DE FUNDADORES DE PODEMOS, LIBERALIOS Y SIONISTAS INDEPES VARIOS
¿En qué se parecen un fundador de Podemos (Juan Carlos Monedero), un articulista liberalio del ABC (Pedro G. Cuartango) y un sionista indepe catalán (Xavier Torrens)? En su irracional inquina ante el más grande pensador político del siglo XX: Carl Schmitt.
En su entrevista con Fulco Lanchester (noviembre de 1982) el jurista alemán Carl Schmitt, hastiado de la mediocridad y rapacidad de quienes se acercaban a su obra, se lamentaba: “Sobre mí se escribe a mansalva, lo hacen hasta algunos estúpidos estudiantes de licenciatura. A los noventa y cinco años fastidia que cualquier universitario se permita escribir su tesina sobre uno. Y lo hacen a montones, cada uno más idiota que el anterior, hoy cincuenta, mañana cien; cosas que sonrojarían a cualquiera”. He de entonar un mea culpa por formar fila junto al resto de estúpidos estudiantes que ha defendido una tesina (TFM) sobre Schmitt, no me oculto. Aunque, a diferencia de los Monedero, Cuartango y Torrens, tuve la enorme suerte de contar con un maestro: Jerónimo Molina, que, -con denuedo y celo cuasi escolástico-, ha trabajado al alemán en toda su hondura y complejidad… Lo de “a lomos de gigantes” adquiere mayor potencia cuando no tenemos que remontarnos a los muertos, sino a los vivos que están entre nosotros. A él agradezco el haberme sacado de la caverna platónica del der Carl Schmitt-Mythos.
Como casi todos los de mi generación, accedí al universo schmittiano mediatizado por una lectura prematura de El concepto de lo político (1927) y, peor, por la interpretación desbravada que hicieron de él los fundadores de Podemos y adláteres. Aún recuerdo cómo, en mis mozos años previos a entrar a la Universidad, me cautivó la obra colectiva coordinada por Pablo Iglesias Ganar o morir. Lecciones políticas en Juego de Tronos (2014). Las escuálidas referencias del libro a pensadores como Gramsci, Schmitt, Foucault o Laclau -por suerte o por desgracia- me obnubilaron. Una década después puedo volver la vista y agradecer, con carácter retroactivo, haber salido -no sin ayuda- de las arenas movedizas del schmittianismo de baja estofa. Ladran, pues como dice Jerónimo “pueden escribir cuanto quieran los guardianes del consenso demoliberal”, luego cabalgamos.
Cuando uno escucha clases de Juan Carlos Monedero en las que habla del “nazi Carl Schmitt” y de “que era más listo el cabrón” o cuando uno lee los artículos preñados de lugares comunes (pero envueltos en impostura intelectual) de Pedro G. Cuartango, no deja de sorprenderse de la actualidad de las palabras de Schmitt en 1982: “cada uno más idiota que el anterior”… No falla. Es prácticamente un axioma entre propios y ajenos.
Y debe entenderse la palabra “idiota” en su sentido etimológico clásico, claro. Son idiotas porque velan tan sólo por sus propios intereses, llevan las ideas de Schmitt a la caricatura, hacen un uso intencionado de sus obras y se cubren las espaldas, protegiendo sus carguitos de profesores (¡Con lo que cuesta conseguir una plaza universitaria y si no preguntenle a Pablo Iglesias!) y agitadores con tribuna (¡Con lo que cuesta mantenerse -recordemos cómo defenestraron a Hughes- en cabeceras como el ABC!). Señor, perdónalos, porque no saben lo que dicen…
Antes de comenzar a destripar este Nuevo Frente Popular (Antipopular), me gustaría agradecer a Francisco Vila Conde alguna de las referencias empleadas. Vayamos por partes.
