Gorbachov y el pensamiento Alicia

Gorbachov y el pensamiento Alicia. Daniel López Navarro

El joven secretario general distáxico

Mijaíl Serguéievich Gorbachov (1931-2022) fue el primer líder de la Unión Soviética que nació después de la Revolución de Octubre. Sería elegido Secretario General del Comité Central del PCUS por la asamblea plenaria del Comité Central el 11 de marzo de 1985, a los 54 años, una edad poco habitual para ser miembro del Politburó y menos aún para el puesto de la secretaría general, en un sistema tan gerontocrático como el soviético (llegaría a ser miembro del Comité Central del PCUS con 35 años).

Cuatro años después, en 1989, el presidente estadounidense, Ronald Reagan, visitó Moscú y abrazó a Gorbachov, el dirigente del «imperio del mal»; un hombre que, según Reagan, Estados Unidos podía tratar, es decir, podía tratar para desmantelar a la Unión Soviética.

Gorbachov poseía todos los vicios que un político con un mínimo de prudencia y sentido de realismo político tiene que evitar. Ha sido un buen ejemplo de lo que en política y geopolítica no hay que ser ni hacer. Era fundamentalista democrático (liberal, socialdemócrata o indefinido), pacifista fundamentalista, humanista y eminente pensador Alicia. Asimismo es miembro honorario del globalista Club de Roma (véase: https://www.filosofia.org/urss/dsf/roma.htm).

Gorbachov fue uno de los dirigentes más nefastos de la Unión Soviética, posiblemente el que más; de hecho fue el último, su sepulturero, el auténtico «sepulturero de la revolución». Sería el Secretario General distáxico.

En 1990 Gorbachov sería nombrado por la revista Time «Hombre de la década». Ese mismo año recibía el Premio Nobel de la Paz (entendemos que de la pax americana). No sin razón dice el chiste que Gorbachov tenía tatuado el mapa de Estados Unidos en su cabeza.

Perestroika y glasnost

En el XXVII Congreso del Partido, celebrado en Moscú entre el 25 de febrero y el 6 de marzo de 1986, Gorbachov anunció las dos líneas fundamentales que iban a definir su nefasta política: la perestroika (reestructuración económica y política) y la glasnost (transparencia o liberación política, libertad de prensa, etc.).

En el otoño de 1987 publicó -precisamente por encargo del gobierno de Estados Unidos- el libro Perestroika,cuando ya la «reestructuración» llevaba dos años y medio puesta en marcha, momento que su autor contemplaba como su «etapa inicial» pero que ya formaba «parte de nuestras vidas», y al llegar a las masas era considerada como «una realidad» (Mijaíl Gorbachev, Perestroika, Traducción de María Esther Borri, Ediciones B, Barcelona 1987, pág. 55). Y un poco más adelante añadía: «estoy seguro de que toda la sociedad se sumará al proceso de la perestroika» (Gorbachev, pág. 58).

La cuestión está en: reestructuración y transparencia para qué, ¿para hundir el Imperio? Exactamente, pues la perestroika y la glasnost quebraron la autoridad del régimen soviético (si bien es cierto que no fueron los únicos factores de su desintegración).

La perestroika, que se dio a conocer en abril de 1985 en una asamblea plenaria del Comité Central, significaba una nueva política económica que proponía la libre iniciativa y el fomento de las empresas autónomas; y, mientras se protegía al pequeño comercio, las granjas colectivas se iban sustituyendo por cooperativas agrarias, lo cual supuso un declive en la producción, ya que los campesinos soviéticos estaban acostumbrados a trabajar en los sovjoses (explotaciones agrícolas del Estado) y en los koljoses (cooperativas formadas por la unidad voluntaria de campesinos propietarios que colectivizaban la tierra y los instrumentos de trabajo), instituciones que estaban sometidas a vigilancia pero que eran seguras.

