Globalización y continentes (Segunda Parte)

III.- Los continentes

1.- La historia etimológica del término “continente” entrecruzando criterios lógico-materiales permite traspasar una conceptuación estrictamente geográfica mantenida en el sentido general. Continente, refieren los diccionarios etimológicos, proviene del latín en una concepción de “contener unidad”, usado, también, en un sentido cercano al nuestro de “terra continens”, tierra unida, continua.

En esta dirección de “tierra continua” donde ronda la idea de unidad se puede perfilar una idea mayor y específica de continente. El maestro Gustavo Bueno en las páginas finales de El mito de la izquierda afirmaba que el género humano se encuentra repartido en cuatro continentes, a saber: el continente anglosajón, el continente islámico, el continente asiático y el continente hispánico.

La idea de continente, como puede verse, se traza en una escala referida a aspectos demográficos, históricos, políticos, culturales; de tal suerte esta idea es susceptible de amplios desarrollos. Baste decir aquí y por ahora que la conformación de estos continentes ha sido muy diversa, en algunos casos pueden encontrar su origen en una expansión abiertamente religiosa que configuró históricamente la definición de amplias zonas, hasta donde se lo permitió el resto; en otros puede hacer referencia a imperios que en su expansión incluyeron en su radio grandes territorios que incorporaron a sus formas y concepciones. Considerando los casos en donde una sociedad política de fuertes volúmenes demográficos y dilatada extensión territorial posibilitó el surgimiento de un bloque por su propia magnitud.

El desarrollo histórico de tales plataformas continentales marcha a distintos ritmos y se configuraron en direcciones distintas. La “continuidad” y unidad de estas zonas reside en la comunión de lengua, de estructuras políticas y religiosas, en lazos históricos y afinidad de intereses. Los conflictos del presente se articulan entorno a estos continentes, como si de una tectónica de placas se tratará, en los que residen la herencia y presencia de viejos y presentes imperios.

En medio de la dialéctica de Estados y de los choques imperiales es imposible obviar estas plataformas continentales como, precisamente, plataformas de acción política. Ya Kissinger en La Diplomacia, una de sus obras, refiriéndose a los tiempos del inminente conflicto con la Unión Soviética apuntaba la compaginación de Estados Unidos con Inglaterra, pese a las diferencias posibles: “lengua, cultura y religión nos estrechan”. Era el continente anglosajón en movimiento.

2.- Confluyen al respecto los planteamientos y tratamientos anteriores. La globalización, en la configuración de sus múltiples fenómenos y procedimientos, entra en una ruta de disrupción. Insistimos, los Estados Unidos modifican en estos momentos las líneas políticas seguidas, en el camino de una reorganización que intenta hacer frente a las amenazas y mantener su predominio. Esas transformaciones han implicado que China en condiciones de lanzar una expansión (comercial, política e ideológica) aún más potente intente hacerse de las posiciones dejadas. La cuestión se manifiesta con claridad meridiana, se ha abierto decisivamente el conflicto entre los dos imperios de nuestro presente, asentados en esas plataformas continentales, el continente anglosajón y asiático.

En este marco una disyuntiva se torna fundamental. Sin otra iniciativa nuestros países quedarán subsumidos y anegados, en las esferas de influencia de uno u otro imperio, quedarán a dos fuegos sin la posibilidad, estando separados, de levantar una posición propia y capaz de hacer frente y contención. En límite, tragados, disueltos o neutralizados políticamente ¿Alguien no se da cuenta?

Los países a los que hacemos referencia son aquellos, claro está, conformantes del continente hispánico. Porque una nueva posición política transformadora y la defensa de nuestras naciones políticas necesita de una base internacional, continental. No resulta añeja la vieja consigna, planteada lógicamente en disyunción: unidos o dominados.

IV.- Hispanoamérica unida

1.- Las concepciones sobre la “naturaleza” y características de América han sido de lo más diversas, como han resultado, también, las ideas en torno al carácter de la relación entre América y España.

