Ese transformar una hierba seca en humillo oloroso, vivo, fertilizante, no carece de significado. En otros tiempos se habría convertido enseguida en un símbolo.
Cesare Pavese, El oficio de vivir
Lejos de ser un símbolo del individualismo capitalista, fumar se ha convertido hoy en una seña de humanidad frente al rigorismo higienista de un mundo sin humo. No defenderemos aquí las bondades de la nicotina ni de las más de setenta sustancias cancerígenas que contienen al parecer los efluvios del tabaco. Fumar puede matar, sin duda…, como vivir. Por el contrario, la idea que voy a argumentar es que la costumbre secular de inhalar o liberar humo de la boca se emparenta con tres prácticas tan antiguas como el ser humano: el pensamiento, el placer de los sentidos y el amor. Fumar es, por añadidura, una metáfora de la labilidad humana que se resiste al nuevo credo de masas de la salud propugnado por la puritana sociedad del rendimiento. Ahora bien, ¿qué significa, para un filósofo, fumar?
Fumar es un placer… sensual, por supuesto. Pero también es un gesto relacionado estrechamente con el molesto vicio de pensar. Lo que podría parecer un acto irracional por su carácter adictivo o una manera anacrónica de darse un aire glamuroso, no deja de ocultar un significado cultural mucho más profundo. La dependencia que crea la sustancia no es la razón suficiente para explicar un hábito cuya necesidad es, en último término, de naturaleza antropológica. La palabra “fumar” deriva del latín fumare, verbo que proviene a su vez de fumus, “humo”. Etimológicamente, fumar no es más que el acto de “humear” o “arrojar humo”. Lo que aquí debe pensarse, pues, es por qué el hombre necesita, literalmente, “echar humo”. Nuestra respuesta es que necesitamos “humear” porque deseamos “besar”, pero también porque no podríamos vivir sin “soñar”.
“Fumar es indispensable si uno no tiene nada que besar”, es una frase que se atribuye a Freud, un fumador empedernido, dicho sea de paso. Más allá de su presunta veracidad, la idea que encierra dicha sentencia responde al espíritu del psicoanálisis. Fumar es, por lo pronto, un comportamiento sustitutivo de un deseo que permanece reprimido, el acto sexual, pues el besar debe tomarse aquí como una sinécdoque que nombra la parte por el todo. Podríamos incluso conjeturar, de acuerdo con la teoría freudiana de la personalidad, que fumar es una especie de rasgo neoténico que permite al adulto conservar mediante un substituto cultural la primera etapa del desarrollo psicosexual: la etapa oral. En cualquier caso, una necesidad biológica no satisfecha debe siempre sustituirse por un acto simbólico de carácter compensatorio. Lo que así se pondría de manifiesto es que, aunque pueda serlo a veces, un cigarro no es solo un cigarro.
La necesidad de llevarse algo a la boca nos revela, pues, el significado de fumar como un acto erótico. De este modo, quien no tiene nada que besar, pero tampoco desea fumar, no dejará probablemente de chuparse el dedo, morderse las uñas, lamer un caramelo, masticar semillas de girasol… La boca deviene, por tanto, un órgano sexual visible mediante el que expresamos nuestro deseo de amar. Cuando este deseo se presenta como un objeto inalcanzable, aparecen toda una serie de actos sustitutivos que compensan la ansiedad libidinal a la que nos condena la cultura. El malestar generado por esta es la causa última de la necesidad de lenitivos del ser humano. Como cualquier otra droga, pues, el tabaco no es más que un calmante que nos hace olvidar la amarga verdad de que el hombre no puede vivir como los dioses en esta Tierra. Así pues, si el amor como deseo de felicidad se presenta como una tendencia natural, lo cierto es que la cultura no puede satisfacer plenamente esa tendencia. Pero solo la cultura puede compensar, paradójicamente, lo que ella misma ha vedado al homo naturalis.