La política de la perestroika se planteó como «una política tendente a acelerar el desarrollo económico y social del país y a renovar todas las esferas de la vida» (Gorbachev, pág. 8), y pretendía hacer más móvil la sociedad y agilizar el sistema con mayor participación ciudadana.

Con la perestroika se debatían asuntos fundamentales como el equilibrio entre la planificación y el libre mercado, el pluralismo liberal democrático y los valores del socialismo, o el unipartidismo y la democracia (o partitocracia).

El nuevo pensamiento político de Gorbachov era propio de una perversión ideológica, era una auténtica bazofia, una repugnante papilla lo suficientemente edulcorada que administró a las generaciones jóvenes y al pueblo soviético y al mundo en general: «Mi mensaje a Rusia y al mundo», leemos entrecomillado, como subtítulo, en la edición de Ediciones B de 1987 de su libro Perestroika.

Se trataba de un caso de corrupción no delictiva, esto es, no judicializada, ya que Gorbachov no fue juzgado ni condenado por sus crímenes. Tal vez fuese así porque «el pensamiento no delinque», pero fue este pensamiento (aliciescoen muchos aspectos, por no decir en todos) el que, en parte, se responsabilizó de la caída de la Unión Soviética. Es decir, con el fin de acabar con la corrupción delictiva de la nomenklatura, la política de Gorbachov supuso un ejercicio de corrupción no delictiva al colapsar el sistema.

Le daba así la vuelta del revés a la tradicional política exterior del Imperio Soviético, pero hacia una dirección distáxica que corrompió la identidad y por consiguiente la unidad del país de los soviets.

Por su parte, la glasnostsignificaba una mayor libertad de expresión e información, una apertura al debate público, y por ello la censura de prensa se relajó y empezaron a publicarse periódicos y revistas que exigían más cambio al sistema. Asimismo se introdujeron en la URSS las primeras encuestas de opinión. A su vez la glasnost también suponía una reducción del gasto burocrático y con ello hacía ligerar cualquier proyecto que se pusiese en marcha.

La glasnost se planteaba como el ejercicio de llevar a cabo «más crítica y autocrítica en todas las esferas de nuestra sociedad» (Gorbachev, pág. 31). «Queremos mayor apertura en todo lo tocante a cuestiones públicas, en todas las esferas de la vida. El pueblo debe saber qué anda bien y qué anda mal, a fin de multiplicar lo bueno y combatir lo malo: así es como deben ser las cosas en el socialismo… Lo principal es la verdad. Lenin dijo: “¡Más luz! ¡Que el Partido lo sepa todo!”. No debemos consentir -hoy más que nunca- que existan rincones oscuros donde pueda reaparecer el moho y donde comience a acumularse de nuevo todo aquello contra lo que estamos luchando. Por eso tiene que haber más luz… El pueblo debe conocer la vida con todas sus contradicciones y complicaciones; los trabajadores deben tener una información completa y veraz sobre los logros y los impedimentos, sobre lo que se interpone en el camino del progreso y lo coarta» (Gorbachev, págs. 69-70). Es cierto que Lenin dijo que la verdad «es siempre revolucionaria», pero también afirmó que la mentira puede ser «un arma revolucionaria».

En junio de 1986 se le ordenó al Glavit, la oficina de censura, que no fuese tan riguroso en sus controles, lo cual hizo que abriesen nuevas revistas y periódicos que no estaban alineados con las posiciones oficiales del régimen, y de hecho eran muy críticos con éstas. También fueron permitidas publicaciones que anteriormente habían sido censuradas, como Doctor Zhivago de Boris Pasternak y Vida y destino de Vasili Grossmann. Más significativo aún fue hacer volver de su confinamiento en Gorky a Andrei Sajánov, no por clemencia sino por reparación del daño causado, como el propio Gorbachov le reconoció por teléfono.

La glasnost fue precisamente lo que en 1967, en su carta abierta al Congreso de la Unión de Escritores Soviéticos, exigía tras ser expulsado de la URSS el disidente Aleksandr Solzhenitsyn.

