Publicamos un décimo trabajo perteneciente al II concurso de relatos “Una carta a un hijo” organizado por la escritora y farmacéutica, Esperanza Ruiz Adsuar, en colaboración con Posmodernia y las Bodegas Matsu perteneciente a la Denominación de Origen Toro. Dicho concurso durará hasta el próximo 31 de octubre de 2020. Bases para la participación en el concurso
Título: Nel mezzo del cammin di nostra vita
Pseudónimo: Meister Eckahrt
Estrasburgo. Agosto de 1320.
Fray Eckahrt, siervo inútil de Dios, de la Orden de Predicadores, a su querida hija en Cristo, sor Adelaida, del Monasterio de santa María de Adelhausen, salud y consuelo del Espíritu Santo Paráclito.
El calor del verano atormenta. Pese a los muros altos y las sombras que juegan a recorrer el claustro, la humedad de esta bendita ciudad se hace insoportable. También mis años, mis cansancios, mis trabajos, mis desvelos pesan en mi maltrecha edad. Pero ea, ya está, no están mis manos agrietadas escribiéndote para mis quejas. Más bien al contrario, mi letra –a la luz de estas llamas que hacen juegos de sombras con mis dedos- está puesta para ti, como tantas veces mis palabras, mis susurros y mis silencios, que no todo son voces las que ayudan. También mi oración.
Escucho aún tu voz, meses atrás, preguntando si la vida es solo esto, si nada más hay que esperar. La escucho como la escuché tantas veces con tantas preguntas tan diferentes. Cuando buscabas cómo vivir, cómo amar. Cuando llorabas. Cuando reías. Cuando soñabas.
Y ahora. Tras tanto vivido, tras tanto escuchado, vuelve tu voz. Como siempre fue. Como nunca dejó de ser.
Pero ya no buscas. Ya no andas como niña que busca, que necesita de mi mano para no caer. Ahora tu pregunta regresa como mujer. Mujer fuerte. Que has sido, que eres, que serás. Pero no sabes si realmente encontraste. Mujer que duda. Que vive. Y que vuelve a necesitar de una mano y una voz. Quizás nunca dejamos de ser ese niño, esa niña, que necesita una mano que nos dé confianza. Aunque crezcamos. Tú, yo, todos. Quizás nunca dejamos de buscar. Ni de dudar. Eso es lo que nos hace humanos.
Me ha acompañado tu pregunta, tu duda, tu grito silencioso, tu susurro inquieto, en mis jornadas por los caminos polvorientos o entre árboles y murmullos de arroyos, en los cruces y plazas de pueblos y ciudades, en las reuniones y capítulos, en el tumulto de la vida, como una pregunta, como un eco que entre los arcos de los claustros rebota casi como si fuera de mi propia mente. ¿Es esto todo? ¿No hay más? ¿Nada queda que esperar? ¿Hemos llegado ya a donde teníamos que estar? ¿Es esto la vida?
Sé que no es ni falta de fe ni falta de alegría. Se puede vivir con la ausencia de respuestas, con la sed y la duda, y a la vez no caer en la desesperación. O eso quiero creer.
Sé que no es tampoco falta de confianza ni de fe en los designios de Nuestro Señor, que acompaña y guía y sostiene, aun cuando nosotros ni lo veamos ni lo sintamos.
Sé que a fin de cuentas esa martilleante pregunta – ¿Es esto todo? ¿No hay más? ¿Nada queda que esperar? ¿Hemos llegado ya a donde teníamos que estar? ¿Es esto la vida? – acompaña siempre a quien de verdad decidió vivir.
Hija mía querida. Ya has descubierto que la vida nunca alcanza a los sueños que nos hicimos de ella. ¿Y sabrás qué? Que es necesario descubrir eso para comenzar a vivir realmente. Solamente cuando uno acepta que la vida es lo que tenemos, y que lo que tenemos es la vida, es cuando se puede realmente vivir.
Cuando uno renuncia por fin -¡qué liberación!- a sueños, a ideas y fantasías, a expectativas y deseos, cuando realmente acogemos los dónde que Dios nos ha dado, sin esperar nada más, entonces es cuando se abre la verdadera vida. Sólo cuando uno renuncia a sí, se olvida de sí, solamente cuando acoge lo que tiene con gratitud y sin nostalgia –esa terrible forma de nostalgia, la peor de todas, la que siente y llora todo lo que nunca tuvo, todo lo que nunca tendrá-, solamente entonces vive.
Esto no pude decírtelo cuando buscabas. No hubieras estado preparada para entenderlo y quizás más daño hubiera traído decirlo. Hay verdades que llegan sólo tras los años, cuando comienza a encanecer el cabello, sólo cuando se alcanza la mitad del camino de la vida. Hay cosas que no se deben contar, casi como un secreto, hasta que no llega el momento oportuno para entenderlas. Seguramente esas son las más importantes, pero no todo el mundo llega a alcanzar las respuestas verdaderas a las preguntas, porque demasiadas veces las preguntas, siendo reales, son falsas pues aún no se hicieron verdad en uno.
Deja pues –ya que hasta aquí has llegado- de soñar. Ya que los sueños hasta aquí te trajeron, deja los sueños apartados, porque solo así volverás a soñar. Tus sueños ya no son tuyos, son de quien fuiste, no de quien eres. Quien serás mañana lo dirán tus sueños de hoy, no los de ayer. Y esas preguntas, reconócelo con honestidad, no son más que ecos de los sueños de ayer, de la mujer que fuiste, no de la que serás.
Adiós mi querida hija. Confía, espera, renuncia a ti y así te encontrarás. Reza por mí. Yo lo haré por ti. En Cristo Jesús.
Fray Eckhart