida en el proverbio nigeriano «se necesita una aldea para criar a un niño», al tiempo que sugiere que la extendida noción de una supremacía intelectual judía innata está más cerca del mito que de la realidad, como por otra parte indican¹⁹ los modestos resultados obtenidos por los estudiantes israelíes en las pruebas del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA).
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- Las puntuaciones de PISA pueden convertirse fácilmente en puntos de coeficiente intelectual (CI) utilizando las desviaciones estándar respectivas (100 para PISA y 15 para el CI, es decir, en una proporción de 6.5 a 1), estableciendo que 6.5 puntos en PISA equivalen a 1 punto de CI. De este modo, una puntuación de 435 en PISA correspondería a un CI de 90, una puntuación de 500 en PISA equivaldría a un CI de 100, una puntuación de 565 en PISA se asociaría a un CI de 110, y así sucesivamente. Ver: Weiss, Volkmar 2022 (How it was gradually discovered that PISA tests and IQ tests give almost identical results).