Se seguirán dos criterios de clasificación utilizados por el maestro Bueno10, permitiendo establecer una serie organizada de las perspectivas involucradas, el de la unidad y la identidad. En función de su estructura lógica podría pensarse en la aplicación de un puro formalismo, casi de forzamiento de la “realidad” a los conceptos. Ello, nos parece, es una concepción errada, pues, en primer lugar, obvia la posibilidad de una lógica-material, que desborda al estricto recinto de la lógica formal; segundamente, parte una sustantificación de la materia a estudiar, considerando como superestructuras a las formas que la intentan organizar y clasificar, como si éstas no fueran menos reales. Así, es común escuchar a los que pregonan la necesidad de atender a la “realidad en cuanto tal” y no sobre los conceptos, perspectiva gnoseológica equívoca. En cualquier caso, los criterios utilizados muestran su vigor al tratar el caso en cuestión en su plano empírico, por tratarse de una discusión sobre la existencia de unos rasgos comunes entre los países americanos, su origen y la influencia de España.

Unidad, desde los planos del materialismo filosófico11, se entiende de dos maneras: las unidades isológicas y sinalógicas. Las unidades isológicas, dicho en los términos más sencillos y a al caso, mantienen analogías entre las partes, pero sin “combinarse directamente”, sin continuidad. En las unidades sinalógicas las partes se encuentran juntas, contiguas, en contacto. La idea de unidad se vincula con la idea de totalidad, pues ésta supone unidad. En las totalidades denominadas atributivas las partes que la componen se encuentras referidas unas a otras, por lo que se ligan, en general, con las unidades sinalógicas. Las totalidades distributivas, donde las partes se encuentran independientes al conformar el todo, se dan en unidades isológicas, como puede desprenderse.

Finalmente la idea de identidad, no con menos sentidos y direcciones, no debe entenderse –nos dice don Gustavo– en una concepción que la sustancializa, presente en múltiples casos al hablarse de la “identidad cultural”, “mi identidad” y cía. Identidad requiere siempre un genitivo: identidad de religión, de lengua, de estructuras políticas.

En función de los criterios establecidos se puede calificar la unidad de los pueblos12 del cono sur americano como una unidad sinalógica, pues las partes se encuentran en un carácter de continuidad, de contacto directo, no solo espacialmente. De tal suerte que se pueden distinguir dos grandes grupos de las concepciones en cuestión: las que consideran tal unidad sinalógica como accidental, superestructural y el grupo que encuentra la unidad como esencial, estructural de estos países. Entrecruzando los criterios, la identidad se podrá entender según la relación de las partes con el todo. Dentro de los dos tipos se desarrollan variadas concepciones, siguiendo perspectivas nacionalistas, marxistas, sudamericanistas, panamericanista u occidentalistas.

La concepción, a nuestro juicio, que explica y define la identidad de estos pueblos es una alternativa hispánica. Sin duda, la perspectiva que mayormente se opone a este enfoque es la alternativa que podríamos llamar, latinoamericanista, aunque ambas se sitúen en considerar la unidad existente como estructural.

El conjunto de ideas que se podrían rotular bajo la alternativa latinoamericanista, y sin perjuicio de sus matices, se caracterizan por un bolivarianismo, una defensa del indigenismo, un decisivo rechazo al “pasado colonial” esencialmente español, como forma de liberación. En otros ámbitos y en el límite hablan de la “descolonización epistemológica”, del rescate de las sabidurías de los pueblos indígenas, insertos en contextos de relativismo y multiculturalismo cultural. Se encuentran exponentes prototípicos de estas posturas en sujetos como Dussel y su llamada “filosofía de la liberación”.

La perspectiva hispanista, por la que optamos decididamente, encuentra en una exposición apagógica con la alternativa latinoamericanista y sus variantes sus vigorosas razones. El término “Latinoamérica” no deja de ser oscuro, encerrando fuertes contenidos ideológicos, finalmente tal noción se acuñó en medio de la intervención francesa de Napoleón III a México como justificación de contención a los Estados Unidos, frente a la “América anglosajona”, hablar de América Latina, incluiría en sentido estricto a la parte francófona de Canadá.

