El Plan Marshall (II)

A la venganza antigermánica que inspiraba el Plan Morgenthau, Estados Unidos anunciaba en 1947 el programa de reconstrucción de Europa llamado Plan Marshall, al que se circunscribieron los países opuestos al bolchevismo y afines al liberalismo democrático (libre mercado y derechos humanos), es decir, se trataba de un plan para reconstruir la Europa occidental frente a la Europa oriental constituida por los Estados-tapón que respaldaban a la Unión Soviética. En abril de 1948 se fundó el EREP (European Recovery Program, nombre oficial del Plan Marshall), esto es, el programa de reconstrucción europea del que fueran asignados para el primer año unos 5.300 millones de dólares (fundamentalmente en alimentación y maquinaria industrial). Entre 1948 y 1951 el Plan Marshall proporcionó unos 12.700 millones de dólares (a lo que habría que sumar otros 12.000 millones que Estados Unidos depositó entre 1945 y 1948 en concepto de ayudas). El dinero se prestó con la condición de que fuese devuelto cuando la economía europea estuviese saneada, pero ciertamente la cantidad devuelta fue muy escasa.

El Plan Marshall pretendía reponer a Europa de alimentos, carbón, energía eléctrica, petróleo, acero e infraestructura de transportes. No obstante, los Estados Unidos no llevaron a cabo semejante plan por generosidad y humanismo (como si fuese un imperativo de los derechos humanos que por entonces, sobre el papel, se firmaban en la ONU) sino por solidaridad contra la Unión Soviética y el comunismo en general, es decir, por cuestiones geoestratégicas; porque todo ortograma generador también implica, por cuestiones corticales de la dialéctica de Estados de la Realpolitik pura y dura, la depredación de otro Imperio (en este caso la URSS). Esto se alcanzó con la construcción del «Estado del Bienestar» en los diferentes países que cubría el plan. En los años 50 estos países alcanzaron los niveles de antes de la guerra.

Los objetivos del Plan Marshall consistían en ayudar a los países democráticos occidentales (Alemania occidental incluida), promover grandes inversiones estadounidenses en el extranjero y, fundamentalmente, impedir que la Europa del Oeste fuese tomada por la URSS (en la dialéctica de Estados) o que se desencadenase la revolución (en la dialéctica de clases). Estos objetivos se consiguieron con solvencia.

Para que el Plan Marshall funcionase se pusieron en marcha dos instituciones: la Economic Cooperation Administration (ECA), con sede en Washington, y la Organitation for European Economic Cooperation (OECE), con sede en París. El plan otorgaba a los países incluidos  préstamos a bajo interés, ayudas a fondo perdido y ventajosos acuerdos comerciales hasta trece mil millones de dólares. Churchill se refirió al Plan Marshall como «el mayor acto altruista de una gran potencia de toda la historia» (citado por Álvaro Lozano, Stalin. El tirano rojo, Nowtilus, Madrid 2012, pág. 411). Pero no se trataba de altruismo y generosidad, sino más bien de solidaridad, esto es, unión contra la Unión Soviética. Y eso lo sabía muy bien el fervoroso guerramundialista Mr. Winston Leonard Spencer Churchill.

En un discurso que dio en la Universidad de Harvard, Mr. Mashall aseguraba que «nuestra política no se dirige contra ningún país o doctrina sino contra el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos» (citado por Robert Gellately, La maldición de Stalin, Traducción de Cecilia Belza Y Gonzalo García, Pasado & Presente, Barcelona 2013, pág. 378). Pero, aunque dicha política combatiese el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos, también combatía al comunismo y a la Unión Soviética. En enero de 1948, Marshall declaró en el Congreso (que estaba dominado por los republicanos) que el gasto del plan estaría entre los 15.100 y los 17.800 millones de dólares, de los cuales 6.800 millones serían empleados para gestionar los quince primeros meses. El Congreso aprobó finalmente entre 1948 y 1951 la cantidad de 13,3  millones de dólares en ayuda para 16 países de Europa occidental.

Como el Plan Marshall no se hizo por generosidad sino por solidaridad contra la Unión Soviética, las primeras ayudas fueron a parar a Grecia y Turquía en enero de 1947, ya que tales países eran la primera línea del frente del expansionismo soviético. Asimismo, reportó extraordinarios lucros a las corporaciones estadounidenses que lo impulsaron. La General Motor se embolsó 5,5 millones de dólares entre julio de 1950 y 1951 (lo que era un 14,7% del total), y la Ford ganó un millón de dólares (un 4,2% del total). Entre abril de 1948 y diciembre de 1951 doce mil millones de dólares en forma de materias primas se trasladaron de Estados Unidos a Europa. Inglaterra se benefició con un 26% de estas materias primas, Francia con el 20% e Italia con el 10%. (Véase Giuliano Procacci, Historia general del siglo XX, Traducción de Guido M. Cappelli con la colaboración de Laura Calvo, Crítica, Barcelona 2010, pág. 370).

