Es mentira eso de que ETA ya no existe, una mentira que les interesa proclamar a los cuatro vientos a aquellos traidores a los que, hace ya muchos años, la madre de Joseba Pagazaurtundúa, asesinado por la banda terrorista, dejó retratados con una frase demoledora dirigida al hoy portavoz del gobierno, Patxi López: “Patxi, haréis y diréis cosas que nos helarán la sangre”. Y lo hicieron. Y lo siguen haciendo. Malnacidos.
Mientras exista el miedo, y aún existe, existirá ETA. Los atentados eran herramientas, sí, pero no eran la estrategia principal. No puedes matar a todo el mundo, pero sí puedes matar a todo el mundo de miedo. Las bombas, los tiros por la espalda, las extorsiones y las amenazas eran las herramientas para someter a todo un pueblo a través del miedo. Y lo lograron.
La gente tiende a adaptarse como método de supervivencia, a no salirse del redil para no significarse, “si esto es lo que hay… pues qué le vamos a hacer…” y así, poco a poco, se impuso el diablo, ante la pasividad, cuando no la connivencia, de gran parte del espectro político. Algunos, aún a costa de traicionar a sus propios muertos por pura estrategia electoral, vendiéndolo, además, como un acto de incalculable valor ético, desde esa habitual atalaya de superioridad moral en la que viven encaramados. Pero la mamá del socialista Pagaza los tenía calados: “Ya no me quedan dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son. A tus pasos los llamarán valientes. ¡Qué solos se han quedado nuestros muertos!».
Es evidente que en tierras vascas aún existe un gigantesco aparato de coacción social que obliga a mucha gente a seguir viviendo con los ojos cerrados y la nariz tapada. Un aparato que va desde la misma ikastola hasta ese bar del pueblo donde podrías entrar desnudo sin que nadie echara cuentas, pero no con una camiseta de Abascal, porque entonces tendrías desde el mismo instante en el que superaras el quicio de la puerta, todos los ojos clavados en tu espalda. Son décadas de sumisión que han generado una inercia silenciosa a la que nadie se quiere enfrentar porque no se atreven, porque ha habido miedo, y aún hay, mucho miedo.
En el centro del Bilbao el ambiente puede haberse sanado un poco, pero todavía hay muchos pueblos con sistemas informales de control que implican a casi todos los acores de la sociedad. Algo muy parecido a la mafia y sus barrios. La mafia también utilizó el miedo como estrategia política de primer orden, y así, llegó a controlar alcaldes, jefes de policía y sindicatos de los muelles por donde entraba la mercancía. Llegó a controlarlo todo.
El olvido es la nueva estrategia política a través de la cual los malos pretenden ser los buenos, los cobardes pasan por valientes y los que siempre agacharon la cabeza se niegan a aceptar su culpa. ¡Qué solas las víctimas!
Empero, existe un grupo de valientes enfrentados a ese olvido que se empeña en que la gente sepa de verdad lo que pasó, y no la historia pervertida y manipulada que emiten las ondas de todos los satélites mediáticos e institucionales. También están muy solos, pero son muy valientes. Iñaki Arteta, director de cine, ha grabado algunos de los mejores documentales sobre un periodo histórico silenciado y manipulada hasta la saciedad. En su último libro: “Bajo el silencio”, derivado de uno de esos documentales, un joven se atreve a sentarse con los perpetradores, como él los llama, para intentar entender lo inexplicable. El subtítulo reza: “sociedad vasca, espejismo de paz”. Juan José Mateos, ex miembro del GAR de la Guardia Civil y superviviente de atentado, acaba de escribir “Inocentes. Las otras víctimas de ETA”, y utiliza lo recaudado para ayudar a tanta gente abandonada a su suerte. Hay mucha gente valiente y digna que recibe por la calle abrazos de solidaridad; eso sí, a escondidas, que no nos vean que estamos en el pueblo y aquí nos conocemos todos. Miedo.
ETA mató a niños atacando con bombas patios de cuarteles donde jugaban, a la hora en que los terroristas sabían que estaban jugando. ETA pegó tiros en la nuca a jóvenes cuyo único delito era pensar diferente. ETA mató a comerciantes y quiso luego justificar su miseria llamándoles chivatos. ETA secuestró, amenazó, extorsionó y amedrentó a todo un pueblo durante décadas. ETA mató a militares, policías y funcionarios de prisiones por cientos, porque sabían que eran estos, y sólo estos, quienes acabarían con ellos. Y así fue, hasta que una pléyade de políticos amorales decidió apuntarse el tanto y revivirlos en las instituciones, escenificando un pacto maquiavélico, cuya premisa era que, si un asesino deja de matar, debemos darle las gracias e incorporarlo a nuestras dinámicas sociales como si tal cosa, porque ya no nos va a matar más, y eso es un triunfo político… y de la democracia.
Y los que crean que el asesino que tiró una bomba en ese patio del cuartel de la Guardia Civil, y se llevó la vida de varios niños inocentes que jugaban a la pelota por delante, debe ser prendido, encerrado y arrojada la llave al mar; esos, son un peligro para la paz, me atrevería a decir que son fascistas que no quiere mirar hacia el futuro. Su relato, su siempre perverso relato, su puto relato.
Hace unos días, conocí en Bilbao en un acto a favor de las víctimas del terrorismo al hermano de Fabio. Dos añitos tenía Fabio cuando la banda terrorista ETA le arrebató la vida. No os recomiendo buscar la foto de su cara angelical en Google, al menos no, si queréis dormir por las noches. A mí lleva varios días apareciéndoseme; y supongo que tiene lógica, lo que me quiere decir Fabio, sin palabras, es que luche para que nada de aquello se olvide, que luche contra los que todavía hoy, llaman a aquello “conflicto”, que luche para se sepa la verdad frente a la perversión del discurso nacionalista e independentista y, cada vez más, lamentablemente, socialista.
Y eso voy a hacer: luchar. Pero no sólo voy a hacer eso, también te voy a pedir a ti que luches, que no permitas que el olvido logre que los criminales ganen, que levantes la voz, aunque tenga coste; más coste tuvo para Fabio sin ser culpable de nada. Que levantes la voz porque el silencio mata, sobre todo mata por dentro, porque las víctimas están muy solas y los asesinos muy acompañados, e incluso homenajeados cuando salen de las cárceles.
Es una tarea de todos recuperar la dignidad, honrar a las víctimas y defender, como si fuésemos templarios, los caminos por los que algún día nuestros hijos puedan caminar en libertad, sin miedo.