El vasallaje de la Unión Europea a Estados Unidos (I)

El vasallaje de la Unión Europea a Estados Unidos (I). Daniel López Rodríguez

Sobre Europa parece que se está construyendo un nuevo telón de acero, en donde a un lado tenemos a la Europa del fundamentalismo democrático avasallada por Estados Unidos, es decir, la Europa globalista, y a otro lado la Europa «euroasiática» no liberal que Rusia quiere controlar como esfera de influencia y como coraza contra cualquier tipo de ofensiva de la UE, cosa que no reconocen ni ésta ni su brazo armado: la OTAN, liderada sin ninguna discusión por Estados Unidos, de ahí el vasallaje de Europa; ya que, por ejemplo, en 2021 de 1.174.240 millones de dólares de gasto total de la Alianza 811.140 millones los puso Estados Unidos; y aquí, como en todas partes, pero sobre todo con este tipo de cosas, quien paga manda. 

Como le dijo Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, a Ana Pastor en una entrevista para La Sexta, la OTAN como alianza cumple el dicho que reza: «todos para uno y uno para todos» (https://www.lasexta.com/noticias/jens-stoltenberg-otan-consecuencias-guerra-van-acompanarnos-muchisimo-tiempo-debemos-responder-mundo-mas-peligroso_20220325623da96fb436ab00016dfc98.html); aunque más bien sería: «todos para Estados Unidos y Estados Unidos mandando sobre todos». Pese a que desde la web del Pentágono se diga que «las 30 naciones miembros hablan con una sola voz para oponerse a la invasión rusa» (https://www.defense.gov/News/News-Stories/Article/Article/3049900/russia-forcing-changes-to-nato-strategic-concepts/). Una sola voz, en efecto: la de Estados Unidos. 

Leemos en la web de la Institución: «Todas las decisiones adoptadas en todos y cada uno de los comités de la OTAN se aprueban por consenso. Por eso una “decisión de la OTAN” representa la voluntad colectiva de todos los países miembros» (https://www.nato.int/nato_static_fl2014/assets/pdf/pdf_publications/20190925_What_is_NATO_esp_20190712_LD.pdf). Es decir, la decisión de Estados Unidos representa la voluntad colectiva de todos los países miembros, su sometimiento. No se trata de la «decisión de la OTAN» sino de la decisión de Washington. 

Cuando en el Consejo del Atlántico Norte, que es el órgano político de la Alianza, toma sus decisiones no por mayoría sino «por unanimidad y de común acuerdo» lo que se está decidiendo es que se cumplen órdenes de Washington. Pese a ser noruego, Stoltenberg es más vocero de Estados Unidos que de la Alianza, porque ésta son Estados Unidos y sus vasallos, lo demás es propaganda. 

En la página web de la OTAN se dice que la misma se fundó para servir a tres propósitos: «disuadir el expansionismo soviético, prohibir el resurgimiento del militarismo nacionalista en Europa a través de una fuerte presencia norteamericana en el continente y fomentar la integración política europea» (https://www.nato.int/cps/en/natohq/declassified_139339.htm). No se oculta el vasallaje de Europa a Estados Unidos. ¡No vaya a ser que alguna nación canónicase atreva a hacerle frente al Imperio!

La OTAN fue la organización que hizo que, dado el nivel de preocupación que vivían las naciones occidentales europeas en 1947 y 1948, «Estados Unidos se involucrara más de cerca en los asuntos europeos» (https://history.state.gov/milestones/1945-1952/nato). También hay que tener en cuenta que el comandante supremo de las fuerzas de la Alianza en Europa siempre es «por tradición» un general estadounidense que es nominado directamente por el presidente de los Estados Unidos, y también los demás puestos de mando lo ocupan militares estadounidenses.   

Y así se explica la perseverancia de la Alianza tras la caída de la Unión Soviética: «La OTAN resistió porque, aunque la Unión Soviética ya no existía, los otros dos mandatos originales, aunque tácitos, de la Alianza aún se mantenían: disuadir el surgimiento del nacionalismo militante y sentar las bases de la seguridad colectiva que fomentaría la democratización y la integración política en Europa. La definición de “Europa” simplemente se había expandido hacia el este. Sin embargo, antes de que pudiera comenzar la consolidación de la paz y la seguridad, quedaba por exorcizar un espectro que rondaba la política europea. Desde la guerra franco-prusiana, Europa había luchado por llegar a un acuerdo con una Alemania unida en su centro. La incorporación de una Alemania reunificada a la Alianza puso fin a este dilema, el más antiguo y destructivo». 