Pero más allá y de fondo, el contenido del latinoamericanismo parte de suponer una unidad preexistente a la colonización española, algo falso absolutamente. Antes de la llegada de los colonizadores es imposible hablar siquiera de América, los pueblos que aquí residían desconocían geográficamente el ámbito territorial, desconociéndose unos y otros fuera de zonas específicas. Es la idea misma de América la que está en función de su descubrimiento, ligada irreductiblemente a la Teoría del Esfera, porque sin la concepción esférica del planeta, considerada por los Reyes Católicos vía los cálculos de Eratóstenes, la navegación de Colón hubiese sido impensable.

Pero peor aún, la identidad supuesta de Latinoamérica, pensada del Río Bravo a la Patagonia, se hace residir en las culturas de las sociedades asentadas en estos territorios, cuando las características y los profundos lazos de identidad existentes son producto, precisamente, de la presencia de España en América: la lengua, la religión (que inserta en marcos de concepciones comunes) y hasta buena parte de las divisiones político-territoriales resultan de las viejas divisiones entre los Virreinatos; incluso las entidades interiores de los Estados americanos conservan nombres y los borrosos límites de las antiguas intendencias o capitanías. Simplemente éstos países no existirían sin España.

Es la acción de España y Portugal la que configuró a las sociedades políticas americanas. Las poblaciones precolombinas no conformaban de ninguna manera a las entidades políticas actuales, ni los mexicas eran México ni los mayas Guatemala. Reclamar las “descolonización” de nuestros países es una petición de principio, pretender liberarse del pasado español es tanto como pedir su disolución, que desaparezcan.

Llamar genocidio e indignarse ante la conquista española es equivalente a lamentarse con el dominio de Roma sobre los queruscos de Germania o, protestar ante el sometimiento del Señorío de Azcapotzalco sobre Texcoco. Asimismo, no se podría hablar del “derecho del primer ocupante” sobre los territorios, porque no existe tal derecho, es apelar a un iusnaturalismo de trasfondo teológico, se trata de la capacidad de su defensa frente al ataque del otro, simplemente sería obviar la dinámica histórica de las sociedades y los imperios.

A la indiscutible explotación imperialista de España sobre las nuevas tierras descubiertas se conjugaron unos procedimientos totalmente distintos, los propios de un imperio generador. Tenochtitlán caía en 1531, para 1533 se fundaba el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco. En 1553 se aperturaba la Real Universidad de México, hasta 1608 la Universidad de Oviedo. La cuestión toma tintes filosóficos, es por vía española y escolástica que se introduce la filosofía y de donde se desarrollará su marcha posterior, Fray Alonso de la Veracruz llegó rápidamente en 1536 y pronto, también, escribiría sus fundacionales obras de lógica, metafísica y teología, a partir de las cuales se cultivarían la tradición filosófica en Nueva España.

La acción misionera de los frailes católicos, salvos excepciones como las de Fray Diego de Landa, se encaminó a la comprensión de las cosmogonías indígenas y a la construcción de las gramáticas de las lenguas nativas basándose en las formas latinas y de Nebrija.

Fueron justamente las instituciones españolas las que elevaron a estadios superiores de organización políticas a los territorios conquistados lo que permitió la secesión del imperio a principios del siglo XIX. Existían las bases del moderno Estado para su posterior consolidación. Fueron en las Cortes de Cádiz con el impulso de la izquierda liberal española que se declararon “españoles a los de ambos hemisferios”. Se permitieron la conformación de Repúblicas de Indios.

Desde luego, no es posible confundir la desigualdad de clases como privativo de la explotación imperialista, pues en la metrópoli no había mayores deseos redistribucioncitas.

En suma y resumiendo, la identidad común de los países del sur de América es producto de la presencia de la Corona Española, pues ella configuró a las sociedades políticas posteriores, es España la que permite que existe esa unidad. Agregamos que lo anterior no va en perjuicio de los componentes indígenas de nuestros pueblos que se integran a esa identidad. Lo que efectivamente nos parece retardatario, reaccionario, injusto y muy poco de izquierda es condenarles a permanecer al margen de las sociedades nacionales, sin hablar español, marginados, olvidados y excluidos, siendo ciudadanos de segunda, por el gusto vergonzante de antropólogos de mantenerles en una urna de cristal para evitar el contagio de los males de la “modernidad”. Irresponsables, cuya preocupación pude ser quedarse sin trabajo u “objeto de estudio”.