El 3 de diciembre de 1988 Reagan se daba por satisfecho en sus negociaciones con Gorbachov, y afrontaba con optimismo las relaciones entre las dos superpotencias, y esperaba que el muro de Berlín fuese demolido y que las obras de Aleksandr Solzhenitsyn se publicasen en la URSS.

De modo que en 1989 se publicó en la URSS, satisfaciendo el deseo de Reagan, el Archipiélago Gulag, en donde se denunciaba a Lenin como el fundador del universo concentracionario soviético. La glasnost trajo consigo la metodología negrolegendaria y por consiguiente la demonización del pasado soviético (lo que llevaban haciendo los enemigos de la Unión Soviética desde los días que conmovieron al mundo en octubre de 1917).

Con la glasnost se desintegró la autoridad y con la perestroika no llegó ninguna alternativa viable a la economía planificada, sino una anarquía económica que trajo la miseria y el hambre, como consecuencia de la caída de la Unión Soviética.

Para tranquilizar, Gorbachov añadía el epíteto «socialista» a sus ocurrencias poco ortodoxas: «pluralismo socialista», «Estado de derecho socialista», «derechos socialistas del hombre», «humanismo socialista», «democracia socialista» e incluso «mercado socialista». (Véase Andrei Grachov, Mijaíl Gorbachov. La tierra y el destino, Ediciones Folio, Hospitalet 2005, pág.154).

Gorbachov se refería a la perestroika como una necesidad de «reformas radicales para obtener un cambio revolucionario» (Gorbachev, pág. 47). Y, eso sí, desde su armonismo dejaba bien claro que se trataba de una revolución «pacífica y democrática» (Gorbachev, pág. 68).

Aunque, si bien es cierto que Gorbachov no era un revolucionario (sino más bien un contrarrevolucionario), también es cierto que, a efectos prácticos, no fue un reformador, porque no reformó al Estado sino que lo hundió en la distaxia.

Ni la perestroika ni la glasnost fueron una revolución ni una reforma, sino una conspiración contra la Unión Soviética. La perestroika y la glasnost fueron, más bien, la «revolución traicionada».

La perestroika envió a la Unión Soviética al «cementerio de la historia». El nuevo pensamiento político de la perestroika acabaría con el socialismo real en pos del socialismo utópico, es decir, el socialismo que ya no tenía lugar en la geopolítica real.

En la contraportada del libro de Gorbachov de la edición de Ediciones B, de 1987, se denomina a la perestroikacomo «segunda revolución leninista». Pues bien, ni fue una revolución y ni mucho menos leninista; tal vez sería mejor denominarla «contrarrevolución antileninista». El «esfuerzo reestructurador» resultó ser triturador respecto a la eutaxia de la Unión Soviética, la creación de Lenin (y de Stalin).

Gorbachov fue la peor especie de traidor: el traidor equivocado. Sus ideas de liberación de los pueblos y del hombre desembocaron en la crisis social y económica, en los conflictos interétnicos y en la distaxia o destrucción del Estado soviético o Imperio Soviético. El país que recibió era mucho mejor que el que dejó al final de su mandato. Por eso Gorbachov ha sido un político nefasto, porque fue un «emancipador» ruso que trajo la ruina a su país. Para la mayoría de la población del país la perestroika se plasmó en hacer más colas en las tiendas y en aumentar la escasez de alimentos. Como dijo un gran revolucionario, «De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno» (Vladimir Ilich Lenin,Obras completas, Tomo IV, Versión de Editorial Progreso, Akal Editor, Madrid 1974, pág.426). La duda es si Gorbachov iba con buenas intenciones o realmente era un traidor aliado de Occidente.

