Publicamos el cuadragésimo trabajo perteneciente al II concurso de relatos “Una carta a un hijo” organizado por la escritora y farmacéutica, Esperanza Ruiz Adsuar, en colaboración con Posmodernia y las Bodegas Matsu perteneciente a la Denominación de Origen Toro. La participación en dicho concurso terminó el pasado 31 de octubre de 2020. Bases para la participación en el concurso
Título: Para Carol
Pseudónimo: Mario Pontmercy
Querida Carol,
¿Cuánto tiempo llevas así?
Lo pregunto por oírlo de mi voz. Ya lo sé, bonita. Perdona. Sé cuánto tiempo llevas así. No puedo decir que te haya conocido de otra manera. Recuerdo la primera vez que anduviste tu solita. Con cuantísima ilusión tu madre y yo notábamos que era cuestión de días que te soltaras y fueras sola. Plas, plas. Con esos pequeños pasitos tuyos descalzos. Lo sabíamos. Sus ojos, me lo decían. Tu misma, que querías soltarte de mi mano, me lo decías. Hasta que por fin ¡hala! pasillo adelante.
Y prácticamente ese es el último recuerdo que tengo de nosotros dos juntos dando un paseo. Aunque fuera por el parqué de casa.
Ya se me ha pasado el enfado. No estés preocupada porque estoy bien. Y he vuelto a ver a don Jesús, este domingo a mediodía. Saliendo de la iglesia. Aún no me atrevo a entrar, es verdad. Pero es que hace tanto tiempo que no voy, que me da un poco de vergüenza pasar sin confesarme.
Tiempo al tiempo.
Que por qué te escribo ¿verdad? Porque un compañero del grupo me lo recomendó. Me dijo que era bastante liberador. Y me dijo que era bueno si te contaba cosas que me gustaría haber hecho contigo y cosas que no me gustan de ti. Te voy a decir una cosa; cuando me dijo esto me reí un poco.
Así que allá voy, bonita.
Contigo querría haberlo hecho todo. Y ya está. Bastante fácil. Y por eso he estado enfadado media vida mía y toda la tuya. Por eso desaparecí de la iglesia, tardé tanto en ver a tus abuelos y dejé que mamá se me escapara entre los dedos.
Querría que la semana pasada, el día de tu cumple, hubiera tenido sentido regalarte el libro de la autoescuela para que te saques el carnet. Y haber tenido que pensar a que cole podrías ir. Y me hubiera gustado acompañarte, no sé, a los entrenamientos de algún deporte, a clases de inglés, música o alguna cosa que imagino que te habría gustado.
Me he quedado sin saber si le hubiera tocado a mamá o a mi hablarte cuando hubiera ocasión, la primera vez que salieras con alguien.
A veces imagino una cena de un día cualquiera, en casa. Mamá, tu y yo hablando sobre qué carrera harías o cuál no te apetecería o cuál si. Eso también quiero que lo hagamos. O simplemente que si te pregunto cuanto son dos más dos, sepas que son cuatro.
Y así podría seguir ¿verdad, mi niña? Saber como es tu voz, ahora que ya eres una mujer. Saber si me conoces… Pero me estoy desviando. Esto no es lo que te tenía que contar.
Lo otro. Lo otro era decirte esas cosas que no me gustan de ti. Aquí, como te he dicho, es donde me reí. ¡Menuda ocurrencia! Y me dijo que qué pasaba, que por qué me reía. Que lo hiciera aunque me costara un poco. Y yo traté de explicarle que no es que me costara, es que no podía decir nada que no me gustara de ti. Pero insistió “hazlo, hazlo. Seguro que algo encuentras”.
Y el caso es que, si te digo la verdad, hay alguna cosilla. Perdóname si te salgo ahora con esto. Tampoco me parece mal contártelas si con eso estamos los dos más tranquilos. O por lo menos yo.
Bueno, pues a ver.
Recuerdo que las últimas veces que he venido a verte, si te digo la verdad, me ha costado un poco venir. Ya ves, que tontería ¿verdad? Pero es que no me gusta que estés así. Tumbada, todo el día, todos los días. Salvo cuando sales al jardín o te asean. Primero fue cunita, luego cama pequeña y luego ésta. Y sillas de ruedas por todas partes. No me gusta verte así.
Preferiría verte libre. Libres tus piernas, tus brazos, tu voz. O libre tu alma. Y no atada a este cuerpo tuyo, que no sé para qué lo quieres.
Ahora ya casi no coincidimos, ya sabes, pero antes, cuando venía con mamá, no me gustaba veros a las dos. Mamá mirándote. Tu mirando a no sé que lugar del infinito. Eso me lo puedes hacer a mi. Pero a mamá no. Que no soportaba veros y pensar cuánto le dolía verte así. Por eso supongo, como era imposible enfadarse contigo, lo sacó al final conmigo.
Hasta me molesta escribirte esta carta sabiendo que te la tengo que leer yo mismo y que aun así no sé si sabes lo que te estoy diciendo.
Me cuesta un poco cuando pienso en qué vida podría haber tenido de no ser por estar tu así. Aquí. Pero es cierto que lo pienso. Que podríamos haber sido una familia normal y tú haber tenido incluso algún hermanito. En el grupo nos decían que si tenemos algún pensamiento que no nos parece bien tener, que no lo tapemos. Que dejemos que entre y se explique. Y luego que se vaya por donde ha venido. Por eso te lo digo.
Me perdonas esto ¿verdad? ¿me perdonas? Si, me perdonas. Ya lo sé, bonita mía.
Bueno mi niña. Tengo que dejarte. No te preocupes que en dos o tres días estaré por aquí de nuevo. Y seguiremos haciendo coincidir la trayectoria de tus ojos con mi mirada.
Seguimos juntos. Te quiero.
Papá.