Animal deseante, el hombre es por naturaleza una criatura insatisfecha. “Echar humo” se convierte en nuestro único consuelo cuando se descubre que el amor no puede colmar a un ser que se asienta sobre una falla ontológica radical. Y esa falla no es otra que aquello a lo que todas las cosas temen: el Tiempo. Decía Severino que la voluntad de que las cosas sean tiempo es propiamente la locura de Occidente. Locura o no, lo cierto es que la humanidad no puede dejar de sentir los efectos del “horrible paso del Tiempo” que, parafraseando a Baudelaire, “nos destroza los hombros doblegándonos hacia el suelo”. Si la cultura represiva no nos deja nada que besar, el Tiempo es lo que no dejará nada… así sin más. No debe extrañarnos, pues, que la embriaguez sea “el único problema” para el autor de Los paraísos artificiales. “Echar humo” es en sí mismo una forma de embriagarse que, como el vino, la poesía o la virtud, puede hacer soportable la existencia.
En El malestar en la cultura, obra publicada en 1930, Freud ha establecido de una manera definitiva los motivos por los que el hombre no puede ser feliz. Desde este punto de vista, los lenitivos se nos presentan en la historia como una constante antropológica. Esta consideración basta por sí misma para descartar por superficiales los intentos actuales por rehabilitar la moral del autodominio como baluarte contra las pasiones. Estos lenitivos son tres: las distracciones, las satisfacciones sustitutivas y los narcóticos. En un pasaje de aquel ensayo pasmoso se lee: Tal y como nos ha sido impuesta, la vida nos resulta demasiado pesada, nos depara excesivos sufrimientos, decepciones, empresas imposibles. Para soportarla, no podemos pasarnos sin lenitivos. Fumar no es más que un arte para prevenir el sufrimiento influyendo químicamente sobre nuestro propio organismo. Freud añade: El más crudo, pero también el más efectivo de los métodos destinados a producir tal modificación, es el químico: la intoxicación. No creo que nadie haya comprendido su mecanismo, pero es evidente que existen ciertas sustancias extrañas al organismo cuya presencia en la sangre o en los tejidos nos proporciona directamente sensaciones placenteras, modificando además las condiciones de nuestra sensibilidad, de manera tal que nos impiden percibir estímulos desagradables. Ambos efectos no sólo son simultáneos, sino que parecen estar íntimamente vinculados. La pregunta que se nos plantea con relación al tabaco podría formularse así: ¿qué tipo de sensación placentera proporciona la nicotina al fumador y cuáles son los estímulos desagradables que esta le impide percibir?
El tabaco, leemos en la Historia general de las drogas de Escohotado, puede considerase excitante y calmante a la vez. Fumar compulsivamente, como hace el protagonista de Fuego en el cuerpo (1981), en efecto, estimula a quien en plena ola de calor necesita mantener su atención alerta por estar siendo investigado o a quien, como el famoso ajedrecista Mijaíl Tal, se dispone a realizar sobre el tablero un sacrificio en una posición crítica de una partida decisiva. La sensación placentera se correspondería en este caso con una excitación del organismo que oculta estímulos tan desagradables como el agotamiento provocado por el calor o el estado de nervios a que conduce un juego tan violento psicológicamente como el ajedrez. Fumar pausadamente, por el contrario, es decir, inhalando y expulsando el humo en intervalos más largos, tendría un efecto narcotizante o incluso hipnótico, como así puede apreciarse en la famosa escena del interrogatorio de Instinto básico (1992) en la que una simple calada de Sharon Stone basta para conferir un toque ligeramente seductor a un ambiente cargado por una tensión erótica opresiva. El placer simbolizado en esa calada viene de la sensación de control sobre los hombres que sabe explotar una mujer consciente de tener un magnetismo irresistible, un gesto elegante que le permitiría a su vez descomprimir por unos segundos la incomodidad del propio interrogatorio al que estaba siendo sometida.
El acto de fumar pertenece a la poética del humo, la cual deriva a su vez de la simbólica del fuego. Hemos presentado el amor como el objeto de un deseo que no puede ser satisfecho. Pero la herida humana que el fumador siente no viene de un trauma infantil, sino de la condición misma de un ser cuyo deseo de infinito espera verse encarnado algún día en una presencia real. Fumar no es el síntoma de un niño herido, sino la ensoñación embriagada del hombre-dios o, mejor dicho, del niñodiós cantado por el poeta. Sehnsucht es la palabra que los alemanes tienen para nombrar ese anhelo indefinido que no deja al hombre decir lo que ama…, pero que se mantiene a la espera a pesar de todo. ¿Fumar o amar? No, sin dejar de fumar, “soñar y amar”, pues como sugiere el tango de 1922 escrito por Félix Garzo y musicado por Juan Viladomat, ambas acciones son las dos caras de una misma moneda. En efecto,
Fumar es un placer
Genial, sensual.