En el aspecto más general el latinoamericanismo es víctima del mito del mito de la cultura. Solamente decimos, “cultura” es otro de los términos más confusos y oscuros del presente, que pretenden utilizar para todo y nada. Las culturas, en sentido antropológico, no son esferas, sustancias independientes que subsisten por sí y aisladas, incomunicables; por el contrario, son totalidades compuestas de muy diversas partes: de lenguas, las tradiciones, la arquitectura, instituciones que se encuentran en cambio constante, cuyas partes propias interactúan con otras de distintas culturas. Son unidades fenómenos compuestas por muy diversos rasgos. Por lo tanto las perspectivas del etnocentrismo, del pluralismo y del relativismo cultural son metafísicas, falsas por completo. No hay conflictos, integración o expansión entre culturas, como de conflictos entre partes de esas culturas (religiosos, lingüísticos, por ejemplo). Así, las lamentaciones por las llamadas pérdidas de las culturas indígenas y las imposiciones de otras, es partir de comprender a las culturas como esferas totales incambiables, se transformaron los más diversos rasgos culturales, pues, finalmente, las culturas son sistemas morfidinámicos. Aunado a una cuestión fundamental, al lado de las culturas –entendidas así– indígenas, se desarrollaron patrones culturales muy distintos con la nueva población que descendía.

Excurso necesario ante el requerimiento lógico y político de justificar la alternativa hispanista en sí y frente a las opciones contrarias. Es ello lo que nos lleva hablar propiamente de Hispanoamérica y no de Latinoamérica, en función de las condiciones de los contenidos que encierra. Nuestro hispanismo no responde, como es natural, a una vieja concepción de dominio acomplejado o de posiciones propias de la derecha más rancia y carlista, por el contrario, se levanta como una alternativa transformadora y no metafísica.

2.- Finalmente, el latinoamericanismo parte de suponer la identidad a la unidad que conformaría una totalidad atributiva, es decir que la llamada Latinoamérica constituye ella misma un todo con esas características. Supuesta de hecho la unidad de estos pueblos y descartada entre otras la latinoamericanista, la alternativa hispanista, insistimos, la que configura la unidad e identidad, siendo antes que un todo atributivo, una totalidad parte de la Comunidad Hispánica.

Los países conformantes de esta Comunidad Hispánica son, desde luego, los propios de la América española y España misma, incluido –por motivos históricos– a Portugal y por tanto a Brasil. En la idea de Comunidad Hispánica quedaría incluida la de Iberoamérica, por las los lazos de unidad, incluso política, que existieron entre Portugal y España.

En el marco, reiteramos una vez más, de un perfilado conflicto entre Estados Unidos y China y con una dialéctica de clases que marcha en una vertiente adversa para nuestros países, solo la unidad de nuestros pueblos hispanoamericanos pueden impedir nuestro sometimiento y control. España encuentra lazos políticos y económicos con Hispanoamérica fuera de la Unión Europea y los Estados Unidos, los países hispanoamericanos frente al imperialismo norteamericano, pero también chino.

La Comunidad Hispánica existe, como es obvio, no es un planteamiento metafísico, ad hoc, a fuerza de visiones caducas. Existe positivamente, pero carece de sustancia política, de coherencia y entrelazamiento en distinta escala. La consideramos como única plataforma viable para nosotros –al menos desde México, donde esto escribimos– ante la comunión lingüística, religiosa (frente al protestantismo anglosajón, peligroso es omitir este factor), política y hasta filosófica. Pragmáticamente, nuestros intereses políticos y económicos no se encuentran en sitiales antagónicos.

De tal suerte que la cuestión se nos plantea en tres escenarios, nos dice don Gustavo en España frente a Europa13:

1.- Convertirse la América hispanohablante en el “reverso de la América anglosajona, como una reserva de mano de obra barata del capitalismo del dólar, abrirse a la influencia de su organización económica, de su ‘filosofía analítica’, de sus religiones evangelistas o calvinistas o metodistas y, por supuesto, de su tecnología y de su modo de vida”

2.- “Tratar de alcanzar una independencia efectiva, buscando la unidad o la identidad común mediante su ‘liberación’ del capitalismo anglosajón, pero también del ‘capitalismo europeo’ y, en particular, de España.”