Cuando en junio de 1988 le preguntaron a Reagan si seguía considerando a los soviéticos el «foco del mal en el mundo moderno», el presidente respondió no sin cierta satisfacción: «No. Yo hablaba de otro tiempo, de otra época [tal vez de la época de Stalin y quizá también de Lenin, e incluso Brézhnev]» (citado por Giuliano Procacci, Historia general del siglo XX, Traducción de Guido M. Cappelli con la colaboración de Laura Calvo, Barcelona 2010, pág. 565). «Han cambiado» (citado por Ronald Powaski, La Guerra Fría, Traducción de Jordi Beltrán Ferrer, Crítica, Barcelona 2011, pág.317). Y responsabilizó a Gorbachov de semejante cambio. De ahí que lo abrazase junto al mausoleo de Lenin. En diciembre volvieron a reunirse, esta vez en Nueva York y junto al nuevo presidente electo, el Skull & Bones George H. W. Bush. Los tres serían fotografiados frente a la Estatua de la Libertad: símbolo capitalista estadounidense por antonomasia.

A medida que la popularidad de Gorbachov caía en picado en la Unión Soviética, aumentaba en Occidente; de hecho nada más publicarse Perestroika sería uno de los libros más vendidos a nivel mundial, y su autor se transformó en un hombre muy querido en los países occidentales por querer llevar a cabo reformas en el sistema soviético y conducirlo hacia la democraticazión. Lo condujo hacia la des-integración.

Eminente pensador Alicia

Gorbachov renunció a la dialéctica de clases por la wilsoniana doctrina de la interdependencia global y con ello invirtió la ortodoxia del marxismo-leninismo no ya con la Realpolitik de la dialéctica de Estados sino más bien con el panfilismo propio del Pensamiento Alicia.

Es cierto que Gorbachov hablaba de la «democracia socialista», y por eso afirmaba que «cuanta más democracia socialista haya, más socialismo tendremos» (Gorbachev, pág. 58).Pero su visión política coincidía más bien con los postulados de la democracia liberal o los de la socialdemocracia que con los del marxismo-leninismo.En la segunda etapa de la perestroika las posiciones ideológicas y la tendencia dominante era la de transformar el sistema hacia la socialdemocracia. Ya antes de ser elegido oficialmente como Secretario General, Gorbachov se identificó públicamente con la posición básicamente socialdemócrata del Partido Comunista Italiano.

Las reuniones con los delegados de partidos socialistas y socialdemócratas constituyen una gran parte de los contactos de Gorbachov con los líderes extranjeros: «He recibido al Consejo Consultivo de la Internacional Socialista, encabezado por Kalevi Sorsa, y he conocido a Willy Brandt, Egon Bahr, Felipe González y otros dirigentes socialdemócratas y cada vez hemos observado que nuestros puntos de vista en asuntos cruciales de seguridad y desarme internacionales son muy parecidos o idénticos… El diálogo iniciado entre comunistas y socialdemócratas no elimina en absoluto las diferencias ideológicas entre sí. Al mismo tiempo, no podemos decir que ninguno de los participantes en el diálogo se haya desprestigiado o se haya colocado bajo el dominio del otro bando. La experiencia ha demostrado que no existe riesgo de tal eventualidad. Mantenemos buenas relaciones y contactos útiles con los socialdemócratas de la República Federal de Alemania, Finlandia, Suecia y Dinamarca, con el Partido Laborista británico, los socialistas españoles, etc. Tenemos en gran estima dichos contactos. En general, estamos abiertos a la cooperación con todas las fuerzas que se muestran interesadas en vencer las tendencias peligrosas en el desarrollo de la situación mundial» (Gorbachev, pág. 191).

Abandonando el marxismo-leninismo y abrazando la socialdemocracia, Gorbachov contemplaba una evolución gradualista y pacífica de la humanidad. De hecho, en el XIX Congreso de la Internacional Socialista celebrado en Berlín entre el 15 y el 17 de septiembre de 1992 hizo acto de presencia Gorbachov. Y en el año 2000 Gorbachov sería el presidente de una nueva formación política: el Partido Socialdemócrata Unificado de Rusia. Para entonces un líder político que bien podría ser un modelo de anti-Gorbachov llegó al poder en Rusia y aún persevera no sin pocos éxitos en el mismo: nos referimos a Vladimir Putin.

