En busca de la política … y la emergencia del miedo

Estos días de reclusión eremítica, donde las imposiciones emanadas de las estructuras políticas se han impuesto aparentemente sobre la vida social, son propicios para relecturas y reflexiones. Un texto que esconde enorme riqueza de matices es En búsqueda de la política de Zygmunt Bauman. Su remembranza es como un encaje con la realidad de los que nos estrenamos en la confinación por una epidemia. La primera luz que arroja el texto es para desvelar que las directrices de las administraciones públicas nada tiene que ver con la verdadera Política y que nuestra obediencia disciplinada nada tiene que ver con la vida social.

En síntesis, propone el autor, lo que ha matado la Política es la carencia del Ágora, o ese espacio-lugar entre el oikos (la casa o vida privada) y la ecclesia (asamblea política o vida pública). Por el medio hemos perdido, como decíamos, el ágora o vida social, ese puente intermedio entre lo público y privado, donde la ciudadanía puede determinar y descubrir lo que es el bien común. Si desaparece la vida social -y la soledad y el individualismo reinantes es prueba de ello- la política es imposible. Igualmente, la experiencia de la comunidad se hace quimérica y, por ende, la posibilidad de perfeccionarse con los otros.

Un aspecto de este libro, es el descubrimiento de Bauman de que hemos sustituido las comunidades reales por “sociedades del miedo”. La soledad aboca a los individuos a la incertidumbre y ésta al miedo. El individualismo y las administraciones, falso reflejo de la comunidad política, sólo pueden constituir sociedades del miedo. Bauman llega a afirmar que: “El mundo contemporáneo es un container lleno hasta el borde del miedo y la desesperación flotantes, que buscan desesperadamente una salida”.

Sería largo exponer cómo la secularización de las sociedades, o la desaparición de la esperanza en otra vida, afecta no sólo personal sino colectivamente a la psicología de una sociedad. Toda esperanza que no puede depositarse en el más allá, debe recalar en el más acá. Pero el lugar de aterrizaje es una sociedad dominada por la incertidumbre constante. Jung ya avisaba de que una vez muertos (o asesinados) los dioses, estos tienden a renacer en las sociedades bajo forma de enfermedades. Comentando este pensamiento, John Carroll afirmaba: “para conferir sentido a lo que hacen y a su modo de vida, los individuos sin creencias se encuentran atrapados en compulsiones solipsistas, depresiones, angustias; la psicopatología como forma moderna de enfermedad”.  Y en nada se equivocaba.

Cuando muere la política, la comunidad y la trascendencia, el horror vacui debe ser contenido con maniobras de distracción. Y, en nuestras sociedades posmodernas, la más eficaz es la preocupación constante por enfermedades y malestares. Al respecto, decía Theodor Adorno: “el terror del yo ante el abismo es desalojado gracias a la preocupación por algo que no pasa de ser un problema de artritis o de sinusitis”. Estas preocupaciones son las que nos despistan de la preocupación por la muerte. Pero lo que es inevitable, señala Bauman, es que las pocas formas de sociabilidad que existen son en torno al miedo: asociaciones contra las adicciones, de padres afectados por enfermedades raras de sus hijos, de vecinos que ven cómo sus barrios se degradan, de afectados por los recortes sanitarios, … estas sociedades del miedo suplantan -e impiden- la comunidad política.

Pero donde se hace patente el fracaso de la Política es que, sentencia Bauman: “Los mecanismos productores de incertidumbres e inseguridad son, en general, de tipo global, y permanecen, por lo tanto, fuera del alcance de las instituciones políticas existentes y en especial fuera del alcance de las autoridades estatales escogidas”. En este sentido las grandes crisis globales, sean económicas, sean sanitarias, evidencian la debilidad de los Estados y la inexistencia de la Política. El Estado se convierte en un mero modulador de la incertidumbre que, como cualquier “sociedad del miedo”, acaba justificándose con cerrar fronteras y disciplinar a sus ciudadanos en una ética sanitaria o una disciplina económica.

Pero la globalización, un factum incompatible con las comunidades humanas reales, siempre mantendrá ese horizonte de incertidumbre de donde pueden venir los peligros que despierten los miedos, pues ni los tiburones de las bolsas ni los virus, saben de fronteras administrativas. Por eso, para Bauman: “la inseguridad engendra inseguridad, la inseguridad se autoperpetúa”. Así, entendemos que, ante la aparente omnipotencia de un Estado moderno como el nuestro y de nuestros gobernantes elegidos por el pueblo, todos tengamos la sensación de que no controlan nada. Donde el poder quiere manifestarse fuerte, demuestra su debilidad. Y esta crisis de la Política, sólo puede tener remedio cuando desaparezca la incertidumbre, nos reconciliemos con la eternidad y renazca la verdadera comunidad política.

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