Un placer para los sentidos, ciertamente. El puritanismo higienista condena la sensualidad porque esta supone una amenaza para la productividad. Gozar está mal visto por los sectarios de la distopía salutífera contemporánea. Pero el fumador saborea el gusto de su tabaco, se embriaga con su olor y hasta hace del tacto toda una experiencia sensorial cuando enciende un puro, carga, circunspecto, su pipa o lía un cigarro de picadura. “Saborear” es el sentido originario de “saber”. Fumar es aprender a sentir, pero también aprender a pensar. ¿Genial? El humo del tabaco puede considerarse una fuente de inspiración y un estímulo para el artista que araña las sombras de su caos interior para hacer surgir los mundos que duermen en su imaginación. Sobre todo, el humo es un aroma que promete una suspensión del tiempo a quien permanece cautivo en lo que Diego de San Pedro llamaba la “cárcel de amor”. ¿Pero qué espera, propiamente, el fumador tras la cortina de humo en la que envuelve los suspiros de su anhelo?
Fumando espero
al hombre a quien yo quiero,
tras los cristales
de alegres ventanales.
Mientras fumo,
mi vida no consumo
porque flotando el humo
me suelo adormecer…
Fumar es esperar un amor. Se espera a la mujer o al hombre que amamos, y si no aparecen, seguimos esperando en el amor sin poder decir lo que amamos. El fumador es quien toma distancia entre el objeto sublime de su espera y él mismo. He ahí por lo que se fuma siempre tras una “ventana” simbólica: pensar —como fumar— es abrir un espacio entre lo que se ve y el ojo que lo ve. Fumar es aprender a “mirar de lejos”. Pero “mirar de lejos” es lo que significa, artificialmente, pensar. Fumar es lo que se hace mientras esperamos pensando. Es la manera que tenemos de dotar de significado al tiempo inquieto de la espera. Por eso, no puede ser el fumar una forma de consumir nuestra vida, es decir, de malgastarla indebidamente, sino de “adormecernos” con el humo que amortigua el dolor de la espera con la esperanza de encontrarnos con el ser amado. Pues mientras no nos despierte el beso de Eros, “soñar” seguirá siendo la única forma de no desesperar de la “promesa de felicidad” que nos trae el amor.
Tomada del francés fumer, según Coromines, no parece que la palabra “fumar” se haya empleado en castellano desde muy temprano. Chupar humo, tomar humo, chupar el zigarro, humar… fueron las expresiones utilizadas por nuestros antepasados para designar la acción de “aspirar y despedir el humo del tabaco”. ¿Qué tiene el humo que necesita ser “chupado” por el hombre? Al igual que el fuego, del que es un mero signo, el humo ejerce sobre el fumador un efecto hipnótico. Sin embargo, a diferencia de la llama que ilumina y que el fumador provoca a voluntad gracias a su encendedor, el humo nos devuelve la imagen infernal del fuego. Humamos para difuminar la luz. Fumamos para adormecernos, y nos adormecemos porque no ya el conocimiento, sino la propia conciencia, surge esencialmente —y se mantiene— por el dolor. Aturdirse es la forma que tiene el ser humano de soportar el peso de una conciencia que amenaza con no dejarle dormir. El insomnio se nos presenta de esta forma como la metáfora de una lucidez sin sombra de duda, como pesadilla de la “vigilia prolongada” que supone la aplicación del cogito cartesiano al orden de la existencia. Cronos, el dios que a todas las cosas alcanza, solo puede ser vencido por el hijo natural del Sueño, Morfeo. ¿Fumar y amar? Sí, porque fumar es una forma de soñar cuando no podemos dormir, y soñar es lo mismo que amar.
Tendida en la chaisse longue
soñar y amar…
Ver a mi amante
solícito y galante,
sentir sus labios
besar con besos sabios,
y el devaneo
sentir con más deseos
cuando sus ojos veo,
sedientos de pasión.
