El primer mentor de Marx

El primer mentor de Marx. Daniel López Rodríguez

Johann Ludwig von Westphalen: el primer mentor de Marx y la influencia ideológica de su padre

Es posible que Marx no asistiese a la escuela primaria y recibiese clases particulares en casa, donde se educó en un ambiente liberal y racionalista. Fue un librero de la ciudad, Eduard Montigny, el que le enseñó a escribir. Durante cinco años, a partir de los 12 años (en 1830, año de la Revolución de Julio en Francia), el joven Karl estudió secundaria en el célebre Liceo o Gymnasium Friedrich Wilhelm, el cual no era precisamente un colegio protestante sino un colegio católico (Jesuita) y una escuela de primeras letras que no se desentendió de las influencias radicales, liberales, racionalistas, afrancesas y jacobinas que la conquista napoleónica dejó a su paso. 

El director del colegio era el kantiano fanático Johann Hugo Wyttenbach, «espíritu bien esclarecido y bien liberal, todo él penetrado de doctrina kantiana… y que se esforzaba por dar un carácter racionalista a la enseñanza de su liceo» (Jean Guichard, El marxismo. Teoría y práctica de la revolución, Traducción de José María Llanos, Editorial Española Desclée de Brouwer, Bilbao 1975, pág.31). Wyttenbach era amigo del padre de Marx de la Sociedad y Casino Literario. A raíz de un material subversivo encontrado en 1833, el colegio estaba vigilado por la Policía prusiana. 

El joven estaba muy interesado por la literatura y el arte, aunque no destacó por sus notas, sacando buenas notas en latín y griego, un satisfactorio en religión, suficiente en francés y matemáticas y las peores notas las tuvo en geografía e historia. En su trabajo por escrito de grado de bachiller presentado el 16 de agosto de 1835, que tituló «Reflexiones de un adolescente al elegir profesión», el joven Marx se presenta como un deísta radical que cree en la idea ilustrada del progreso hacia la libertad y en la salvación comunitaria: «También al Hombre le ha trazado Dios un fin general: el de ennoblecer a la Humanidad y ennoblecerse a sí mismo, pero encargándole al mismo tiempo encontrar los medios para alcanzarlo… si las condiciones de nuestra vida nos permiten realmente escoger la profesión deseada, debemos procurar elegir la de mayor dignidad… que abra ante nosotros el mayor campo de acción para poder actuar en bien de la Humanidad, que nos permita acercarnos a la meta general al servicio de la cual todas las profesiones son solamente un medio: la perfección… la experiencia demuestra que el ser más dichoso es el que ha sabido hacer a mayor número de hombres felices; la misma Religión nos enseña que el ideal al que todos aspiran a acercarse se sacrificó por la Humanidad» (citado por Nicolás González Varela, Un Marx desconocido. Sobre «La ideología alemana», Copyleft, 2012, pág. 20). 

El mismo Wyttenbach corrigió el texto y comentó: «Bastante bueno. El ensayo se caracteriza por una gran riqueza de pensamiento y una narración bien sistematizada. Pero en general, también aquí el autor cometió un error que le era peculiar, se busca constantemente la elaboración de expresiones pintorescas. Por lo tanto, en muchos pasajes se destaca la falta de la necesaria claridad y precisión y, a menudo incluso de precisión, tanto en expresiones separadas, como en párrafos enteros» (citado por González Varela, págs. 20-21). 

En septiembre de 1835, con 17 años, nuestro protagonista superó el examen de madurez. La Real Comisión Examinadora dijo del joven Karl lo siguiente: «Tiene dotes, y muestra una muy elogiable contracción al trabajo en idiomas antiguos, en alemán e historia, una elogiable capacidad para las matemáticas, y una muy escasa aplicación para el francés» (citado por Heinrich Gemkow, Carlos Marx, biografía completa, Traducción de Floreal Mazía, Cartago, Buenos Aires 1975, pág. 14). 

Antes de emprender su vida universitaria pasó muchas horas con su vecino y el que sería su suegro, el barón Johann Ludwig von Westphalen, al cual el joven Karl le dedicaría su tesis doctoral sobre la «Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y Epicuro» en 1841 en la Universidad de Jena. Westphalen, al igual que su padre, también era consejero del gobierno prusiano, y se trasladó a Tréveris en 1816. 