1a invectiva: Carl Schmitt ese nazi tan listo…
Como es bien sabido, Carl Schmitt se adhirió al nacionalsocialismo durante un lapso muy breve de tiempo: de 1933 a 1936. ¿Qué representa el trienio oscuro en la vida de un sabio que vivió prácticamente un siglo? En su artículo “Releyendo a Schmitt” (2019), Pedro G. Cuartango afirmó -sin despeinarse- que Schmitt fue “el teórico de la arquitectura jurídica del nazismo” (nada más lejos de la realidad).
Tal y como reconoció en su declaración en los Procesos de Núremberg: “En la primavera de 1937 recibí la cartilla de miembro; y mi número de afiliado estaba por encima de los dos millones (…) Yo fui miembro del Consejo de Estado prusiano desde su fundación (en julio de 1933) y al principio me interesé mucho por esta institución (…) albergaba la esperanza de que pudiera convertirse en foro de discusión imparcial sobre cuestiones administrativas y representar un contrapeso a la dirección del Partido (…). A finales de octubre de 1936 abandoné todos mis cargos (…). Mi difamación pública en la revista Schwarze Korps tuvo lugar en diciembre de 1936, un mes después de la renuncia a mis cargos”.
De tal modo que, tras varios desencuentros con la jerarquía nazi y, sobre todo, tras haber renunciado a sus cargos en 1936 (además de la publicación en 1938 de su obra sobre Hobbes “impresa en una casa editorial no relacionada con el partido nazi”), podemos constatar su pronta desafección para con el nacionalsocialismo.
Conviene recordar que, cuando el III Reich se desmoronó y Berlín fue ocupado, a Schmitt lo detuvo un oficial ruso. En el interrogatorio -a propósito de su vinculación al régimen nazi- sacó a colación la historia del experimento del científico Max Joseph von Pettenkofer (quien demostró que las infecciones no se contraen tan sólo por la presencia del bacilo, sino por la predisposición del sujeto a contagiarse, al beber de un vaso que contenía un cultivo del cólera -como si de cicuta se tratase-, ante la atónita mirada de sus alumnos); concluyendo: “Pues bien esto es justamente lo que me ha pasado a mí: yo he bebido el bacilo del nacionalsocialismo pero no me he infectado”. Esta anécdota nos sirve para dimensionar la relación entre Schmitt y el nazismo. Relación cuanto menos ambigua.
Tal y como sugiere el profesor Francisco Sosa Wagner en su estudio sobre Schmitt y Forsthoff, tras la despiadada campaña que contra él desataron: “le sacaron los trapos sucios que eran anteriores a 1933, así su contacto con judíos, las invitaciones que cursaba para almorzar en su casa a las familias judías, el hecho de que llamara al NSDAP ‘movimiento ilegal’, su apoyo a los últimos políticos de Weimar, su acomodación a cada situación, en fin, su vinculación al catolicismo político”. Recuerden, bebió el bacilo, pero no se infectó.
Ello aparejado a sus declaraciones a Fulco Lanchester en 1982, podría llevarnos a pensar que tratara deliberadamente de no poner su intelecto al servicio del proyecto nacionalsocialista: “yo no quería concederles nada desde el punto de vista científico, no quería escribir con el estilo de un periodista nazi”. Lo cierto es que, transcurridos casi cuarenta años de su muerte, perseguido por unos y hostigado por otros, a este quijotesco caballero de la triste figura no le dejan descansar en paz.
2a invectiva: la perversidad del erudito
Según afirma Cuartango en su artículo “La miseria moral de Schmitt” (2022): “Es evidente que Schmitt no creía en la democracia parlamentaria y defendía un Estado autoritario en el contexto de una dialéctica entre amigo y enemigo que justificaba la eliminación del adversario y la supresión de los derechos individuales (…) Lo que impresiona del Glossarium es la contradicción entre la inteligencia, la erudición y la vasta cultura grecolatina de su autor y su connivencia con la barbarie que habían justificado sus ideas”. Cuartango hace notar que ha leído a Schmitt, pero demuestra no haber entendido ni la distinción amigo-enemigo, ni haber siquiera olido el origen de la misma.