Gorbachov se presentaba como el abanderado de una «nueva filosofía de la paz» (Gorbachev, pág. 137), en la que lo más importante «es poner en marcha el mecanismo de la autoconservación de la humanidad y estimular el potencial de paz, razón y buena voluntad» (Gorbachev, pág. 138).

«La aplicación del principio básico “desarme para el desarrollo” puede y debe reunir a la humanidad, y facilitar la formación de una conciencia global» (Gorbachev, pág. 133). ¿Una conciencia globalista?

Gorbachov recomendó que la ONU se reactivase como un instrumento de cooperación entre las superpotencias para que se construyese un nuevo orden mundial, es decir, un orden en el que no tenía cabida la Unión Soviética y el comunismo realmente existente (aunque desde entonces China no ha dejado de crecer, y su reestructuración sí que ha resultado ser todo un éxito transformándose en una superpotencia económica y tecnológica).

Llegaría a decir que la tarea de la URSS «en el lejano futuro histórico» era conseguir la «plena unidad de las naciones» (citado por Robert Service, Historia de Rusia en el siglo XX, Traducción de Carles Mercadal, Memoria Crítica, Barcelona 2010, pág.423). «Debemos aprender a vivir en un mundo real, que tenga en cuenta los intereses de la Unión Soviética y de Estados Unidos, de Gran Bretaña y Francia y de la República Federal Alemana. Pero existen los intereses de China y la India, de Australia y Pakistán, de Tanzania y Angola, de Argentina y otros países; los intereses de Polonia, Vietnam, Cuba y otros países socialistas. No reconocerlo sería negar a estos pueblos la libertad de elección y el derecho a un orden social que les satisfaga. Incluso si se equivocan al escoger, deben ser ellos quienes encuentren la vía de salida. Están en su derecho» (Gorbachev, pág. 197).

Pero eso no es «un mundo real» sino un mundo de ensueño, un mundo utópico e incluso de fantasías infantiloides, propias del Pensamiento Alicia de la viscosa ideología de la socialdemocracia, imprudente y distáxica, a años luz de la Realpolitik del estalinismo que, como la historia real ha mostrado, fue prudente y eutáxico. Si Stalin era todo un estadista y, como dice Kissinger, el «realista supremo» en la Realpolitikde las relaciones internacionales, Gorbachov era un antiestadista y el ingenuo supremo en la relaciones internacionales que él entendía como «coexistencia pacífica» para construir la paz mundial y no como una incesante polémica de dialéctica de Estados en la geopolítica de los Imperios universales que son excluyentes y no cabe armonía ni paz perpetua sino la incesante polémica (si fue un traidor consciente, un infiltrado de Estados Unidos y Gran Bretaña, entonces hay que reconocer que hizo muy bien su trabajo y que era bastante inteligente, pese a los pensamientos Alicia de su libro Perestroika, que en todo caso servirían para intoxicar las conciencias de los ciudadanos soviéticos, y muy ingenuos fueron éstos si se dejaron engañar con semejante retahíla de disparates).

Gorbachov se aproximaba mucho a la Idea (para nosotros paraidea) de la sympatheia ton holon (simpatía con todas las cosas) que postuló el estoico Posidonio en el siglo I a. C. Asimismo, el irenismo y ecumenismo de Gorbachov recuerda mucho al irenismo y ecumenismo que la Iglesia católica viene predicando desde el Concilio Vaticano II, cuya nueva consigna muy bien podría ser: «¡Sacerdotes de todos los países, uníos!» (Gustavo Bueno, España frente a Europa, Alba Editorial, Barcelona 2000, pág.432).

