Aunque sólo algunos medios hiperventilados como Público, RTVE y Canal Red han dado pábulo a la noticia, esta navidad ha recorrido el cotilleo político la denuncia que una tal Ariadna —seudónimo— interpuso ante un juzgado contra Adolfo Suárez (Cebreros, 1932 – Madrid, 2014; presidente del gobierno entre 1976 y 1981) por supuestos abusos sexuales, de los cuales habría sido víctima la denunciante desde 1983 a 1985, entre los 17 y los 20 años de edad.
La denuncia, en sus trazas principales, apestaba. El anonimato de la denunciante, que ha tardado 40 años en hacer pública su queja —habiendo fallecido Suárez en 2014—, es un factor que da que pensar. La oportunidad de plantearla justo cuando el partido del gobierno se encuentra cercado por denuncias de acoso y abuso sexual actuales, muy reales y con denunciantes con nombres y apellidos, añade todavía más sospecha, sobre todo si consideramos que el relato de Ariadna apuntala la «tesis» gubernamental en este asunto: el acoso es «estructural», no conoce de partidos, épocas ni personas, y ellos, los feministas convencidos del PSOE, habrían sido, en última instancia, «víctimas» de una lacra social que se produce en todas partes y en cualquier momento, sin que pueda hacerse gran cosa para prevenirla y, parece ser, aún menos para combatirla. O sea que el partido del Tito Berni, de Ábalos y Koldo, de Tomé, Salazar, Izquierdo, Navarro, Tuñas, etc, sigue siendo inmaculadamente feminista porque son intachablemente socialistas.
Por otra parte, va de suyo que la denuncia no tiene el menor recorrido. El fallecimiento de Suárez extingue la responsabilidad penal y el tiempo transcurrido impone prescripción legal a aquellos supuestos sucesos y cualquier otro relacionado. Claro que la denunciante, la misteriosa Ariadna —conocida como «el gnomo de jardín» por sus apariciones de espaldas, con abrigo y bufanda hasta el cuello y con un gorro de lana rojo— dice que no ha buscado reparación penal sino algo así como justicia histórica; en concreto: que se retire el nombre de Adolfo Suárez al aeropuerto de Madrid–Barajas. Naturalmente, no es de extrañar que la izquierda tóxica de guardia, con la pizpireta Belarra al frente y la no menos anfetamínica Irene Montero en cabeza, hayan apoyado desde el primer momento aquella iniciativa de retirada del nombre y, por tanto, execración pública de la figura de Adolfo Suárez; ya se sabe: «Hermana, yo sí te creo» y tarará, bla, bla, bla, menos cuando no te creo y pido pruebas de los hechos denunciados porque los afectados son de los míos—recordemos los casos de Errejón, Monedero y otros cuantos acosadores y algún que otro pederasta en los entornos de Podemos/Sumar y la izquierda angélica—. Todo conforme al guión, nada nuevo.
Lo de RTVE ha sido el bombo y el platillo. No les interesaba tanto denigrar la memoria de Adolfo Suárez y, por añadido, de la Transición, como ahondar en el argumento de la supuesta cronicidad sistémica de este fenómeno de la guarrería, el meter mano y acosar verbalmente a las mujeres en las reboticas de los partidos políticos, un relato que concuerda 100% con las excusas del gobierno en esta materia, pues para eso está la televisión pública, para servir al PSOE y a Pedro Sánchez y poquito más… Algún partido de fútbol, algún entretenimiento para jubilados de los que votan socialista y bastante hay. Si los herederos de Suárez reclamasen daños morales, restablecimiento de la honorabilidad a la que el difunto tiene derecho según la jurisprudencia del tribunal supremo y emprendieran acciones legales al respecto, no les quepa duda de que los gastos derivados, que podrían ser cuantiosos, irán a cargo del bolsillo de todos, faltaría más: TVE es «la de todos». No haya penas ni miserias.
Al final, y como estas cosas las carga el diablo, nos encontramos con que la denunciante Ariadna, identificada por gente cercana que se conoce la historia y sabe las costumbres de esta señora, resulta ser vieja conocida de los juzgados, donde ha interpuesto multitud de denuncias bajo el mismo epígrafe contra personajes públicos, casi siempre vinculados con la política; también se desvela que la quejumbrosa Ariadna arruinó, literalmente, la vida a uno de sus denunciados, quien tuvo la mala suerte de convertirse en su pareja por una temporada, sufrió la manía acusatoria de esta mujer y no pudo resarcirse de los perjuicios causados a pesar de haberse demostrado falsas las denuncias que le cayeron encima. Para colmo, en uno de los autos judiciales —dictado por una jueza— en los que se exoneraba de toda culpa a este pobre hombre, había una nota interesante sobre los informes periciales acerca de la salud mental de la denunciante: como una cabra, más o menos.
Estos últimos detalles se han conocido gracias a los de casi siempre: el empresario y bloguero Antonio Quirós Casado, el analista youtuber Pedro Herrero, el no menos emblemático UTBH y los artículos y pod-cast’s de Juan Soto Ivars, este último bastante denostado previamente por la oficialidad de la izquierda tronada y el feminismo depresivo —ya sabemos la causa, no hace falta extenderse—. La reacción a estas informaciones por parte de los guardianes de la moral izquierduna ha sido morrocotuda, tanto en el progrerío del sí es sí como en el feminismo del no es no salvo que el no afecte a uno de los suyos. Como ni Quirós ni Herrero, ni UTBH ni Juan Soto son precisamente de su devoción, los desacreditan primero y los desautorizan después. ¿Cómo van a creerles? A una tía pirada que se presenta en tv con el cogote a cuadros y se muestra de espaldas ante España entera, hay que creerla: a una señora que lleva puestas denuncias como si las coleccionase y que, por lo visto, enviaba sentidas cartas a Suárez reprochándole que la hubiese seducido y abandonado —igual que hizo con otros—, hay que creerla, sí o también. A gente que lleva años trabajando su presencia en medios digitales, consolidando audiencia crítica de gente preocupada por el aluvión de la posrazón y la posverdad que todos padecemos, sufriendo gratuitamente y por amor a su trabajo las iras, cancelaciones, escraches y arrebatos de la histeria charocrática, a esos no hay que creerles. ¿Cómo va a compararse la experiencia y seriedad de Televisión Española, no digamos de Público o Canal Red, con la de ellos? Lo que hay: podemia en estado puro, oportunismo sonrojante, ruido y desfachatez. Ridículo, un inmenso ridículo y una vergüenza ajena tremendas al ver cómo Belarra y Montero insisten en la cuestión del aeropuerto.
«No voy a condenar por asesinato a un hombre porque lo diga una rubia tonta», sentenció un juez de Nueva York después de que la presentadora Ellen DeGeneres hiciera campaña desde su programa de TV y se empeñase en que un acusado de homicidio era culpable a pesar de la debilidad de las pruebas. Me adhiero al método: no voy a condenar ni a pensar medio mal, ni siquiera voy a plantearme la cuestión sobre Adolfo Suárez porque una señora con escasa estabilidad mental se haya empeñado en salir en TV —en La Nuestra—, para soltar bazofia sobre el fallecido expresidente. Ni que lo diga ella ni que lo impetren la Belarra y la Montero ni que discrepen Herreo, Ivars y el Tío Blanco Hetero. Que no. Las cosas en serio y las acusaciones fundadas. En caso contrario, prudencia. O mejor aún: no enredar.