Al principio Stalin mostró interés por el Plan Marshall; pero, al comprobar que se trataba de un plan para propagar la democracia liberal y el capitalismo en Europa, perdió todo el interés, naturalmente. El Vozhd argumentaba que quizá en los finis operantis las intenciones del plan fuesen amistosas, pero que en sus finis operis suponían todo lo contrario y su «verdadera meta» era «crear un bloque occidental y aislar a la Unión Soviética» (citado por Gellatel y, La maldición de Stalin, pág. 388). Por tanto, la URSS vetó la ayuda económica del Plan Marshall en los países de la Europa del Este porque lo interpretaba como una trampa capitalista.

El Kremlin, al obligar a los checos a dar marcha atrás para no unirse al Plan Marshall, hizo que el embajador de Estados Unidos en la URSS, Walter Bedell Smith, afirmase el 11 de julio de 1947 que tal imposición era «nada menos que una declaración de guerra, por parte de la Unión Soviética, por la apremiante cuestión del control del Europa», y añadía que nunca el Kremlin se había mostrado «tan inflexible en el trato de sus satélites» (citado por Gellately, La maldición de Stalin, pág. 389).

Stalin contemplaba el Plan Marshall como una amenaza a la hegemonía soviética en Europa del Este. Así que como reacción al Plan Marshall y al Mercado Común de Europa occidental, la Unión Soviética respondió con el anuncio de la creación del Consejo de Asistencia Económica Mutua (CAEM o COMECON), unión comercial con un sistema monetario que dependía del rublo ruso (así como el Pacto de Varsovia, dos años después de la muerte de Stalin, sería la respuesta a la OTAN). La URSS procuró que los países del COMECON no mantuviesen entre ellos tratados bilaterales, aunque en la praxis dos tercios de los intercambios se efectuaban entre países fronterizos. Uno de los logros más importantes de esta alianza comercial fue la construcción de un gasoducto por el que el gas soviético fluía hacia los países de la Europa del Este (como sigue siéndolo en la actualidad). Años después se incorporarían al COMECON Mongolia, Vietnam y Cuba.

Molotov interpretó el Plan Marshall como una especie de caballo de Troya del dólar en Europa y un modo de infiltrarse en la URSS a fin de destruirla. Molotov exigió que sólo los países aliados durante la guerra reconstruidos en el plan, lo que dejaba fuera a Italia y a Alemania; pero estas naciones formarían parte del plan, lo que -en el caso de Alemania- significó la unión de las tres zonas ocupadas por Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, cosa que facilitaría su autogobierno. Molotov, escribiéndole el 5 de julio de 1947 a los líderes del partido polaco, les animó a que asistiesen a la conferencia del Plan Marshall, pero para obstruir su desarrollo y después marcharse.

Con el Plan Marshall los estadounidenses se aseguraron la americanización de Europa, y de tal modo las élites políticas y económicas europeas se homologaron a los estadounidenses, lo cual hizo que resultase imposible cualquier iniciativa política o económica sin el consentimiento de los Estados Unidos. Su poder de domino era mayor que el del Imperio Soviético en la Europa del Este, y eso se mostraría con el derrumbe del bloque comunista.    

El Plan Marshall tuvo efectos inmediatos en varios comicios electorales: en las elecciones italianas del 18 de abril de 1948, sólo dos semanas después de la aprobación del Plan Marshall por el Congreso, la Democracia Cristiana derrotó con solvencia a los partidos de izquierda (que pocos meses antes habían sido apartados del gobierno). Dos años después los democristianos consiguieron la mayoría absoluta en Bélgica. En 1951 los conservadores (con Winston Churchill a la cabeza) recuperaron el poder en Inglaterra. Y en septiembre de 1953 la CDU alemana y su apéndice bávaro ganaron por mayoría simple a los socialdemócratas del SPD. Entre los «dos campos» en esta primera fase de la Guerra Fría el balance era de clara victoria para los imperialistas americanos.