Sobre la mala interpretación de dicha distinción me ocuparé posteriormente a propósito de la reciente publicación del libro Salvar Catalunya. La gestació del nacionalpopulisme català (2024), cuyo autor, Xavier Torrens, fue profesor mío en la carrera de Ciencias Políticas (Universidad de Barcelona).
A Cuartango le sorprende la perversidad del erudito alemán, ese genio tenebroso que estuvo entre las bambalinas del III Reich como su Kronjurist. Lo que no advierte el periodista es que la distinción entre hostis y inimicus se basa precisamente en su profundo conocimiento de los clásicos. Más concretamente, la extrae de Sócrates, Platón y Sexto Pomponio (jurista romano del siglo II d.C.). Tanto para Sócrates como para Platón las desavenencias con los demás griegos se llaman discordias; la guerra está destinada a los bárbaros, es decir, a aquellos que representan la “negación del propio modo de existencia”.
3a invectiva: cinismo y cobardía moral u honradez intelectual
Algunos comentaristas han visto en Carl Schmitt un infame oportunista que oscilaba continuamente entre el cinismo y la cobardía. Pedro G. Cuartango es uno de ellos. Y lo cierto es que el jurista de Plettenberg se veía reflejado en la quevedesca figura del pícaro.
Ahora bien, no acabo de entender cómo Cuartango pasó de afirmar en 2019 que “su propia honradez intelectual le hace mucho más peligroso” o que “Schmitt no era un loco (…) tuvo la desgracia de que sus ideas se materializaran por un régimen asesino y sin principios morales” a afirmar en 2024 sin ambages que el “Glossarium me parece una muestra de cinismo y de cobardía moral que le retrata” y al mismo tiempo que “los aliados acabaron por ponerle en libertad en 1947 tras no poder conectar sus ideas con los crímenes nazis”. ¡Qué cacao el del liberalio Cuartango!
Quizá a todos sus detractores lo que les escueza sea justamente la integridad moral e inquebrantable entereza del jurista alemán, pues como arguye Jerónimo Molina en su obra -de obligada lectura de cara a nuestros menesteres- Contra el ‘mito Carl Schmitt’ (2019): “Ni cínico, ni hipócrita, el solitario del Sauerland sonríe como el profeta Daniel desde el Pórtico de la Gloria, figura para él tan sugestiva, pero no canta la palinodia, no hinca la rodilla y sus enemigos no se lo perdonan”. De ahí que sea víctima -aún- de renovados ajustes de cuentas. Hoy más que nunca en tiempos de leyendas negras (antischmittianas, antiespañolas y anticatólicas), no hay nada por lo que pedir perdón.
4a invectiva: Carl Schmitt el totalitario aniquilador…
Todo esto nos lleva a la más enorme e infundada confusión que hay sobre la distinción amigo-enemigo apuntada por Carl Schmitt. Por alguna extraña razón, ha calado en la comunidad pretendidamente schmittóloga la falsa imagen de que el pensador alemán deseaba la aniquilación física de los enemigos del Reich (bajo la mascarada académica del criterio amigo-enemigo).
En un ejercicio de nefanda deshonestidad intelectual, el autor del citado libro Salvar Catalunya (2024), Xavier Torrens, dedica un capitulito a los orígenes intelectuales del populismo de Aliança Catalana titulado “El nazi alemán Carl Schmitt: los amigos y enemigos de Aliança”. En un par de páginas, en las que -por supuesto- no se digna a citar ni una sola obra del de Plettenberg, afirma lo siguiente: “Siendo un jurista nazi, configuró los fascismos del pasado. Su influencia se encuentra en todas las variedades del populismo del presente, tanto en la izquierda radical populista de Sahra Wagenknecht, Jean-Luc Mélenchon, Jeremy Corbyn, Hugo Chávez y Alexis Tsipras, como en la derecha radical populista de Marine Le Pen, Silvia Orriols, Giorgia Meloni, Jair Bolsonaro y Geert Wilders”.