3.- “Tratar de constituir la ‘liberación’, respecto de América del Norte, no el sentido de su inmersión en los abismos de la Pachamama, sino en el sentido del desarrollo de la cultura y lengua que les es más común y que comparten con España y Portugal. Esta ‘liberación’ no tiene por qué ponerse en correspondencia como cualquier tipo de pretensión ‘panhispánica’ cuando ésta fuera ingenuamente entendida desde España, como una ‘reespañolizaciòn de América’, una pretensión que tiene que, desde América, tendría que ser vista como un movimiento intelectual y económico que ‘no deja de ser imperialismo’. Aquí partimos de la soberanía y de la independencia, no solo política, sino cultural de los pueblos hispánicos americanos y de los intereses que ellos puedan tener en vivir dentro de una comunidad hispánica frente al imperialismo yanqui. Pero lo que afirmamos es que el fundamento de estos intereses, si existen, aunque nada tenga que ver con una actual ‘imperialismo español’, no podría ser desconectado del ‘imperialismo generador’ pretérito.”

La suerte está echada, únicamente una sólida Unidad Hispanoamericana con un mercado común podría estar en condiciones de hacer frente a la disolución de España en la que están empeñados potencias europeas y los Estados Unidos (no es gratuito el apoyo del Comité de Relaciones Exteriores del Congreso norteamericano en la víspera del referéndum secesionista catalán) y las barreras económicas impuestas por la Unión, así como la única posibilidad que las sociedades hispanoamericanas tienen para evitar la fagocitación por el imperialismo estadounidense.

3.- México, producto de una política interna de liberalización indiscriminada ha quedado sin industria nacional, ni capacidad agrícola, sin banca de capital interno y con un Estado profundamente debilitado. Rotas sus doctrinas clásicas en política exterior, sin mercado interno y carente de una conciencia nacional, se ve amenazado por el Trump de Estados Unidos. Una embestida comercial o de cualquier otro tipo sería imposible resistirle eficazmente. Una señal, un guiño muy significativo se abrió tras las declaraciones del imperialismo norteamericano, los presidentes de Bolivia, Perú y Colombia respaldaron a México frente a Washington. En eso reside, en estos momentos, la fuerza de la idea hispanoamericana que por fuerza de circunstancias permite agrupar a países gobernados por los signos políticos más dispares.

Muy particularmente, el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy llamó al presidente de México, notificándole el apoyo de España. Horas después el vocero gubernamental afirmó: “Los mexicanos saben que cuentan con el cariño sincero del pueblo español. Madrid es contraria a que Estados Unidos imponga trabas al comercio con México o con otros países.” No sería un exceso decir desde nuestro país, que defender España es defender México.

Es claro que un proyecto de semejante envergadura parte de una escala eminentemente estatal, al nivel de las políticas y jefes de Estado, hay antecedentes en las Cumbres Iberoamericanas, pero deben rebasarse los acuerdos únicamente “culturales” o educacionales, hacia lazos económicos y políticos. Tal vez las circunstancias convoquen a una programa hispánico, aunque residan de los Estados, mucho se haría en posicionar y poner a discusión nuestros principios.

No son fantasmas, los países agrupados en dichas cumbres llegan a los 650 millones de habitantes y su Producto Interno Bruto junto se coloca como la tercera economía, después de los dos ya consabidos. Queda otra polémica en el frente, va resultando visible la disfuncionalidad y carácter disolvente de las medidas liberalizadoras ligadas a los caducos instrumentos de la globalización y beneficiaria de los adversarios; es hora de activar nuestras economías nacionales.

