Komando Chanel

Komando Chanel. José Vicente Pascual

Hay épocas en las que, como suele decirse, “se suceden los acontecimientos. No sé si es bueno o malo, sólo sé que resulta estimulante. Hace un año, digamos, ¿quién iba a pensar que el flamante y bien peinado Albert Rivera andaría de pleitos por despido contra el despacho de abogados que lo acogió tras su renuncia a Ciudadanos? ¿Quién imaginase que Pablo Iglesias abandonaría la política, la vicepresidencia del gobierno, para dedicarse a hacer podcast’s en a saber qué andurrial de internet, todo hippie él? Sí, la historia se acelera, sólo la covid permanece y sólo hay un testigo inmutable de estos sucesos y vértigos: el movimiento de damas de domingo que hace guardia ante Génova, impasible el ademán, en espera de que lleguen los suyos; y mientras llegan o no llegan, no pierden ocasión de decir Aquí estamos nosotras y ojo al parche. Suceden muchas cosas y ellas, con pasmosa clarividencia, las saben todas de antemano. Van unos cuántos ejemplos:

 La semana pasada, el juzgado de Barcelona que conoce el “caso de las subvenciones” ratificó la imputación de la orondísima y muy pizpireta alcaldesa Ada Colau, por algunos delitos de esos que de vez en cuando cometen los políticos, nada del otro mundo. Naturalmente, doña Colau buscó dos o tres excusas para no acudir a declarar —en calidad de imputada—, y dar explicaciones sobre las generosas derramas de caudales municipales que ha ido adjudicando año tras año a asociaciones de amiguetes, a dedo y con todo el desparpajo del mundo. Si la calidad de la democracia española y la decencia de los medios informativos fuesen aproximadamente pasables, o si la alcaldesa de Barcelona no perteneciera a un partido del régimen, este hecho habría llenado los titulares de los periódicos y muchas horas de emisión en TV. No es el caso porque nuestra democracia es selectiva en cuanto al rigor de sus reproches y los medios periodísticos son agradecidos con quienes les pagan el callista.

La misma semana —pasada como pasa la vida—, agentes de la UDEF se plantaron en el ayuntamiento de Cornellá de Llobregat —PSC-PSOE— y detuvieron a once personas por la administración fraudulenta de los fondos municipales destinados al deporte, en el marco de una operación más amplia que tiene como primera imputada a la alcaldesa de dicha localidad. Si el lustre de la democracia española fuese aceptable y la profesionalidad de los medios informativos parecida a admisible, o si el partido que gobierna Cornellá hubiese sido, por ejemplo, el PP, habríamos conocido hasta el último detalle de este asunto después de intensos maratones televisivos y muchísimos litros de tinta vertidos en la prensa de papel. Nada semejante sucedió porque nuestra democracia española —y catalana— es a la democracia genuina lo mismo que la selección albanesa a la historia de los mundiales de fútbol, concurriendo además la casualidad de que la alcaldesa de Cornellá de Llobregat no es militante del PP ni de ningún partido facha, sino compañera de siglas de dirigentes históricos como Illa el de las mascarillas e Iceta el de los bailes regionales. En fin.

Hablando de la semana pasada —esto es más dramático y bastante más serio—, durante toda esa misma semana, tras el naufragio del Villa de Pitanxo y la renuncia de Canadá a seguir buscando a los desaparecidos, los familiares de las víctimas han insistido en su desesperación ante la nada gélida del océano y la muerte, suplicando al gobierno español que envíe equipos de rastreo y hagan lo imposible por devolverles los restos de sus seres queridos. La respuesta de ese gobierno —el de “la gente”— ha sido tan rotunda, empática y argumentada como el canto de una lagartija. Mutis y a otra cosa. Les ahorro más comentarios sobre la calidad de nuestra democracia y la desvergüenza novillera del monopolio mediático. Sólo una observación: imaginen la escandalera si el presidente del gobierno no se apellidara Sánchez sino, por ejemplo, Rajoy —no pongo “Casado” porque no está el patio para bromas de mal gusto—. Imaginen la avalancha de titulares, los informativos especiales, la persecución de paparazzis de La Sexta a ministros y ministras, el incendio en las redes sociales, las acusaciones de insensibilidad, dejadez, falta de empatía… Imaginen a los recién premiados con los Goya al mejor orgasmo fingido y a la mejor digestión de hamburguesas de tofu clamando por humana solidaridad en la gestión de la catástrofe, por el derecho de esas familias desoladas a enterrar dignamente a las víctimas del cruel naufragio. Imaginar, se pueden imaginar muchas cosas, pero como nuestro gobierno es el que es, punto en boca y todos a ver Netflix, que es lo que toca.

Cierto, la calidad de nuestra democracia es de canción del verano y la profesionalidad, objetividad y credibilidad de la oligarquía mediática en España son tan sólidas como las posibilidades de Raphael de interpretar a Papageno en el Arena de Verona. Las únicas personas que, al día de hoy, se manifiestan con coherencia y determinación, defendiendo lo suyo y un poco de transparencia en la gestión de los asuntos públicos, son esas señoras de festivo después de misa que cada dos por tres se reúnen en Madrid, a las puertas de Génova, y protestan por esto y lo otro. No pasan ni una. Son el afamado Komando Chanel, también conocido en ámbitos de la izquierda por el apelativo menos respetuoso aunque muy descriptivo de “Las chochochanel”; mujeres de buena familia e irreprochable presencia que gritan sus consignas con el mismo entusiasmo y en el mismo tono que usarían, acompañadas de sus hijas y nietas, en un concierto revival de Hombres G; o bien a coro, con sus compañeras de promoción en las Madres Agustinas, en el último de Julio Iglesias. Son la fuerza de choque del conservadurismo centrado, la vanguardia del pensamiento liberal español, la voz del pueblo llano con la hipoteca pagada y en debate perpetuo con el pueblo montañoso, las incondicionales de Ayuso y Monasterio y enemigas declaradas del irenismo y el perroflautismo. Son lo único movilizado, perfumadamente enfrentado al silencio selectivo de los medios de desinformación, el cinismo de los políticos y el amodorramiento de nuestra conciencia democrática; la cual conciencia —democrática— queda por demostrar que alguna vez estuviese despierta. Ellas sí, en constante vigilia y cantarina indignación permanecen en Génova como un recordatorio cañí a los que viven del discurso, los escaños, las elecciones y el circo político: ¡Idiotas, en España son las mujeres de Chanel o de lejía Neutrex, tanto importa, las que eligen a los gobiernos!Y esa es la calidad de nuestra democracia, aproximadamente. Para más baratura, los folletos de mano.

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