Y continúa: «En 1991, como en 1949, la OTAN iba a ser la piedra angular de una arquitectura de seguridad paneuropea más amplia. En diciembre de 1991, los Aliados establecieron el Consejo de Cooperación del Atlántico Norte, rebautizado como Consejo de Asociación Euroatlántico en 1997. Este foro reunió a los Aliados con sus vecinos de Europa Central, Europa del Este y Asia Central para consultas conjuntas. Muchos de estos países recién liberados, o socios, como pronto se les llamó, consideraron que una relación con la OTAN era fundamental para sus propias aspiraciones de estabilidad, democracia e integración europea. La cooperación también se extendió hacia el sur. En 1994, la Alianza fundó el Diálogo Mediterráneo con seis países mediterráneos no miembros: Egipto, Israel, Jordania, Mauritania, Marruecos y Túnez, al que también se unió Argelia en 2000». 

¿Acaso no iba a ser también la piedra angular contra Rusia, que se quedaría con el arsenal nuclear de la Unión Soviética? Como dijo en la entrevista que el diario histórico español ABC vergonzosamente no se atrevió a publicar la portavoz de Exteriores de Rusia Maria Zakharova, «la confrontación geopolítica con Rusia es la esencia de la existencia de la OTAN» (https://www.lasrepublicas.com/2022/05/05/destapado-la-entrevista-que-el-abc-ocultaba-de-la-portavoz-del-ministerio-de-exteriores-ruso/). Y -como se dice desde el argumento ontológico- su esencia requiere necesariamente su existencia. Y si su esencia es imposible va de suyo que su existencia tampoco. 

En el apogeo de la Guerra Fría, Estados Unidos plantaría medio millón de soldados en Europa, con la crisis de Ucrania ha puesto a 100.000, aunque menos de 40.000 están estacionados permanentemente en el continente (https://www.foreignaffairs.com/articles/world/2022-04-20/made-alliance).     

Europa no está en coordinación con Estados Unidos, sino en posición de servidumbre. A los norteamericanos les interesa que se prolongue el actual conflicto ruso-ucraniano, cuyo alargamiento podría provocar una carnicería que demonizaría a Rusia, convertiría a Ucrania en un valle de lágrimas (y de azufre y fuego por los bombardeos) y la UE dependería aún más de las directrices de Washington (lo que sin duda es uno de los objetivos del Imperio, y en suelo europeo cuenta con muchos colaboradores para ello). 

Las potencias anglosajonas (el núcleo duro del globalismo, o el globalismo sin más) jamás van a permitir una Europa asociada a Rusia, pues en ese caso verían mermados buena parte de sus negocios (el caso del Nord Stream 2 que hemos estudiado en Posmodernia es muy revelador: https://posmodernia.com/nord-stream-2-una-de-las-claves-de-la-guerra-de-ucrania/). 

Putin llegó a decir sobre este tema ante la visita del canciller alemán Olfa Scholz el 15 de febrero de 2022: «Dejemos que los ciudadanos alemanes abran sus carteras, echen un vistazo al interior y se pregunten si están dispuestos a pagar de tres a cinco veces más por la electricidad, el gas y la calefacción» (http://en.kremlin.ru/events/president/news/67774).  

Separar a Europa de Rusia siempre ha sido el planteamiento imperial de los anglosajones (tanto del Imperio Británico como de Estados Unidos). Una Europa aliada de Rusia podría hacer que dichas potencias tomasen el «Heartland», el corazón de la tierra con el que se dominaría la «isla-mundo» y en consecuencia el planeta entero (según la teoría del padre de la geopolítica Halford John Mackinder, que los angloimperialistas-globalistas toman como tesis dogmática). Este es el temor anglosajón. Y Ucrania está justo en el centro del corazón de la tierra, en el centro de Eurasia.