4.- Un excurso más, ya en forma de conclusión, en torno a un discurso del general Juan Domingo Perón, que muestra el vigor de nuestra postura, pero, ante todo, apaga los fuegos de quienes podría creer a éste un proyecto reaccionario, recordando a la izquierda “latinoamericana” el carácter de la situación, un hispanismo que va más allá de una apologética a Cortés. Se trata de una alocución leída en la Academia Argentina el 12 de octubre de 1947 y aunque con fuerte tonos idealistas, ello no va en detrimento de su fuerza política:

«Su empresa fue desprestigiada por sus enemigos. Todas las armas fueron probadas: se recurrió a la mentira, se tergiversó cuanto se había hecho, se tejió en torno suyo una leyenda plagada de infundios y se la propaló a los cuatro vientos. Y todo, con un propósito avieso. Porque la difusión de la leyenda negra, que ha pulverizado la crítica histórica seria y desapasionada, interesaba doblemente a los aprovechados detractores. Por una parte, les servía para echar un baldón a la cultura heredada por la comunidad de los pueblos hermanos que constituimos Hispanoamérica. Por la otra procuraba fomentar así, en nosotros, una inferioridad espiritual propicia a sus fines imperialistas, cuyos asalariados y encumbradísimo s voceros repetían, por encargo, el ominoso estribillo de nuestra incapacidad para manejar nuestra economía e intereses, y la conveniencia de que nos dirigieran administradores de otra cultura y de otra raza».

Proseguía diciendo:

«Si la América olvidara la tradición que enriquece su alma, rompiera sus vínculos con la latinidad, se evadiera del cuadro humanista que le demarca el catolicismo y negara a España, quedaría instantáneamente baldía de coherencia y sus ideas carecerían de validez.”

5.- La idea de una Comunidad Hispanoamericana no deja de ser un proyecto que sorprenda a varios, pudiéndose considerar imposibilitado de efectuación y, sin embargo, es la única vía que vislumbramos. La vida de México está a una carta, la de España pretende implosionarse. Parafraseando al maestro don Gustavo: “La posibilidad es una modalidad del ser que hay que ponerla más que el futuro, en el pasado, en cuanto idea retrospectiva. César sólo pudo saber que le era posible pasar el Rubicón cuando he hecho lo pasó.

Hoy como ayer, consigna vigente planteada lógicamente en disyuntiva: Unidos o dominados.

Ciudad de México, abril 23 del 2017.

NOTAS

1.- Bueno, Gustavo. Mundialización y globalización. El catoblepas [en línea]. Mayo de 2002, No. 3 [Consultado el 18 de abril del 2017]. Disponible en: http://nodulo.org/ec/2002/n003p02.htm

2.- Bueno, Gustavo (2005) La vuelta a la caverna. Terrorismo, guerra y globalización. Barcelona, España: Ediciones B. Pp. 209-341.

3.- Bueno, Gustavo. Mundialización y globalización. El catoblepas [en línea]. Mayo de 2002, No. 3 [Consultado el 18 de abril del 2017]. Disponible en: http://nodulo.org/ec/2002/n003p02.htm

4.- Bueno, Gustavo. La vuelta del revés de Marx. El catoblepas [en línea]. Junio de 2008, No. 76 [Consultado el 18 de abril del 2017]. Disponible en: http://nodulo.org/ec/2008/n076p02.htm

5.- Bueno, Gustavo (2008) El mito de la derecha ¿qué significa ser de derechas en la España actual? Madrid, España: Temas de Hoy.

6.- World Integrated Trade Solution, Programa del Banco Mundial de información comercial. [Consultado el 18 de abril del 2017] Disponible: http://wits.worldbank.org/Default.aspx?lang=es

7.- “La industria china gana un 31,5% más en 2017”. El empresario [en línea] 27 de marzo del 2017. Consultado el 18 de abril del 2017. Disponible en:

8.- World Integrated Trade Solution, Programa del Banco Mundial de información comercial. [Consultado el 18 de abril del 2017] Disponible: http://wits.worldbank.org/Default.aspx?lang=ess_2017_26512_1093.html

9.- Nadal, Alejandro. De plumas atómicas y dragones solitarios. La Jornada [en línea] 12 de abril del 2017. Consultado el 18 de abril del 2017. Disponible en: http://www.jornada.unam.mx/2017/04/12/opinion/019a1eco

10.- Bueno, Gustavo. España y América. Catauro (publicado). Junio de 2001. [Consultado el 18 de abril del 2017]. Disponible en: http://www.filosofia.org/aut/gbm/2001eya.htm

11.- Ibídem.

12.- Ibídem.

13.- Bueno, Gustavo (1999) España frente a Europa. Barcelona, España: Alba editorial. Pp. 387-388.

Top