Lo primero que llama la atención -más allá de improperios y torpes a priori– es que se olvide de la influencia que tuvo en Podemos (y también en VOX), que considere “actual” al difunto Hugo Chávez o a los defenestrados Alexis Tsipras y Jeremy Corbyn, y, sobre todo, que equipare a Silvia Orriols con el resto de supervillanos de la lista. Tampoco sé hasta qué punto ha podido influir siquiera tangencialmente en Meloni, Bolsonaro o Wilders, pero ese es otro tema.
No contento con ello, Torrens alimenta la confusión al afirmar: “Carl Schmitt entiende que el enemigo no es un inimicus (un enemigo interno dentro de la sociedad que se puede reprimir), sino que es un hostis (un enemigo externo que destruye la sociedad y que debe combatirse)”.
La distinción amigo-enemigo poco tiene que ver con la dialéctica dentro-fuera, sino con el grado de intensidad de una unión o separación. De ser como él sugiere, estaría negando la posibilidad ontológica de la guerra civil, vamos todo un despropósito.
Para acabar de rematar acaba diciendo: “En el discurso de Orriols, la inmigración se presenta como un hostis, como un colectivo externo que se debe deportar porque es una amenaza destructiva de la identidad catalana. Las tesis schmittianas conducen a combatir al enemigo a vida o muerte. Cataluña vivirá o morirá a causa de la inmigración que no se asimila (…). Carl Schmitt defendía la aniquilación física del enemigo. Esta es la diferencia más grande entre el nacionalsocialismo de Schmitt y el nacionalpopulismo de Orriols (…) si bien Aliança se inspira en Schmitt, no quiere decir que automáticamente sea nazi”.
El acabose. ¡Ojo, este personaje es profesor titular en la Universidad de Barcelona, director de másters oficiales y miembro del Consell Assessor de l’Institut Català d’Avaluació de Polítiques Públiques (IVÀLUA)!. No me sorprende la falta de honestidad intelectual viniendo de un profesor al que ya en su día tuve que pedirle, por favor, que no nos engañara al plantear en clase que la única vía es la llamada Nueva Gestión Pública y, por ende, la gobernanza global neoliberal.
Desde luego, el proyecto político encarnado por Silvia Orriols y Aliança Catalana carece de toda doctrina en sentido fuerte. Se trata más bien de un etno-supremacismo independentista que dista mucho de enraizarse en el corpus schmittiano.
Quien niega sistemáticamente las propias formas de vida de la España católica es el integrismo islámico, no los inmigrantes per se. Como defendí en mi artículo “¿Quién es el enemigo de la nación española?” (2023), la nación española nace de una afirmación agonal contra el enemigo túrquico (exterior), el Imperio almohade (exterior) y el Califato omeya (interior).
Puesto que no me puedo extender demasiado diré que Carl Schmitt jamás abogó por la aniquilación física del enemigo, algo que atribuía a formas de la guerra innobles y propias de los imperios talasocráticos. Sólo por citar algunos ejemplos, dejo aquí algunos fragmentos en los que se vé su enorme preocupación por distinguir al enemigo del criminal y la guerra limitada y pautada con el enemigo (investido de dignidad por el hecho de serlo) de la simple persecución y/o aniquilación. No todo vale. No existe un Carl Schmitt à la carte. No, querido Xavier. Schmitt no defendió la “aniquilación física del enemigo” en los tramposos términos en que lo planteas.
- El concepto de lo político (1927): “El Estado y la soberanía son el fundamento de las restricciones a la guerra y a la enemistad hasta ahora logradas por el Derecho Internacional. En realidad, una guerra librada correctamente según las reglas del Derecho Internacional europeo contiene más sentido de Derecho y reciprocidad, pero también más procedimiento conforme a Derecho, más ‘acto recto’ como antes se decía, que un proceso escenificado por los modernos detentadores del poder y orientado al aniquilamiento moral y físico del enemigo político. Quien destruya las diferenciaciones clásicas de la guerra entre Estados y las limitaciones que se basan en ellas, tiene que saber lo que hace”.