Como indicó el propio Marshall, su plan consistía en reconstruir Europa para impedir «disturbios políticos», es decir, para evitar la revolución (que podría fomentarse desde Moscú), o mismamente para que el Ejército Rojo no ocupase el resto de Europa (aunque para eso fundaron la OTAN). Y por ello afirmaba que «cualquier gobierno que esté dispuesto a ayudar en la tarea de la recuperación encontrará, estoy seguro de ello, plena cooperación por parte del gobierno de los Estados Unidos». «Cualquier gobierno», es decir, incluso los que estaban en la órbita soviética. Por ello advertía a los comunistas que «los gobiernos, partidos políticos o grupos que traten de perpetuar el dolor humano para aprovecharlo políticamente o de cualquier otra manera, tropezarán con la oposición de los Estados Unidos». Y añadió que su programa de recuperación económica iría «dirigido no contra un país o doctrina, sino contra el hambre, la pobreza, la desesperanza y el caos» (citado por Henry Kissinger, Diplomacia, Traducción de Mónica Utrilla, Ediciones B, Barcelona 1996, pág. 483).

En 1951 el Plan Marshall finalizó, ya que al conseguir el partido republicano mayoría en las elecciones al congreso de 1950 el plan no pudo continuar a causa de los gastos que suponía la guerra de Corea y el rearme ante la Guerra Fría. Y, con todo, las ayudas siguieron llegando a la mitad del continente europeo para tener un dique de contención contra el bloque soviético.

El 15 de septiembre de 1971 el congresista estadounidense John Ranick reveló en la Cámara de Representantes el verdadero objetivo del Plan Marshall: «Bajo el pretexto de defender la ayuda a Europa, le imponía una élite de mando a las órdenes de los negociantes internacionales del CFR» (citado por Cristiana Martín Jiménez, El Club Bilderberg. La realidad sobre los Amos del Mundo, http://esystems.mx/BPC/llyfrgell/0400.pdf, pág.35). El Council on Foreign Relations, el mayor think tankgloba lista que fundó Edward Mandell House, la mano invisible de Woodrow Wilson, en 1921. 

La Comunidad Europea del Carbón y el Acero supuso un gran impulso para el movimiento europeísta, cuyo promotor fue el financiero judío  Joseph H. Retinger, de origen polaco pero medio afincado en Estados Unidos (que en 1954, junto al Príncipe Bernardo de Holanda, fundaría el hoy famosos Club Bilderberg). Ratinger también era un importante miembro de la masonería sueca. Lo que Retinger, junto a Paul von Zeeland, planeó era la creación de una Europa federal en la que cada Estado iría perdiendo paulatinamente su soberanía. Ya en 1943, en plena guerra, se estaba gestando la unión aduanera Benelux entre Bélgica, Holanda y Luxemburgo, lo que venía a ser el germen del mercado común europeo.

Dennis Behreandt sostenía en un artículo para la revista The New American del 6 de septiembre de 2004 que «el Plan Marshll, aparte de ayudar a levantar a Europa, condujo en 1950 al Plan Shuman cuando el ministro de Asuntos Exteriores francés, Robert Shuman, propuso que toda la producción de carbón y acero de Francia y Alemania fuese puesta bajo la autoridad de un cuerpo supranacional, que, a su vez, conduciría a la Comunidad Europea del Carbón y el Acero (CECA) y después al Euratom y el Mercado Común» (citado por Daniel Estulin, La verdadera historia del Club Bilderberg, Bronce, Barcelona 2005, pág. 136). Es decir, el Plan Marshall sería complementado con, o más bien sucedido por, la creación de la Europa occidental del carbón y del acero, lo que se llamaría Comunidad Europea del Carbón y el Acero que se fundaría en 1952. Esta institución también serviría a los intereses estadounidenses contra la Unión Soviética.

Mucho se ha hablado durante los días de la pandemia de un nuevo Plan Marshall, pero ¿quién es ahora Mr. Marshall? En su momento lo fue el Tío Sam contra el oso comunista (no en España, por cierto, que por el estructural anticomunismo del régimen franquista llegó a acuerdo bilaterales con el Imperio del dólar). Ahora la coyuntura internacional es muy diferente, y China -que ya desde hace años asoma su coleta por Occidente y con mucha fuerza con esa triple ruta de la seda: la terrestre, la marítima y la ártica- va a disputarle el mercado europeo a Estados Unidos, y por consiguiente la hegemonía política o más bien geopolítica en el continente (porque la economía es siempre economía política y en este caso geoeconomía geopolítica, valga la expresión). Por no hablar de su red tecnológica del 5G, que según los expertos va a ser absolutamente revolucionaria. Y no digamos ya la inteligencia artificial que los chinos llevan muy avanzada.

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