El mito de la revolución mundial quedó sepultado en el «cementerio de la historia» para ser sustituido, ya en las postrimerías de la URSS, por el mito tenebroso de la «era dorada» que traería la paz «a la entera comunidad mundial» en un mundo «desnuclearizado y sin violencia». Lo oscuro quedaba así oscurecido por lo más oscuro y las consecuencias de esta «filosofía de la paz» fue la inmediata caída del Imperio Soviético. «Ahora el mundo entero necesita reestructurarse» (Gorbachev, pág. 234). Y desde luego que se reestructuró con la caída de la URSS y el papel de Estados Unidos liderando en solitario como única superpotencia el «Nuevo Orden Mundial». En eso quedó resuelta la filosofía de la paz de «Gorbi el magnífico»: en la paz del nuevo orden mundial estadounidense.

En la reunión del Consejo de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro en marzo de 1997, Gorbachov llegaría a decir: «el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas debe impulsar el nuevo orden mundial. Las Naciones Unidas tienen las armas legales para hacerlo. Se debe construir un nuevo mundo en base a un nuevo sistema de valores, liberales, sociales y democráticos. La ecología es el centro de este nuevo sistema de valores plasmado en la Carta de la Tierra y la globalización debe ser el concepto en el que se base el éxito de la Carta de la Tierra. Por eso mi fundación (Cruz Verde) tiene como fin crear y fomentar esta conciencia global». Definitivamente la de Gorbachov era una conciencia globalista.

Ya como jefe del FSB en 1998 y 1999, Vladimir Putin había advertido que los grupos medioambientales cobijaban a espías extranjeros. Putin está siendo un anti-Gorbachov, ganándose el odio de las élites occidentales (las globalistas financieras). En Putin no cabe el pensamiento Alicia, y por su prudencia lo conocemos. No asistió al entierro de Gorbachov y ni mucho menos organizó un funeral de Estado.

Como advierte Gustavo Bueno, «los pensamientos Alicia, y en particular los que tienen naturaleza política, que en principio podrían tomarse como inofensivos o puramente metafísicos, pueden llegar a ser peligrosos y repugnantes como efectos de una mala fe que va envolviendo a la realidad con un velo que tiene “la blancura de la estupidez sin la menor mancha de inteligencia”» (Gustavo Bueno, Zapatero y el pensamiento Alicia, Temas de hoy, Madrid 2006, pág. 19).

«El mundo (el mundo de la economía, el de la ciencia, el de las costumbres), una vez en marcha, “va por sí mismo”, hasta cierto punto, al margen de sus gobiernos. Pero hasta cierto límite. A partir de límites determinados, un gobierno simplista, inspirado por Alicia, puede dar lugar a que la nave se encalle o se estrelle contra las otras naves que, en el mundo, navegan en su entorno» (Bueno, Zapatero, pág. 357).

La caída del Imperio Soviético

Gorbachov estaba influenciado por el «socialismo con rostro humano» que floreció en la Primavera de Praga de 1968 a través de Alexander Dubéck. Pero el «rostro humano» con el que Gorbachov quería reestructurar al comunismo terminó siendo distáxico al apelar a la «cooperación internacional» y al creer ingenuamente en una relación diplomática y pacífica duradera entre el mundo comunista y el capitalista (otra cosa es si era un traidor y lo que pretendía era un capitalismo con rostro inhumano, dada la crisis humanitaria que se vivió en los países que conformaban la URSS durante la década de los 90).

Los intentos de reforma de Gorbachov hicieron trizas a la URSS, pues dicho reformismo resultó ser totalmente distáxico. Uno de sus mayores errores estratégicos y geopolíticos fue consentir la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 con la consecuente unificación de la Alemania capitalista proestadounidense, Estado que pasaría inmediatamente a formar parte de la OTAN. Gorbachov creyó las promesas de la Alianza Atlántica de que éstas no se ampliarían hacia el Este, pero naturalmente los Estados Unidos incumplieron el acuerdo inmediatamente, y antes de terminar la centuria las fuerzas de la OTAN llegaron a las fronteras rusas. El zorro se había metido en el gallinero, y de aquellos polvos los lodos actuales de la guerra de Ucrania. No, Putin no es Gorbachov, es todo lo contrario, y eso irrita a los globalistas.