Era un aristócrata de segunda categoría, lejanamente emparentado con los duques ingleses de Argyll, y a su vez tenía un pasado sospechosamente napoleónico, partidario de una constitución liberal y parlamentaria para el reino de Prusia, pero no un revolucionario, a pesar de que resultaba ser un «elemento sospechoso» para dicho gobierno, ya que en 1834 en un club literario había mostrado su entusiasmo por Francia y su revolución entonando la Marsellesa y la Parisiense cantadas en francés. También era funcionario de rango superior del Estado prusiano, pues era consejero del gobierno local de Tréveris; su carácter afrancesado supuso un lastre para su carrera de funcionario. 

Como el padre de Marx, Westphalen era miembro del Casino de Tréveris, y posiblemente tuviesen una relación profesional al ser Westphalen oficial de distrito al cargo de las prisiones y Heinrich un abogado que se dedicaba parcialmente a la defensa penal. Gracias a él nuestro joven protagonista pudo leer a Homero y los trágicos en griego, a Dante en italiano, a Shakespeare en inglés y a Cervantes en español. Según le comentó Marx al historiador ruso Maksin Maksinovich Kovalievski, Westphalen fue el primero que le aproximó a las ideas socialistas del noble francés Claude Saint-Simon y su escuela, que durante la década de 1830 se difundieron por toda Europa. Con todo, las enseñanzas de su futuro suegro vino a confirmarle al joven Marx la influencia del liberalismo de su padre, «afianzaron todavía más su credo monárquico-constitucional en el espíritu de las innovaciones de los ministros Stein-Hardenberg y en las reformas liberales de Prusia desde arriba» (González Varela, pág. 17).

En un banquete que Heinrich organizó en honor a los diputados liberales de Tréveris de la Dieta renana en la Sociedad y Casino Literario el 2 de enero de 1834, en el que se enarbolaron banderas republicanas tricolor y se brindó por la monarquía constitucional, el padre de Marx dio un discurso en el que pidió al rey la creación de instituciones basadas en la presentación popular «a cuya magnanimidad estamos en deuda por las primeras instituciones de representación popular. En la plenitud de su omnipotencia dispuso que las Dietas se deben reunir para que la verdad ascienda paso a paso hacia el trono». Heinrich acabó el discurso afirmando que la llegada de dichas instituciones sólo serían posibles gracias a la generosidad del «Padre» de todos los alemanes,  «así que miremos con confianza hacia un futuro sereno, ya que estamos en manos de un buen padre, un Rey en justa posición, cuyo noble corazón siempre permanecerá abierto y bien dispuesto para los justos y razonables deseos de su Pueblo» (citado por González Varela, pág. 14). 

Sin embargo, el Gobierno prusiano reprimió a los congregados y algunos fueron condenados por alta traición, aunque no fue el caso de Heinrich, el cual reafirmó su entusiasmo por la monarquía cuasi absoluta de Prusia y su hegemonía sobre los demás Estados alemanes, haciéndose un resignado liberal en toda regla. El liberalismo de Heinrich pasó a ser un liberalismo ingenuo que depositaba sus esperanzas en la generosidad del monarca y en las reformas que se aplicasen desde arriba, desde el Estado prusiano. 

Karl quedaría empapado de la ideología de su padre, el cual le escribió el 2 de marzo de 1837: «sólo los liberales híbridos pueden idolatrar hoy a Napoleón. Bajo su dominio, nadie se atrevió ni siquiera a pensar en voz alta lo que hoy se puede escribir sin problemas en Alemania y especialmente en Prusia. Quien haya estudiado la historia de Napoleón y su loca ideología puede, con toda conciencia, celebrar su caída y la victoria de Prusia» (citado por González Varela, págs. 14-15). 

Marx sería preso de la ideología de su padre hasta que éste murió en 1838 y al conocer a los jóvenes hegelianos en Berlín. Como escribiría en 1895 su hija Eleanor Marx-Aveling, «Marx tenía un enorme apego a su padre. Jamás se cansaba de hablar de él y siempre llevaba encima una fotografía suya, reproducida de un antiguo daguerrotipo. Sin embargo, se negaba a enseñar la fotografía a los extraños, pues decía que se parecía muy poco al original» (citada por Hans Magnus Enzensberger, Conversaciones con Marx y Engels, Traducción de Michael Faber-Kaiser, Anagrama, Barcelona 1999, pág. 212).

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