- “El concepto de imperio en el Derecho internacional” (1941): Alejándose de “la pura aquiescencia conservadora a la vieja idea interestatal y la desviación hacia un derecho mundial universalista (…) ni quería quedarme en lo viejo, ni quería tampoco someterme a los conceptos de las democracias occidentales (…). Vemos en él la entraña de una nueva manera de pensar el Derecho internacional (…) que mide con medida ‘planetaria’, es decir, con la medida espacial de la tierra, sin aniquilar a los pueblos y a los Estados y sin poner proa hacia un derecho mundial de cuño universalista e imperialista como el Derecho internacional imperialista de las democracias occidentales, una vez superado el viejo concepto del Estado”.
- Teoría del Partisano (1966): “Enemigo no es algo que tiene que ser eliminado por cualquier razón y aniquilado por su desvalor. El enemigo está a mi propio nivel. Por esta razón, tengo que luchar con él, para encontrar la propia medida, los propios límites y la propia personalidad”.
- Ex captivitate salus (2002): “[Los juristas del derecho público moderno] lograron purificar la doctrina de la guerra justa de los elementos de la guerra civil, al separar la cuestión de la justa causa belli del problema del justus hostis, y trajeron nuevamente a la consciencia la antigua distinción de enemigo y criminal. Ésta fue su gran obra, y llegó a ser el núcleo de un nuevo derecho internacional, del jus publicum Europaeum”.
- Glossarium (2015): “¡Cómo no iba a amar a mi enemigo si yo mismo lo he amamantado! ¡Y yo, dotado de alguna conciencia, debo darme pronto cuenta de que él me amamanta mientras lo siga considerando mi enemigo! Aniquilación del enemigo, sin embargo, es la pretensión de una creatio ex nihilo, un nuevo mundo como tabula rasa. Quien quiera aniquilarme no es mi enemigo, sino mi satánico perseguidor”.
En efecto, lejos de las ridículas creencias que hay en torno a Carl Schmitt, el alemán fue un pensador de un irreductible pluralismo antiuniversalista. Autor que se enemistó contra quienes querían convertir el orbe en un patio trasero del Imperio hegemónico de turno (cuyas acciones policiales redujeran la dignidad del enemigo a mero delincuente susceptible de ser perseguido). Schmitt es uno de los pensadores que, en pleno siglo XX frente a las todopoderosas dinámicas universalistas y homogeneizadoras, defendió a ultranza el derecho de cada pueblo concreto a ser él mismo. Puesto que todas las agrupaciones humanas merecen existir y, por ello, labrar libremente tanto amistades como enemistades, pero nunca satánicas persecuciones.
Como ha sabido apreciar elocuentemente Adriano Erriguel en su artículo “En el principio era la guerra: Carl Schmitt ante el siglo XXI (III)”: “Si la unidad del mundo es para Schmitt el summum del horror, ello se debe a la concepción que él tenía de la libertad del hombre. Lo que su famosa distinción amigo/enemigo encubre es, en realidad, una metafísica de la libertad (…) la guerra es para Schmitt el origen de la seguridad y el orden. Todo orden se basa, en último término, en una decisión respaldada por la violencia. Lo que equivale a decir que en el principio era la guerra. Pero aparte de fundar el orden, la posibilidad de la batalla garantiza el punto disruptivo: el de asegurar que ningún orden será definitivo (…) Frente a la unidad del mundo es preciso crear espacios exteriores, mantener las fronteras, cultivar -si es preciso- los antagonismos”.
El chiste se cuenta solo: ¿En qué se parecen, entonces, un fundador de Podemos (Juan Carlos Monedero), un articulista liberalio del ABC (Pedro G. Cuartango) y un sionista indepe catalán (Xavier Torrens)? Espero haberles convencido, no sin haberme creado de paso algún enemigo por el camino.