Con esto Gorbachov representaba la impronta del «marxismo romántico» en la URSS, que apela al «diálogo» y a la «buena voluntad», aunque esto puede resultar, y así resultó, de mala fe, pues su buena voluntad se tradujo como ruina en los fines objetivos de su obra (si es que su «buena voluntad» no era capitalista, como buen traidor).

Gorbachov e Iakovlev eran consciente de la potencia de la ideología y por eso el revisionismo histórico era fundamental para la proyección de la perestroika y la glasnost en tanto campaña moral y cultural que pretendía transformar la antigua mentalidad «estalinista» y «burocrática» (y recordemos que Bujarin sería rehabilitado en 1987 y con Trotski se haría lo propio al año siguiente) en pos de una apertura pacífica y armonista con Occidente. Lo que supuso rendirse ante el mismo.

Gorbachov fue un traidor, al menos etic, porque su imprudencia hizo las delicias de los enemigos de la Unión Soviética. Objetivamente Gorbachov fue un saboteador, el auténtico «sepulturero de la revolución» (aunque para otros fuese el profeta del socialismo «con rostro humano»).

Aunque es obvio que un individuo por sí solo no puede destruir una sociedad política. Y si la Unión Soviética consintió que un individuo como Gorbachov llegase al poder entonces algo de corrupción había en el sistema. Algo a podrido olía en Moscú.

Hasta 1991 los políticos estadounidenses consideraban a Gorbachov un socio imprescindible para la construcción del «Nuevo Orden Mundial» (el orden de la paxamericana, of course). «Uno de los principales objetivos de los políticos occidentales fue mantener a Gorbachov en el cargo, pues estaban convencidos de que sería mucho más difícil tratar con cualquier otra figura. Durante el extraño golpe de agosto de 1991 (al parecer, contra Gorbachov), todos los dirigentes democráticos se pusieron del lado de la “legalidad” apoyando la constitución comunista que había llevado a Gorbachov al cargo» (Henry Kissinger, Diplomacia, Traducción de Mónica Utrilla, Ediciones B, Barcelona 1996, pág. 845).

Tras el fallido golpe de Estado, Boris Yeltsin, que humilló a Gorbachov en una sesión del soviet supremo de la República de Rusia ante millones de espectadores por televisión formal, decidió que se suspendiera a partir del 23 de agosto las actividades del Partido Comunista, cosa que asumió Gorbachov el día después cuando dimitió de la secretaría general y pidió al Comité Central que se disolviera, cosa que se hizo definitivamente el 6 de noviembre, a la víspera del 74º aniversario de la Revolución de Octubre. Aun así Gorbachov seguía siendo presidente del soviet supremo de la URSS.

El 8 de diciembre de 1991 los líderes de las repúblicas de Rusia (Boris Yeltsin), Ucrania (Leonid Kravchuck) y Bielorrusia (Stanislaw Schuschkiévich) se reunieron en Minsk para anunciar el fin de la Unión Soviética y la creación de una Comunidad de Estados Independientes de Belosezhskaya, la cual sería confirmada el 21 de diciembre en Alma-Ata con la firma de otras ocho repúblicas, y donde además se acordó que el fin de la URSS sería el último día del año. Por su cuenta, Estonia, Letonia, Lituania y Moldavia optaron directamente por la separación.

El 25 de diciembre Gorbachov dimitió como secretario general del Partido y como presidente de la Unión Soviética, traspasando el poder nuclear a Boris Yeltsin (a la sazón presidente de la Federación Rusa desde mayo de 1990). El 26 de diciembre tuvo lugar la última reunión del soviet supremo, que se autodisolvió. Y así el día 31 de diciembre de 1991 es la fecha del fin oficial de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

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