La única manera de que Europa se consolide como una plataforma continental con poderío geopolítico (una Europa geopolítica) es uniéndose a la plataforma eslava, es decir, a la energetizada y nuclearizada Rusia, que no está por la labor de anular su derecho existencial como potencia militar y energética-comercial. Pero eso es algo que desde la plataforma anglosajona no se puede admitir. Buena parte de lo que está pasando en Ucrania se debe a esto.    

Lo que Estados Unidos pretende (sobre todo su lobby financiero globalista) es que la UE (una de sus criaturas predilectas) evite hacer negocios con Rusia: como ha pasado con una de las claves de este conflicto: el citado gaseoducto que va de Rusia a Alemania pasando por el Báltico Nord Stream 2 (aunque ya la Administración del antiglobalista Donald Trump también quería acabar con el gaseoducto, pese a que las relaciones con Rusia no eran tan malas). 

Estados Unidos procura que Rusia deje de vender a buena parte de los países europeos su energía y se convierta en el principal exportador que suministre a Europa el gas, el cual lo vendería más caro de lo que lo hace Rusia. Y sin embargo, en la prohibición estadounidense de importar productos energéticos rusos ¿va incluido el uranio, fundamental para hacer funcionar sus plantas de energía nuclear?

Las relaciones entre Rusia y la UE son muy problemáticas porque están entre la confrontación y la interdependencia. Como ha dicho el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, «Hay jugadores que nunca aceptarán la existencia de una aldea global dirigida por un sheriff de Estados Unidos» (https://www.pravda.ru/world/1693280-brasil_russia/). 

Algunos analistas del Council on Foreign Relations, como el internacionalista Stewart M. Patrick, piensan que la invasión de Rusia a Ucrania ha revivido la «solidaridad occidental» y «el liderazgo global de EE.UU.», así como empieza a «socavar la alianza de Moscú con Beijing» (aunque todo está por ver y de momento no parece que ese sea el caso). Es más, la invasión rusa ha «revigorizado una alianza transatlántica que hasta hace poco estaba a la deriva y dividida, e incluso declarada “con muerte cerebral”. En las tres décadas transcurridas desde la desaparición de la Unión Soviética, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha buscado repetidamente una nueva razón de ser, llevándola a “salir del área” (sobre todo a Afganistán) y asumir nuevas responsabilidades, amenazas a la seguridad, incluido el terrorismo, ataques cibernéticos, inseguridad energética, piratería marítima, migraciones masivas, crisis humanitarias e incluso el cambio climático. La crisis de Occidente llegó a su punto más bajo durante la presidencia estadounidense de Donald Trump, quien cuestionó los compromisos de la alianza estadounidense de larga data y descartó el concepto mismo de un orden internacional basado en reglas, daño que el presidente estadounidense Joe Biden apenas ha comenzado a corregir. El descarado esfuerzo de Putin por subyugar a una Ucrania independiente ha recordado repentinamente a los ciudadanos de las sociedades libres los valores fundamentales en el corazón de su comunidad de seguridad, y cuánto pueden perder si permiten que la agresión rusa quede sin control ni castigo» (https://www.cfr.org/blog/putins-catastrophic-war-choice-lessons-learned-so-far).

Para Estados Unidos Ucrania es la primordial pieza estratégica para contener a Rusia. Y conseguir Ucrania significa un alejamiento entre la UE (fundamentalmente Alemania) y Rusia, lo que fortalecería tanto a los países de la UE como a la propia Rusia. En tal caso la UE no dependería tanto de Estados Unidos. Si la OTAN avanza en Ucrania sería el fin de la paz nuclear entre las superpotencias. En Ucrania se disputa el gran juego contra Rusia. 

Y hay tanto en juego que el conflicto ruso-ucraniano/otaniano es el paraíso de las «fake news». Muchos periodistas cumplen con su trabajo, que no es otro que el de mentir, desinformar y confundir. Para eso se les paga a fin de mes (al que llegan sobrados). En Occidente la gente ha tomado partido por Ucrania casi de manera automática, como por acto reflejo. Reflexionar sobre el asunto, leer fuentes de un bando y de otro contrastando información y buscarle los tres pies al gato no ha sido nunca el deporte favorito de las perezosas masas. Eso sí, opinar opinan sobre todo como auténticos especialistas en la universalidad. 

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