La letra del tango contiene toda una fenomenología de la erótica de fumar como una alegoría del arte de amar. No se fuma de pie ni corriendo, sino tendido. Que sea en una chaise longue solo demuestra el carácter aristocrático de un hábito que todavía no había sido sancionado por Hollywood. La fumada sensual, particularmente la femenina, se realiza con boquilla y consiste en dar amplias y pausadas bocanadas al cigarro para soltar a continuación el humo con no menos parsimonia y fruición. El humo carga, así, el ambiente con un no qué de carnalidad vaporosa que prepara el apasionado encuentro físico de los amantes. La voz dengosa de Sarita Montiel deja el aire transido de cachondeces insinuadas que alcanzan al mismo tiempo… evoca Torrente Ballester en una de sus novelas. Fumar, soñar… ¿qué más da? Todo ha quedado preparado para el devaneo, preciosa palabra que puede tener el sentido de amorío pasajero. Ver, sentir, sentir de nuevo, ver otra vez… El álgebra del deseo mimético ha sido revelada por la embriaguez ensoñada del humo expectante de la fumadora que siente ahora en sus labios no solo los besos sabios del hombre, sino aumentar sus propios deseos viendo la pasión reflejada en los ojos de él. El fuego del amor se apaga, como el pitillo, si no se retroalimenta con las caladas de nuestras miradas.
Por eso estando mi bien
es mi fumar un edén.
Estos versos van a repetirse al final del texto. Fumar es “un edén”, es decir, un paraíso solo si podemos hacerlo con a alguien a quien besar. ¿Qué será entonces fumar si nos falta el amor? ¿Acaso una pasión inútil? Como si adivinara el vacío existencial que supone esta última posibilidad, el tango-cuplé de Garzo llega por fin a su clímax:
Dame el humo de tu boca.
Anda, que así me vuelvo loca.
Corre que quiero enloquecer
de placer,
sintiendo ese calor
del humo embriagador
que acaba por prender
la llama ardiente del amor.
Como si presintieran la fugacidad de su devaneo los amantes son presa de la inquietud. Ansiedad, angustia, desesperación son las compañeras inseparables de una pasión precipitada en desenfreno. De ahí la voz imperativa: Dame el humo de tu boca, que más allá de una lectura literal, podemos interpretar como una metáfora del beso e incluso del alma del amado, ese aire que nos falta y que solo obtenemos del humo embriagador que este nos insufla de su propia boca. El principio del placer sabe que no le queda mucho tiempo y la locura se acaba imponiendo como la verdadera razón del corazón. La paradoja está servida: invirtiendo la causa y el efecto, no es la llama la que prende y provoca el humo, sino el humo el que prende la llama ardiente del amor.
*
En la letra original de Fumando espero figuran unos versos que la conocida versión de Sara Montiel no incluye. Es posible que la censura franquista no soportara la más que clara alusión al cigarrillo que se fuma después de hacer el amor.
Mi egipcio es especial,
qué olor, señor.
Tras la batalla
en que el amor estalla,
un cigarrillo
es siempre un descansillo
y aunque parece
que el cuerpo languidece,
tras el cigarro crece
su fuerza, su vigor.
Vemos, pues, los dos efectos del tabaco dependiendo de si se fuma antes o después del sexo. Un excitante antes del acto, un relajante después del mismo. La batalla del amor no acaba de otra manera que fumando el cigarrillo de una paz que en realidad solo puede ser una tregua: y aunque parece / que el cuerpo languidece / tras el cigarro crece… Si en todos los trabajos se fuma, en el del amor se hace por partida doble.
Los últimos versos, los más notables a nuestro parecer, constituyen un colofón magistral de lo que significa el humo del tabaco para la “carne enamorada”. La metafórica aérea empleada en ellos refleja un trasunto profano de la ascensión a lo alto propia de la teología mística. La hora de inquietud, ese tiempo de espera, no es cruel, pues la fumada que excita es aquí también la que nos calma. Y así, sus espirales forman nubes que como sueños celestiales nos trasportan hasta nuestro más preciado bien… El humo infernal se transmuta en luz, chispa, fulgor, gloria. La unión de los amantes se ha consumado.
La hora de inquietud
con él, no es cruel,
sus espirales son sueños celestiales,
y forman nubes
que así a la gloria suben
y envuelta en ella,
su chispa es una estrella
que luce, clara y bella
con rápido fulgor.
Por eso estando mi bien
es mi fumar un edén.